memoria
Una vida extraordinaria
Prólogo a ‘Un humanista en Dachau’, de Rafael Pañeda
Santiago Alba Rico 26/05/2022
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Hay situaciones colectivas, en general traumáticas, que voltean de tal manera las vidas individuales que las vuelven todas, ya sean pequeñas o grandes, fatalmente interesantes. Después de una guerra, por ejemplo, tanto los muertos como los supervivientes, tanto las víctimas como los verdugos, tienen una historia que contar. Tienen también una lección que impartir. Por eso mismo, el deber de la memoria es no solo el de explorar y analizar los grandes acontecimientos y sus estructuras subyacentes; también el de rastrear el bullicio de vidas privadas que en un momento dado, y a su pesar, confluyen en la Historia y la transforman. “Todo aquel que ha vivido esta época ha vivido más historia que ninguno de sus antepasados”, escribía Stefan Zweig en El mundo de ayer, su emocionante autobiografía, antes de suicidarse en Brasil en 1942. Hay tsunamis a los que nadie puede escapar. Cuando irrumpe la Historia en nuestras casas y nos saca de ellas, ya no sabemos a dónde vamos a ir a parar; ni en qué nos vamos a convertir. Las tragedias compartidas generan infinitas variaciones biográficas que reclaman ser rescatadas del olvido. Es un derecho de cada protagonista; es un derecho de la memoria universal.
Europa, tras la II Guerra Mundial, rescató todas estas pequeñas historias extraordinarias. España, que vivió su guerra “europea” por anticipado, en formato fratricida y con un resultado diferente, es la excepción. Todos los miembros de mi generación tenemos abuelos cuya experiencia vital, marcada por el conflicto civil, merece ser relatada; experiencia vital que ellos, sin embargo, nunca contaron. Al menos la mitad de España, en efecto, guardó silencio durante décadas, en parte por miedo a los vencedores que gobernaban el país, en parte por miedo a la experiencia misma y a su repetición. Lo cierto es que la memoria de los muertos, depositada en los supervivientes, se quedó encerrada o, si se quiere, estancada en los cuerpos de los abuelos. Ha habido que esperar a los nietos e incluso a los bisnietos para que los españoles empecemos a apreciar el valor ejemplar, emocional, ético o sencillamente “literario” de estos relatos reprimidos. Ahora que estamos lejos –o así nos creemos– de la tragedia, deberíamos poder disfrutar sin culpa de esta dimensión puramente narrativa de las vidas de nuestros antepasados. ¿O es que quizás no están tan lejos? Están, sí, lo bastante lejos como para que nos emocione su excepcionalidad; están lo bastante cerca como para que cuestionen nuestra normalidad.
El libro que el lector tiene entre sus manos admite, si se quiere, un triple uso. Por un lado, permite acercarse a una vida particularmente extraordinaria a través de la investigación realizada por uno de los “nietos” mencionados. Rafael Pañeda, en efecto, recupera la biografía de su tío-abuelo José María García-Miranda, un hombre del que sorprende no se haya ocupado nadie hasta ahora. Militar indisciplinado, militar insubordinado, militar republicano, preso político, marxista primero, luego anarquista, militante y candidato del Bloque Obrero Campesino, miembro de la columna Ortiz, jefe de la Brigada Mixta vasco-pirenaica, exiliado y resistente en Francia, su existencia moral se cierra de algún modo el 8 de diciembre de 1943, cuando es detenido por la Gestapo en el pueblo de Vernet les Bains junto a otros siete compañeros, todos ellos oficiales del ejército republicano español. Son los que Pañeda llama “los ocho de Vernet”, prisioneros primero en la Ciudadela de Perpignan y en el campo de Vernet D'Ariege; apriscados después, en junio de 1944, en uno de los vagones del último “convoy de la muerte” con destino a Dachau, a donde llegaron dos meses más tarde. Cuando el 29 de abril de 1945 el ejército estadounidense liberó el infame campo de la muerte, García-Miranda era el único del grupo que seguía con vida. Con ayuda de algunos documentos –cartas y notas de García-Miranda– Pañeda reconstruye el viaje, la estancia en Dachau y la muerte allí de sus compañeros; y se extraña con razón de la poca atención que ha despertado entre historiadores tanto este episodio como la figura singular de su tío-abuelo. “La historia de estos ocho oficiales leales a la República recluidos en Dachau”, escribe, “se suma a la de miles de españoles deportados a los campos y a la de millones de víctimas del nazismo. La contamos con la esperanza de que ayude a rescatar la memoria de su sacrificio y a profundizar en el conocimiento de la locura humana”.
