sistema injusto
¿Construir una casa habitable?
Algunos ven en Internet un medio fundamental para acrecentar nuestra inteligencia, sociabilidad y responsabilidad cívica; para otros, la Web genera entretenimiento, distracción, banalidad y adicción
Joan Benach 10/05/2022
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La mezcla de ritmos y su vibrante energía contagian a millones de personas de todo el globo. Su cadencia pegadiza, su sensualidad y capacidad de expresar alegría donde se funden pop, reguetón y música puertorriqueña, las mil versiones que incluyen cientos de parodias y versiones caseras, la banda sonora de una telenovela, e incluso su uso en videojuegos, son algunas de las causas de un fenómeno global. Despacito, del cantante puertorriqueño Luis Fonsi, se publicó el 12 de enero de 2017 alcanzando de inmediato el número 1 en decenas de países y varios premios Grammy Latinos. Apenas un día tras su estreno, ya había recibido 20 millones de visitas en YouTube, en tres meses 1.000 millones, y en un año 5.000 millones, siendo hasta entonces uno de los vídeos más vistos de la historia.1
Esa explosión de entusiasmo esconde sin embargo algo inquietante, un oculto secreto. La información digital consume mucha energía. La visualización de ese hito musical precisó quemar la energía utilizada durante un año en 40.000 hogares de Estados Unidos.
Internet representa el 10% del consumo energético mundial, un porcentaje que podría doblarse en apenas unos años
Cada minuto se realizan en el mundo varios millones de búsquedas, documentos, y decenas de millones de mensajes en WhatsApp. Una sola búsqueda en Google gasta la energía para iluminar durante 17 segundos una bombilla de 60 vatios. Las plataformas digitales almacenan, gestionan y transforman datos que gastan mucha energía y generan ruido y calor. Tanto es así que las grandes empresas digitales instalan sus centros en Islandia, Finlandia, Suecia, Noruega y Canadá, usando el frío del polo a modo de refrigerante gratuito. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en forma de datos digitales de miles de millones de smartphones, tabletas y dispositivos conectados a Internet están sedientas de energía. Internet representa el 10% del consumo energético mundial, un porcentaje que podría doblarse en apenas unos años a medida que 1.000 millones de personas más se conecten en línea. Se estima que en 2022 nos acercamos a los 5.000 millones de usuarios de Internet, con decenas de millones de dispositivos del “internet de las cosas” y un volumen masivo de datos asociados a automóviles sin conductor, robots, videovigilancia e inteligencia artificial. Andrae Anders, un especialista de la empresa china de telecomunicaciones Huawei, señala:
“Se acerca ‘un tsunami de datos’. Todo lo que puede ser digitalizado está siendo digitalizado. Es una tormenta perfecta. Se acerca el 5G [la quinta generación de tecnología móvil], el tráfico IP [protocolo de Internet] es mucho mayor de lo estimado, y todos los automóviles y máquinas, robots e inteligencia artificial se están digitalizando, produciendo grandes cantidades de datos que se almacenan en centros de datos… existe un riesgo real de que todo salga de control”.
A pesar de los previsibles aumentos en la eficiencia para optimizar la generación, almacenamiento y distribución de energía y el uso de fuentes renovables en lo que el influyente ensayista Jeremy Rifkin denominó el “Internet de la Energía”,2 todo indica que el incremento en el gasto energético no podrá obtenerse de las energías renovables sino que, en gran medida, tendrá que seguir utilizando unos combustibles fósiles cada vez más escasos.
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El conocido escritor británico Herbert George Wells, autor de notables obras de ciencia ficción,3 vislumbró en 1937 una Enciclopedia Mundial Permanente, algo parecido a lo que hoy en día conocemos como Wikipedia. Unos años más tarde, el propio Wells anticipaba la creación de Internet al señalar con optimismo que todo ese conocimiento sería gestionado mediante un artilugio con forma de red que representaría el principio de un verdadero Cerebro Mundial, que actualizaría y difundiría constantemente información por todo el mundo, lo cual ayudaría a unir a las naciones y a prevenir la generación de guerras.
