Niñering
Explotación… eres tú (y II)
Las personas estamos hechas de tiempo: es, simultáneamente, lo único que somos y lo único que tenemos. Y nos es robado a diario delante de nuestras narices
Adriana T. 30/04/2022
Fotograma de la película 'Momo' (1986).
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Es mi último día libre antes de volver al tajo. Intento relajarme mientras desayuno. Deslizo el índice con desgana a través de mis redes sociales, salto de una cosa a otra sin prestar mucha atención a ninguna, compruebo mis whatsapps y respondo a un par de mensajes. Los dedos revolotean solos, mi cabeza está hoy dispersa. Me meto un momento en el correo del trabajo por pura inercia, pero decido salir de ahí de inmediato. Vuelvo a entrar. Vuelvo a salir. Me pellizco el entrecejo con los dedos índice y pulgar. Entro a mi cuenta personal de Twitter. Demasiados estímulos. Ni siquiera me he terminado mi sanísima –o eso dice el envase– tostada de pan integral de centeno y ya noto que tengo la cabeza como unas maracas.
Entonces lo veo. Uno de esos influencers de la vida sana está dando otra vez consejos healthy para sus seguidores. Me pone de los nervios, no sé por qué pierdo el tiempo leyendo esto. Hoy está compartiendo unos sencillos trucos para encontrarnos de buen humor. Pienso –con esa ingenuidad que no he conseguido sacudirme de encima, pese a llevar décadas lidiando a diario con la realidad material– que quizá no me haga tanto mal leerlo. El hombre explica con un gráfico súper chulo cuáles son, a su juicio, los pilares de una buena salud mental: actividad física, conexión social, descanso, desconexión digital, naturaleza y sol. Fáciles y gratuitos todos ellos, asegura. Siento que se me está empezando a nublar la vista y que mi presión arterial sistólica se eleva muy por encima de lo que recomiendan las guías médicas.
Repaso otra vez: descanso, sol, naturaleza, vida social. Lo que el tipo está recomendado para gozar de buena salud es vivir para siempre de vacaciones. No es que yo no esté de acuerdo, pero me pregunto a quién diablos están dirigidos estos consejos: quien más los necesita no puede seguirlos, y dudo que quien puede seguirlos los necesite. Están destinados simplemente a hacer sentir mal a la gente más oprimida y más tirada. A explicarles que son unos perdedores por encontrarse siempre exhaustos, porque el día nunca parece tener suficientes horas para ellos, porque tienen a los niños metidos en nueve extraescolares diferentes, porque no consiguen deshacerse de los michelines por más que se compran mallas fluorescentes para ir al gimnasio y sólo comen pan integral.
Como estoy ociosa hoy, decido ponerme a echar cuentas. La jornada laboral estándar en España es de ocho horas, sin contar con todas esas horas extra no retribuidas ni cotizadas de las que ya hablaremos en otra ocasión, porque bastante encendida estoy ahora mismo.
Dejo a un lado la taza de café a medio beber y me pongo a buscar en mi móvil. El tiempo promedio en el trayecto al trabajo en nuestro país es de unos treinta minutos, es decir, se pierde una hora diaria en esto, que tampoco es retribuida ni cotiza, ni suele poder emplearse en hacer algo de provecho. En las grandes ciudades, donde la avaricia de los caseros no parece tener límites, el problema se agrava y empuja a mucha gente a buscar casas en el extrarradio, muy lejos de sus lugares de trabajo.
¿No basta con tomar yogures desnatados y apuntarse a spinning para sentirte pletórica y llena de energía?
Sigo con mis cábalas. Ahora investigo el tiempo promedio que empleamos hombres y mujeres en las tareas domésticas y de cuidados. Según el INE, en 2015, las mujeres con hijos y pareja podían llegar a dedicar hasta 37 horas semanales a actividades no remuneradas. Los hombres que se encontraban en una situación análoga, unas 20 horas. No busco más estadísticas ni informes, pero demasiado bien sé, por mi profesión de niñera, que sólo las mujeres más privilegiadas pueden permitirse delegar parte de ese trabajo reproductivo en otras mujeres menos afortunadas a las que pagan por hacerlo en su lugar (no incluyo en esta afirmación a los hombres, porque ellos, privilegiados o no, raramente asumen la parte del trabajo que les toca). No es extraño que, al final, todas nos arrastremos por las consultas médicas pidiendo análiticas y drogas de toda índole porque la vida se nos hace bola, nos encontramos agotadas y nerviosas y no entendemos el motivo. ¿No es suficiente con tomar los yogures desnatados y apuntarse a spinning dos veces por semana para sentirte pletórica, satisfecha con la vida y llena de energía?
