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PAPELES DE LA PORFIADORA CALAMIDAD (II)

Florilegio ferlosiano

Debido a su reciente elaboración, este documento puede contener trazas de erratas abyectas. Las cursivas son citas del autor hipotáctico nacido en Roma traídas al capricho de la autora

Natalia Carrero 13/11/2022

<p>Sánchez Ferlosio, en una imagen de archivo.</p>

Sánchez Ferlosio, en una imagen de archivo.

LUIS SEVILLANO / FOTOGRAFÍA CEDIDA POR LA EDITORIAL

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Queridas cuatro alumnas:

Junto a esta sincera bienvenida a los inicios de la temporada extra-académica os envío un Florilegio recién elaborado para incentivar vuestro potencial de literatas, una suerte de vitaminas proactivas que convendría tomar-leer de una sentada, sin interrupciones ni ruidos excesivos a poder ser y, sobraría añadir, con la debida calma.

¿Qué pretendo al emplear un vocablo de apariencia prerrafaelista o más allá, Florilegio? Cuando abordéis el adjunto se desplegarán en vuestras pantallas ideas y conceptos cuya precisión esta lengua que se esfuerza no siempre alcanza a expresar, por lo que en ocasiones quedarán meros reflejos o remembranzas de algo, aproximaciones varias a historias mínimas y magníficas que alguna vez fueron y pasaron por nuestras memorias. En concreto, hallaréis una acumulación de anotaciones, reacciones de lectura, que llevo realizando desde el año 2000 hasta el presente, a partir de sucesivas inmersiones en la obra narrativa, ensayística, articulista y polemista de una bestia de nuestras letras más próximas e intersiderales, Rafael Sánchez Ferlosio, quien se resguardó del éxito del literato, ese cuervo al acecho de la persona demasiado agasajada.

¿Qué es una reacción de lectura?

Una acción reactiva ante la página que estamos leyendo, un efecto secundario inmediato y patente de lo que leemos. A veces puede tratarse de un simple alzamiento espontáneo de mirada, cabeza, cuello, como en busca de algo arriba, casi siempre arriba y en raras ocasiones a los lados o por el suelo, que acaso ayude a sopesar la de sentidos desprendidos tras la toma de una dosis de palabras. También podría definirse como una emoción que nos impele a saltar del sillón de orejas, la silla de mimbre o el rincón donde nos hubiéramos encapsulado, tipo bicho bola, para leer en nuestra soledad deseada y defendida, sin la cual por cierto nunca observaríamos desplegarse en todo su esplendor a los personajes más memorables, hola Alfanhuí.

Y disculpad que de ahora en adelante y de vez en cuando cometa el atrevimiento de personalizar el asunto de que se trate. No puedo callar mi reacción de lectura más peligrosa: antes de ser esta Calamidad que os exhorta a escribir a mano y con buena letra, pasé jornadas al margen de la cotidianidad leyendo a los malditos, creo que porque entonces resultaban los libros de viejo más baratos, crecí en pesetas, intoxicándome hasta desear ser toda yo algo abisal. En un pronto inefable a la hora crepuscular salté por la ventana y milagrosamente me encesté, o me encestó, una grúa gigante que en ese mismo instante se elevaba por ahí. Estarían construyendo otra torre, pues eran tiempos de María Abundancia y Subvenciones.

Pero vayamos al adjunto, previas advertencias: debido a su reciente elaboración, el documento puede contener trazas de erratas abyectas. Las cursivas son citas del autor hipotáctico nacido en Roma traídas al capricho de la forjadora del florilegio. Declaro de nuevo que mi conocimiento de esta obra bestial solo puede ser calamitoso, en ningún caso exhaustivo.

 

Florilegio ferlosiano

Sobre “El Jarama” lo primero que hay que decir –o confesar– es de qué manera se escribió.

Haciendo listas de memoria auditiva, el habla popular que siempre le había interesado, conocía muy bien la extremeña rural, hasta que la urdimbre de los diálogos fue adquiriendo tejidos argumentales continuables.

Lo peor que le puede pasar a quien escribe es convertirse en autor de “bellas páginas”.

