1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

el funeral

La noche en la que arriesgué mi vida por la reina

Tras nueve horas de cola, conseguí desfilar ante el catafalco de Isabel II a las cuatro de la madrugada pero no logré levitar

Walter Oppenheimer 16/09/2022

<p>Cola en un puente sobre el Támesis para asistir al velatorio de Isabel II en Westmister Hall (Londres).</p>

Cola en un puente sobre el Támesis para asistir al velatorio de Isabel II en Westmister Hall (Londres).

Behind the News / Youtube

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

El problema de residir en una ciudad que está viviendo un hecho histórico es que le entran ganas a uno de ser parte de esa historia. Ese es el ánimo que me llevaba en volandas el martes 13 de septiembre (sí, martes y 13) cuando decidí acercarme al palacio de Buckingham y fundirme con el pueblo británico, que llora desde el 8 de septiembre la muerte de Isabel II, la monarca más longeva de la Historia tras 70 años en el trono. ¿De la Historia? Bueno, no: los franceses, como tantas veces, han estropeado un poco la fiesta porque Luis XIV reinó durante 72 años. Eso sí, el rey Sol hizo un poco de trampa porque ya era rey a los cinco años mientras que Isabel tuvo que esperar hasta haber cumplido los 26. 

Mi fusión con la Historia fue un poco decepcionante. Había mucha gente, pero tampoco tanta. Lo que convirtió el paseo en larga cabalgata fueron las técnicas de manejo del movimiento de las masas de la policía británica, que consisten fundamentalmente en obligar a esas masas a dar inmensos rodeos mientras caminan casi en fila india. Resultado: llegas al palacio de Buckingham sin apreturas, te haces unas selfis que enseguida descubres que son horribles y sigues el paseo que ha decidido por ti la policía y que te lleva a Green Park, reservado en buena parte para las ofrendas florales. Aquí chispea ligeramente, lo que contribuye al ambiente de sereno recogimiento que requiere la ocasión y mejora el romanticismo de fotos y vídeos gracias a los tapices multicolor dejados por lo que aquí llaman “well-wishers”, que un diccionario online traduce por “bienquerientes”, aunque Wordreference se inclina por la más larga pero precisa “persona que desea lo mejor a otra persona”. 

Pertrechado con la información de que si entro por Green Park voy a acabar dando grandes rodeos, al día siguiente vuelvo al escenario para intentar ver pasar al cortejo fúnebre que trasladará por The Mall los restos mortales de Isabel II desde el palacio de Buckingham hasta Westminster Hall, donde será velado durante cuatro días mientras decenas de miles de ciudadanos desfilarán por la capilla ardiente para despedirse de la monarca. Me paso de listo: por la zona en que yo estoy no hay entrada posible al Mall que no sea por Green Park y cuando consigo llegar de nuevo allí ya han cerrado el acceso. Me voy a comprar un sombrero de invierno al cercano Strand y como en la barra de un restaurante italiano de Piccadilly mientras sigo por el móvil el paso del cortejo fúnebre. 

La cola, nos informa la policía, es en ese momento de 2,6 millas (4,2 km). El pronóstico para los próximos días es de 10 millas (16 km)

Esas dos expediciones más las alarmantes informaciones de la prensa, que hablan de posibles colas de hasta 35 horas, me hacen cuestionar mis planes iniciales de acercarme a Westminster Hall para visitar la capilla ardiente de Isabel II. Tumbado por la tarde en el sofá y viendo pasar a los primeros well-wishers (salta a la vista que estos no han hecho cola y que hay una larga lista de diputados, periodistas acreditados y funcionarios de cierto nivel con derecho a pasar sin cansarse), me doy cuenta de que las colas son bastante más cortas de lo que esperaba y que o voy en ese momento o no iré nunca. Y voy. La cola, nos informa la policía a través de Twitter, es en ese momento de 2,6 millas (4,2 km). El pronóstico para los próximos días es de colas de 10 millas (16 km). 

A las siete y diez de la tarde llego al final de la cola, que está, tal y como dice la policía, en el Borough Market, muy cerca de la estación de London Bridge. En condiciones normales, un paseo muy agradable por la rivera sur del Támesis hasta Westminster que no hay turista que no haya hecho alguna vez. La velocidad de crucero es considerable, aunque con numerosas paradas (sólo una inquietantemente larga, de unos 20 minutos) que al menos sirven para ir conociendo a tus compañeros de viaje. La tarde se va haciendo fresquita a medida que cae el sol pero el paseo es muy agradable, con hermosas vistas de la City, el puente del Milenio, la Tate Modern, la catedral de San Pablo… 

Las vistas de San Pablo invitan al típico selfi y son una buena ocasión para romper el hielo con mi desconocida compañera de viaje, con la que me acabaré haciendo amigo. O casi amigo, porque en realidad no llegamos a presentarnos formalmente, aunque nos acabamos contando la vida. A esas horas no sabíamos que la noche acabaría siendo un suplicio. Me cuenta que vive en Bermondsey, en el sudeste de Londres. Así pues, la llamaremos Bermondsey.

