DAN KAUFMAN / PERIODISTA
“Los demócratas están despertando, pero el populismo de derechas está más vivo que nunca”
Sebastiaan Faber 11/11/2022
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La izquierda y derecha norteamericanas viven en mundos diferentes, pero estos meses coincidían en algo: que en las elecciones midterm del pasado martes 8 de noviembre el país se jugaba su futuro.
El Partido Demócrata temía perder el control de las dos cámaras del Congreso federal –es decir, la capacidad del presidente Biden de avanzar su agenda legislativa–. Los republicanos esperaban, además, afianzar su control de los gobiernos estatales en sus tres ramas: ejecutiva, legislativa y judicial. Su sueño húmedo: completar su rediseño de los sistemas electorales –léase: restringir el derecho al voto, poder descalificar votos emitidos y, si hace falta, ignorar los resultados electorales directamente– para así allanar la reconquista republicana de la Casa Blanca en 2024.
“¡Si gano yo, los republicanos nunca más perderemos ninguna elección en Wisconsin!”, prometía Tim Michels, candidato republicano para gobernador en ese Estado, a una semana de las elecciones. Antes, ya había anunciado que, de ser elegido, firmaría una ley para invalidar los resultados de las elecciones presidenciales de 2020.
Wisconsin, un estado campesino y obrero en la frontera norte del país que durante todo el siglo XX contó con una fuerte tradición socialdemócrata e incluso socialista, en el siglo XXI se ha convertido en un laboratorio político para el Partido Republicano. La estrategia ha sido triple: destruir los sindicatos; rediseñar los mapas electorales para hacerse con el control de los poderes del estado; y minimizar la capacidad de los otros poderes –el judicial y el ejecutivo– no solo para controlar Wisconsin en sí, sino todos sus procesos electorales.
Este último afán se nutre de un movimiento más amplio que defiende la teoría de los “Legislativos Estatales Independientes” (ISL por sus siglas en inglés), según la cual esos legislativos (state legislature) tendrían libertad total a la hora de regular las elecciones federales, hoy controladas en muchos lugares por oficiales y comisiones independientes. Así, aunque el candidato demócrata a la Casa Blanca sacara más votos que su rival republicano en un estado determinado, el legislativo de ese territorio podría decidir ignorar el resultado y ordenar que sus representantes en el Colegio Electoral votaran al republicano. En 2023, el Tribunal Supremo de Estados Unidos considerará un caso sobre el tema, Moore v. Harper, que puede tener consecuencias enormes para la democracia norteamericana.
En las elecciones del martes 8, Tim Michels, el candidato republicano a gobernador de Wisconsin, perdió, pero por los pelos. El gobernador demócrata actual, Tony Evers, renovó su mandato con un margen del 3,4 por ciento. El candidato demócrata al Senado, en cambio –el joven político afroamericano Mandela Barnes, de 35 años– tuvo menos suerte: el republicano Ron Johnson le ganó por un punto. Barnes, hijo de una familia sindicalista que le llamó “Mandela” en tributo al líder sudafricano, es el actual vicegobernador del estado. (Es la segunda persona negra en la historia de Wisconsin en ganar una posición en el gobierno estatal.)
“Barnes lo tuvo complicado”, dice Dan Kaufman, un periodista que lleva años escribiendo sobre ese estado para el New Yorker y el New York Times y que en 2018 publicó el libro The Fall of Wisconsin. “Durante gran parte de la campaña, Barnes formuló un mensaje inclusivo y económicamente populista que estaba funcionando. Pero cometió un par de errores y tuvo que lidiar con una oleada de anuncios racistas –algunos folletos le mostraban con una piel más oscura de la que tiene– pagados por multimillonarios conservadores, los mismos que también ayudaron a financiar al gobernador anterior, Scott Walker, cuando este se empeñó en atacar y destruir a los sindicatos, empezando con los trabajadores del sector público, como los maestros”.
Walker perdió las elecciones en 2018, después de casi ocho años en el poder. Cuatro años después, ¿aún se notan las consecuencias de su mandato?
Ya lo creo. Las dificultades que están teniendo los candidatos demócratas en el estado se explican en parte por la eficaz labor de destrucción del tejido sindical por parte de los republicanos. Los sindicatos en Wisconsin han perdido un 40 por ciento de sus miembros. En términos sociológicos, sabemos que los obreros sindicalizados no solo tienden a votar más al Partido Demócrata, sino que suelen estar más comprometidos con la sociedad civil y menos lastrados por resentimientos raciales.
Los obreros sindicalizados no solo tienden a votar más al Partido Demócrata, sino que suelen estar más comprometidos con la sociedad civil y menos lastrados por resentimientos raciales
Aun así, es difícil de comprender que el senador Ron Johnson, un empresario millonario que contaba con bajos índices de popularidad, haya vuelto a ganar. En mi última pieza para el New Yorker, explico que Johnson ha sido capaz de movilizar la ira de clase obrera a pesar de que él mismo es un neoliberal puro y duro, sin una pizca del populismo económico de Trump. ¡Si está abiertamente a favor de que se muevan las fábricas a países con salarios bajos!
A pesar de los resultados mixtos en las elecciones midterm, el Partido Demócrata parece haberlos recibido con cierto alivio, también en Wisconsin. Las cosas podrían haber salido mucho peor.
Es una forma de verlo, sin duda. Por otra parte, en vista del perfil extremista de muchos candidatos republicanos, sorprende que muchas de las disputas electorales se saldaran con resultados tan justos en estados que, hasta hace poco, eran bastiones de la socialdemocracia y del movimiento laboral.
