el discurso en los medios
Caos climático (y exceso de Esperanzas y Mbappés)
Ante la sucesión de catástrofes climáticas, nos seguimos encontrando embarrados en un lodazal mediático en el que se contraponen las opiniones de expertos con las de políticos negacionistas
Juan Bordera 6/09/2022
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Vivimos tiempos (y sobre todo climas) de contrastes aterradores. Mientras Pakistán sufre las peores inundaciones de su historia reciente –más de un tercio del país está bajo el agua y ya cuentan más de 1.200 fallecidos– Europa está padeciendo la peor sequía en 500 años y una serie de olas de calor que se solapan sin dejar apenas tiempo para un breve respiro. La ola de calor en China también ha sido como la europea, histórica. La más larga desde que existen registros. La falta de agua amenaza las cosechas y la producción de bienes. Incluso de la propia producción de energía, al afectar al sector hidroeléctrico. Y al mismo tiempo, unos millonarios malcriados se ríen siquiera de la posibilidad de no usar el avión privado en un trayecto corto que se haría en 2 horas en tren. Gracias Mbappé. Gracias Galtier. Tened cuidado, en Francia ya sabemos que unas declaraciones a destiempo pueden cambiar muchas cosas muy rápido. Igual es justo lo que necesitamos, más como vosotros. Gracias.
En Alemania, el Rin ya no es tan fácilmente navegable, lo cual afecta al transporte de materias primas y mercancías. En República Checa, han quedado al descubierto las piedras del hambre. “Si me ves, llora”, reza una de esas rocas, cuyas inscripciones fueron realizadas en tiempos en los que las sequías eran un factor todavía más decisivo que ahora. Pero mal haríamos si ignorásemos todas estas señales que apuntan a algo que hace mucho tiempo que se viene advirtiendo desde el consenso científico: la estabilidad climática que permitió el florecimiento de las civilizaciones contemporáneas se está acabando.
La estabilidad climática que permitió el florecimiento de las civilizaciones contemporáneas se está acabando
En España, más allá del ahogo que produce vivir entre ola de calor y ola de calor, también estamos viendo signos que apuntan en esta dirección: proyectiles de hielo más grandes que pelotas de tenis durante una tormenta en el Baix Empordà que han causado una víctima mortal –¿de qué tamaño necesitamos que sean para reaccionar?–; el Mediterráneo hirviendo a temperaturas fuera de toda lógica, no esperadas hasta décadas después por los modelos más pesimistas; los bosques ardiendo como nunca; Doñana seca, afectada por el calor sofocante y por las malas políticas que amparan más a los campos de golf y a los pozos ilegales; y ahora Danielle, una tormenta que amenaza con llegar desde el Atlántico en forma de huracán. Mientras escribo es una incógnita si tocará costas españolas y si lo hará en forma de ciclón o huracán, pero esto no es lo más importante. No sería el primero que lo logra, si finalmente golpea la Península, pero sí está marcando el comienzo de un fenómeno muy preocupante: una nueva ruta de huracanes parece estar creándose en latitudes más altas de las habituales. La frecuencia de estos eventos está aumentando proporcionalmente al aumento de temperatura en la superficie del Atlántico Norte, que ha sido de 1,5°C desde 1870.
Ante esta sucesión de catástrofes climáticas, con un innegable carácter creciente, una de las polémicas recientes se ha producido porque en un programa de televisión han contrapuesto la opinión de un divulgador medioambiental, Javier Peña, contra la de Esperanza Aguirre y Fran Hervías, dos políticos que han demostrado –una vez más– que no tienen ni idea de lo que hablan. Los argumentos de Hervías son tan ridículos, y ya analizados, que no tiene sentido dedicarles más que unas pocas líneas. Así que, aunque sea muy burdo, vayamos con ellas: Hervías razona con el clásico argumento troglodita “el cambio climático ha ocurrido siempre”. Y los incendios también, señor Hervías: hay incendios naturales desde antes de que el homo que se autodenomina Sapiens existiera, y también existen incendios provocados desde que el ser humano puebla la Tierra.
Con los cambios climáticos ocurre lo mismo: por supuesto que han existido siempre, provocados por factores naturales como las variaciones orbitales que determinaban el balance radiativo de la Tierra, y por supuesto que de este que estamos empezando a sufrir las consecuencias, el responsable son las enormes emisiones antropogénicas. No hay duda científica al respecto, desde hace décadas. Ni las petroleras que escondieron los datos y financiaron al negacionismo climático –mil millones de dólares anuales sólo en Estados Unidos en la pasada década– dudaban de ello ya en los años setenta. Respecto a lo que aún se duda –legítima– es sobre si Einstein tenía razón y la estupidez humana es la única cosa que puede crecer infinitamente en nuestro universo –y además ser promovida por los medios de “comunicación” de masas–.
