DIARIO ITINERANTE
Las extrañas alianzas de Lula y la peluquera bolsonarista
El miedo a un intento de desestabilización tipo Trump justifica, dicen en el PT, el pacto de la izquierda brasileña con el establishment para lograr el llamado voto útil
Andy Robinson Belén (Brasil) , 30/09/2022
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Con tantos mensajes tremendos circulando por el mundo sobre el peligro inminente de un golpe bolsonarista en Brasil, no es de extrañar que todos empecemos a creer que es cuestión de vida o muerte que Lula gane en la primera vuelta.
El miedo que crece en torno a un posible intento de desestabilización tipo Trump, o peor, justifica –o así lo defienden dentro del Partido de los Trabajadores (PT)– el pacto de la izquierda brasileña con el establishment para lograr el llamado “voto útil” y ganar en la primera ronda electoral sin esperar a una victoria segura en la segunda.
Para lograr la reconciliación nacional brasileña y, al mismo tiempo, los 2,5 millones de votos tácticos para llegar al 50% más un voto, el próximo domingo 2 de octubre debe ser forjado un frente amplio, tan ancho como el río Amazonas. Cada día, personajes del establishment político, empresarial, mediático y financiero, anuncian su apoyo al candidato del PT.
Es extraño porque ese mismo establishment brasileño –desde el expresidente Fernando Henrique Cardoso hasta la poderosa red mediática Globo– apoyó el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, en 2016, así como el encarcelamiento de Lula, y abonó así el terreno para la victoria electoral de Jair Bolsonaro, en 2018.
El establishment brasileño apoyó el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff así como el encarcelamiento de Lula, y abonó el terreno para la victoria de Bolsonaro
Ahora todos son aliados contra el bolsonarismo. Los conversos al lulismo incluyen a Miguel Reale Junior, abogado y autor del impeachment de Dilma Rousseff, destituida de la presidencia hace exactamente seis años por un delito fiscal que –ya se reconoce– ella no cometió. (El otro autor legal del impeachment, Antonio Carlos Cista D’Avila, es bolsonarista a ultranza, que es una trayectoria, al menos, más coherente que la de Reale Junior).
Lula ya ha elegido como candidato a la vicepresidencia al conservador Geraldo Alckmin, que hace pocos años participó en la campaña de criminalización del PT. La semana pasada, dejó caer que podría nombrar al veterano expresidente del Banco Central y economista conservador Henrique Meirelles para encabezar el Ministerio de Hacienda. Todo para cerrar filas con la élite y atraer a esos votos tácticos necesarios para reconciliar el país.
Cardoso, otro defensor de lo que muchos califican como un golpe de Estado parlamentario contra Rousseff en 2016, ha pedido el voto útil para Lula. Los columnistas de O Globo, que hace cuatro años coordinaron la campaña mediática contra el PT, apoyaron a los fiscales mesiánicos y los jueces corruptos de la investigación ‘Lava Jato’ contra Lula, ahora piden también el voto útil para él.
Hasta los departamentos de Estado y de Justicia en Washington se han convertido en lulistas, diez años después de maquinar la operación de lawfare contra el expresidente.
Por no hablar de los empresarios de la gran oligarquía brasileña. Lula compareció el otro día en una reunión organizada por el think tank Grupo Esfera, en la que participaban consejeros delegados como Abilio Dino (Carrefour) o Isaac Sídney del Banco Bradesco. En su día, aplaudieron el proyecto de Bolsonaro, y su ministro de Hacienda, el multimillonario gestor de fondos Paulo Guedes, de privatización y desregularización de la economía brasileña: desde el sistema de pensiones a Petrobras. Ahora quieren ser aliados de Lula.
El invitado más sorprendente a este evento fue Josué Gomes, presidente de la Federación Industrial de Sao Paulo (Fiesp), la asociación empresarial que instaló delante de sus puertas un pato hinchable –una figura que aparecía en todas las protestas proimpeachment– junto a pancartas de Lula en uniforme de presidiario y de Dilma con la frase “Tchao Querida” durante las continuas manifestaciones contra el PT que recorrían la Avenida Paulista en 2014 y 2015.
