A las puertas del 19J
Reivindicar lo andaluz es reivindicar la democracia
Frente a la crisis económica, la pobreza sobrevenida y la amenaza de la guerra, el sentimiento andaluz ofrece una base sólida a la que agarrarse colectivamente. La bandera andaluza es la bandera de los derechos humanos
Joaquín Urías 17/06/2022
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La identidad personal es uno de los sentimientos más emotivos y, por tanto, irracionales posibles. El convencimiento de pertenecer a un colectivo no surge como resultado de una decisión meditada sino que sale directamente de las tripas. Por eso es terreno propicio para la sublimación de los instintos más bajos y más altos. El sentimiento nacional se construye siempre sobre el orgullo. El orgullo de haber nacido en determinado lugar. La mayor parte de la población del planeta está convencida de haber visto la luz en el mejor sitio posible del mundo. Esa identidad resulta útil para reforzar los lazos colectivos y permite crecer como sociedad cohesionada. Al mismo tiempo, también puede aparecer como criterio excluyente y discriminador hacia los inferiores que no pertenecen al pueblo elegido.
España vive un momento de efervescencia identitaria. En Cataluña es especialmente agudo a partir de la sentencia que anuló el Estatut y cristalizó en lo que se ha llamado el procés. Ese estallido catalán provocó inseguridad en muchos españoles que –pese al profundo rechazo que sienten por todo lo catalán– vieron su patria amenazada por la posible segregación de su esquina nororiental. Las banderas rojigualdas que inundaron terrazas en muchos barrios eran una forma de conjurar el miedo rebuscando en lo español. Precisamente Vox crece en la cresta de esa ola de nacionalismo español que recupera la épica franquista de la reconquista, el imperio y los tercios de Flandes. Es simplón, pero llega en el momento justo.
Vox no discute de economía ni de políticas sociales, porque si lo hiciera casi nadie los votaría
La crisis no hace más que acentuar la tendencia. En momentos de incertidumbre económica y social, con amenazas de hambrunas y guerras, tiene cierta lógica refugiarse en lo permanente y seguro. Sobre todo si, como el nacionalismo, contribuye a subirte la estima. En contra de lo que suele decirse, el nacionalismo no es intrínsecamente malo. La nación es la forma primitiva en la que las comunidades humanas pueden desarrollar el sentimiento de pertenencia imprescindible para la cohesión social.
Un buen ejemplo de nacionalismo basado en esos valores es el andaluz. A partir de la aceptación de que es andaluz todo el que ha nacido, vive o trabaja en Andalucía, el sentimiento nacional de esta tierra ha estado siempre orientado al bien común. Se construye como un humanismo en el que la tierra, las costumbres y el paisaje son sólo el marco para la emancipación colectiva. La bandera blanquiverde se levanta para combatir la pobreza en todas sus manifestaciones: la miseria en el campo y los barrios marginales, la emigración, el desempleo estructural, la explotación de los más débiles. El objetivo del orgullo nacional andaluz no es excluir a nadie, sino avanzar colectivamente hacia un mundo mejor y más igualitario.
Aunque no todos los nacionalismos son iguales. La ultraderecha aprovecha de esta búsqueda de la identidad para explotar los miedos más ancestrales. Construye la idea de “el español” mediante la contraposición con el extranjero, al que presenta como una amenaza. Provoca la xenofobia enfrentando a los humildes con los más humildes. En la narrativa fantástica de la ultraderecha, el inmigrante viene a robar el trabajo de los españoles y a violar a sus mujeres. En vez de ofrecer un horizonte colectivo de emancipación, Vox manipula la rabia de quienes no llegan a fin de mes y la orienta hacia un enemigo falso: los más débiles. Así, quien se sienta español encontrará desahogo frente a sus males sintiéndose víctima de una injusticia: un pueblo noble, católico y de tradición heroica, amenazado por la invasión injustificada de los codiciosos africanos, dispuestos a robarles lo conseguido durante siglos.
La bandera blanquiverde es símbolo de una sociedad abierta y esperanza de un mundo mejor basado en la solidaridad
No se trata sólo de que sea más fácil unir a través del odio que construyendo solidaridad. Además la ultraderecha usa el miedo al más débil para desviar la atención de los auténticos explotadores. Echan la culpa al de abajo para que nadie mire al de arriba. Tras el españolismo xenófobo y antifeminista de la formación de Abascal hay una estrategia para defender los intereses de los más ricos. Con la bandera española tapan a quienes se enriquecen despiadadamente a costa de los demás: si el comisionista que cobra millones por hacer de intermediario o el empresario que contrata a sus trabajadores por menos horas de las que trabajan son españoles, no son culpables de nuestra pobreza. La culpa es del inmigrante que se desloma en los campos de fresa haciendo trabajos inhumanos que ningún español acepta, o del homosexual que se atreve a salir del armario. Los peores impulsos identitarios son así: apelando a los sentimientos épicos, ocultan la realidad y provocan un miedo irracional, propio de los cuentos infantiles que, por su simplicidad, calan en una población agraviada y sufriente.
