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Rodrigo Nunes / Filósofo brasileño

“Bolsonaro es solo un catalizador. Que sea él u otro es contingente”

Bernardo Gutiérrez 17/10/2022

<p>Rodrigo Nunes, filósofo brasileño.</p>

Rodrigo Nunes, filósofo brasileño.

Cedida por el entrevistado

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El filósofo Rodrigo Nunes (Río de Janeiro, 1978) ha publicado este año uno de los ensayos sobre el bolsonarismo mejor recibidos por la prensa brasileña. Nunes, profesor de filosofía de la Pontifícia Universidade de Río de Janeiro (PUC ), analiza en Do transe à vertigem (Ubu Editora) detalles que pasan desapercibidos a primera vista. Si la izquierda suele estigmatizar al bolsonarismo como un espectro político asociado al odio y a las pasiones tristes, Nunes lo define como un fenómeno interclasista que acierta al diagnosticar que “las cosas van muy mal”, aunque sus explicaciones de la crisis múltiple que atraviesa Brasil y el mundo estén “distorsionadas” y sean “fantasiosas”.

Rodrigo Nunes, vinculado históricamente a los movimientos del ecosistema del Fórum Social Mundial, también ha publicado este año Neither vertical nor horizontal, con la prestigiosa Verso Books, libro en el que enuncia una teoría de la organización política en la era de la red. En cuestiones organizacionales, Nunes no considera al bolsonarismo un movimiento de masas disciplinado, sino una especie de “enjambre de emprendedores buscando nicho de mercado”. En Do transe à vertigem, el autor explica cómo es el núcleo duro del bolsonarismo (“una baja alta clase media”) y los motivos de parte de las personas que ascendieron socialmente durante los gobiernos petistas para dar la espalda a la izquierda. Para el filósofo, las fake news en las que se apoya el bolsonarismo y la nueva extrema derecha mundial responden a una necesidad inconsciente de negar los profundos problemas por los que atraviesa el mundo. La extrema derecha, según él, ofrece la promesa de que “hay respuestas relativamente sencillas a problemas grandes”.

Esta entrevista comenzó como una conversación presencial en Río de Janeiro, antes del primer turno de las elecciones, y se ha completado por correo electrónico.

Jair Bolsonaro ha conseguido mejor resultado del esperado en el primer turno: un 43,20% de los votos. Consiguió un gran resultado en el congreso (98 diputados) y en el Senado. Las encuestas no supieron ver esa fuerza. ¿Por qué?

Este fenómeno de anticipación de la segunda vuelta en los últimos días de la primera ya se había observado en 2018. Hubo una migración de quizás un 3% de los votos de Ciro Gomes, candidato de centro izquierda cuya campaña ha sido mucho más dura contra Lula que contra Bolsonaro. Y el resto, ¿de donde vendría? Hay hipótesis pero no respuestas claras. Puede ser que haya problemas metodológicos con las encuestas; puede que muchos bolsonaristas rehúsen participar en las encuestas, que consideran fraudulentas; puede ser que haya existido un “voto de vergüenza” en Bolsonaro. Antes de las elecciones algunos especialistas dijeron que si existía un voto de vergüenza, sería para Lula. Confieso que la idea me parecía contra intuitiva. Después de cuatro años desastrosos bajo muchos aspectos, parecía haber muchas más razones para que algunos de sus votantes no reconocieran serlo...

Si Bolsonaro pierde en el segundo turno, como apuntan todas las encuestas, ¿qué va a ocurrir con el “bolsonarismo”? The Economist insinuó recientemente que “Bolsonaro could be Trump”. O sea, que la justicia podría complicarle la vida, como a Trump. ¿Hay bolsonarismo para rato?, ¿puede llegar a existir un bolsonarismo sin Bolsonaro?

Aunque debamos considerar el resultado como una victoria de la izquierda, tanto en términos totales (en la presidencial por lo menos) como en términos relativos a 2018 (Lula casi ha doblado el resultado de Fernando Haddad entonces), se trata de una demostración de pujanza del bolsonarismo. Esto prueba que el bolsonarismo seguirá siendo una fuerza política importante por bastante tiempo. Si pierde Bolsonaro, la gran cuestión es si él y sus hijos responderán a causas judiciales, y si podrán seguir en la política. Si es así, lo más probable es que continúen manejando su considerable capital político. Si no, puede que se abra una lucha para decidir quién heredará el capital político de Bolsonaro, lo que puede debilitar al bolsonarismo. Lo que parece seguro es que, pase lo que pase, la élite económica y la derecha tradicional intentará utilizar esta fuerza en su favor.