Todo esto es necesario –se sostiene– para prevenir el peligro de desestabilización de una segunda vuelta electoral. Si Bolsonaro tacha de fraudulenta la primera vuelta, pondría en entredicho las elecciones de cientos de diputados y senadores. Por tanto, habría menos apoyo a una maniobra al estilo de Donald Trump. En una segunda vuelta el golpe sería más fácil.
Para que gane Lula en la primera vuelta es necesario sacar votos al candidato presidencial Ciro Gomes, nacionalista de centroizquierda, exaliado de Lula que cuenta con el 7% o el 8% de la intención de voto. En ocasiones anteriores, Ciro ha contado con el apoyo de personajes de izquierda como Caetano Veloso (que ahora apoya a Lula), el filósofo del derecho formado en Harvard Roberto Mangabeira Unger y David Miranda, el marido de Glenn Greenwald, cuyo medio, The Intercept, logró desarmar a los fiscales y jueces del lawfare de ‘Lava Jato’.
A diferencia de muchos nuevos aliados de Lula, Gomes siempre calificó la destitución de Rousseff como un golpe de Estado
A diferencia de muchos nuevos aliados de Lula, Gomes siempre calificó la destitución de Rousseff como un golpe de Estado que había causado un daño irreparable a la democracia brasileña. Pero ahora se le tacha de cómplice de Bolsonaro con el fin de arrebatarle los votos útiles.
Lula es un estratega tan brillante y la retórica de Bolsonaro es tan terrorífica que pocos se atreven a cuestionar la estrategia de pactos, frentes amplios y votos útiles con el fin de derrotar al bolsonarismo. Pero yo simpatizaba con el abogado de Gomes, Walber Agra, durante una entrevista en Fortaleza, la semana pasada: “El voto útil no tiene sentido en un sistema de dos vueltas electorales; es surrealista ver a un partido de izquierdas intentando obstaculizar el debate político. Cuanta más discusión política, mayor es la legitimidad del proceso y mayores los obstáculos para un golpe de Estado”.
Es más, es lógico pensar que si Lula ganase por un estrecho margen en la primera vuelta sería mucho más fácil calificar las elecciones de fraudulentas, e incluso alentar golpes de Estado, que si la victoria se produce por un amplio margen en la segunda vuelta.
Dicho eso, no conviene infravalorar la capacidad de la base bolsonarista de creerse cualquier cosa sobre el “comunismo” de las elites brasileñas y las autoridades electorales, y así lanzarse a la calle, tal vez con armas, en cualquier momento.
Esto lo comprobé de manera sorprendente la semana pasada, cuando me fui a cortar el pelo en la única peluquería cerca de mi hotel, el salón Golden Hair, enfrente de la playa de Fortaleza, capital de Ceará. “Lo que dicen los sondeos es mentira; ¡Mentira! Bolsonaro va a ganar en todos los estados, ¡todos!”, dijo la peluquera Nilda Peluwyer mientras cortaba un flequillo que, contemplado en el espejo, se iba pareciendo peligrosamente al de Jair Bolsonaro o incluso al de Adolf Hitler.
Me enseñó un mensaje de whatsapp que preveía, con la exactitud de décimas porcentuales, la victoria contundente para Bolsonaro hasta en los feudos de Lula en ciudades del nordeste como Ceará. Nilda está convencida de que medios como Folha de Sao Paulo y Rede Globo, así como las encuestadoras, han conspirado para amañar los sondeos y luego los resultados. Si gana Lula, para Nilda, será debido al fraude y la utilización de un sistema electrónico de voto vulnerable a los hackers comunistas. “Si son fiables las urnas electrónicas ¿por qué no las usan en EE.UU.?”, pregunta. “El que gane en primera vuelta no será Lula sino Bolsonaro”, afirmó mientras terminaba de rematar el flequillo.
Con tantos mensajes tremendos circulando por el mundo sobre el peligro inminente de un golpe bolsonarista en Brasil, no es de extrañar que todos empecemos a creer que es cuestión de vida o muerte que Lula gane en la primera vuelta.
El miedo que crece en torno a un posible intento de desestabilización tipo...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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