RESEÑA
Cartografías del abandono
A propósito de ‘Desaparecidos’, de Gabriel Gatti, libro que reflexiona sobre una noción que permite ver vidas ahí donde solo había ausencias, abandonos, invisibilidades
Danilo Martuccelli 11/06/2022
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Existen muchas maneras de leer el libro Desaparecidos. Cartografías del abandono de Gabriel Gatti. No solo porque se dirige a varios tipos de lectores, sino sobre todo porque es posible destacar en él dimensiones distintas: un testimonio personal, un conjunto de estudios etnográficos colaborativos, una crónica sobre la realidad multifacética y multisituada de los desaparecidos, un estudio crítico sobre la racionalidad institucional de la modernidad. Sin embargo, nada sería más erróneo que pensar que se está delante de un palimpsesto. Por el contrario, lo que sobresale es la profunda unidad de un libro singular. Todas las líneas que lo componen se estructuran en torno a una problemática central, la forja de una nueva noción: los desaparecidos.
Las desapariciones marcan, como el autor mismo lo señala, su biografía desde su más temprana infancia. De esta experiencia como gatilladora de análisis ya fue cuestión en el libro El detenido-desaparecido, publicado en 2008 en su primera versión, antes de conocer nuevas ediciones re-trabajadas en inglés y en castellano. En este trabajo señero, Gatti interpretó las desapariciones en América Latina en la década de 1970 insertándolas en la estela del proyecto civilizador moderno. Aunque nunca adhirió completamente a la tesis de un vínculo necesario entre la modernidad y el mal radical (el Holocausto, los desaparecidos, el estado de excepción), muchas de sus reflexiones, en su vocación crítica, seguían en ese entonces esta pista. La versión bautismal de la desaparición y de los desaparecidos –individuos secuestrados y asesinados por aparatos de Estado– se inscribía en la letanía de los crímenes de las instituciones modernas.
El nuevo libro –de ahí su fuerza y originalidad– parte de una constatación radicalmente diferente. Radical: desde su raíz se hace patente que no es posible restringir a una sola situación o modalidad la realidad de los desaparecidos. El autor lo confiesa: resistió durante varios años a la inflación del término (incluso por respeto a la memoria de las primeras personas denominadas desaparecidos) y porque como buen cientista social sabe de la necesidad de tener ideas y categorías claras. Y luego, como lo narra el autor en varios momentos testimoniales del libro, la realidad venció sus resistencias. Las voces de la calle le ganaron a las del diccionario sociológico.
Este es el auténtico punto de partida –y de llegada– de Desaparecidos. En este transcurso, el autor le reconoce a su hija, Ainara, “de diez años entonces”, en una California pandémica, un papel importante: compañera de estadías universitarias, interlocutora interesada, sobre todo diseñadora imaginativa de nuevos espacios de preguntas y de conexiones. Uno nunca sabe de la verosimilitud de ciertas reconstrucciones, sobre todo cuando estas implican dimensiones afectivas, pero el lector no tiene ninguna dificultad en adherir a la narración propuesta: para lanzarse en la lectura del libro es necesario deshacerse de la voluntad de defender una definición y abrirse a un espacio no predelimitado de interrogaciones. Y sobre todo de experiencias.
La obra restituye el proceso de formación de una noción –desaparecidos–, que permite ver vidas ahí donde solo había ausencias
Con este preámbulo es con el que se inicia realmente la investigación. En verdad, una aventura: una auténtica bildungsroman. El término puede chocar, a tal punto lo que el libro analiza está en las antípodas de una novela de formación de una vida. Sin embargo, la obra restituye el proceso de formación de una noción –desaparecidos–, que permite ver vidas ahí donde solo había ausencias, abandonos, invisibilidades. Pedacerías de vida, escribe el autor.
