Pedagogía
El discurso rojipardo en educación
Defienden la ‘cultura del esfuerzo’, meritocrática y neoliberal hasta la médula. Su discurso excluye conceptos como capital cultural y social, expectativas de éxito o fracaso e igualdad de oportunidades
Colectivo de docentes DIME 14/11/2022
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En los medios generalistas se prodigan estos últimos años dos tipos de discurso sobre educación: una pléyade antipedagógica, defensora de la cultura del esfuerzo y la memoria; y otra de conferenciantes estrella que los primeros llaman desertores de la tiza. Los antipedagogistas usan a los segundos como prueba de la verosimilitud de su visión y les sirven de coartada para publicar ensayos rojipardos plagados de referencias clásicas, Unamuno, críticas a la LOGSE y ridiculización de la Pedagogía como supuesta destructora del conocimiento. Asombra que medios alineados con la izquierda ideológica ofrezcan cobertura a este discurso y lo legitimen como una posición educativa de toda la izquierda. ¿Por qué se visibiliza aún más este discurso neorrancio difundido profusamente en medios conservadores? ¿No hay bastantes famosos opinadores rojipardos, pedagogos conservadores y escritores curtidos en guerras practicando el arte del insulto ilustrado y las admoniciones apocalípticas por todo lo que huela a juventud, inclusión o salud mental?
La elevada ratio docente/alumnado, el exceso de interinidad, las infraestructuras obsoletas de nuestros centros públicos y el aumento presupuestario para la concertada –con PP y PSOE–, justifican el malestar de la pública y este sector antipedagogista lo canaliza. A semejanza del populismo ultraderechista con los trabajadores, llaman a una resistencia civil ilustrada bajo la bandera de la malentendida libertad de cátedra contra la imposición de la normativa educativa. Conciben la educación como un imperio sin ley mientras no se diseñe una con sus preceptos educativos, que no son otros que los de los años 70.
En realidad, no defienden la Ley General de Educación (1970). Basta leer los principios pedagógicos de esta (formación pedagógica del profesorado, trabajo docente en equipo, atención a la diversidad de aptitudes e intereses, métodos no memorísticos, etc.) para comprenderlo. Más bien, parecen añorar la obligatoriedad hasta los 14 años que expulsaba de las aulas a la mitad de la población, casualmente de clases desfavorecidas y con necesidades educativas especiales o dificultades de aprendizaje. La educación obligatoria hasta los 16 y la incorporación de esos grupos sociales a las aulas dificulta mantener ciertas prácticas.
Desbrozada la argumentación rimbombante y conspiranoica de su discurso, afloran elitismo, neorranciedad, clasismo y un profundo desconocimiento de historia y de investigación educativas. A continuación, esbozamos algunos de sus axiomas educativos.
Axioma 1. La educación consiste en (re)transmitir contenidos
Según estos autoproclamados expertos, el conocimiento acumulado por la humanidad –del que se consideran únicos guardianes– es inmutable al paso del tiempo e independiente de los cambios culturales y sociales. En su custodia juega un papel importante el irrenunciable libro de texto –aquí la mercantilización neoliberal no importa–. El aprendizaje consiste en una especie de transposición en el vacío desde el cerebro del docente hasta el del alumnado vía exposición oral con apoyo de la tiza y la pizarra, la de toda la vida o la digital que permite proyectar el libro de texto como innovación y escasa participación del alumnado. Generación tras generación, la adquisición de conocimientos –y por ende, el éxito académico– se condiciona a la capacidad de memorizar, velocidad de procesamiento, memoria de trabajo y destreza de escribir sin faltas lo recordado con buena sintaxis. Sin embargo, esas habilidades cognitivas en las que se sustenta ese tipo de conocimiento no se reparten por igual en la población ni se adquieren de igual modo y, por tanto, no responde a la universalidad de la educación, lo que vulnera el derecho del alumnado a la educación recogido en la Constitución y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El factor emocional, que la investigación ha demostrado crucial en el proceso de aprendizaje, es ridiculizado
En este discurso antipedagogista, los institutos son catedrales del conocimiento a las que se exige llegar automotivado de casa para escuchar, tomar notas, hacer deberes, memorizar y reproducir en un papel. El factor emocional que la investigación ha demostrado crucial en el proceso de aprendizaje, motivo por el cual se incluye en la legislación, es ridiculizado y los docentes que lo contemplan en sus prácticas, acusados de convertir la escuela en un parque de atracciones.
