Juan Grabois / Dirigente social argentino e integrante del Frente de Todos
“El momento histórico obliga a que Podemos y Sumar superen sus microdisputas”
Gorka Castillo 14/11/2022
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Abogado y fundador del Movimiento de Trabajadores Excluidos, una organización social centrada en el reconocimiento oficial de los trabajadores que fueron excluidos del mercado laboral formal, Juan Grabois (Buenos Aires, 1983) es un dirigente muy destacado en Argentina. Las clases populares le adoran como figura emergente de una nueva política que aspira a transformar todos los vicios que el neoliberalismo dejó en su país como una maldición histórica. Sin embargo, para otros es una de sus dianas predilectas, como se pudo ver hace unos días cuando, a su llegada de Europa, un grupo de personas comenzaron a increparle, en el mismo aeropuerto, con descalificaciones que, a tenor de su expediente profesional, no se ajustan a la verdad. Su defensa cerrada de Cristina Fernández, sus planes revolucionarios para alumbrar una sociedad nueva y, sobre todo, la oposición visceral que muestra al macrismo en cualquiera de sus derivadas es gasolina ideológica en Argentina. La tensión también se corta con cuchillo al otro lado del charco. Grabois regresaba de España donde había participado en las jornadas organizadas por la Universidad de Otoño de Podemos y ha tenido la oportunidad de conocer la situación que hoy se vive en la izquierda a un año de las elecciones. “Los términos políticos que plantean Sumar y Podemos son bastante similares pero su discusión pasa por saber quién va a tener mayor representatividad y hegemonía en un espacio que deben compartir”. A veces, dice este sindicalista muy cercano al ideario humanista del papa Bergoglio, es más fácil ver los problemas desde fuera que cuando uno está enfrascado en un debate de semejante trascendencia. Y avisa: “Entiendo que definir quién lidera ese proceso es difícil pero hay que tomar una decisión porque la fragmentación alimenta la cultura individualista del neoliberalismo”.
Con el triunfo de Lula en Brasil, las cinco locomotoras latinoamericanas están gobernadas por gobiernos progresistas. ¿Qué panorama vislumbra para el continente?
En nuestra América, conceptos como ‘progresista’, ‘izquierda’, ‘popular’ y ‘antiimperialista’ pueden solaparse porque a pesar de que todos tratan de limitar el neoliberalismo, al menos lo más duro de esta ideología político-económica, hay diferencias en los procesos de cada país. Por eso, prefiero denominarlo ‘movimiento humanista’ porque todos ellos ponen al hombre, a la mujer y a la naturaleza en el centro. Sin embargo, aún no hemos encontrado la fórmula de articular un proyecto alternativo común a esa estructura de globalización excluyente que hoy evoluciona hacia posiciones de extrema derecha. En Latinoamérica, el paradigma más claro de esta evolución despreciable es Bolsonaro pero sigue habiendo derechas, quizá más civilizadas en su modo de gobernar, que gozan del favoritismo de las potencias imperialistas y de sus instituciones internacionales y cuyo exponente fue Mauricio Macri, un hombre que dejó Argentina con una deuda de 45.000 millones de dólares y que hoy es una rémora para cualquier proyecto de desarrollo con justicia social.
¿Por qué la izquierda siempre encuentra motivos que la incapacitan para desarrollar un modelo alternativo a la dinámica mercantilista?
Porque quienes gobiernan, salvo en el caso chileno, proceden de unas tradiciones políticas del siglo XX cuando el Estado del Bienestar era el paradigma entre dos mundos antagónicos, la movilidad social aún era ascendente y había pleno empleo. Es la imagen nostálgica a la que se quiere volver una y otra vez aunque las cifras demuestren que el mercado jamás lo permitirá porque ni siquiera puede. Por lo tanto, hay que salir de esa lógica y entender que vivimos en un mundo nuevo, distinto. Esto tampoco quiere decir que todos los procesos de transformación planteados sean idénticos. En Latinoamérica, por ejemplo, tenemos pendiente una tarea fundamental para nuestro futuro como es la construcción de una estrategia unitaria plurinacional porque somos un pueblo de pueblos. Esa es la única forma de convertirnos en una alternativa política a las potencias hegemónicas que extraen nuestros recursos sin ofrecernos ninguna posibilidad de desarrollo interno. Pero este objetivo estratégico, lamentablemente, no está planteado en la agenda de ninguna de las cinco grandes economías latinoamericanas.
Usted forma parte del Movimiento de Trabajadores Excluidos, un sector minoritario del gobernante Frente de Todos con un programa que rompe la manera de ejercer la política tradicional. ¿Cuál es su objetivo?
