land of Lincoln
Quién le pone el cascabel al gato
El Partido Republicano se encuentra a las puertas de una nueva lucha por el liderazgo que promete ser sangrienta y en la que Trump no pretende hacer rehenes e irá con todo
Diego E. Barros 12/11/2022
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Mientras están leyendo esto, en EE.UU. seguimos contando papeletas, no tanto por celo democrático en la autoproclamada democracia más perfecta del mundo, como por la permanente construcción (Obama, dixit) de la misma. Todos los ojos continúan puestos en tres estados: Arizona, Nevada y Georgia –este irá a una segunda vuelta el 6 de diciembre–, que determinarán finalmente si la mitad de las botellas de champán que todavía no han descorchado los Demócratas pueden abrirse finalmente. De los tres estados todavía en liza, todo hace indicar que Arizona (D+6 al 82% escrutado) y Georgia (ligera ventaja del Demócrata Raphael Warnock) caerán del lado azul haciendo los 50 necesarios (más uno, el voto de la vicepresidenta y presidenta del Senado, Kamala Harris, en caso de empate) para seguir controlando la primera cámara del país.
Finalmente, la tan cacareada ola roja republicana nunca llegó. A falta del conteo definitivo es cierto que el GOP se hará con el control de la Cámara de Representantes pero por una diferencia mucho menor de la que vaticinaban las encuestas. Una victoria pírrica y nada fuera de lo normal (solo Bush Jr. y Obama en su primer mandato consiguieron ganar congresistas en unas elecciones de Medio Mandato) en la política estadounidense, que suele usar estos comicios como toque de atención hacia el inquilino de la Casa Blanca. Hasta los republicanos más recalcitrantes han reconocido estos últimos días lo precario de la recompensa, ya que el presidente Joe Biden se convertirá en el mandatario que menos congresistas ha perdido en unas Midterms desde Kennedy.
Biden es un presidente de circunstancias y con índices de valoración bastante bajos, así lo reconoció en su comparecencia del 9 de noviembre para analizar los resultados. Se le vio confiado y hasta ufano. “Ayer celebramos unas elecciones y creo que fue un buen día para la democracia”, dijo. Se permitió incluso bromear con la prensa y extender un poco más las quinielas existentes acerca de su candidatura a un segundo mandato al frente del país. Tomará una decisión, dijo, a principios del año que viene.
El presidente, de 80 años y al que en no pocas ocasiones hemos visto en público con evidentes signos de fatiga, no ocultó su cansancio y esa cautela tiznada de optimismo de la que siempre ha hecho gala en sus más de seis décadas de carrera política: “Está claro que los votantes están todavía enfadados, lo entiendo. Entiendo que han sido unos años realmente difíciles en este país para mucha gente”, admitió. “Si bien es doloroso perder cualquier escaño, hemos tenido una buena noche”.
Las Midterms han dejado una noticia buena, una noticia mala y un aparente triunfador: el reelegido gobernador de Florida, Ron DeSantis.
En esta carrera hacia la destrucción política de una mitad del país, Trump ha sido simplemente la manifestación más extrema hasta la fecha
“La buena noticia es que parece que Trump no es ya tan invencible como suponíamos y su dominio sobre el partido comienza a mostrar síntomas de cierto agotamiento”. Así lo cree Matt Costello, catedrático de Ciencias Políticas de Saint Xavier University, experto en análisis de datos. Así lo hace indicar la propia reacción del expresidente Trump una vez las urnas comenzaron a arrojar los primeros resultados en los que casi la mitad de los candidatos abiertamente respaldados por el exmandatario fueron derrotados. La presumible derrota más llamativa hasta la fecha (falta confirmación) es la de Kari Lake, candidata a gobernadora de Arizona, una estrella de la televisión muy conocida, muy hábil e inteligente comunicativamente hablando, fiel defensora de Trump y de la conspiración de las elecciones robadas en 2020. Lake estaba hasta hace poco en las quinielas para convertirse en candidata a la vicepresidencia en un hipotético ticket republicano con Trump de cara a 2024. Todo eso parece ahora haber quedado en el limbo. También ha sido celebrada la victoria del demócrata John Fetterman, elegido senador por Pennsylvania, frente al conocido personaje televisivo Mehmet Oz, Dr. Oz, fuertemente respaldado por Trump. De las dos congresistas más célebres fuera de EE.UU. por sus salidas de tono conspiranoicas, Marjorie Taylor Green (GA 14) revalidó con cierta facilidad su asiento en la Cámara de representantes, mientras que Lauren Boebert, célebre por asistir a las sesiones del Capitolio con pistola a la cintura, titular del tercer distrito de Colorado, se encuentra en una carrera inesperadamente reñida en lo que se consideraba un distrito republicano seguro. Si hay un triunfo que Trump puede reclamar, y aun así a medias, es el del escaño senatorial conseguido por J.D. Vance en Ohio (el senador saliente ya era republicano). Millonario emprendedor y célebre autor de una memoria personal que Netflix llevó a la pantalla, Hillbilly Elegy, Vance se ha convertido en un trumpista a medio camino entre el puritanismo evangélico y la conspiración. No es ningún secreto que Vance alberga aspiraciones presidenciales a largo plazo.