De hecho, el discurso rojipardo obvia que los métodos y las condiciones de enseñanza-aprendizaje determinan qué se aprende. Ejercer la docencia implica cuestiones técnicas: una reflexión valorativa sobre qué contenidos curriculares resultan clave; en qué vocabulario y conocimientos previos se fundamentan; los procedimientos y su secuenciación idónea acorde con el desarrollo cognitivo del alumnado; la investigación didáctica del campo sobre cómo universalizarlos para que todo el estudiantado los comprenda; observar y coordinarse con otros docentes para que el conjunto sea coherente… Educar también implica comprometerse con la igualdad de oportunidades y el conocimiento como emancipador del desfavorecido (Freire dixit): decidir cómo plantear inclusivamente las actividades en el aula; el rol del capital cultural y las expectativas de clase social sobre la utilidad del conocimiento académico para el profesorado y alumnado; y trabajar valores democráticos, solidarios y críticos con el alumnado que solo pueden practicarse en referencia a los otros, es decir, en un entorno social como la escuela.
Todo lo anterior exige conocimientos sólidos sobre legislación, didáctica, diseño curricular, sociología, política educativa y organización escolar, entre otros, que la Pedagogía ha acumulado en un corpus de conocimiento durante los dos últimos siglos. El sector antipedagógico los rechaza sistemáticamente en defensa de un método único: el suyo, el de siempre, para todos y todas y eluden la autocrítica profesional.
Axioma 2. La cultura del esfuerzo y la meritocracia
Defienden la cultura del esfuerzo, meritocrática y neoliberal hasta la médula, y que nada tiene que ver con el evidente esfuerzo que se necesita para aprender. Su discurso de la cultura del esfuerzo excluye conceptos como capital cultural y social, expectativas de éxito o fracaso e igualdad de oportunidades. El esfuerzo del adolescente de clase media-alta, con un padre médico y una madre ingeniera que dispone de una infraestructura de apoyo y altas expectativas académicas y laborales, no se puede comparar con el de la chica de clase baja que cuida de sus abuelos y comparte habitación y tablet con sus tres hermanos mayores. Tampoco lo es para otro/a sin las capacidades cognitivas mencionadas más arriba. El planteamiento de las actividades para que nuestro alumnado aprenda está mediado por estas desigualdades de partida, pero la cultura del esfuerzo se limita a ordenar méritos en expedientes académicos sin valorar estas circunstancias desiguales de partida.
El planteamiento de las actividades para que nuestro alumnado aprenda está mediado por las desigualdades de partida, pero la cultura del esfuerzo se limita a ordenar méritos en expedientes
Este discurso rojipardo denuncia machaconamente el bajo nivel del alumnado actual, que justifican en una idealización del pasado e ignorando su sesgo del superviviente. Cuando se les responde que todos y todas nosotros hemos educado a nuestros jóvenes que llevan escolarizados como mínimo desde los 6 años, culpan a las sucesivas leyes educativas –especialmente las progresistas– de dicha bajada del nivel, aunque la lógica y los datos e investigaciones disponibles no apoyen esta idea. Se parte de la experiencia personal sesgada y se picotea en los datos históricos y estadísticos para confirmar las creencias apocalípticas.
Una calculadora, un juego didáctico o un examen oral para disléxicos son artefactos diseñados para destruir el conocimiento, la capacidad de esfuerzo y la tolerancia a la frustración del estudiantado. La frustración, la obediencia jerarquizada, la injusticia y la desigualdad de capacidades y oportunidades deben enseñarse en los centros –esto sí de forma activa– y el estudiantado sufrirlo en carne propia porque, en caso contrario, no aprenderán a adaptarse a la frustración e injusticia que encontrarán en el futuro. Lo que no es necesario para la vida, de acuerdo con la neorranciedad, son conocimientos como el derecho a participación democrática, a la huelga y la manifestación ni tampoco la empatía, la cohesión social, el pensamiento histórico, la resolución de problemas, el uso inteligente de las tecnologías, la diversidad humana y la capacidad creativa.
Axioma 3. Hay pedagogos y pedabobos
Para el rojipardismo, un pedagogo bueno es uno de derechas; para el resto inventan adjetivos despectivos: pedabobo, pedagogismo, neopedagogía, pedagogó…
La Pedagogía y los docentes que lo confrontan buscan integrismo y politización, pero lo suyo es una cuestión técnica: lo de los demás, intervencionismo, polarización e infantilización. Se omite que educar es un acto político, como decía Freire, implícito o explícito.
