PRE-TEXTOS PARA PENSAR
Sonámbulos capitalistas
Mientras nos ciegue el cálculo y las cifras, muchos seguirán corriendo tras el delirio de una posesión ensimismada
Liliana David 16/06/2022
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¿Cuántas veces no les ha pasado por la cabeza, señoras y señores, la idea de que, en la sonrisa de un político, capturada en una fotografía o en un cartel propagandístico, se oculta una severa serie de infamias y bajezas? No sé si alguno de ustedes ha pensado en ello, pero no me abandona esta cuestión desde que comencé la lectura de la novela Los sonámbulos, de Hermann Broch, de la que ya les había empezado a hablar en la ocasión anterior, y no por capricho, sino porque la obra es una trilogía, en la que cada parte es, desde luego, digna de atención y retención. Por otro lado, ¡cómo no reparar en la verdad que nos arroja esta inmensa obra literaria, cuando intuimos que nos hemos ido instalando en un estado crónico de sonambulismo! Esto lo podemos fácilmente constatar al ver cómo el absurdo se encarna y nos invade; por ejemplo, en la sensación de no saber a dónde escapar ante toda la porquería que nos rodea por todas partes. Porque, en verdad, hay muchas situaciones que están ocurriendo en el mundo y que son absolutamente nauseabundas, empezando, desde luego, por la política actual. Pero ¿es que acaso los políticos que sonríen llanamente imaginan vivir en otro mundo paralelo al nuestro o simplemente desean seguir ocultando, tras esa falsa careta, que ya no les queda ningún escrúpulo?
En realidad, como diría Esch, el protagonista de la novela, hay seres humanos a los que ya se les ha corrompido hasta el alma y que por ello no creen realmente en nada de lo que dicen ni tampoco de lo que hacen. Instalados en una mecánica forma de proceder, como sonámbulos, a esos seres les da exactamente igual el estar un día arriba y otro abajo, desplazarse de derecha a izquierda o de izquierda a derecha: son criaturas advenedizas que ocupan un lugar en el mundo desde el que actúan sin ninguna clase de principios ni conciencia, si es que alguna vez la tuvieron. De manera que queda claro, señoras y señores, que ante las posibles convicciones con las que eventualmente hayan pretendido convencernos, su labor de negociantes supera cualesquiera de las que hayan sido sus mejores intenciones pasadas. Cada uno de estos repugnantes seres participa de una comunidad de farsantes llena de mala voluntad y cuya susodicha maldad hunde al mundo bajo un enorme océano de fango, propagando un modo de vida, hoy desgraciadamente sistematizado, que supone la explotación del planeta y la destrucción de la vida. Sin duda, se trata de una manera de ver el mundo que abarca la esfera de lo político, lo sociocultural, lo ideológico o lo económico, y que ha malbaratado la existencia convirtiéndola en un gigantesco negocio.
Hoy el capitalismo prevalece como un gran mercado de la vida. La imposición de su oscura legalidad hace que convivamos, a veces sin percatarnos, con hombres y mujeres que son simplemente devota carne de especulación. Pero no sólo convivimos con esa clase de seres, sino con aquellos otros que los alaban y admiran por su calculada sonrisa y su técnica simpatía. La penosa confabulación de unos y otros ha logrado que los infames mercachifles de la política en venta también perpetúen en el presente este escenario indeseable: el que enmarca nuestras agobiadas existencias. Sabemos, además, que el tipo de capitalismo instaurado en nuestros días a diestra y siniestra, sigue cobrando víctimas en todo el mundo, pues cada vez son más los millones de personas que padecen su mal, viéndose obligados a presenciar cómo destruyen sus formas de vida o cómo los condenan a perder sus trabajos si no están dispuestos a traicionar su honestidad, y a veces incluso haciéndolo. Ya pocos quedan, pues, a los que no se les pueda tachar de cerdos capitalistas, como los llama el propio Broch. Pero, ¿cerdos por qué? Porque no se puede tener y mantener un lugar privilegiado en el capitalismo sin haberse ensuciado hasta la médula. Así es posible imaginarlo y, desde luego, así nos lo demuestra la sabia literatura.
La narración de Herman Broch, en esta larga obra, va desvelando a sus lectores cómo las cosas comenzaron a torcerse a comienzos del siglo XX, dando origen a una larga noche que lleva ya más de cien años con nosotros. Actualmente, seguimos penetrando en aquellas tinieblas, sin saber en qué día volverá la luz de una renovada inocencia, o si lo hará alguna vez. Mientras nos ciegue el cálculo y las cifras, muchos seguirán corriendo tras el delirio de una posesión ensimismada. En esa loca carrera por la victoria o el éxito, muchos más seguirán muriendo, simbólica o materialmente, víctimas de una comunidad que ha reducido al mundo a un interminable negocio de suma cero. Muy pocos quedarán que puedan distinguir el vivir del mero sobrevivir. Ante una situación semejante, créanme si les digo que el menor de nuestros daños estará en fundir la realidad con la literatura. Al contrario, tal vez sólo sea ahí que hallemos una esperanza de revivir.
¿Cuántas veces no les ha pasado por la cabeza, señoras y señores, la idea de que, en la sonrisa de un político, capturada en una fotografía o en un cartel propagandístico, se oculta una severa serie de infamias y bajezas? No sé si alguno de ustedes ha pensado en ello, pero no me abandona esta cuestión desde que...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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