Aunque debamos considerar el resultado como una victoria de la izquierda, se trata de una demostración de pujanza del bolsonarismo

En su libro Do transe à vertigem, explica que no todos los electores de Bolsonaro son bolsonaristas. Un porcentaje podría ser antipetista (como se conoce al detractor del Partido dos Trabalhadores, PT). Otra porción serían votantes puntuales. Con la hipótesis de una derrota electoral de Bolsonaro, ¿cuáles de sus votantes podría abandonar el proyecto?, ¿qué tipo de perfiles continuarán en el barco?

Efectivamente, hay que distinguir quienes votan a Bolsonaro por motivos circunstanciales (el principal es justamente el rechazo al PT) y un voto de identificación más profunda con la figura del presidente. En el 2018, el sentimiento antipetista era muy fuerte por la combinación de crisis económica y escándalos de corrupción. Además, el bolsonarismo fue extremadamente eficaz en crear una cadena de asociaciones entre recesión, corrupción, la inversión en programas sociales y un supuesto proyecto comunista que haría de Brasil una nueva Venezuela. Pero ahora, tras cuatro años desastrosos, la comparación con las administraciones anteriores favorece al PT. El voto de identificación se ha consolidado porque, durante todo su gobierno, la actividad fundamental de Bolsonaro no ha sido gobernar sino mantener esta base social activa y movilizada. Como en el caso de Trump, ahí reside una fuerza y una debilidad: esta base es un capital político potentísimo, pero el coste de sostenerla puede hacerle perder a los electores circunstanciales que necesita para ganar las elecciones.

La victoria del PT en la primera vuelta es una señal de que Bolsonaro ya perdió una parte de estos electores. A muchos, el PT, aunque no sea ideal, ahora les parece la opción menos mala. El problema es que quienes se quedan con el actual presidente tienden a constituir una identidad cada vez más fija y radicalizada. Y como en EEUU, si su candidato no gana, muchos estarán convencidos de que fueron víctimas del establishment.

En su ensayo defiende que el bolsonarismo es interclasista. O sea, no es un proyecto exclusivo de clase media, de clase alta, de las élites... que es una de las teorías de la izquierda...

Debe comprenderse el bolsonarismo como la convergencia de un conjunto de elementos preexistentes que ya estaban bastante diseminados por diferentes sectores de la sociedad brasileña –militarismo, antiintelectualismo, emprendimiento, conservadurismo social, el discurso anticorrupción, libertad de mercado y anticomunismo– y que encuentran identidad y dirección política por primera vez en la campaña presidencial del 2018. Bolsonaro es más un catalizador que un demiurgo. Que sea él u otro es relativamente contingente. Por eso se puede imaginar un bolsonarismo sin él o más allá de él.

Estamos hablando de algo que recibe una costura política desde arriba, pero que está fundado desde abajo sobre las afinidades fuertes entre estos elementos. Como estos elementos están difundidos por toda la sociedad, permiten una aproximación entre sectores bastante dispares, de los más populares al 1%. Yo lo describo como el encuentro entre los que han desistido de esperar las promesas no cumplidas de la modernización (de las relaciones sociales, laborales, institucionales, políticas) y de los que saben que estas promesas no siguen disponibles. O sea, una situación en que el Estado no cumple ya ninguna función de protección de las relaciones de poder existentes, y cada uno está libre para ejercer el poder que tenga en la esfera en que lo tenga, aunque solo sea en la familia, sobre su mujer e hijos. Para mucha gente en las periferias de Brasil, la lucha constante de todos contra todos es ya una realidad vivida cotidianamente, y la idea de que nada va a intervenir puede sonar no como amenaza, sino como liberación.

El voto de la clase denominada working poor, los perdedores de la globalización, se usa para justificar el trumpismo o fenómenos como Le Pen en Francia, a pesar de que hay estudios que contradicen esa explicación. En su ensayo rescata el concepto de “baja alta clase media”, usado por George Orwell en Camino para Wigan (1937), para intentar encontrar el núcleo duro del bolsonarismo. ¿Cuáles son las características de esa lumpen elite?

Si Bolsonaro obtuvo muchos votos entre los estratos sociales más populares en 2018, las presentes elecciones indican que tal vez aquellos fueron votantes más bien circunstanciales. En las encuestas de hace cuatro años quedaba claro que el primer sector que Bolsonaro conquistó fue el 10 o 12% más rico de la población, lo que en un país de clase media muy pequeña como Brasil reúne desde gente que posee islas y helicópteros a gente que tiene una buena renta, pero carece de activos financieros o de capital cultural y social. A estos últimos no les fue mal durante los gobiernos del PT, pero vieron a los más ricos volverse mucho más ricos y a los más pobres volverse menos pobres y empezar a amenazar sus marcadores de estatus social. Este sector combina ideas de emprendimiento y meritocracia y una experiencia de relativo fracaso o inseguridad, y por lo tanto también mucho resentimiento. Como este resentimiento no logra identificar las condiciones estructurales del fracaso o de la inseguridad, porque las únicas explicaciones admitidas tienen que ver con el esfuerzo individual, entonces buscan identificar ‘quiénes son los que están recibiendo ayudas indebidas para que yo no consiga lo que merezco’. En esta brecha entra el discurso de la extrema derecha para decir que el problema es un establishment de izquierda que le quita derechos a algunos para darles privilegios a otros: los pobres, los indígenas, los negros, las mujeres, los LGBTQIA...