En Latinoamérica tenemos pendiente una tarea fundamental para nuestro futuro como es la construcción de una estrategia unitaria plurinacional
En el Frente de Todos hay mucha gente que no milita en política institucional, como es mi caso, porque lo hacemos en los movimientos populares. No por una cuestión dogmática de rechazo sino porque consideramos que la política como herramienta de transformación necesita la existencia de un debate, de una acción planificada por parte del Estado y de unos movimientos populares con poder político más allá de las instituciones que trabajen en la calle, en el campo, en los barrios y en las comunidades. Es una combinación de todos ellos para avanzar en un desarrollo humano integral. Nuestra primera apuesta para abordarlo siendo, como usted dice, un sector minoritario del Frente de Todos, fue acudir en defensa de todos los movimientos populares latinoamericanos que, con todos sus defectos, planteaban algún tipo de desafío a la oligarquía dominante en cada país. Estuvimos en Bolivia contra el golpe a Evo, apoyamos a Correa en Ecuador, fuimos a Brasil durante la persecución a Lula. Y en Argentina nos implicamos en una defensa cerrada de Cristina Fernández porque ella es el objetivo que la derecha trata de destruir. Creo que en España lo han intentado con Pablo Iglesias y no les ha ido del todo mal. Quien no reconozca que acabar con los liderazgos fuertes es parte fundamental en la estrategia de la derecha y de la oligarquía es que está ciego. Ahora bien, el éxito pasa por la configuración de una política de coaliciones pragmática y diversa.
¿Cómo valora la presidencia de Alberto Fernández a un año de la celebración de elecciones?
Muy mala, debido a su decisión respecto al problema coyuntural más grande que tenemos como es el endeudamiento de 45.000 millones de dólares que produjo el macrismo. La posición mayoritaria que tomamos en la coalición Frente de Todos fue que la negociación debía de establecerse sobre la base de la corresponsabilidad que tuvo el FMI con el Gobierno de Macri, la apertura de una investigación sobre la fuga de capitales que se produjo en esa época y no negociar bajo las reglas que el propio FMI había violado para endeudar a Argentina. Sin embargo, Alberto Fernández decidió ir por otro lado para alcanzar un acuerdo con el macrismo. Aquello ha dejado al Frente de Todos como un cristal rajado. A partir de ahí, las contradicciones se han agudizado y ojalá podamos procesarlas con sabiduría para reconstruir la unidad.
En España, la unidad de la izquierda también pende de un hilo. Usted acaba de reunirse con representantes de Sumar, la plataforma que lidera Yolanda Díaz, y también con dirigentes de Podemos. ¿Qué percepción le ha quedado?
Es mucho más fácil ver lo que ocurre desde fuera cuando uno está inmerso en una disputa de facciones pero reconozco que me faltan algunas piezas del rompecabezas español. Lo que he visto es que falta claridad sobre un proyecto colectivo. Y esto es algo peligroso porque incentiva un debate disfrazado de estrategias. En realidad, los términos políticos que plantean Sumar y Podemos son bastante similares pero su discusión pasa por saber quién va a tener mayor representatividad y hegemonía en un espacio que deben compartir. También lo he visto en Catalunya. El ayuntamiento y la Generalitat tienen planteamientos muy parecidos pero no existe colaboración entre ellos. Y el problema de la fragmentación de proyectos transformadores es que alimenta la cultura individualista del neoliberalismo. Entiendo que definir quién lidera ese proceso siempre resulta difícil pero hay que tomar una decisión y una vez que se hace, acompañarla con fuerza al menos durante un tiempo. Escucho que existen pequeñas disputas entre Sumar y Podemos, casi microdisputas de micropoderes dentro de microgrupos, muy parecidas a las que tenemos en Argentina. Y todos tienen sus razones porque todos plantean argumentos pero, sinceramente, creo que esas discusiones deberían hacerse a posteriori, después de las elecciones. Nosotros, en 2019, quisimos ganar las presidenciales en Argentina con Cristina Fernández a la cabeza pero ella tomó otra decisión. La aceptamos y redirigimos nuestra estrategia sabiendo que no era la época de encarar grandes reformas. Ojalá que en España pase lo mismo y la fraternidad, la sororidad, el espíritu de grandeza y la conciencia del momento histórico que viven permitan superar esos pequeños obstáculos que tienen porque sino corremos el riesgo de convertirnos en elementos ineficientes para frenar las tendencias deshumanizantes que la oligarquía y la derecha tratan de imponer.
Los términos políticos que plantean Sumar y Podemos son bastante similares, su discusión pasa por saber quién va a tener mayor representatividad
¿Apoyarían a Cristina Fernández si decide presentarse?
Si se presenta, la apoyaremos sin lugar a duda aunque personalmente apuesto más por una renovación de liderazgos con gente como Wado de Pedro, que a mí me gusta mucho. Es hijo de desaparecidos, que ha superado una discapacidad en su habla, que ha mostrado mucha solidaridad con los sectores populares y que, además, es un hombre formado en el entorno de Cristina.
En Europa no se entienden bien esos liderazgos tan marcados.