En la larga biografía introductoria, por tanto, Pañeda se ocupa de esta “vida extraordinaria” a la que su condición de superviviente de Dachau añade un interés adicional. No se resume, en todo caso, en ella. El segundo “uso” de este libro tiene que ver con la lectura de los textos que componen el grueso del volumen: me refiero a las conferencias que, para ganarse la vida, pronunció el teniente coronel García-Miranda en el pueblo francés de Vernet les Bains, donde se instaló en compañía de su mujer tras la guerra mundial. La vida de García-Miranda es tan extraordinaria que, tras conocer sus hitos fundamentales, uno siente enseguida curiosidad por sus escritos; apetece saber cómo pensaba, qué sentía, de qué modo se expresaba. A menudo este tipo de experiencias resultan decepcionantes, pues nada garantiza que un “héroe accidental” –como lo son todos– sienta más intensamente o escriba mejor que el resto de sus congéneres humanos. En este caso, sin embargo, puede invertirse la secuencia sin desilusión; es decir, que uno podría no saber nada de la biografía de García-Miranda, leer sus conferencias y preguntarse, al revés, por la vida del autor. La decisión de publicar estas conferencias viene justificada, sin duda, por la peripecia vital descrita en la introducción de Pañeda; se sostiene, por así decirlo, en la excepcionalidad del personaje. Ahora bien, estos textos se sostienen también en sí mismos. Los que se acerquen a ellos, como fue mi caso, por pura curiosidad subsidiaria, atraídos por el relato de la vida de García-Miranda, encontrarán sorprendidos una cultura vasta y bien irrigada, una sensibilidad exquisita, una prosa flexible, rica y a menudo inesperadamente lírica. Concebidas como “medio alimenticio”, pensadas para un público francés demandante de clichés (Colón, Cervantes, El Greco, etc.), estas conferencias satisfacen, desde luego, todas las exigencias de un saber enciclopédico, pero van más allá. García-Miranda, que fue profesor de matemáticas, astrónomo aficionado y autor teatral, se deja llevar, mientras ofrece una gavilla de conocimientos elementales (y sucumbe sin duda a la nostalgia de su país), por el pensamiento más atrevido, la intuición más literaria y la emoción más idiosincrásica. Hombre de su época, como todos, García-Miranda no se queda en ella: en muchos momentos es capaz de sustraerse a su abrazo a fuerza de buena escritura y profundidad meditativa. Particularmente notable me parece la conferencia sobre Cristóbal Colón, lejos de los tópicos patrios, así como las dos meditaciones sobre el cosmos y sus planetas, de una gran soltura y belleza. Mención especial merece, sobre todo, la relativa a la “personalidad de los pueblos de España”, donde García-Miranda discute el concepto mismo de la nación española con pormenorizado conocimiento historiográfico y actualísimo ánimo provocativo. En definitiva: estas conferencias constituyen algo más que un pretexto para ocuparse de un personaje extraordinario. El personaje extraordinario es también, en dirección inversa, un buen pretexto para publicar las conferencias.
Hablaba del triple uso de este libro y he mencionado solo dos. El tercero, si se quiere, es de orden material. Hay distintos tipos de cajas. Un féretro, por ejemplo, es una caja fúnebre; hay también cajas de música y cajas de herramientas. Y hay cajas de la costura. Todos las recordamos de nuestra infancia en manos de nuestras madres y nuestras abuelas. Abrirlas era sumergirse en un caos maravilloso. En ellas había acericos erizados de alfileres de colores, dedales rutilantes como diminutas corazas pacifistas, complicados imperdibles y botones duros y negros como pequeños insectos. Había, sobre todo, hilos; hilos enredados de los que uno tiraba para sacar a la luz, de pronto, un inesperado botón de nácar o una aguja dolorosa y olvidada. Pues bien, un libro es una caja de la costura en la que se guardan mil retales que, de otra manera, estarían dispersos en el aire. Es muy probable que, en un mundo hecho harapos por el vendaval del turismo informativo en las redes, sean muy pocos los lectores que se acerquen a esta obra. No importa. Rafael Pañeda ha hecho un excelente trabajo de investigación que, aún incompleto, queda agavillado en un soporte material que invita a futuras búsquedas y pesquisas; que llama, digamos, a construir cajas más grandes y más llenas. En el inacabable trabajo de la memoria colectiva, es necesario ir reuniendo, a medida que se posan, todas las briznas sueltas que se lleva el viento. Ningún trabajo en este sentido es inútil. Todo lo que se recupera, queda; todo lo que se abandona, se pierde. La caja de la costura está ya ahí. Ahora la responsabilidad de coser la historia es solo nuestra.
Hay situaciones colectivas, en general traumáticas, que voltean de tal manera las vidas individuales que las vuelven todas, ya sean pequeñas o grandes, fatalmente interesantes. Después de una guerra, por ejemplo, tanto los muertos como los supervivientes, tanto las víctimas como los verdugos,...
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Santiago Alba Rico
Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".
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