¿A qué se debe?
Estamos viendo las consecuencias de la erosión producida por la brutal desindustrialización de las últimas décadas. Esta ha atomizado al electorado, dejándole muy susceptible al resentimiento que pretende incitar el Partido Republicano. La respuesta del Partido Demócrata ha sido más bien tibia.
En lo que respecta a los temas laborales, no hay duda de que Biden ha sido mucho mejor que Obama y Clinton
Un Partido Demócrata que tuvo un papel central en esa misma desindustrialización.
Claro, esa es la clave. Para los demócratas, la cosa empezó en serio con Bill Clinton, bajo cuyo liderazgo abrazaron las reformas neoliberales y los tratados de libre comercio. Barack Obama fue más de lo mismo. De ahí también el desafío de un candidato como Mandela Barnes en un lugar como Wisconsin: no solo se enfrentaba a Johnson, su rival republicano, sino al pasado de su propio partido. En lo que respecta a los temas laborales, no hay duda de que Biden ha sido mucho mejor que Obama y Clinton.
Los republicanos, por su parte, llevan desde los años 70 empeñados en una estrategia de largo plazo, con una poderosa infraestructura nacional financiada por millonarios conservadores. Como explica usted en su libro sobre Wisconsin, ese “long game” incluye destruir el movimiento sindical y hacerse con el control de los legislativos estatales. A estas alturas, ¿el Partido Demócrata tiene alguna estrategia que oponerle?
Durante mucho tiempo, no la tuvo. Mientras la derecha estaba trabajando por controlar los legislativos de cada estado –que, como ahora sabemos todos, tienen un impacto descomunal sobre los resultados electorales a todos los niveles– Clinton y Obama adoptaron políticas económicas que erosionaban su apoyo en lugares importantes como Wisconsin. En todo este proceso ha sido crucial la labor de organizaciones conservadoras como ALEC, el American Legislative Exchange Council, fundado a comienzos de los 70 por activistas de derechas, empresarios y políticos para redactar y difundir leyes “modelo” diseñadas para debilitar a los sindicatos, la educación pública y las protecciones medioambientales, entre otros objetivos. Las vistosas victorias de Obama resultaron, en cierto modo, engañosas. Es más, durante su mandato, el Partido Demócrata perdió más de mil escaños en los legislativos estatales. ¡Más de mil! El partido está pagando muy caro el precio de esas pérdidas.
¿Y ahora?
Me parece que los demócratas por fin se están despertando un poco, al menos en lo que respecta al tema laboral y sindical. Cuando estaba escribiendo mi libro sobre Wisconsin, hablé con una mujer que me dijo: puede que los demócratas ganemos alguna batalla electoral que otra, pero hasta que no tengamos una infraestructura como la que tienen los republicanos, perderemos la guerra. Tiene razón. La maquinaria bélica de los republicanos es insaciable e implacable.
Y desde 2020, esa maquinaria alienta la desconfianza en los organismos que regulan las elecciones.
Es importante comprender que esa saña con los funcionarios que supervisan las elecciones –por más republicanos que sean estos– es una extensión de los ataques de Walker a los sindicatos de los maestros: se trata de demonizar el sector público, un sector que no deja de representar un aspecto fundacional de nuestra democracia. Wisconsin, por ejemplo, siempre ha tenido un funcionariado ejemplar. Y siempre hubo una confianza tremenda –¡bipartidista!– en las instituciones públicas. Ambos partidos valoraban la participación de los ciudadanos en la sociedad civil y los procesos electorales, de la misma forma que había un apoyo bipartidista para la educación pública. Fue todo parte de la cultura socialdemócrata que trajeron muchísimos inmigrantes escandinavos.
La maquinaria republicana trata de demonizar el sector público, un sector que no deja de representar un aspecto fundacional de nuestra democracia
¿Es posible reconstruir algunos de los tejidos sociales y sindicales que se han destruido en las últimas décadas?
No lo sé. Los años neoliberales del Partido Demócrata hicieron mucho daño en estados como Wisconsin, Michigan y Ohio que, como bien sabemos, han resultado clave en las elecciones presidenciales y legislativas. Por otra parte, me consta que los demócratas están espabilando. En Michigan, un estado muy similar a Wisconsin, con una gran tradición sindical, todo indica que los demócratas se han vuelto a hacer con las dos cámaras estatales por primera vez en 40 años. Y ya han anunciado que estudiarán revocar una ley notoriamente antisindical, la llamada right to work law, según la cual un obrero no está obligado a pagar su cuota al sindicato aunque este lo represente. Es una buena señal. También lo es que la opinión pública tenga una mejor valoración de los sindicatos de la que ha tenido desde hace mucho tiempo, irónicamente cuando el movimiento sindical está en su punto más bajo.
¿Y el Partido Republicano? ¿Cree que su entrega ya casi completa al trumpismo y su abandono de valores que antes consideraba centrales –la participación electoral, la educación pública, la universidad como camino de ascenso social– acabará limitando su alcance electoral?
No estoy seguro. Para mí, las elecciones del martes indican otra cosa. Es verdad que Trump se ha convertido en un lastre. Pero el populismo de derechas está más vivo que nunca. Ron DeSantis, el gobernador de Florida, es un populista como Trump, pero además es competente, sin las contradicciones y chapuzas del expresidente. Y ha arrasado.
La izquierda y derecha norteamericanas viven en mundos diferentes, pero estos meses coincidían en algo: que en las elecciones midterm del pasado martes 8 de noviembre el país se jugaba su futuro.
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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