Al menos Esperanza Aguirre reconoce que no tiene ni idea sobre este tema en pleno directo y nos ahorra las consecuentes líneas de contraargumentaciones.
Es imprescindible que se depuren responsabilidades para que voces tan dañinas no puedan propagar bulos y mentiras sobre temas tan cruciales
Que estando cercanos al punto de no retorno climático –en el mejor de los casos– aún tengamos que estar embarrados en estos lodazales mediáticos, no augura buenas perspectivas respecto a una respuesta adecuada a tiempo. Es imprescindible que se depuren responsabilidades para que voces tan dañinas no puedan propagar bulos y mentiras sobre temas tan cruciales. Es ineludible que desde los medios de comunicación se eduque al respecto de los retos más importantes de nuestra época si queremos mitigar su efecto, pero se hace justo lo contrario: se confunde, se manipula, tratando de equiparar el consenso científico con opiniones de cuñado de bar ebrio.
De hecho, aún estamos siendo demasiado blandos, demasiado “optimistas”. Si el panorama es terrorífico para esta generación, imagínense para las siguientes. Como este estudio científico ya apuntó hace unos años, los mensajes cargados de esperanza tienen un efecto paralizante –aunque curiosamente se acuse de lo mismo a los excesivamente pesimistas–. Nos sobran falsas esperanzas, de todos los tipos. Y nos falta rabia creativa.
Deberíamos agradecer que el cambio climático sea un fenómeno no lineal. Ello nos permite anticipar las tendencias de manera palpable y los últimos avisos deberían ser tomados como los últimos para reaccionar, porque efectivamente lo son. Todos somos canarios en una mina llena de gas con potencial letal. Por eso a algunos de esos canarios nos da por cantar con más fuerza y optamos por la desobediencia civil. Más legítima que nunca en tiempos de extinción como los nuestros.
En realidad, la respuesta al debate sobre cómo comunicar la problemática es fácil, si te diagnostican un cáncer –el caos climático es algo así de grave– ¿acaso querrías un médico que te dijera que saldrás adelante si crees que puedes, o que te tomes cualquier placebo y todo saldrá bien? No. Querrías un médico que te diagnostique lo que padeces, sin miramientos, y que te recete lo que sea que pueda ser efectivo.
Quizá ahora necesitemos algo así. Algo lo suficientemente realista para no caer en falsas soluciones que nos hagan perder un tiempo que no tenemos, algo lo suficientemente ilusionante como para no tener dudas a la hora de empezar a caminar. Ya lo sintetizó cristalinamente Naomi Klein: el miedo solo paraliza si no sabes hacia dónde tienes que correr.
Así que, hablando de recetas apropiadas hacia las que correr, volvamos al sur global, a Colombia y a Pakistán: en Colombia los decrecentistas nos estamos llevando una grata sorpresa por la claridad con la que el presidente Gustavo Petro está haciendo campaña sobre la teoría económica del decrecimiento a raíz de unas declaraciones de su ministra de Energía y Minas, Irene Vélez.
Aquí, que tenemos mucho más que aprender y aplicar a ese respecto, seguimos anclados al chuletón imbatible y al crecimiento como mantra de un dogma de fe que se resquebraja a marchas forzadas –con cronistas ilustres del Fin de la abundancia, como Macron–, principalmente por la crisis energética y de suministros.
Para acabar, la desgracia de Pakistán –un país responsable de menos del 1% de las emisiones– debería servir para que comprendiésemos algo: no habrá solución posible que no tenga en cuenta los desequilibrios económicos y de responsabilidades. La deuda de los países del Sur debe ser cancelada para que puedan librarse de los grilletes que los encadenan al extractivismo y al desarrollo insostenible. Ahí destaca la propuesta de la campaña Deuda X clima, que plantea un camino que necesitamos recorrer para acabar con el neocolonialismo económico. Sin lograr eso, será muy complicado lograr una transición justa.
No podemos acostumbrarnos e insensibilizarnos ante los desastres. No hay banderas de Pakistán colgadas de los balcones de los ayuntamientos, ni de los perfiles en redes sociales. Parece que nadie es Pakistán. Quizá lo que hay que comprender es que o reaccionamos de manera coordinada, o pronto todos lo seremos.
Vivimos tiempos (y sobre todo climas) de contrastes aterradores. Mientras Pakistán sufre las peores inundaciones de su historia reciente –más de un tercio del país está bajo el agua y ya cuentan más de 1.200 fallecidos– Europa está padeciendo la peor sequía en 500 años y una serie de olas de calor que se solapan...
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Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.
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