El corazón del voto de identificación con Bolsonaro está ahí. No me parece que sea un análisis que se aplica únicamente a Brasil.

Si Bolsonaro obtuvo muchos votos entre los estratos sociales más populares en 2018, las presentes elecciones indican que tal vez fueron votantes circunstanciales

¿Cómo explica que muchas de las personas pobres que habían mejorado su situación durante los gobierno del PT dieran la espalda a la izquierda en las elecciones, hecho constatado en 2018? Bolsonaro tiene la preferencia de la clase media baja...

El boom de las commodities permitió a las administraciones petistas ofrecer más inclusión social y reconocimiento que cualquier gobierno anterior. Pero esto se hizo porque la economía estaba en crecimiento acelerado, no porque se hubieran tocado los cuellos de botella estructurales, como el mercado financiero, la injusticia del sistema fiscal, la baja rendición de cuentas del sistema político, la propiedad de la tierra, los oligopolios en áreas como el transporte urbano... Cuando el crecimiento se ralentiza, estos límites vuelven a hacerse evidentes. Viene la crisis y mucha gente que había pasado a tener expectativas más altas durante los gobiernos petistas experimenta una reducción súbita de sus horizontes. Esto produce el mismo tipo de resentimiento que la “alta baja clase media” acumuló a lo largo de una década. Y este resentimiento se conecta con el hecho de que, aunque hubiese existido inclusión y reconocimiento bajo el PT, no se transformaron las relaciones de precariedad, individualismo y competición producidas por un largo periodo de neoliberalización de la economía.

“Neoliberalismo desde abajo”, un concepto que tomo de la científica social argentina Verónica Gago, exprime la idea de que, bajo estas condiciones, el “emprendedurismo de uno mismo” deviene el modo espontáneo gracias al cual las personas comprenden su lugar en el mundo y desarrollan estrategias de vida. Fue así cómo el PT, que había incentivado al “emprendedurismo popular” durante los años de boom, vio cómo esta idea acabó volviéndose contra el partido. Cuando gente que había logrado sacar un diploma o abrir un negocio de pronto se encuentra forzada a ser conductor de Uber, pasan a interpretar su éxito anterior como individual y el fracaso presente, como culpa de una crisis causada por estas mismas políticas. Nace de ahí un espíritu igualitario perverso que es muy característico de nuestro tiempo: si yo me veo bajo condiciones cada vez más brutales de trabajo y vida, quiero que estas por lo menos valgan para todos sin excepción, y por eso estoy contra cualquier protección y a favor de la explotación, porque mantengo la ilusión de que un día seré un vencedor.

En su ensayo apunta una diferencia importante entre Trump y Bolsonaro y el fascismo histórico, ya que el fascismo contaba con organizaciones de masa altamente disciplinadas y el trumpismo y el bolsonarismo parecen, según sus propias palabras, “un enjambre de emprendedores descubriendo un nicho de mercado”. ¿Existen más diferencias?

En general, la discusión sobre si podemos o no hablar de fascismo hoy no me interesa tanto porque, como no hay concepto consensual de fascismo, no tiene solución. Un argumento que se utiliza a menudo es que no podríamos hablar de fascismo porque solo existe cuando hay un movimiento organizado según un modelo paramilitar. Entonces sí deberíamos hablar de fascismo en el caso del Bharatiya Janata Party (BJP) /  Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS) en la India. Pero el criterio me parece equivocado. Si la manera en la que se organiza la vida social hoy es tan distinta de cómo se organizaba en los años 20 del siglo pasado, ¿no deberíamos esperar que el fascismo también tuviera otras formas de organización? Es en este sentido por lo que digo que Trump y Bolsonaro han externalizado buena parte de su trabajo de organización a “emprendedores políticos” de los medios y las plataformas digitales, en cuya actividad se mezclan la agitación y sus propios intereses económicos. Pero también las estructuras paramilitares han sido externalizadas en EE.UU. y Brasil. Bolsonaro tiene relaciones bastante estrechas con las milicias de Río, grupos de policías militares que establecen un control territorial sobre áreas de la ciudad.