“La memoria humana al completo puede ser, y probablemente será muy pronto, accesible para todo individuo […] Puede ser reproducida de forma exacta y completa, en Perú, China, Islandia, África Central o cualquier otra parte […] No se trata de un sueño remoto, ni de una fantasía […] Resulta difícil no creer que, en el futuro próximo, existirá esta Enciclopedia Permanente del Mundo, tan compacta en su forma y tan gigante en su alcance y posible influencia”.4
Tres décadas antes, en una época en la que la radio no era aún un fenómeno de masas y la gente no usaba teléfonos, Edward Morgan Forster escribía de forma mucho más pesimista un cuento corto sobre el desarrollo de las máquinas:
“¿No te das cuenta de que somos nosotros los que estamos muriendo, y que aquí lo único que realmente vive es la máquina? Hemos creado la máquina para hacer nuestra voluntad, pero ahora no podemos hacer que ella cumpla la nuestra. Nos ha robado el sentido del espacio y del tacto, ha emborronado todas las relaciones humanas y ha reducido el amor a un mero acto carnal; ha paralizado nuestros cuerpos y nuestras voluntades y ahora nos obliga a rendirle culto. La Máquina avanza, pero no según nuestras directrices; actúa, pero no de acuerdo a nuestros objetivos. Existimos sólo como glóbulos sanguíneos que fluyen por sus arterias, y si pudiera funcionar sin nosotros, nos dejaría morir”.5
Forster imaginaba un mundo inquietante donde las interacciones cara a cara serían infrecuentes y el conocimiento y las ideas se compartirían mediante un sistema que conectase a las personas a través de una máquina a la que se adoraría como si fuera un ser vivo. De ese modo, el escritor británico anticipaba los perniciosos efectos de las redes sociales, los smartphones e internet en la cultura y en las relaciones personales ya que, al subordinar la vida a la automatización, aumenta nuestro aislamiento social, nos hacemos más dependientes y nos desnaturalizamos.
El capitalismo es una inmensa máquina de generar iniciativas, fabricar productos, crear conocimientos, innovar y producir bienes y servicios. En especial en las últimas décadas, el avance tecnológico ha sido muy notable. Por ejemplo, Internet es para muchos uno de los mayores inventos modernos de la humanidad. Es una red global de comunicaciones decisiva en la era de la información del mismo modo que la red eléctrica y el vehículo de motor lo fueron durante la era industrial. Esa red global e inalámbrica de redes informáticas permite producir, distribuir y utilizar información digitalizada en cualquier formato con la ubicuidad de una comunicación multimodal e interactiva, libre de límites temporales y espaciales. Sin embargo, como suele ocurrir con cualquier cambio tecnológico importante, la valoración de los usos de Internet debe ser ambivalente, ‘optipesimista’ al mismo tiempo. Algunos ven en Internet un medio fundamental para acrecentar nuestra inteligencia, sociabilidad y responsabilidad cívica; en cambio, para otros, ya sea a través de las redes sociales u otro tipo de canales, medios o redes, la Web genera entretenimiento, distracción, banalidad y adicción, todo lo cual puede hacernos más indefensos ante la propaganda o ante información contaminada, falsa o directamente tóxica. Internet tiende a aumentar la comunicación social de masas y el acceso al conocimiento, incrementando la sensación de autonomía, libertad y satisfacción personal, pero la red también moldea nuestro pensamiento, generando trastornos en nuestra personalidad y problemas de salud mental como aislamiento, depresión o anomia. Internet permite mejorar algunas capacidades visuales o la capacidad de realizar múltiples tareas al tiempo pero, especialmente para la llamada “generación Web”, la red daña también nuestra capacidad para mantener la atención, dificultando la concentración, la introspección, así como la capacidad de una lectura profunda, de la contemplación o de otras notables capacidades mentales.6 Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, sufrimos de una intoxicación producida por una infomanía global creadora de infómanos e infómatas:
“La información por sí sola no ilumina el mundo… A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa… Somos demasiado dependientes de la droga digital y vivimos aturdidos por la fiebre de la comunicación”.7