Desde un punto de vista analítico este es el gran hilo conductor del libro –el que reúne todas las exploraciones que lo atraviesan. “Desaparecidos” no puede limitarse a ser una categoría jurídica por necesaria que sea (como lo instituye la Convención internacional con sede en Ginebra), pero no puede tampoco reducirse a ser un lema político (por potente que se revele en las luchas sociales). Entre una y otro, en exceso con respecto a la primera y en déficit con el segundo, Gatti se esfuerza por inventar una noción. El objetivo no es forjar un concepto –delimitado, preciso–, sino construir una noción: un “objeto-mundo”, escribe el autor, una red de significaciones-procesos-actores que, distintos entre sí, conminan a un esfuerzo de aprehensión común. Esto es lo que página tras página, a través de un relato que toma la forma de crónica de una noción anunciada, va construyendo el libro: desaparecidos es una noción que busca problematizar de manera aunada aquello (o sea vidas) que no se ve, no puede verse, no quiere verse, vidas que se miran y no se ven. El tour de force de Gabriel Gatti es el de haber hecho de los desaparecidos una noción existencial. Un paradójico espacio de aparición.
Para lograrlo, para convencer al lector, tal vez para terminar de persuadirse él mismo, el autor vuelve sobre sus pasos. Parte desde lo que fue su punto de llegada en trabajos anteriores: el “jardín de la ciudadanía”, o sea la trama institucional que las sociedades modernas construyeron para pastorear las existencias. El proyecto civilizatorio moderno –examinado a partir de su materialización en Montevideo– es reanalizado y, sobre todo, juzgado a partir de nuevas luces. La crítica unilateral cede paso a una actitud infinitamente más ambivalente: ese mundo, concluye Gabriel Gatti, no es más lo que tal vez nunca fue, pero sigue siendo aquello que muchos desean.
Gatti profundiza desde nuevas aristas esta reflexión sobre la modernidad a través de un retorno crítico sobre sus proyectos de mapeo. Por encima de muchas otras cosas, la modernidad es un conjunto de mapas de todo tipo y suerte. Si todo proyecto estatal y civilizatorio es inseparable de la construcción de mapas, la modernidad en su vocación conquistadora llevó esta pretensión hasta el extremo: la racionalización generó y requirió de mapas, y los mapas extendieron e intensificaron la racionalización del mundo. En la razón moderna, para la razón moderna, todo tiene un lugar. Es esta taxonomía de lugares y de seres, de procesos y de identidades que descuajeringan los desaparecidos. La re-semantización del ¿dónde están? es radical: no es más cuestión que regresen con vida, sino de aprehender la realidad de vidas que existiendo no tienen más lugar en el mapa de la modernidad.
El tour de force de Gabriel Gatti es el de haber hecho de los desaparecidos una noción existencial. Un paradójico espacio de aparición
Esta crítica renovada de la civilización moderna, verdadero telón de fondo del libro, es explorada a través de diversos estudios etnográficos. Gabriel Gatti excluye todo arbitrario en su interrogación: no es él quien nombra o aproxima realidades. Prefiere seguir de cerca la geografía de los distintos usos que, desde las voces de la calle, en varias partes del mundo, se hacen del término desaparecidos.
A partir de este talante el libro –o sea la aventura de una noción– despliega sus recorridos. A través de lo que en común con Ignacio Irazuzta el autor denomina “etnografías exprés” multisituadas, el lector es sumergido en las plantaciones de la República Dominicana. Una nueva faceta de la institucionalidad moderna aparece: una capaz de hacer desaparecer administrativamente a miles de personas al denegarles la nacionalidad a los descendientes de haitianos; de ubicarlos en un limbo sin retorno ni avance posible; de un borramiento administrativo que, curiosamente, hace visible una nueva realidad administrativa pero no la vida –de tantas personas sin papeles de nacimiento, registro civil o defunción–. Es una nueva re-semantización de la noción de desaparecidos.