Detrás de Bermondsey y servidor van dos jovencitos, uno de ellos chino (quizás de Hong Kong…) con impecable acento inglés y el otro inglés con traje aún más impecable y un sombrero marrón de ala ancha que le convierte en bastante overdress por su edad, a esa hora y en esta ocasión. Uno cree que son contables de la City con mucho futuro hasta que se da cuenta de que no saben ni cuándo empieza el año fiscal británico. Conclusión: o no son contables o no tienen tanto futuro. Delante de nosotros va una discreta pareja de cuarentones tan enamorados que seguramente se han conocido hace no demasiado. 

Todo va de maravilla. A las 21:10, justo a las dos horas de haber empezado la marcha, ya nos hemos plantado en el puente de Westminster. Las vistas del parlamento iluminado al otro lado del río son extraordinarias. Nos las prometemos muy felices. “Vuelvo a casa en metro”, me congratulo. Bermondsey me informa de que ella podrá coger el tren en la no muy lejana parada de Southwark. El joven que yo imagino hongkonés se atreve incluso a hacer un pronóstico muy preciso cuando el reloj del parlamento marca las 21:45: “A las diez y media estamos ante la reina”, asegura con rotunda seguridad. 

No, a las 22:30 no estamos ante la reina. Ni siquiera hemos llegado al puente de Lambeth y Bermondsey hace ya un rato que no ha aguantado más y se ha lanzado a la aventura de encontrar un baño. Al cabo de un buen rato soy yo el que no tiene más remedio que buscar ese lugar bendito porque unos inoportunos retortijones me hacen temer lo peor. Horror: los baños no están muy lejos pero hay solo dos unidades funcionando y al menos 30 personas en la cola. Busco papel desesperadamente pero solo llevo encima tres pañuelos. Entonces recuerdo que cogí el último ejemplar del Economist justo antes de salir de casa, por si las moscas. No eran esas las moscas en que pensaba, pero le doy las gracias al Economist por ponerse a mi disposición en caso de urgencia extrema. No hará falta, era una falsa alarma: puros gases intestinales. 

Por fin empezamos a cruzar el puente de Lambeth, ya cerca de las 11. Empiezan a peligrar los planes de volver en metro porque el último pasa sobre la una, aunque la estación está a tiro de piedra del parlamento. Aún hay optimismo y buen humor, pero todo se empieza a truncar por la larga espera al final del puente de Lambeth para acceder a los jardines triangulares que nos separan del parlamento, los jardines de la Torre Victoria, la torre que cierra el palacio de Westminster por el sur. Cuando dejamos a nuestra espalda el cuartel de los servicios secretos internos, el MI5, y empezamos a descender las escaleras del puente de Lambeth, nuestro gozo cae en un inmenso pozo en forma de zig-zag. Un zig-zag de esos que instalan en los aeropuertos cuando las colas son muy largas. Y esta cola es mucho más larga que las que suele haber en Heathrow o en Gatwick un domingo por la noche o un lunes de puente. 

El cansancio empieza a ser ya considerable. A las dos de la mañana (¡siete horas ya haciendo cola!) la gente empieza a estar harta

Hay miles de personas haciendo cola para pasar por los controles de seguridad. El único consuelo es que aquí sí hay cuartos de baño y todavía domina el buen humor, aunque ya pasa de la media noche y eso significa que llevamos ya cinco horas de marcha hacia el catafalco de Isabel II. Algunos empezamos a dudar de nuestro empeño en zambullirnos en la Historia. No es el caso de Bermondsey, que rechaza tajantemente cualquier ironía sobre la reina. A estas horas ya nos estamos contando nuestras vidas. Ya sé no solo que vive en Bermondsey sino que tiene 66 años (parece muchísimo más joven, y se lo digo con sinceridad), un hijo tardío, una tía en Canadá a la que no pudieron visitar por culpa de la pandemia y que acaba de morir con 99 años cumplidos y un marido jubilado, como ella, que tiene el defecto de salir muy poco de casa. “Por suerte la casa tiene dos pisos y nos cruzamos poco”, se ríe. Se ganaba la vida corrigiendo exámenes de inglés y de matemáticas pero dejó de trabajar al tener al hijo (“Ahora me doy cuenta de que fue un error y tenía que haber seguido trabajando”, confiesa con la mirada un poco perdida). Odia hacer colas y ese será el único factor que al final le hará dudar de haber venido. Pero esa será mucho más tarde. Ahora solo es la una y estamos a punto de llegar al final del zig-zag. 

Algunos asistentes al velatorio se sientan mientras esperan de madrugada. | Fotografía de Walter Oppenheimer.