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Hace poco más de dos siglos gran parte de la humanidad era analfabeta y la mortalidad infantil era altísima. La puesta en práctica de políticas socioeconómicas expansivas, junto al desarrollo científico-técnico, una mayor disponibilidad de alimentos y las luchas y reivindicaciones por conseguir una mejor higiene ambiental y de salud pública ayudaron a mejorar la calidad de vida, aliviar enfermedades y solucionar problemas de salud que a lo largo de la historia causaron un enorme sufrimiento en la humanidad. La esperanza de vida al nacer aumentó rápidamente desde la Ilustración, por entonces sólo de aproximadamente 30 años en todos los países. En 1845 un infante de 5 años podía esperar vivir 55 años aproximadamente. En el siglo XX, la esperanza de vida global se dobló hasta alcanzar, en 2019, los 78 años en las mujeres y 72 en los hombres, si bien en muchos de los países subsaharianos más pobres apenas si sobrepasa los 50 años. En los países pobres, las vacunas, la terapia de rehidratación oral, la yodación de la sal o los suplementos de vitamina A salvaron en la segunda mitad del siglo XX alrededor de cinco millones de vidas anuales, consiguiendo que 750.000 niñas y niños no quedaran física o mentalmente discapacitadas para siempre.8
Esa visión de progreso según la cual hoy estaríamos mejor que nunca es compartida por numerosos tertulianos mediáticos (también conocidos como “todólogos” que opinan de todo lo divino y humano), y por quienes promueven la conocida como “industria del optimismo”. Merced al avance tecno-científico y social en educación, democracia o salud, actualmente viviríamos en el mejor de los mundos posibles. Es así como los medios de comunicación reproducen y amplifican el optimismo de autores como Steven Pinker, Max Roser, Johan Norberg, Hans Rosling o Matt Ridley, que nos inundan con indicadores positivos que justifican las bondades del mundo donde vivimos. Ridley, por ejemplo, sostiene:
“El mundo saldrá de la crisis actual gracias a la forma en que los mercados de bienes, servicios e ideas permiten a los seres humanos intercambiar y especializarse honestamente, para el beneficio de todos… Mientras se permita, en algún lugar, que florezcan el intercambio y la especialización humanos, la cultura evoluciona independientemente de la ayuda o los obstáculos de los líderes, y el resultado es que la prosperidad se expande, la tecnología progresa, la pobreza declina, la enfermedad se reduce, la fecundidad cae, la felicidad se eleva, la violencia se atrofia, la libertad crece, el conocimiento florece, el medio ambiente mejora y la naturaleza se extiende”.9
Sí, estaríamos en el mejor momento de la historia humana y, a pesar de guerras, crisis y pandemias, el planeta seguirá progresando en la mayor parte de indicadores que consideremos. El crecimiento económico, el aumento global en la esperanza de vida, el acceso a alimentos y agua potable, una mayor libertad e igualdad, la reducción de la pobreza, el analfabetismo, la mortalidad infantil y la violencia, o la revolución biomédica con la vacunación y tratamiento de millones de infantes, serían ejemplos de ese progreso global. Por ejemplo, para el economista Xavier Sala i Martín:
“En poco más de 200 años, el capitalismo ha hecho que el trabajador medio de una economía de mercado media no solo haya dejado de vivir en la frontera de la subsistencia, sino que incluso tenga acceso a placeres que el hombre más rico de la historia, el emperador Mansa Musa I, no podía ni imaginar”.
La visión optimista del mundo de expertos, académicos y opinadores sabelotodo contrasta con una realidad popular mucho más oscura
Pero, además, los múltiples avances alcanzados estarían en consonancia con un progreso científico-técnico prácticamente ilimitado: la expansión global de Internet, la inteligencia artificial, la robótica, la infotecnología y la ubicua digitalización “inteligente” de prácticamente todo (el Smart Anything Everywhere del Horizon 2020 de la Comisión Europea): teléfonos, ciudades, máquinas, servicios… o el propio ser humano. Según esa visión, el futuro aún será mejor. Con la tecnociencia se prevé reducir en pocos años a la mitad la muerte de niños de menos de cinco años, erradicar cuatro enfermedades (la polio, el gusano de Guinea, la elefantiasis y la oncocercosis), reducir en casi dos tercios el número de mujeres que mueren durante el parto y lograr el control de la malaria y el VIH. No solo seremos capaces de evitar la enfermedad e incluso la muerte, sino también de progresar, revolucionar el planeta y la vida, generar vida artificial con seres inorgánicos, autoconstruirnos como ciborgs post-humanos e incluso conquistar otros planetas.10 Según la Fundación Gates, se logrará un progreso sin precedentes en la salud mundial hasta alcanzar la equidad global de salud.