A continuación, Gatti escruta otra modalidad: cuerpos sin nombres, vidas no contadas, robo de niños. De España a Brasil, el libro diseña la cartografía “de existencias que nunca llegaron a ser calificadas como vidas” (p.87). Cuerpos biológicos a los que nunca se les reconoce condición humana. Aparece una biopolítica de la modernidad en la cual ciertas gestiones de la vida (hospitales públicos, congregaciones religiosas) privan de sus hijas e hijos a familias pobres, a personas con dificultades mentales, a mujeres solas, a militantes políticos. A esos cuerpos se les privó de una vida, que habría sido la suya, al quitárseles su inscripción en un registro o nombre de familia. Estos itinerarios resuenan con las vidas de todos aquellos a quienes, por muy otras razones, el registro civil nunca reconoció como ciudadanos, como los cuerpos enterrados-escondidos en la parte trasera de los internados. Son los cuerpos de estos desaparecidos los que se encuentran en las mesas forenses, en donde coinciden con tantos otros desaparecidos administrativos o políticos. Los itinerarios existenciales son muy distintos, el proceso de aparición varias veces similar. Sobre todo, el contraste es extremo entre la despreocupación civilizatoria hacia esas vidas y el meticuloso esfuerzo por trazar sus identidades a partir de sus restos: todas estas vidas innobles adquieren una nueva existencia –como desaparecidos– a través de una gestión rutinaria de los cuerpos.
El libro retoma luego la exploración y se centra en los caminos ignotos de vida de los desaparecidos: todo aquello que está más allá de los muros, de los refugios, trayectos en los que no existe el derecho, en donde todo –literalmente todo– puede advenir. La verdadera experiencia de la vida desnuda: personas que es imposible defender desde el derecho; personas cuyas vidas y desapariciones son construidas por los muros; borrados por agentes estatales que sin ninguna voluntad explícita de hacer desaparecer, pero con mandatos institucionales inequívocos, los condenan al abandono (p.148). Se construye, así, un otro lado, ignoto, en donde viven existencias que las instituciones no cuadrillan, no registran, retenidas en su exterior: momentos, itinerarios, destinos desaparecidos.
Por último, ya hacia el final del libro, Desaparecidos abre aún más el espectro de la noción y su problematización. Se trata de un país, México, que, sin perder sus visos de modernidad, se transmuta en una sociedad en donde “todo parece estar gobernado por la desaparición” (p.154). El imaginario de las desapariciones (industrias culturales, lugares –Tijuana, Ciudad Juárez–) hace carne con la realidad de las desapariciones ordinarias, diversas, con los sobrecogimientos. La noción de desaparecidos alcanza su máxima extensión semántica: se vuelve un rasgo potencial de muchas –demasiadas– vidas, un estado latente posible que tantas veces se convierte en un trauma patente. El desaparecido deja de inscribirse en el registro del civilizar, ordenar, limpiar y se vuelve un producto de la búsqueda: en resonancia con otras experiencias, varios de estos desaparecidos solo aparecen realmente en la vida compartida como personas buscadas. El desinterés del Estado es compensado, como se puede, por el interés, el recuerdo, las preguntas vivas de las personas queridas que los buscan, que los siguen buscando. Nueva re-semantización de los desaparecidos: ya no son el resultado de un proyecto estatal civilizador sino el fruto de un estado ordinario de desprotección generalizada.
¿Es necesario decirlo? Paso a paso, durante la lectura del libro, el lector vive la misma experiencia de conversión nocional que el autor señaló al comienzo de su texto. Las dudas se van disipando a medida que se impone la conciencia de la necesidad de disponer de un nuevo término para nombrar todas estas vidas que se reúnen desde las constancias de sus inexistencias. Si Gabriel Gatti reconoce la plausibilidad atingente de otros vocablos –pobres, anomia, exclusión, expulsados, precariedad, invisibles, refugiados, sin parte, parias–, está convencido, y al término de la aventura el lector con él, de que la noción de desaparecidos es la más justa y la más heurística. La única capaz de tensar el arco que va desde la crítica de las instituciones estatales de la civilización moderna a la desprotección radical de la vida en el mundo moderno. Si todos son diversamente desaparecidos, todos se entienden –existen– desde un espacio común de aparición en el cual nadie niega al otro “la legitimidad de hacer uso de este nombre –desaparecidos– para definirse” (p.176). O sea, agarrarse de algo para caracterizar vidas marcadas por un estatuto existencial compartido –desaparecidos–.
