ARGENTINA
Cristina Fernández, blanco de los discursos de odio
Pocos días después de que casi le vuelen la cabeza a la vicepresidenta, el frente opositor profundiza la estrategia de invertir la carga de sentido. Incluso ante evidencias tan pornográficamente explícitas como una pistola captada en vivo
Emiliano Gullo 16/09/2022
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Estuvo armado, fue un montaje. Habría sido un atentado, todavía hay cosas que no cierran. Un saludo al héroe que casi hace justicia, lástima que le erró. El odio también lo genera el peronismo, todos son responsables. El estupor social y la solidaridad de los opositores –políticos, civiles y mediáticos– por el intento de asesinato de la vicepresidenta Cristina Fernández resistieron apenas un fin de semana. Fernando Sabag Montiel no logró matarla, pero su ejercicio de magnicidio dejó expuesto el andamiaje de una democracia financiera que no solo bombea pobres a presión, sino que, ahora, legítima condiciones para una violencia inédita en la Argentina.
“Dentro de la democracia, todo; afuera, nada”, dice un analista invitado en un programa político. La frase suena como alarma: cuidado, este sistema de convivencia se está por quebrar. Algo de eso también retumbó en muchas personas que no podían creer lo que estaban viendo, en vivo y en horario de prime time. Un magnicidio en alta definición, el primero en la historia. El cuadro por cuadro lejano y borroso del asesinato de John Kennedy hubiera quedado como una filmación casera estilo cazadores de Ovnis frente a este primerísimo primer plano en HD con la Bersa calibre 32 a centímetros de la frente de Cristina Fernández.
Después del ejercicio de magnicidio, un concepto emergió en la discusión pública: discursos de odio. Es decir, la propaganda fascista reproducida dentro de la democracia
La democracia está en peligro fue la consigna implícita en la Plaza de Mayo durante la movilización de unas 300.000 personas para repudiar el ataque. Otros prefirieron hablar de límites. “Con esto se pasó un límite”. No, contestaron otros. “El límite se pasó hace rato”. La mayoría de las y los militantes y no militantes que se acercaron a la plaza coincidieron en que el ataque fue conmocionante pero que, en un punto, no los sorprendió. La historia reciente sostiene ese argumento.
Desde que asumió la primera de sus dos presidencias (2007-2011/2011-2015), la actual vicepresidenta se encuentra bajo un asedio mediático-judicial que se agudizó desde la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019) y ahora –con el actual juicio en curso– encuentra la cima de su expresión. La connivencia entre el fiscal que la acusa y el juez que la juzga hace prever el evidente desenlace de esa instancia.
Una parte de la población, permeable al sentido común construido por la maquinaria mediática. Otra parte de la población, ideológicamente opuesta a Fernández. Todos levantan la misma bandera. “Que la chorra (ladrona) vaya presa”. En el último tiempo se multiplicaron las amenazas de muerte contra la vicepresidenta, transmitidas en vivo por los canales de televisión públicamente enemistados con el proyecto kirchnerista o el actual Frente de Todos. También los escraches y las performances con ataúdes y muñecos de muertos, carteles con una horca; siempre con la figura de Cristina Fernández o con su nombre estampado y seguido por “RIP”.
En el último tiempo se multiplicaron las amenazas de muerte contra la vicepresidenta, transmitidas por las televisiones enemistados con el proyecto kirchnerista
Después del ejercicio de magnicidio –jueves 2 de septiembre–, un concepto emergió en la palestra de la discusión pública: discursos de odio. Esto –el magnicidio fallido– sería producto de los discursos de odio. Es decir, la propaganda fascista, violenta, reproducida dentro del sistema democrático. Tres días después, el 5 de septiembre, la policía bonaerense detuvo a un hombre que había festejado por las redes sociales el intento de asesinato. En un vídeo en el que felicita a Sabag Montiel, el detenido dice: “La democracia está siendo pisoteada cuando vos no tenés derecho a postear lo que querés porque cuestionás la ideología de género”.
Al mismo tiempo, el gobierno nacional se ve obligado a aclarar públicamente que no va a impulsar ninguna ley para controlar o auditar los discursos que aparezcan en los medios de comunicación. Incluidos los discursos de odio. Otra vez. Dentro de la democracia, todo. ¿Todo?
Pero entonces ¿no era ese sistema democrático el que estaba en peligro? Será, quizá, que este sistema democrático no solo no está en peligro, sino que posibilita y legitima –y se alimenta– de nuevas formas de violencia. Un sistema democrático financiero que engorda a base de una cuidadosa dieta de exclusión y manipulación. La Banda de los Copitos, como se conoció a los amigos de Sabag Montiel, no quería tomar el poder. No quería eliminar las elecciones libres e instaurar una dictadura militar. Sabag Montiel quería eliminar a una persona en particular, quería eliminar a la dirigente argentina más importante del siglo XXI. El mismo objetivo que amplificaron los canales de televisión opositores y la dirigencia política con sede en la Ciudad de Buenos Aires.
En nombre de esa democracia se han bombardeado países, se ha torturado, se han puesto bombas, se ha perseguido militantes. Según la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), desde la vuelta de la democracia (1983) hubo más de 8.000 personas asesinadas a manos de las fuerzas de seguridad.
Según la CORREPI, desde la vuelta de la democracia (1983) hubo más de 8.000 personas asesinadas a manos de las fuerzas de seguridad
Después de repudiar el atentado, Horacio Rodríguez Larreta, jefe del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y uno de los candidatos naturales de la derecha a las próximas presidenciales, dijo: “El kirchnerismo intenta distraer y propone una ley mordaza. Con el argumento de que la culpa de todo lo que pasa es del periodismo, la justicia y la oposición, buscan controlar la libertad de expresión. No lo vamos a permitir”. Su contrincante en el mismo partido, Patricia Bullrich, había profundizado la escalada de violencia al no repudiar el intento de asesinato. Un legislador de su bando había pedido “pena de muerte para Cristina”.
Pocos días después de que casi le vuelen la cabeza a la vicepresidenta, el frente opositor –derecha de centro, derecha nazi, derecha liberal– profundiza la estrategia de invertir la carga de sentido. Incluso ante evidencias tan pornográficamente explícitas como una pistola captada en vivo.
La estrategia del jefe comunal –y del resto de la oposición– coincide con un sketch que por estos días volvió a circular: un vídeo de humor político español donde se parodia un campo de concentración nazi. Un oficial alemán repasa la fila de los prisioneros y los insulta. Uno de ellos, responde:
– Cerdo nazi.
El oficial alemán se indigna.
– ¿Cómo se atreve? Porque milito en un ejército nazi, llevo un uniforme nazi, y de vez en cuando me comporto como nazi. ¿Solo por eso soy un nazi? Eso se llama prejuicio, porque si hay aquí un nazi es usted.
Estuvo armado, fue un montaje. Habría sido un atentado, todavía hay cosas que no cierran. Un saludo al héroe que casi hace justicia, lástima que le erró. El odio también lo genera el peronismo, todos son responsables. El estupor social y la solidaridad de los opositores –políticos, civiles y mediáticos– por el...
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