A finales del siglo pasado también sucumbí, tras unos salvajes atracones maratonianos de escritura noctámbula, a unas fiebres llamadas las semanas del jardín, tras las que salí algo crecida, pues adquirí cierta arboreidad escritural que durante años me esforcé en podar-reprimir para no asustar a nadie, hasta que el hartazgo y algún golpe de viento me llevaron a ir aceptando ese aparente barroquismo como una desviación que, qué se le iba a hacer, me conformaba de manera sustancial. No acudí a sus textos ejemplares, ahora estoy pensando en Carácter y destino, en busca de retiro y consuelo sino directamente de fiesta. Me agitaba no la necesidad de calma y silencio sino un ansia enfermiza, sedienta y necesitada de ruido de plaza con política retumbante, de brío y palabrerío capaz de nombrarlo todo articulándose de manera como sin fin, y nunca en vano. La alegría de descubrir que no se escamoteaba nada en tan generoso despliegue sintáctico, párrafo tras párrafo y aclaración tras aclaración. Las palabras nombraban la realidad como una piel viviente capaz de actualizar los cambios por ínfimos que fueran a medida que iban sucediendo, en todas sus concreciones. Fui comprendiendo, mientras leía tan campante: Tuvo que ser así y no pudo ser de otra manera. Caí de cabeza en la olla o marmita de la pócima ferlosiana para empaparme de una labia portentosa, mi primera y única sobredosis léxica, que compensara el silencio envenenado, la letargia mental, la acedia o acedía de mis antecesoras, herencia apabullante de la que aún sigo huyendo, cada vez más convencida de que las aventuras épicas terminan bien porque dejan huellas que ejercerán de pistas fidedignas.

Consecuencialista, derecho narrativo, libelo, isótopos, polemología, idiotética, rubor.

¿Hemos estudiado?

Es lógico, se diría a partir de dichos antecedentes, que cada temporada me adentre en unas cuantas páginas de su obra ensayística para perderme en un paisaje que, además de vívido y letrísticamente colorista, resulta ante todo moral. Su artesanía, su orfebrería, su gesta antibarroca y coloquial me invitan a seguir extraviándome y reflexionando entre líneas e infinidad de sentidos en busca, encarnizada en ocasiones, de la máxima precisión expresiva. Este experto en casi todo, desde el origen de la sabiduría espontánea infantil a la historia mayúscula, Esas Yndias equivocadas y malditas, pasando por la gramática, la etimología, la teología; pero también de los deportes, la televisión, la publicidad, los animales, por solo mencionar algunas materias que fueron sometidas a sus escrutaciones, no nos expulsa del papel como puede suceder con otras autoridades; más bien propulsa una interlocución iniciada hace tiempo y que ojalá no termine. Y no solo eso, añadiría que la impulsa más allá de nuestra individualidad, de modo que al atender lo que viene tratando de compartir, subordinada tras subordinada, experimentamos la convicción de que somos una mente irremediablemente colectiva, todo lo contrario que esos egos aislados en burbujas que se prodigan en las pantallas actuales para rogar corazones y, cómo no, transacciones, tilín tilín de dinero en monederos falsos.

Tener un buen nombre nunca puede ser algo referido a una misma, sino siempre a las demás personas.

En cuanto detecto que mi estado anímico no me permite hilar dos frases poliarticuladas con la gravedad y la gracia que desearía no solo para mi vanidad, sobre todo estoy pensando en las cuatro alumnas que alguna vez me prestáis atención en estas sesiones sin otra enseñanza que una aparente improvisación, acudo en busca de argumentos y fuerzas al autorretrato titulado La forja de un plumífero. En el apartado de la hipotaxis suelo cerrar los ojos y dormir o adormecerme. Corrijo: Ni lo uno ni lo otro, sino dormitar. Dormitar y leer; este par de acciones, en parte simultaneadas y en parte sucesivas, dan cuenta de cómo absorbo, situándome en lo posible fuera de estos tiempos tenebrosos, deportivamente deformados por las metas de velocidad, optimización, competitividad, las obras de factura tan lenta como impagable que nos ocupan. Aclaración: Dormitar no es dormir sino hacerlo a medias o casi. Al dormitar, podría imaginarse, una puerta permanece entreabierta para que las palabras del libro se vayan colando, a rachas según las corrientes de aire del entorno, hacia esta persona que las asume, tal vez para más adelante realizar algo útil con ellas. Así se fraguó este florilegio.

La hipotaxis es muy viciosa, y conforme iba llegando a cogerle el gusto, incluso cuando escribía ajeno a cualquier ánimo –consciente, por lo menos– de jugar y divertirme, se me antojaba que solo podía decir tal o cual cosa de un modo satisfactorio, por suficientemente preciso, circunstaciado y completo, con una frase poliarticulada y de muy largo aliento. Alguna llegó a costarme una jornada entera.