Examino entonces, tras hacer todos los cálculos, de cuánto tiempo libre disponemos realmente. Hay que restarle el que dedicamos a las comidas diarias, al aseo personal y el que necesitamos emplear en dormir. Estoy empezando a agobiarme.
Vuelvo al tuit del principio, ¿cómo decía? Ah, sí: sol, naturaleza y desconexión digital. El influencer hacía mucho hincapié en que, al fin y al cabo, estos recursos son gratuitos, están disponibles para todos nosotros. Pensemos en el sol y el aire fresco. Tan ubicuos, tan fáciles de obtener. Yo misma he notado que mi humor mejora cuando paso tiempo al aire libre, incluso aunque esté lloviendo o haga frío. Recuerdo entonces los largos meses en los que me dediqué a currar de cajera dentro de un establecimiento gigante y sin ventanas al exterior. Toda la iluminación era artificial y sórdida. Desde mi detestable puesto de trabajo me resultaba imposible saber qué estaba sucediendo ahí fuera. A veces me quedaba perpleja cuando veía entrar a una tromba de clientes empapados, portando sus paraguas bajo la axila. Estábamos en mitad de un temporal y yo ni siquiera era consciente de ello. O salía, y tenía que consultar la app del móvil para saber en qué momento se había hecho de noche. Y así durante cuatro, seis, nueve horas al día. Mis compañeras llevaban años o décadas ensimismadas sin ver la luz del sol. No puedo evitar pensar en la epidemia de raquitismo infantil durante la Revolución Industrial, cuando, según se dice, la contaminación generada por las fábricas bloqueó el paso de los rayos ultravioletas, imprescindibles para que niños y adultos podamos sintetizar la vitamina D. Me temo que hace mucho tiempo que tomar plácidamente el sol al aire libre dejó de ser gratis o siquiera barato para la clase obrera. Tendríamos que renunciar a nuestros trabajos para poder permitírnoslo.
Así que, en nuestro exiguo tiempo libre –en las cuentas que he hecho me sale ya a devolver, como el IRPF–, deberíamos intentar hacer un poco de desconexión digital y además, socializar con nuestro círculo personal de amigos y familiares. Pero no a través de las redes sociales, sino en persona, ojo. Me es ignoto cómo vamos a lograr tal gesta: en el elegante gráfico que proponía el influencer esta parte se omitía.
No sé en qué momento aceptamos vivir bajo el yugo de una distribución horaria tan demencial. Sin tiempo para pasear bajo el sol o la lluvia, para visitar a la familia y amigos, para ver crecer a los hijos, o simplemente para sentarnos un rato a no hacer nada. Tampoco entiendo cómo puede estar calando con tanta impunidad el mensaje machacón, cruel e individualista que mandan los influencer, los autores de autoayuda y, sobre todo, no pocos medios de comunicación, que evitan de un modo deliberado centrarse en las causas reales por las que la gente de clase obrera –y muy especialmente las mujeres– se encuentra cada vez más triste, desquiciada y enferma. Las personas estamos hechas de tiempo: es, simultáneamente, lo único que somos y lo único que tenemos. Y nos es robado y estafado a diario delante de nuestras narices, mientras nos cuentan que la culpa de que lleguemos a todas partes arrastrando los pies y con la lengua fuera es exclusivamente nuestra.
Es mi último día libre antes de volver al tajo. Intento relajarme mientras desayuno. Deslizo el índice con desgana a través de mis redes sociales, salto de una cosa a otra sin prestar mucha atención a ninguna, compruebo mis whatsapps y respondo a un par de mensajes. Los dedos revolotean solos, mi cabeza...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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