“La vida de los habitantes de los países pobres mejorará más rápido que nunca antes en la historia” y los pobres “vivirán más años y gozarán de mejor salud”.
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La visión optimista del mundo de expertos, académicos y opinadores sabelotodo contrasta sin embargo con una realidad popular mucho más oscura, ampliamente colmada de preocupación y pesimismo. Según una encuesta realizada a más de 34.000 personas en 28 países, desde Estados Unidos y Francia hasta China y Rusia, un 56% estuvo de acuerdo en que “el capitalismo tal como existe hoy hace más daño que bien en el mundo”. ¿Por qué? ¿Por qué a pesar de los indudables avances logrados, muchas personas sienten de otro modo el futuro que nos espera, perciben que el modo de vida capitalista no es un buen sistema de organización económica y social, y que tenemos un gravísimo problema ecológico? No es aquí el lugar de retratar con detalle sus causas y efectos más profundos, pero sí al menos de tomar consciencia de ello.
Junto a progresos científico-técnicos y sociales muy difíciles de imaginar hace apenas dos siglos, el capitalismo no ha cubierto necesidades básicas de la humanidad, ni ha logrado acabar con la pobreza y la desigualdad. De hecho, el crecimiento económico europeo entre los siglos XVI y XIX vino acompañado de un retroceso en la calidad de vida de buena parte de la población,11 así como una reducción de uno de los mejores indicadores históricos de que disponemos, la estatura de la población, durante la Revolución Industrial,12 con un aumento posterior durante el siglo XX de la brecha de esa desigualdad entre las personas de los países ricos y pobres. En las últimas cuatro décadas, el uno por ciento más rico de la población mundial se apropió del 27 por ciento del crecimiento económico, mientras que la mitad más pobre (3.500 millones) sólo capturó el 13 por ciento.13 Esa desigualdad socioecónomica tiene un enorme impacto en las inequidades de salud.14 La pandemia de la COVID-19 y la desigualdad han empeorado aún más las cosas reduciendo la esperanza de vida de muchos países.15 Según Oxfam, la fortuna de los 10 hombres más ricos se ha duplicado, mientras que los ingresos del 99% de la humanidad se ha deteriorado. 252 hombres poseen más riqueza que los mil millones de mujeres y niñas de África, América Latina y el Caribe.
Hace ya casi medio siglo, Manuel Sacristán señalaba que la humanidad debía proponerse la tarea de construir una sociedad más justa en una Tierra habitable,16 algo que queda muy lejos de la realidad actual. Baste recordar que hoy más de 800 millones de personas están subalimentadas o pasan hambre, que una de cada tres personas en el mundo no tiene acceso a agua potable, o que la mitad de la población mundial (3.600 millones) vive en contextos altamente vulnerables a la crisis climática. El también filósofo Santiago Alba Rico señala que las cosas tienen valor porque las esperamos y porque las cuidamos, y que en un mundo “inhabitable” es imposible construir una verdadera “casa”. Un mundo que sobredesarrolla algunos países y arrolla a otros, que pasa por encima de los cuerpos de tantos desalojados y perdidos, que olvida que somos naturaleza, que está saturado de fe tecno-religiosa para solucionar cualquier tema, que nos distrae, que no tiene espera, que nos impide acercarnos al encuentro de las cosas, que no cuida lo que somos… es un mundo donde no parece posible construir un hogar ni un lugar donde habitar. ¿Aprenderemos a construir una casa donde convivir con dignidad, alegría y fraternidad.
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Referencias
1. Compuesta por Luis Fonsi junto a la panameña Erika Ender, la canción es animada, simple, repetitiva y con un ritmo pegajoso y familiar, que se interrumpe con cambios inesperados. Un estudio del Departamento de Psicología de la Western Washington University señala tres elementos clave: que el cantante sostenga la palabra sílaba por sílaba (Des-pa-cito), que haya muchos sonidos (agudos y graves, rápidos y lentos) y la mezcla de voces, agudas y energéticas, de Luis Fonsi y Daddy Yankee. A inicios de 2022 el número de visitas de “Despacito” sobrepasó los 7.800 millones, siendo superado por la canción infantil “Baby Shark”, que en la misma fecha se acercaba a los 10.000 millones de vistas.