En una de sus tradicionales pataletas, Trump dijo que si sus candidatos habían salido derrotados “en modo alguno” él debía ser considerado “responsable de su derrota”. Al mismo tiempo, aseguró que si el resultado hubiera sido más positivo, “sin lugar a dudas” habría sido gracias a su influencia en la campaña.
No es nada nuevo sino que más bien marca una línea de actuación. Trump siempre gana aun cuando ha resultado ser flagrante perdedor, quizás su peor semana desde su derrota en las presidenciales de 2020. “En realidad, el gran culpable de que Trump aparezca como el gran derrotado la noche del martes es el propio Trump puesto que fue él quien convirtió estos comicios de Medio Mandato en un referéndum sobre su persona”, mantiene Costello.
Toda campaña electoral es una carrera contra las expectativas. Y estas estaban colocadas en un lugar muy alto en las filas republicanas, que no ocultaban su deseo de matar definitivamente una legislatura compleja, allanar el camino de Trump para una hipotética vuelta en 2024 –hay rumores de que planeaba anunciar su candidatura el día 15 de noviembre–, y, con una mayoría en ambas cámaras plantearse, incluso, la apertura de un proceso de Impeachment contra el presidente Joe Biden. En suma, ahondar en la estrategia iniciada por el Partido Republicano desde 2009: quemarlo todo. En esta carrera hacia la destrucción política de una mitad del país, Trump ha sido simplemente la manifestación más extrema hasta la fecha, amén del colaborador necesario y más efectivo.
“Puede que Trump esté herido, veremos” –insiste Costello–, “cosa muy diferente es su movimiento, la ola MAGA”. “El trumpismo se ha incrustado en el Partido Republicano hasta la médula, y está por ver si eso que algunos llaman ‘Republicanos moderados’ serán capaces de extirparlo, incluso si tienen intención alguna de hacerlo”.
A simple vista parece difícil. Tras algunos titubeos después la asonada golpista del 6 de enero de 2021, los principales líderes republicanos en el Congreso, comenzando por Kevin McCarthy (R-California) –que ahora pretende ser el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes–, han seguido respaldando sin fisuras al expresidente.
DeSantis se ha unido a otros republicanos en la cruzada ultraconservadora que a nivel estatal se despliega por los estados del sur estadounidense
Eso hasta el pasado 8 de noviembre. Porque si de ese día se puede sacar alguna conclusión clara es la de que el trumpismo ha evolucionado hacia un producto más perfecto y refinado: el gobernador de Florida, Ron DeSantis. Como el propio Trump se ha ocupado de recordar estos días en diversas declaraciones, DeSantis es un fenómeno de su propia creación. Congresista gris hasta 2019, cuando el movimiento MAGA, el dinero de Trump y, sobre todo, sus acciones como inquilino de la Casa Blanca, lo llevaron a la gobernatura del Estado recogiendo el testigo de Rick Scott, hoy senador. Desde entonces, la figura de DeSantis no ha hecho más que crecer aupada por el clima de oposición trumpista a todo lo que huela a liberal. Profundamente religioso, –Desantimonius, lo ha rebautizado despectivamente Trump–, desde su ultracatolicismo ha sabido tender puentes con los sectores más conservadores del movimiento evangelista hasta erigirse como el autoproclamado “campeón de la libertad durante la pandemia” y paladín “anti woke” en una guerra cultural que solo existe en su cabeza –esto les sonará de algo–, en un estado que hasta la elección de Obama solía bascular hacia los demócratas. No es ya el caso. Las razones son variadas, desde económicas –Florida es un estado prácticamente sin impuestos–, a demográficas, una combinación entre republicanos jubilados blancos y una creciente población hispana –cubanos, venezolanos y recientemente colombianos–, fervientemente conservadores y convencidos de que el Partido Demócrata es un nido de comunistas en la misma línea de los “regímenes” de los que reclaman haber “escapado” en sus países de origen. Florida es hoy un bastión republicano. Por lo anteriormente apuntado y porque, como pasa en España con Madrid y el PSOE, simplemente el PD parece haber renunciado a él presentando una y otra vez candidatos a cada cual más inviable. “Florida es también el ejemplo de que las viejas clasificaciones basadas en identidades ya no funcionan en un mundo cada vez más transversal”, señala Costello, quien recuerda que poco o nada tienen que ver los intereses de los distintos votantes que conforman ese cajón de sastre al que nos referimos con “voto latino”.