Son muchos los indicios de que está renaciendo con fuerza ese andalucismo humano de siempre. Como dice algún politólogo, a base de aprender a tocar con la flauta el himno de Andalucía y desayunar en el cole molletes de Antequera con aceite de oliva, las generaciones jóvenes están cada vez más orgullosas de su tierra. La homogeneización de las manifestaciones culturales propias como el carnaval, la semana santa o las ferias, aunque supone una pérdida irreparable de diversidad, también está ayudando a forjar un nuevo sentimiento colectivo en toda la bética. Es la juventud la que no tolera ya que en los medios españoles se ridiculice nuestro precioso acento. Y la que salta como un resorte ante los ignorantes que sacan a pasear los tópicos deleznables de la vagancia, la gracia y el paternalismo.
Frente a la crisis económica, la pobreza sobrevenida y la amenaza de la guerra, el sentimiento andaluz ofrece una base sólida a la que agarrarse colectivamente. La bandera andaluza es la bandera de los derechos humanos. Es la que se levanta en los desahucios, en las huelgas de los trabajadores de Cádiz o Jaén y en las protestas de los bomberos forestales precarios o de las trabajadoras del hogar. La bandera blanquiverde es símbolo de una sociedad abierta y esperanza de un mundo mejor basado en la solidaridad.
El partido de Abascal no utiliza la bandera española como símbolo en el que todos quepamos, sino como estandarte frente a feministas, musulmanes y homosexuales
Todos los partidos políticos democráticos son conscientes de este imparable renacer del orgullo andaluz. Ante las elecciones autonómicas, todos se envuelven en su bandera y exigen el fin de la enorme fractura que separa los indicadores de progreso andaluces de los españoles. El problema son los otros partidos. El ultranacionalismo español en el que se arropan se construye desde el rechazo a toda otra manifestación identitaria. Vox nace del odio hacia Cataluña y, para mantenerse, debe negar cualquier sentimiento nacional. Catalán, vasco o andaluz.
El partido de Abascal y Olona no utiliza la bandera española como símbolo en el que todos quepamos con comodidad, sino como estandarte guerrero frente a catalanes, feministas, musulmanes y homosexuales. Convierte la rojigualda en insignia de un ideario político agresivo, que desprecia los derechos humanos y persigue al diferente. Ha convertido el nacionalismo español en un arma de guerra y prostituye la idea misma de España, que deja de ser la patria común integrada por diversos territorios y nacionalidades de la que habla la Constitución.
Este movimiento neofascista introduce una dinámica de confrontación en la que la enseña española es la antítesis del sentido incluyente, abierto y solidario de lo andaluz. Ha conseguido que las elecciones autonómicas andaluzas se desarrollen en el terreno de la identidad colectiva donde priman los sentimientos ajenos más viscerales. Vox no discute de economía ni de políticas sociales, porque si lo hiciera casi nadie los votaría: están en contra de los ERTE, de las pensiones públicas, del salario mínimo y hasta de la sanidad universal. En vez de ello, agitan banderas para sacar réditos del nacionalismo más excluyente.
En estas elecciones, la reivindicación de lo andaluz es la manera de reivindicar también la democracia. La bandera blanquiverde es refugio del humanismo y el himno de Andalucía una marsellesa sentida. Cada vez que en un teatro, en la calle, en un aula o un estadio, los andaluces se ponen de pie y cantan a coro el himno de Andalucía están plantándole cara al fascismo de la mejor manera posible. Con el orgullo de un pueblo tolerante, abierto y solidario. Frente a la amenaza del autoritarismo y el odio, nos queda Andalucía.
La identidad personal es uno de los sentimientos más emotivos y, por tanto, irracionales posibles. El convencimiento de pertenecer a un colectivo no surge como resultado de una decisión meditada sino que sale directamente de las tripas. Por eso es terreno propicio para la sublimación de los instintos más bajos y...
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Joaquín Urías
Es profesor de Derecho Constitucional. Exletrado del Tribunal Constitucional.
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