2. Jeremy Rifkin. The Third Industrial Revolution: How Lateral Power Is Transforming Energy, the Economy, and the World. Nueva York: Palgrave Macmillan, 2011.
3. Entre las obras de ciencia ficción más conocidas de H. G. Wells cabe destacar: La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896), El hombre invisible (1897) y La guerra de los mundos (1898).
4. H.G. Wells. Cerebro mundial. Madrid: Mundarnau, 2004 [H.G. Wells. World Brain. Doubleday. NY: Doran & Co. 1938]. [El subrayado es mío].
5. E.M. Forster. La máquina se para. Madrid: Ediciones Salmón. 2016. [La edición original se llamó “The Machine Stops”, publicada inicialmente en noviembre de 1909 en The Oxford and Cambridge Review].
6. El tránsito de la página a la pantalla no se limita a cambiar nuestra forma de navegar por un texto. También influye en el grado de atención que prestamos a un texto y en la profundidad en la que nos sumergimos en el mismo. Por ejemplo, los enlaces o hipervínculos de un texto captan nuestra atención invitándonos a pulsarlos y abandonar el texto en el que estamos inmersos, con lo que terminan distrayéndonos e impidiendo dedicarle una atención sostenida al mismo. Internet nos abre las puertas a una biblioteca de información sin precedentes, pero al tiempo estamos disminuyendo la capacidad de conocer con profundidad una materia por nosotros mismos. Ver: Carr N. Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Madrid: Taurus, 2011.
7. Byung-Chul Han. No-Cosas. Quiebras del mundo de hoy. Barcelona. Taurus, 2021. [Traducción Joaquín Chamorro Mielke].
8. UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia). El progreso de las naciones. Barcelona: UNICEF, 1996.
9. Matt Ridley. El optimista racional. ¿Tiene límites la capacidad de la raza humana? Madrid: Taurus, 2011. [El subrayado es mío].
10. Ver por ejemplo los escritos de Raymond Kurzweil, José Luis Cordeiro y otros promotores de un futuro tecnodistópico. R. Kurzweil. La singularidad está cerca. Lola Books, 2012.
11. R. Floud, R.W. Fogel, B. Harris, S.C. Hong. The Changing Body, Health, Nutrition, and Human development in the Western World since 1700. Cambridge, Cambridge University press, 2011.
12. Komlos J. “Shrinking in a Growing Economy? The Mystery of Physical Stature during the Industrial Revolution”. Journal of Economic History 1998;58(3):779-802.
13. Thomas Piketty. Capital e ideología. Barcelona: Paidós, 2019.
14. Wilkinson RG, Pickett K. Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva. Madrid: Turner, 2009. Benach J. “La desigualdad es la peor pandemia.” Papeles de relaciones ecosociales y cambio global. 2021(154):33-46; Benach J. La salud es política. Un planeta enfermo de desigualdades. Barcelona: Icaria, 2020.
15. Aburto J.M., Schöley J., Kashnitsky I., et al. “Quantifying impacts of the COVID-19 pandemic through life-expectancy losses: a population-level study of 29 countries”. Int Journal of Epidemiology 2022; 63–74 doi: 10.1093/ije/dyab207
16. M. Sacristán. “Carta de la redacción del nº 1 de Mientras Tanto.” Nov-dic 1979. En: M. Sacristán. Pacifismo, ecología y política alternativa. Barcelona: Icaria, 1987.
La mezcla de ritmos y su vibrante energía contagian a millones de personas de todo el globo. Su cadencia pegadiza, su sensualidad y capacidad de expresar alegría donde se funden pop, reguetón y música puertorriqueña, las mil versiones que incluyen cientos de parodias y versiones caseras, la banda...
Autor >
Joan Benach
es profesor, investigador y salubrista (Grup Recerca Desigualtats en Salut, Greds-Emconet, UPF, JHU-UPF Public Policy Center UPF-BSM, Ecological Humanities Research Group GHECO, UAM).
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