¿Existen elementos comunes entre el fascismo histórico y la nueva extrema derecha?

Yo destacaría que en ambos casos tenemos crisis económica y crisis de legitimidad del sistema político, así como una intensificación de la competición entre individuos y países. La diferencia es que la cosa hoy se presenta mucho más terminal, porque en el horizonte está la crisis ambiental y la perspectiva de vivir en un mundo donde cabe cada vez menos gente. En circunstancias así, el mensaje de la extrema derecha tiene bastante sentido: los recursos devienen escasos, llega una guerra de todos contra todos, hay que atacar primero a quienes no son como nosotros (migrantes, negros, musulmanes, indígenas, LGBTQIA etc.). Por eso funciona. Algo que es a la vez semejanza y diferencia es la duplicidad de figuras como Bolsonaro y Trump. Alguien como Hitler era al mismo tiempo excepcional y ordinario (“King Kong y barbero de la esquina”, escribió Adorno) y encarnaba tanto la ley como su suspensión; pero esta suspensión se ejercía en nombre de la patria, del destino de la nación. Trump y Bolsonaro son figuras del orden y de la disciplina, pero también de la permisividad. Contra el aborto, pero en favor de grabbing pussy (Trump defendió que a las mujeres había que agarrarlas por el coño); a favor de la brutalidad policial, pero todo el tiempo huyendo de la ley. Y esto señala una distinción radical entre los dos períodos. Mientras en los años 1920 y 1930 se trataba de robustecer la nación para enfrentarse a la competición entre imperios, ahora la competición se agudiza también entre los individuos de la sociedad. La duplicidad contemporánea apunta hacia ese estado de naturaleza en el que luchar significa operar en el límite del derecho y la moral, y vencer equivale a alcanzar una posición en la que ya no se está sometido a las leyes. Ahí se comprende la obsesión de Bolsonaro y de la derecha norteamericana con la liberalización de la posesión de armas, que no es más que la privatización del derecho soberano del Estado sobre la vida y la muerte.

Una de las narrativas de la izquierda es que Bolsonaro solo llegó al poder por culpa de las fake news. Según sus propias palabras, “las fantasías de la extrema derecha son una respuesta razonable”. ¿Esas fake news encajan con frustraciones, malestares y deseos más profundos?

Me parece esencial comprender la extrema derecha no como negatividad o falta de racionalidad, de sentido, sino como algo que tiene una realidad positiva. No es ausencia de nada, funciona y se conecta a los deseos e intereses de manera bastante objetiva, aunque compleja. ¿Que puede explicar que haya tanta adhesión a discursos que niegan la pandemia o el calentamiento global?, ¿de dónde viene esa demanda? Existe una necesidad inconsciente ampliamente compartida de negar lo que tenemos delante, porque es demasiado duro aguantarlo: la perspectiva de extinción de la vida en la Tierra, el hecho de que hace una década el neoliberalismo ya no funciona ni en sus propios términos pero nada ha tomado su lugar, nuestra incapacidad colectiva de forzar a nuestras instituciones políticas para que se hagan cargo de estas cuestiones. Es lo que Freud llamó Verleugnung, la renegación

El establishment político, incluso buena parte de la izquierda, prefiere fingir que se trata de una mala fase, que luego todo volverá a la normalidad, que es posible seguir sin cambiar nada. La extrema derecha hace algo distinto. Sus narrativas reconocen que las cosas van muy mal, y por eso se comunican con el sentimiento antisistémico que ha quedado en el aire desde la crisis del 2008; pero lo hacen de manera distorsionada y fantasiosa: “Sí, hay algo muy grave pasando, es una gran conspiración de billonarios pedófilos”. Ofrece la promesa de que hay respuestas relativamente sencillas a problemas tan grandes. ¿Es irracional? En cierta manera, sin duda. Pero al mismo tiempo tiene perfecto sentido.

El filósofo Rodrigo Nunes (Río de Janeiro, 1978) ha publicado este año uno de los ensayos sobre el bolsonarismo mejor recibidos por la prensa brasileña. Nunes, profesor de filosofía de la Pontifícia Universidade de Río de Janeiro (PUC ), analiza en Do transe à vertigem (Ubu Editora) detalles que pasan...

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Autor >

Bernardo Gutiérrez

es periodista, escritor e investigador hispano brasileño. Ha cubierto América Latina desde el año 1999, como corresponsal en Brasil la mayoría de ese tiempo. Es el autor de los libros Calle Amazonas (Altaïr), #24H (Dpr-Barcelona),  Pasado Mañana (Arpa Editores) y Saudades de junho (Liquid Books).

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