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En Fort Apache un recluta recibe su primera instrucción para montar a caballo. Mientras el resto de novatos intenta montar su silla, él marcha a galope a un punto indeterminado del desierto, con la felicidad y la libertad en el rostro de la persona que hace tiempo que no cabalga. Va tan rápido que su gorra se la lleva el viento y la velocidad. Al volver, saluda al sargento que le está instruyendo: “Mi sargento”, dice, “he perdido mi gorra yankee”. Esta escena sencilla y divertida es la esencia, el sello, de una película de John Ford. Una persona, sin apenas darle importancia, dice algo que explica su pasado y, con él, toda su vida. En este caso, un recluta confiesa que es un veterano, que ya ha sido soldado en otro ejército, que perdió, que lo perdió todo, por lo que no tiene nada que perder. De hecho, cualquier película de Ford tiende a ser eso. La reconstrucción del pasado de una persona. Ya desde La Diligencia, un viaje en el que varias personas dejan caer trozos de su pasado, mientras el espectador cree asistir a un western. En Un hombre tranquilo, la película más extraña de Ford, el personaje principal es presentado no ya a partir de su propio pasado, que será determinante para la acción, sino del de su abuelo. Recién llegado a Irlanda, al pueblo de sus antepasados, un cura católico, al reconocerle le dice: “¡Sean Thornton! Tu padre era un buen hombre. Y a tu abuelo también lo ahorcaron en Australia”. En Centauros del Desierto, un hombre solitario busca por todo el territorio indio a su sobrina, raptada por los comanches. Necesita encontrarla para recuperar su paz. Lo hace junto a un joven mestizo, al que el hombre odia, y que, gracias al vertido del pasado que cala la película, sabemos que es su propio hijo. Sabemos también que el hombre nunca estará en paz, pues odia a su propio hijo. Creo que solo hay una gran película de Ford en la que el pasado no es el verdadero protagonista. Es El hombre que mató a Liberty Valance. Y eso sucede porque los personajes son jóvenes, y no tienen pasado alguno. La película es precisamente eso: la construcción del pasado por parte de una pareja. Solo poseen ese pasado al principio y al final de la película, cuando los personajes recuerdan desde otra época. Y no es agradable. El pasado de las parejas no siempre es agradable. En ocasiones, como es el caso, las parejas se erigen sobre una suerte de crimen. El interés común.
El arte es el ritmo de las referencias. Por eso crea felicidad y perplejidad reconocer el arte en Ford, a partir de pequeños secretos que deslizan los personajes sobre sí mismos, y que hacen entender que lo que hacen transcurre en otro sitio, en el que se crea el sentido de lo que, precisamente, están haciendo. En el pasado. Es hermoso lo que hace Ford. Sabemos que es hermoso porque no es frecuente. Por ejemplo, no sucede en la vida.
La vida carece de ritmo. Incluso el paso del tiempo, crecer, envejecer, la esencia estricta de la vida, carece de ritmo alguno. Y, cuando una persona deja caer un dato importante sobre su pasado, por lo general no es un premio, una recompensa, sino un accidente, un lapsus indeseado. No reconforta, ni te permite entender nada. Hasta que, pasado el tiempo comprendes que, en efecto, asististe a ver a una persona dotándose de sentido. Y que fue preferible no haberlo visto. En Ford el sentido del pasado es un prodigio emocionante, pero en la vida es, tal vez, una de las peores experiencias a las que puedes asistir: ver que todos los límites que una persona se impuso para que un indicio no saliera a la luz, fueron inútiles. Ver el pasado de alguien. El pasado, en el arte, es maravilloso. Solo en el arte.
En Fort Apache un recluta recibe su primera instrucción para montar a caballo. Mientras el resto de novatos intenta montar su silla, él marcha a galope a un punto indeterminado del desierto, con la felicidad y la libertad en el rostro de la persona que hace tiempo que no cabalga. Va tan rápido que su...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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