Peliculería
¿Y si ‘Veneciafrenia’ no habla del turismo, sino de ETA?
En 30 años tras la cámara, el bilbaíno Álex de la Iglesia jamás ha abordado el terrorismo vasco. Quizá esta, aunque anunciada bajo otras premisas, sea su primera vez
Francisco Pastor 4/06/2022
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Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) ha dirigido ya 16 largometrajes. Casi siempre trabaja con el mismo guionista, Jorge Guerricaechevarría. Juntos acometen películas muy teatrales, que suelen conservar una unidad de espacio, tiempo y acción. Así fue en El bar (2017), Las brujas de Zugarramurdi (2013) y La comunidad (2000), entre otras. En ellas, acompañamos a un grupo de personajes asfixiados, encerrados junto al enemigo en entornos hostiles. El pasado abril, cuando Veneciafrenia llegó a las salas, esta se anunció bajo una propuesta similar. Cinco españoles viajan hasta Italia para disfrutar del carnaval de Venecia. Allí, serán diezmados a manos de un hombre enmascarado que parece odiar a los turistas.
Como en otras piezas firmadas por De la Iglesia, el primer acto es breve y el conflicto apenas tarda en aparecer. También se nos muestra una premisa de relativa actualidad: en este caso, los conflictos que levanta la industria del turismo. La libertad está en los bares y el joven reparto de la película no duda en emborracharse desde que llega a la ciudad. Tras la desaparición de uno de ellos, el ambiente que habita Venecia indica que el crimen no pertenece a un solo villano. Y aquí empieza una larga lista de símiles que van más allá de la primera capa de lectura, la que nos habla de disfraces y góndolas. Una serie de guiños parecen aludir a ese pasado que en Euskadi protagonizó la banda armada ETA.
Una serie de guiños parecen aludir a ese pasado que en Euskadi protagonizó la banda armada ETA
Primero. Allí nadie ha visto, y por tanto no ha pasado, nada. Ni los comerciantes, ni el personal del hotel donde se alojaban, recuerdan al chico que desapareció. De alguna forma, aunque mucho más pegada a la realidad, es lo mismo que contaba la serie Patria: la tragedia ocurre, pero un silencio atroz reina desde el principio, sin siquiera tiempo para el duelo.
En segundo lugar, durante buena parte de la película, autoridades como la policía local o la diplomacia se muestran ambiguas. No sabemos de qué lado están. Más bien, parecen haberse resignado a convivir con ese crimen que asola las calles y los canales. Desconocemos hasta qué punto combaten realmente aquello contra lo que oficialmente dicen luchar. El brazo político, que solían llover las acusaciones en España, cuando entre atentado y atentado llegaban las elecciones.
Tres. Se intuye que tras el crimen se esconde un grupo organizado y, además, una motivación política: nada de turistas, nada de transatlánticos cerca de los canales. Es un reclamo que, desde la calle, los vecinos de la ciudad comparten claramente a través de pintadas, pancartas y manifestaciones; esto último sí ha ocurrido durante cerca de una década, tal cual, en la Venecia verdadera. Pero volvamos a la ficción y a esa banda clandestina, carcomida por un gran conflicto interno: el del sí o no a la violencia física. Secuestrar no es lo mismo que matar. Curiosamente, quienes defienden los caminos más templados son también quienes más motivos tienen para tratar de ahuyentar el turismo. Los asesinatos vienen de otro miembro, uno descontrolado y con problemas de salud mental, como menciona la misma cinta. Si nos encontramos en efecto frente a una metáfora de lo ocurrido en Euskadi, la película vendría a decir: Kubati, no me cuente historias, que la violencia de ETA nunca defendió nada más que sus propias ansias de sangre. Los verdaderos románticos mueren por una causa, pero no matan por ella, y así lo subraya esta ficción hasta en los últimos planos.
Cuarto punto. La puesta en escena y la forma de trabajar de la banda. Máscaras hacen la vez de capuchas en vídeos que llegarán a los medios. Vemos un cartel al fondo, una mesa, la efigie de la banda y tres bustos. El grupo trabaja junto al diario La Stampa, que bien podría representar lo que supuso, durante un tiempo, el Gara. Desde los puentes de Venecia, un hombre grita: “¡Traidor! Si no estás con nosotros, estás contra nosotros”. La misma retórica que aparecía, pintada en fachadas y portales, cuando algún miembro de ETA dejaba la banda. Para otra aproximación a este momento concreto, toca recomendar Yoyes (2000), la historia real que convirtió en un largometraje la directora Helena Taberna.
Un último apunte, colmado de respeto y solemnidad. El homicidio más doloroso reclamado por ETA, al menos para la generación que lo siguió durante días pegada a la televisión, consistió en un asesinato disfrazado de secuestro. Sí, el de Miguel Ángel Blanco. En la pieza firmada por De la Iglesia, asistimos a la maniobra opuesta: quienes estaban raptados no mueren, ya que el homicidio jamás estuvo contemplado. Todo se descubre en un giro climático y se consigue, en la ficción y 25 años después, el final feliz que no logramos ver en su día.
Naturalmente, ninguno de estos argumentos está discutido aún con los autores de Veneciafrenia. Desde mediados del siglo pasado, el análisis del cine descarta contar con la opinión de quienes lo dirigen. Por ello, tampoco sabremos si era buscada la referencia, en esta pieza, al asesinato de Carlo Giuliani, el joven que protestaba en Italia durante una cumbre internacional y murió disparado y atropellado. Una historia muy similar se cuela entre los pliegues de la película. Así lo piden los manuales: la intención del director no importa y la del guionista, tampoco. Cuando les hablen de separar al autor de la obra, y con ello se pretendan justificar según qué fechorías, recuerden dar este otro sentido a esas palabras.
Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) ha dirigido ya 16 largometrajes. Casi siempre trabaja con el mismo guionista, Jorge Guerricaechevarría. Juntos acometen películas muy teatrales, que suelen conservar una unidad de espacio, tiempo y acción. Así fue en El bar (2017), Las brujas de Zugarramurdi...
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Francisco Pastor
Publiqué un libro muy, muy aburrido. En la ficción escribí para el 'Crónica' y soñé con Mulholland Drive.
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