Europa es muy hipócrita con el caudillismo. Sobre todo porque es un invento europeo, no latinoamericano. Para constituir una nueva institucionalidad política se necesitan liderazgos fuertes para confrontar al capital concentrado y a sus medios de comunicación. Ahora bien, son una condición necesaria pero no suficiente. Y nos cuesta mucho encontrar esa síntesis, el término medio.
Usted nunca ha ocultado sus diferencias con Cristina Fernández.
Nuestras diferencias son básicamente económicas. Podríamos decir que Cristina es una keynesiana, una peronista del siglo XX. Entiende que el nuevo sector comunitario que nosotros planteamos tiene que ser producto de un crecimiento equitativo que permita el pleno empleo, una hipótesis que descartamos como posible porque ni siquiera es la mejor. La opción que consideramos más adecuada es un sector privado asalariado, un sector público eficiente no orientado a la propia clase política funcionarial sino al pueblo y un tercer sector, el comunitario, con utilidad social y medioambiental que no esté sujeto a las leyes economicistas de la rentabilidad mercantil porque no es su razón de ser. Y aquí incluimos todo lo que está en la economía informal, es decir, la actividad de subsistencia que es invisible al Estado y que en nuestra América representa un tercio de los trabajos. Sabemos que es muy difícil que liderazgos como el de Cristina asuman esta propuesta porque crecieron con el industrialismo y el viejo constitucionalismo social. Sin embargo, esas generaciones formadas en el modelo del Estado del Bienestar tienen que entender que el modo de producción ha cambiado y hay que encontrar alternativas que permitan equilibrios nuevos.
Si Alberto Fernández, o su ministro de economía Sergio Massa, presentan su candidatura para encabezar el Frente de Todos, ¿cuál será su posición?
Entonces, habría que ir a primarias, con los problemas que ello acarrea y las incertidumbres. Desde luego, no entenderíamos que se acordase un candidato como Alberto Fernández o alguien similar, una persona sin ninguna perspectiva de transformación profunda. Si se produce, entonces estaríamos en la obligación de presentar una alternativa a nuestra militancia porque no podemos permitir que toda una generación de ciudadanos se acostumbre al mal menor y pueda elegir entre los diferentes matices que hay en nuestro campo, un campo sólo delimitado por el neoliberalismo duro. Ojalá no sea necesario hacerlo y la opción sea Cristina, en quien confiamos por más contradicciones que podamos tener, o alguien de su espacio como Wado de Pedro o alguna figura emergente de los movimientos sociales. Más allá de las virtudes o defectos, sabemos que nuestras posibilidades electorales están sumamente condicionadas por el sistema de comunicación dominante.
No podemos permitir que toda una generación de ciudadanos se acostumbre al mal menor
Pero la situación mundial parece exigir destreza para llegar a nuevos pactos, incluso entre fuerzas divergentes, que frenen a una extrema derecha cada vez más institucionalizada y violenta. Se ha visto en Brasil, en EEUU, en la propia Argentina, en España con los migrantes.
La única forma de superar esto es con un proyecto alternativo. Muchas veces hablamos de América Latina pero en Alemania, en Suecia o en Noruega, en su día bastiones del Estado del Bienestar, se ha producido una ruptura con todo aquello. Estamos pagando los pecados de la socialdemocracia, del progresismo cultural y la irresolución de los problemas verdaderos de la gente, la falta de tierra, de techo y de trabajo. Frente a todo esto ha surgido una reacción de masas que no son de ultraderecha sino desencantados de los proyectos de centroizquierda. Por ahora, y tengo una cierta autoridad para decirlo porque me metieron varias veces preso, no es cierto que haya un clima de represión generalizada. Existe un frágil consenso democrático que todavía, se respeta más o menos. Bolsonaro perdió por un punto y tácitamente ha terminado aceptando su derrota. Entonces, hay un funcionamiento institucional que nos proporciona un margen para procesar los problemas. Desde luego que se han desatado muchas crisis al mismo tiempo. A mí me está sorprendiendo muchísimo el nivel de belicismo que se ha desatado en Europa a cuenta de la guerra en Ucrania. Solamente por criticar el suministro de armamento o por cuestionar a la OTAN por no haber hecho lo suficiente para evitar la guerra te coloca en una posición de sospechoso y cómplice de Putin. Esto, en un continente que ha vivido 70 años en paz, descoloca a la gente y ahí sí hay un peligro muy serio. La violencia no puede volver a ser un camino legítimo para resolver los conflictos. La guerra, el cambio climático y la extrema desigualdad son el núcleo de la crisis de la globalización capitalista y ponen en riesgo a la humanidad.
¿Quién es Juan Grabois?
Soy un militante social, humanista y cristiano, muy cercano a las ideas que difunde el papa. Poco más.
Abogado y fundador del Movimiento de Trabajadores Excluidos, una organización social centrada en el reconocimiento oficial de los trabajadores que fueron excluidos del mercado laboral formal, Juan Grabois (Buenos Aires, 1983) es un dirigente muy destacado en Argentina. Las clases populares le adoran como figura...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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