La crítica al neoliberalismo resulta imprescindible para que sus acólitos sean ubicados en la izquierda, pero esto choca con sus prácticas excluyentes
En este marco discursivo, la crítica al neoliberalismo resulta imprescindible para que sus acólitos sean ubicados en la izquierda, pero esto choca con sus prácticas excluyentes y selectivas que criban a quienes no consiguen subir la escalera educativa con automotivación, horas extra, resiliencia y apoyo educativo externo. Desechan a individuos con dificultades para preservar contenidos factuales y reproducirlos en un examen escrito. A quienes les cuesta acatar órdenes arbitrarias de un superior jerárquico o carecen de capital social y cultural, les arrebatan de facto el derecho a una educación comprensiva, el mayor logro educativo progresista: la misma cultura para el hijo del obrero que para el hijo del empresario hasta la edad mínima requerida para trabajar.
La educación como servicio público, el bien común, los centros como comunidad solidaria y motor de cambio social y cultural, no aparecen en el discurso… son cosas oídas en ese máster de pedagogos, de requisito obligado y que odian profundamente. Sus seguidores se autoproclaman únicos conocedores de la realidad del aula. El resto la desconocemos porque vivimos en otra realidad paralela donde no fuimos alumnos/as, ni existe el papeleo, la precariedad, el esfuerzo, el fracaso, los salarios raquíticos, los deberes en domingo, o los suspensos y relatos de nuestros vástagos. Tampoco existen los comentarios condescendientes, faltos de empatía, e incluso despectivos, cuando aportamos datos, investigaciones o experiencias propias o internacionales que no concuerdan con las suyas, o cuando las familias demandan las explicaciones a que tienen derecho.
Con la educación no se juega
Cuando una determinada visión de la educación coincide en todo o en parte con aquella que la derecha política promociona en sus medios afines, aunque se tiña de rojo, deberían saltar las alarmas en todo aquel que se considera progresista. La educación es un arma política: decidamos –profesorado, investigadores, familias y medios de comunicación– en manos de quiénes queremos que esté. Todos los días, muchísimos docentes y especialistas de la educación pública libran una batalla por la igualdad de oportunidades a pesar de la escasez de recursos. Esta es nuestra bandera: la inclusión, la equidad en oportunidades para el acceso al conocimiento y los recursos materiales y humanos necesarios para que la educación pública pueda realizar esta importante función social.
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Colectivo de Docentes por la Inclusión y la Mejora Educativa (DIME). Firmantes:
Manuel Siaba Lestón (Maestro de Educación Primaria en CEIP Ramón de Artaza)
Manuel Fernández Navas (Profesor de Didáctica y Organización Escolar, Universidad Málaga)
Noelia Alcaraz Salarirche (Profesora de Didáctica y Organización Escolar, Universidad de Málaga)
Vicent Garcia Martínez (Profesor de Secundaria y Profesor asociado del Departament de Didàctica de la Llengua i la Literatura de la Universitat de València)
Carlos Candel (Maestro interino y Educador Social)
Olga Elwes Aguilar (Profesora en la Facultad de Educación de Toledo, UCLM)
Pedro C. Mellado Moreno (Profesor del Departamento de Educación, URJC)
Diego García García (Maestro de Educación Primaria en CEIP San Sebastián, Padul)
Jordi Adell (Profesor de Tecnología Educativa (UJI) jubilado)
Gonzalo Silió Sáiz (Maestro de Educación Primaria y Psicopedagogo)
Jordi Cano (Profesor de ESO/Bachillerato y Profesor asociado en la Facultat d'Educació, Psicologia i Treball Social, UdL)
David Porcar Díaz (Maestro de Educación Primaria)
Adrián Navarro Pitarch (Profesor en escuelas de música y egresado del Máster de Secundaria por la Universidad de Valencia)
Sergio Martínez Juste (Profesor de Didáctica de la Matemática, Universidad de Zaragoza)
Pablo Beltrán Pellicer (Profesor de Didáctica de la Matemática, Universidad de Zaragoza)
María Cañete Barcenilla (Profesora de Geografía e Historia)
Loreto Herrero Imbert (Profesora de Lengua Castellana y Literatura)
Antonio Solano Cazorla (Catedrático de lengua y literatura y director de instituto público)
En los medios generalistas se prodigan estos últimos años dos tipos de discurso sobre educación: una pléyade antipedagógica, defensora de la cultura del esfuerzo y la memoria; y otra de conferenciantes estrella que los primeros llaman desertores de la tiza. Los antipedagogistas usan a los...
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