En un trabajo de este tipo y talante, lo importante no es por supuesto saber cuántos son los desaparecidos. Todo el libro es un requisitorio contra la inanidad de esta pregunta. Por supuesto este trabajo es indispensable (como los Missing Maps que establecen Médicos sin Fronteras o el recuento de tantas otras geografías del dolor). Pero, el resultado de estos esfuerzos, incluso su “éxito”, por parcial que se revele, a pesar de lo decisivo de lo que significan, dejan fuera lo que justamente hay que pensar: las modalidades plurales de producción ordinaria de desaparecidos en las sociedades modernas.
Si Desaparecidos ha hecho manifiestamente una buena parte de su recorrido intelectual en compañía de una cierta tesis biopolítica sobre la modernidad, el horizonte que abre es muy distinto. Sí, es posible ver detrás de la diversidad de situaciones analizadas una gestión de la vida y de la muerte, pero también es imperativo reconocer el desinterés, la desprotección, las intemperies generalizadas de las existencias. La crítica de la civilización moderna que instituye Gabriel Gatti es bifronte: un requisitorio contra la protección y la desprotección. Dos formas distintas de producir desaparecidos; un estatuto común de existencia. Imposible no pensar en Malraux y su comprensión de la relación de los modernos con la vida: nada vale más que la vida, pero la vida no vale nada.
Desaparecidos y desaparición, son otra modalidad de expresión de lo que valora nuestra época: la vida, la identidad, el reconocimiento
Desaparecidos no cuestiona que la vida sea el valor supremo de las sociedades modernas, decortica su política bifronte ante la vida. Desaparecidos y desaparición, son otra modalidad de expresión de lo que valora nuestra época: la vida, la identidad, el reconocimiento. Vidas e identidades que solo se reconocen cuando y como desaparecidas.
Gabriel Gatti ha escrito un libro humanamente conmovedor y profundamente sociológico. El talento de su escritura permitirá que el libro se abra a un público amplio. Pero que el lector no se equivoque: escrito en primera persona, sin jamás ocultar sus sentimientos (desde el estómago, dice el autor), en ningún momento el texto cede a una complacencia narcisista. El retorno sobre sí está siempre meticulosamente controlado por el pudor; el autor solo acepta develar lo que juzga indispensable para el buen entendimiento de su proyecto. Es en este sentido que las reflexiones autobiográficas y las sensaciones personales transmitidas no son nunca meros pasajes voyeristas –forman parte del particular proceso de administración de la prueba, o sea del trabajo de invención de la noción de desaparecidos–. Que tampoco se equivoque por eso el lector: el libro no tiene una composición barroca o posmoderna, no se trata tanto de dejar entrever las bambalinas etnográficas de la investigación, cuanto asociarlo al proceso –a la aventura– de construcción de una noción.
La aventura de una noción: en su trama analítica, es una obra espléndida porque realiza la proeza de reunir lo que parecía radicalmente diferente, porque nos embarca no en una genealogía, sino en el viaje de una palabra que se volvió lema, categoría, que no tiene que ser necesariamente concepto, pero que aspira ser una de las grandes nociones críticas de la modernidad. Una crítica que sobrepasa la tesis de la faz sombría (el mal radical como mera anomalía de la modernidad), pero que también desborda la crítica de la modernidad como un modelo constructor de monstruos a través de la intervención estatal, la jardinería institucional, la inclusión, incluso los derechos. Lo que el libro cartografía es la realidad de un mundo que escapa a la inteligencia de estas solas miradas. Para comprender nuestra época, Gatti nos convence de que es preciso tensar la crítica biopolítica dominante con la noción-herramienta de los desaparecidos.
Si la política –la Polis– es un lugar de enunciación, de inteligibilidad y de aparición, Desaparecidos es un libro eminente y rabiosamente político. Un gran libro político.
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Danilo Martuccelli es sociólogo, profesor titular en la Universidad Paris Descartes (USPC), miembro del Institut Universitaire de France e investigador en el Cerlis-CNRS.
Desaparecidos. Cartografías del abandono ha sido publicado por Turner Publicaciones, Madrid, 2022 (236 páginas).
Existen muchas maneras de leer el libro Desaparecidos. Cartografías del abandono de Gabriel Gatti. No solo porque se dirige a varios tipos de lectores, sino sobre todo porque es posible destacar en él dimensiones distintas: un testimonio personal, un conjunto de estudios etnográficos colaborativos, una...
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