Así comienza Un apunte. Sobre la hipotaxis y el aliento de la lectura, que en este instante se añade a vuestra lista de tareas.

En sus sesiones de cuatro días de altos estudios eclesiásticos, anfetaminas mediante, Ferlosio comprobó las modificaciones que iba menguando y deshaciendo su caligrafía. Optó por dejar de ser un ente narrativo para transitar a la gramática y demás campos semióticos aledaños. Asegura que llegaría a escribir veinte veces más de lo publicado, en a saber cuántos cuadernos artesanalmente cumplimentados con las infinitas posibilidades que se obtienen a partir de la veintena de signos del abecedario. Tras una mudanza de piso obligatoria por inflación o hinchazón inmobiliaria, recuperó la caligrafía como propósito para estar y trabajar bien; me lo invento un poco para ir avanzando. Atrás quedarían las anfetaminas que el farmacéutico, en una democracia novata que prometía un impostado reinicio de vida próspera, ya no podía expender con la misma soltura ni con la misma pureza. Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado.

Yo creo que la caligrafía salva del Alzheimer.

La buena caligrafía os hará libres. Ya lo dije pero lo repito: Practicad la escritura a mano, tinta azul, tinta verde, tinta roja y tinta negra sobre papel, sobre la piel de la vida y sobre tantos muros por derribar. Practicad a distintas velocidades e intensidades, llenad cuadernos hasta el último milímetro, no necesariamente cuadernos nuevos, seguro que tenéis muchos por ahí con páginas impolutas, aprovechad todos los blancos, todos los restos, ya no sé si añadir que por sostenibilidad. Mejor no. Últimamente esta expresión empieza a sobreactuar desde todos los ámbitos y pantallas, como lanzando su doctrina para que seamos aún más incoherentes e hipócritas.

28. Pero he aquí que ha llegado la hora de que el traspunte haga salir a escena al gran protagonista de este drama, a la diva que encarna en su argumento el papel estelar y que es, tal como solía pasar en ciertos autos sacramentales, una persona abstracta: la Vergüenza.

29. Las cosas gordas hay que atreverse a decirlas ya desde el principio. Así que diré sin más que la vergüenza es la comadrona o la nodriza de toda educación (pero mejor, os conmino sin el menor rubor a seguir leyendo la página 107 de Ensayos 4: Qwertyuiop, Debolsillo, 2018).

Fin del adjunto.

Chequeo los comentarios aceptados en abierto de mi plataforma docente. Vaya, cierto alarmismo, un exceso de preocupación transmiten algunos comentarios; debo medir la aceleración de mis nerviosidades para que no me afecten tantos iconos y exclamaciones. A ver si me aclaro. Dice que la gente joven no lee, le parece nada menos apocalíptico. Otro: Que las personas que trabajan no encuentran el tiempo para leer como antes, ahora ven series que provocan la circulación de dinero a velocidades estratosféricas. ¿Cómo podríamos incentivar el interés por...? Y, de pronto, buena suerte que tengo, me centra este pensamiento ferlosiano: La execrable jerga pedagógica moderna ha introducido recientemente la horrísona palabra motivar.

Me desmotivo a conciencia. Estos comentarios son de quienes disponen de tiempo que perder y algo de dinero para invertir en ocio. Más o menos como esta Calamidad que soy, por otra parte. De lo contrario no verían series de Netflix ni escribirían comentarios confesando que han sido abducidos por las imágenes producidas en serie, han optado por lo inmediato. Leo aquí otro cantar con su pizca de esperanza: La portavoz de un grupo de jubiladas y prejubiladas afirma que son grandes lectoras, no paran de leer. Me alegra mucho, qué buena noticia, pero ¿el qué? Voy a preguntar. Espero que no me hablen del premio Planeta ni de otros productos de la megaindustria editorial que no entran en la cosmogonía lectora que tanto me esfuerzo en ir retransmitiendo, a ver si algo cala.

Queridas cuatro alumnas:

Junto a esta sincera bienvenida a los inicios de la temporada extra-académica os envío un Florilegio recién elaborado para incentivar vuestro potencial de literatas, una suerte de vitaminas proactivas que convendría tomar-leer de una sentada,...

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Autora >

Natalia Carrero

es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.

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