SEXUALIZACIÓN
Mucho más que Marilyn
‘Blonde’ es un insulto a la inteligencia y a la identidad sexual de la mujer. Una vez muerta, nos creemos con el derecho a banalizar y ridiculizar a Norma Jeane como una simple ‘rubia’ follantisca
Aníbal Malvar 10/10/2022
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A finales de 1960, un obispo y un sacerdote católicos asistieron al preestreno de The Misfits (en España, Vidas Rebeldes), la última película que terminó Marilyn Monroe. Al acabar el pase, los religiosos amenazaron con pedir la censura de la cinta por pornográfica. Lo cuenta Arthur Miller, dramaturgo, autor del guion y marido de la actriz: “La escena que se les atragantó fue aquella en la que Marilyn sale de la casa y se abraza a un árbol. Va completamente vestida. No lleva zapatos”.
–¿Cuál es el problema? –preguntó Miller.
–Pues es evidente que se trata de una masturbación –respondieron los doctores de la iglesia.
La anécdota la recoge Lawrence Grobel en su exhaustiva y documentada biografía de John Huston, director de aquella obra maestra sepulcral que enterró también las interpretaciones póstumas de Clark Gable y James Barton.
Que alguien considerara masturbatorio el abrazo de una mujer vestida a un árbol es algo que solo le podía suceder a Marilyn. Y a su pesar.
La hipersexualización de la rubia eterna perdura 60 años después de su muerte, como demuestra el reciente biopic Blonde dirigido por Andrew Dominik y estrenado por Netflix. Según escribió David Torres, la Marilyn de Dominik es “un pelele sin voluntad que sólo existe para que la pisoteen”. Y es que Dominik, como tantos otros creadores e investigadores (masculinos y femeninos) que han profundizado en el mayor icono pop de la historia de Hollywood, parece haberse documentado únicamente en el olor de las bragas de la actriz y en el sabor de las lágrimas de su pañuelo.
Que alguien considerara masturbatorio el abrazo de una mujer vestida a un árbol es algo que solo le podía suceder a Marilyn
Pero Norma Jeane era mucho más, según atestiguan sus dos amigos John Huston y Truman Capote en dos de las obras cumbres de la literatura norteamericana del siglo XX.
Huston y Capote eran dos seres antípodos: un macho alfa cazador de elefantes y un atildado homosexual orgulloso de su feminidad exacerbada. Sin embargo, además de ser compadres, tenían un rasgo común: la energía emancipadora, antimachista avant la lettre, de sus personajes femeninos. Basten como ejemplos la Gretta hustoniana de Dublineses y la Holly Golightly de Desayuno con diamantes. Quizá por eso supieron entender a Marilyn por encima de estereotipos.
Además de rodar su última película, Huston también le había dado su primer papel con texto en La jungla de asfalto. Lo cuenta el propio director en sus memorias A libro abierto. “La escena que iba a leer requería que Ángela estuviera tumbada en un diván; en mi despacho no había ningún diván, pero Marilyn dijo:
–Me gustaría hacer la escena en el suelo.
–Por supuesto, querida, como a ti te apetezca.
Y así fue como la hizo. Se quitó los zapatos, se echó en el suelo y leyó para nosotros. Cuando terminó, Arthur y yo nos miramos y asentimos. Era Ángela de los pies a la cabeza. Y era condenadamente buena”.
Su interpretación en La jungla de asfalto (1950) le valió a Marilyn un contrato con la Fox que la elevaría al estrellato.
Otro de los rasgos comunes de Huston y Capote es que ninguno de los dos, por razones obviamente distintas, intentó follar con ella. El mujeriego Huston fue quizá uno de los pocos machos de aquel Hollywood capaz de presumir de tal hazaña. De sus memorias y de sus abundantes reflexiones sobre ella se desprende no solo un reconocido instinto protector (Orson Welles decía que Huston había sido su Svengali), sino un profundo respeto hacia la artista, la mujer, la poeta callejera inédita y la actriz. Quizá por ello fue el director capaz de filmar las dos mejores interpretaciones (primera y última) de la actriz. Sin dejar de iluminar su carnalidad, la despojó de cualquier desviación morbosa y objetualizante.
Tras el preestreno de The Misfits, a los perversos e ignorantes curitas católicos que la vieron y quisieron censurar a Marilyn por abrazarse a un árbol presuntamente masturbador, Huston les arrojó una despectiva frase:
–¿Quiénes creéis que somos?
Una pregunta que sigue vigente cuando hoy, en redes sociales, se censura a mujeres por difundir fotos de sus tetas amamantando a un hijo.
El director de segunda unidad de Huston en The Misfits, Tom Shaw, documenta otro affaire innatural con las tetas de Marilyn durante el rodaje. En una escena en la que Gable se acercaba a besar castamente a Marilyn acostada, esta dejó deslizar las sábanas hasta que se atisbaran los pechos. Hubo gran agitación entre el equipo para saber si aquella toma debería o no incluirse en el metraje.
–Tenemos que apartar a la gente de los televisores –dijo ella, defendiendo la escena-. Me encanta hacer cosas que los censores no aprobarían.
Alguien le preguntó a Huston si era consciente de la situación.
–Lo he visto. Siempre he sabido que las chicas tienen tetas –respondió con naturalidad.
Norman Mailer recoge esta anécdota en su vasta y basta biografía de la actriz. Mailer era un gran escritor, y entrevistó durante horas a Marilyn. Pero, a diferencia de Huston y Capote, sus personajes hembra nunca pasaron de parecer un coño rodeado de adjetivos, desde la Patty Lorraine de Los tipos duros no bailan hasta la nebulosa y secundaria Kittredge de El fantasma de Harlot.