El problema es que después de ese zig-zag viene otro, que estaba escondido a nuestros ojos y que es mucho más grande incluso que el primero. Las dudas aumentan. El cansancio empieza a ser ya considerable. A las dos de la mañana (¡siete horas ya haciendo cola!) la gente empieza a estar verdaderamente harta, y más aún porque desde hace media hora estamos parados, y empieza a sentarse en el suelo. El parón coincide con el corte de las emisiones en directo del canal Parlamento de la BBC desde el Westinster Hall y empieza a extenderse el rumor de que ya nadie está desfilando ante el catafalco de Isabel II y de que se va a mantener todo en suspenso hasta las cinco de la mañana. A las 2:40 un policía se digna por fin a dar explicaciones a las masas: en efecto, está todo suspendido desde las dos de la mañana pero para proceder al mantenimiento de la maquinaria de los escáneres de seguridad y todo volverá a empezar en unos minutos. Relajo general. A los cinco minutos se reanuda la marcha.  

Aún queda mucho zig-zag pero todo tiene un final, también esta cola. A medida que nos acercamos a la tienda de campaña de la seguridad nos invitan a desprendernos de flores, agua, cualquier otro líquido y comida de cualquier tipo. Por fin llegamos a la sala de seguridad. Acostumbrado como está uno a los controles de aeropuerto, pongo todas mis pertenencias en la bolsa que llevo a la espalda (tamaño equipaje de mano de Ryanair, lo máximo permitido) y paso el escáner confiado en que no habrá problemas. Pero hay problemas. Yo paso el control sin pitar, pero el guardia que ojea mi mochila descubre que llevo dentro un minúsculo spray. Se trata de un spray de nitroglicerina que llevo siempre encima desde hace siglos para utilizar en caso de emergencia cardiaca. Se llama Trinispray. Nunca lo he necesitado pero el solo hecho de llevarlo encima le deja a uno más tranquilo. De la misma manera que el no llevarlo le pone a uno de los nervios y convencido de que le va a dar una angina de pecho o un infarto. 

La pregunta obvia era por qué necesitaban tal nivel de seguridad para proteger un cadáver, aunque fuera el de la reina

El guardia me pregunta qué es eso. Yo me disculpo por no haberlo enseñado (la verdad es que lo había olvidado por completo), le doy los detalles y el hombre me mira con cara de póker y se lo pasa a su superior. El superior me hace más o menos las mismas preguntas, está claro que ve que en efecto soy un potencial candidato a problemas cardiacos, totalmente inofensivo, y parece a punto de devolverme el Trinispray. Pero a última hora decide curarse en salud y consulta con su superior. Su superior es un guardia con cara de malo de película, con un punto de sadismo en la expresión. Se mira el Trinispray como si fuera el detonador de una bomba nuclear, se da cuenta de que la medicina es española, no inglesa, y eso parece convencerle de que puedo ser peligroso. 

“Lo siento, pero se lo voy a confiscar”, me informa. 

“Pero si esto lo llevo siempre en la cabina de los aviones”, le explico. 

“Aquí tenemos un nivel de seguridad muy superior al de los aviones”, me replica con su mejor cara de sádico, acercando su cara a la mía. 

La pregunta obvia era por qué necesitaban tal nivel de seguridad para proteger un cadáver, aunque fuera el de la reina, pero obviamente ese pedazo de disciplina que tenía enfrente no iba a entender la ironía. Me limité a musitar, con bastante mala leche pero una sonrisa: “Espero no morir esta noche de un infarto”. Entrenado como estaba para no hacer caso a un ser inferior, el uniformado ni se inmutó y recurrió a una respuesta de manual: “¿Tiene usted una receta médica?”. No, claro que no. Nunca me había hecho falta en 30 años de llevar un Trinispray en el bolsillo. Pasé sin Trinispray. Isabel II me esperaba en su catafalco (suponiendo que estuviera realmente dentro, claro) y yo tenía el camino libre para entrar en Westminster Hall y emocionarme ante la Historia.  

Decenas de personas hacen cola para asistir al velatorio de Isabel II. Foto: W.O.

 

Pero las casi nueve horas de cola y la estupidez de incautarme el Trinispray, obligándome a arriesgar mi vida por la reina simplemente porque así lo había decidido la estupidez o la incultura (o ambas cosas) de un gorila con demasiado poder habían disipado toda mi capacidad de emocionarme ante la Historia. Westminster Hall ya lo conocía, su disposición de esa noche ya la había visto por la tele y en lo único que pensaba era en que toda la pompa y la parafernalia británica me parecía en ese momento artificial y exagerada. Me paré educadamente ante el féretro, estuviera o no estuviera allí dentro la reina, pero por supuesto no incliné la cabeza. Ni levité. Cuando salía eran exactamente las 4:10 de la mañana. Habían pasado justo nueve horas desde que me había incorporado a la cola.  

Con las calles cortadas a mil kilómetros a la redonda para peatones, autobuses, coches y taxis y con el metro cerrado hasta las cinco y media pese a que Londres cree ser la capital mundial del cosmopolitismo, el regreso a casa fue casi igual de épico. Pero no les voy a cansar con esos detalles.

El problema de residir en una ciudad que está viviendo un hecho histórico es que le entran ganas a uno de ser parte de esa historia. Ese es el ánimo que me llevaba en volandas el martes 13 de septiembre (sí, martes y 13) cuando decidí acercarme al palacio de Buckingham y fundirme con el pueblo británico, que...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Walter Oppenheimer

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí