Luchas obreras
Poner el Primero de Mayo patas arriba
Abramos el horizonte a todos esos cuerpos y vidas que durante siglos han sido cuerpos que no importan, vidas que no merecen ser vividas y que sostienen al sistema capitalista, la producción y reproducción de la vida material
Tatiana Romero 1/05/2022
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En Feminismo de barrio, Mikki Kendall, activista feminista negra dice: “Me da igual no estar a la altura de las expectativas de una gente a la que no le gusto. Disfruto sabiendo que mis decisiones no son aceptables para cualquiera. Mi feminismo no vale para aquellas que están cómodas con el statu quo porque ese camino no conduce a la igualdad de las chicas como yo”. Es fácil entender esta afirmación cuando pensamos que está hablando una mujer negra de clase trabajadora a un feminismo hegemónico, blanco, que defiende a ultranza la ficción mujer: el universal del cuerpo feminizado, blanco, delgado, burgués o cuanto menos de clase media –otra ficción– cis y heterosexual; pero ¿qué sucedería si la misma afirmación la aplicáramos para interpelar a ciertos espacios y discursos que provienen de los movimientos sociales de la clase trabajadora? ¿Qué sucedería si afirmamos que esa llamada “lucha de clases” deja fuera a millones de personas que tampoco encarnan la ficción moderna que universaliza el sujeto obrero? ¿Qué pasa cuando decimos que nos da igual no estar a la altura del ideal de obrero revolucionario que tomará los medios de producción y asaltará los cielos para hacerse con el poder? Lo que sucede entonces es que nuestros activismos, nuestros movimientos y nuestras vidas adquieren un papel central en todo nuestro hacer político. Lo que sucede es que desbordamos los marcos de lucha social establecidos por la modernidad del siglo XIX y reforzados con el fordismo.
Lo que sucede entonces es que abrimos el horizonte a todos esos cuerpos y todas esas vidas que durante siglos y hasta la fecha son cuerpos que no importan, vidas que no merecen ser vividas y que son quienes sostienen al sistema capitalista, la producción y reproducción de la vida material. Eso es lo que buscamos quienes un año más nos sumamos al Primero de Mayo Interseccional, poner las “tradiciones obreras” patas arriba y salir a tomar las calles con nuestros cuerpos migrantes, racializados, discas, locos. Salir las precarizadas y las empobrecidas, las trabajadoras remuneradas y las que ejercen los cuidados sin recibir ningún salario. Las pensionistas, la juventud que al mirar al horizonte no encuentra ya un futuro posible. Salimos juntas porque nos da igual no estar a la altura de las expectativas de ningún movimiento que hable en nuestro nombre.
Lo que queremos es repensar la clase trabajadora y el trabajo, y para eso la herramienta más eficaz es la interseccionalidad
Lo que queremos es repensar la clase trabajadora y el trabajo, y para eso la herramienta más eficaz es la interseccionalidad, que en palabras de María Lugones es la teorización de “Opresiones múltiples: [las cuales] son marcas potentes de sujeción o dominación (raza, género, clase, sexualidad) que actúan de tal forma que ninguna de ellas puede estar tocada o separada de las otras marcas que, al estar también oprimiendo, moldean y reducen a esa persona”. Estas marcas de opresión están atravesadas las unas por las otras, amalgamadas y, son las interacciones de las unas con las otras las que les confieren significado. Por eso es que frente a un día como el Primero de Mayo nos preguntamos y enfocamos en cómo la clase afecta el género, cómo el género afecta o profundiza en determinados contextos las diferencias raciales o cómo la raza potencia la vulnerabilidad marcada por el género. De este cuestionamiento surge la idea de un Primero de Mayo Interseccional.
Es el segundo año que se trabaja en un proceso colectivo, un proceso en el que todas las voces sean escuchadas para poder sentir y reivindicar el Día Internacional del Trabajo como propio. Los debates que en los últimos años han cobrado fuerza sobre “el sujeto obrero”, en nuestros espacios han tocado tierra, porque están encarnados en nuestros cuerpos. Porque nuestro activismo es el de la vida diaria, no el de una sola manifestación. Los movimientos antirracistas, feministas, anticapacitistas, de salud mental, LGTBIQ+, tenemos también una larga tradición de lucha que nos precede, historias compartidas y caminos divergentes que, en momentos coyunturales, se unen para generar una potencia política que nos permita resistir a las violencias del capitalismo y luchar por la justicia social. Son estos espacios de resistencia en los márgenes los que cada vez más desdibujan nociones clásicas sobre lucha de clases.
Mucha tinta ha corrido desde que se iniciara la pandemia de covid-19, mucho se ha hablado sobre los, las y les trabajadores esenciales. Muchas palmas se han dado como un supuesto gesto de reconocimiento por jugarse la vida durante los momentos más duros de la crisis sanitaria. Sin embargo, que la crisis haya puesto en evidencia que quienes ejercen esos trabajos son personas migrantes en situación irregular, en condiciones de semiesclavitud, en su mayoría mujeres empobrecidas, no ha mejorado sus condiciones de vida ni un ápice. En el Estado español las trabajadoras domésticas siguen exigiendo la ratificación del Convenio 189 de la OIT para equiparar los derechos de las trabajadoras de hogar y cuidados a los del resto. La plataforma RegularizaciónYa, intenta sacar adelante una ILP para lograr una regularización administrativa del estatus migratorio de millones de personas. Es en estos momentos cuando se hace más urgente repensar la clase trabajadora.
El Día Internacional de los trabajadores se celebra desde hace más de 100 años, es la fecha que conmemora la huelga que, en 1886, exigía la jornada laboral de ocho horas. Sin embargo, para nosotras lejos ha quedado aquél sujeto obrero representado por un hombre, cis, hetero, blanco y operario fabril. Así como lejos ha quedado también la idea de que las feministas son mujeres cis blancas de clase media. Hoy, trabajadoras somos todas, es por esto que no queda más que poner el Primero de Mayo patas arriba.
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Tatiana Romero es historiadora, activista antirracista y LGTBIQ+.
En Feminismo de barrio, Mikki Kendall, activista feminista negra dice: “Me da igual no estar a la altura de las expectativas de una gente a la que no le gusto. Disfruto sabiendo que mis decisiones no son aceptables para cualquiera. Mi feminismo no vale para aquellas que están cómodas con el statu...
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