Mailer era un gran escritor, y entrevistó durante horas a Marilyn. Pero sus personajes hembra nunca pasaron de parecer un coño rodeado de adjetivos
–Huston no quería que el aura estética de su película se viera ensombrecida por su competitiva teta –concluyó Mailer con su martilleante y testosterónica delicadeza.
Un tío capaz de acuchillar a su mujer en público con una estilográfica, como hizo Mailer, tampoco parece la persona ideal para retratar intelectual ni artísticamente a un personaje como Marilyn. De Mailer nunca podría decir Norma Jeane lo que sí dijo de Huston: “De no ser por él, nadie me conocería”.
Aquella frase no tuvo que sentarle nada bien al celosísimo y ególatra Truman Capote. A pesar de su narcisismo patológico, y de que lo intentó, Capote siempre fue incapaz de retratarse a sí mismo con más encanto que a sus personajes, inventados o reales. Un rasgo de sinceridad incontenible. En Música para camaleones, relata su encuentro con Marilyn en el entierro de Constance Collier, una prestigiosa actriz inglesa con “voz de catedral” que había tratado mucho a Oscar Wilde y a Chaplin, y que acabó dando clase a Audrey y Katherine Hepburn, a Vivien Leigh y a la propia Marilyn, a la que calificaba como su “problema especial”.
Era 28 de abril de 1955, y Marilyn no sabía qué ponerse en el funeral de su maestra para que no la reconocieran y los bajos de su falda se llenaran de fotógrafos. A pesar de que Collier nunca había visto una película (ella decía que por su miopía, pero la lógica hace pensar otras razones), adoptó como alumna a la ya famosísima Marilyn: “Hay algo ahí. Hay una hermosa criatura –le dijo a Capote–. No en el sentido evidente. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en la acepción tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia brillante, nunca emergería en el escenario. Es tan frágil y delicada que solo puede captarla una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: solo una cámara puede fijar su poesía”.
El politoxicómano Capote le ruega a la politoxicómana Marilyn que no se meta en el lavabo antes del inicio del funeral de Collier. Podría haberse ido a drogar, porque nadie la había reconocido: “Lo que se le ocurrió ponerse habría sido apropiado para la abadesa de un convento en audiencia particular con el Papa. Llevaba el pelo enteramente oculto por un pañuelo de gasa negra; un vestido negro suelto y largo que de algún modo parecía prestado; gafas oscuras en forma de búho que dramatizaban la palidez de vainilla de su piel de leche fresca. Parecía tener doce años: una virgen pubescente que acaba de entrar en un orfanato y está llorando su desgracia”.
–Nunca conseguiré el papel adecuado –le dijo Marilyn a Capote tras el funeral. Mi físico está contra mí.
Cinco años después de esta entrevista, Marilyn rodaría The Misfits, quizá la única película (esto es muy aventurado) en la que su físico jugó a su favor. El rodaje fue un infierno, porque Marilyn se alimentaba a base de estimulantes y antidepresivos, y llegaba siempre tan tarde que apenas se podía rodar durante un par de horas por jornada mientras Clark Gable y Monty Clift dejaban cocer su paciencia bajo el sol del desierto de Nevada.
El ludópata Huston, a veces por las noches, la llevaba al casino y le hacía tirar los dados (cuenta Grobel):
–¿Qué tengo que pedir que salga, John?
–Tú no pienses, cielo, solo tira. Esa es la historia de tu vida. No lo pienses, hazlo.
En esa época había firmado Huston un contrato para rodar una película sobre Sigmund Freud, en la que no creía. El psicoanálisis le parecía una chorrada. Pero había perdido tanto dinero en los casinos que se comprometió a hacerla a cambio de cuantiosos adelantos. Además, el feto del guion lo había pergeñado Jean Paul Sartre, quien pidió la participación de Marilyn porque la consideraba “una de las mejores actrices norteamericanas”.
El 4 de noviembre de 1960, último día de rodaje de The Misfits, Marilyn rechazó el encargo de su amigo y svengali John Huston, por una simple cuestión de respeto a la privacidad, deferencia de la que Marilyn nunca gozó:
–No puedo hacerlo, John, porque Anne Freud [hija y experimento de Sigmund] no quiere que se haga una película sobre ella.
PS y apunte personal: una vez muerta, nos creemos con el derecho a banalizar y ridiculizar al personaje de Norma Jeane como una simple blonde follantisca. Pero creo que sería de respeto y de ley vindicar a una dama que no objetualizó a las mujeres. Los que la objetualizaron fueron los que vieron su inocente abrazo a un árbol como una masturbación. La banalización de la cultura clásica llega al punto de ver una versión de El retrato de Dorian Gray en la que Henry Botton se enfrenta físicamente a Dorian en un espectacular incendio (Oliver Parker, 2009). Como si no hubiera otra forma de actualizar a Wilde, o a Marilyn, que meterlos en un final de Rambo III. Norma Jeane no era un coño rodeado de llamas espermatozoicas e inseguridades, sino una gran actriz a la que le gustaba follar (como a todos). Pero es el mercado, amigos. Y por eso yo no tengo Netflix. Blonde es un insulto a la inteligencia, a la identidad sexual de la mujer, y a los que intentamos tomar un café en una cafetería de pueblo con una chica genial que un día se llamó Norma.
A finales de 1960, un obispo y un sacerdote católicos asistieron al preestreno de The Misfits (en España, Vidas Rebeldes), la última película que terminó Marilyn Monroe. Al acabar el pase, los religiosos amenazaron con pedir la censura de la cinta por pornográfica. Lo cuenta Arthur Miller,...
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