Desde su oficina, DeSantis se ha unido a otros republicanos en la cruzada ultraconservadora que a nivel estatal se despliega por los estados del sur estadounidense: desde legislaciones anti LGTBQ que incluye la persecución de libros y maestros en el sistema de educación público, la restricción del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo a raíz de la decisión del Supremo de tumbar Roe v. Wade del pasado verano, a la introducción de legislaciones que dificulten o directamente restrinjan el derecho al voto. DeSantis se hizo tristemente célebre hace unas semanas al meter a un grupo de inmigrantes indocumentados en autobuses para trasladarlos a Washington dejándolos allí abandonados a su suerte. Es decir, olvídense de los cantos de sirena que oirán en los próximos meses apuntando a DeSantis como la vuelta a un Partido Republicano moderado. No lo es, ni lo pretende. Más bien al contrario. A diferencia de Trump, DeSantis tiene una ideología clara y, más importante, un plan que, como le gusta recordar, pretende llevar a cabo “ungido por Dios” en un país en el que precisamente los valores y los derechos sociales –el aborto ha sido un eje fundamental en esta campaña– serán temas predominantes en los próximos dos años.
Si bien DeSantis no se ha manifestado acerca de una hipotética candidatura presidencial, en declaraciones recogidas por The Wall Street Journal, Trump lanzó una advertencia: “Si se postula, contaré cosas sobre él que no serán muy amables. Sé más sobre él que nadie, aparte de, quizás, su esposa. Es ella la que dirige su campaña”.
Las alternativas a Biden son el gobernador de California, Gavin Newsom, su homóloga en Michigan, Gretchen Whitmer, y la estrella emergente Pete Buttigieg
Como el propio Biden se ocupó de recordar entre risas en su comparecencia del miércoles 9 de noviembre, el Partido Republicano se encuentra a las puertas de una nueva lucha por el liderazgo que promete ser sangrienta y en la que Trump, como ya ha demostrado, no pretende hacer rehenes e irá con todo. Esa es la buena noticia que esperan ver consumada en las filas demócratas, una autodestrucción de rival. “Sin embargo, no creo que los demócratas deban olvidarse de lo que ocurre en sus propias filas”, advierte Costello. Apunta este profesor al hecho de que la incógnita Biden sigue sin despejarse. El presidente aseguró que su intención es volver a presentarse. “Esa ha sido nuestra intención, independientemente del resultado de estas elecciones”, dijo a los periodistas. Aun así, agregó Biden, él es “un gran respetuoso del destino”, y aseguró que si se presentaba o no sería “una decisión familiar”.
Hasta ver aclarados algunos de los factores de las múltiples ecuaciones en juego, las especulaciones y el baile de nombres de cara a 2024 ya han comenzado. A nadie se le escapa que frente a Trump, Biden es un candidato fuerte por lo que representa: seguridad en los viejos valores de la democracia estadounidense, un aspecto este que ha sido el eje de la campaña demócrata en estos comicios. Otra cosa muy diferente es que Trump no sea finalmente el candidato republicano en 2024 y sí alguien como DeSantis. “En esa situación, el Partido Demócrata tendría un problema”, sentencia Costello.
He ahí la mala noticia para los demócratas: paradójicamente, contra Trump todo es un poco más fácil.
Dado que la actual vicepresidenta Kamala Harris es impresentable a cualquier cosa que no sea una junta de vecinos, y aún así tendría problemas, las posibles alternativas a Biden incluyen nombres desde el actual gobernador de California, Gavin Newsom, hasta su homóloga en Michigan, Gretchen Whitmer (es verdad que su nombre ha aparecido más vinculado a una posible candidatura a vicepresidenta), pasando por supuesto por la estrella emergente que es Pete Buttigieg, actual secretario de Transporte en el gabinete de Biden.
La Generación Z-millenials ha defendido en las urnas aquello que le importa y que aparentemente está sintiendo amenazados: los derechos civiles y de las minorías
Sea cual sea el camino que siga la política estadounidense en los próximos meses y en espera de ver quién le pone el cascabel al gato –Trump–, que ya da muestras de querer defenderse panza arriba, unas cuantas cosas nos han dejado estas elecciones. La primera es que la denostada Generación Z-millenials ha defendido en las urnas aquello que le importa y que aparentemente está sintiendo amenazados: los derechos civiles y de las minorías. En un momento en el cual los valores fundamentales de respeto, libertad y tolerancia, en los que solía asentar la llamada democracia liberal, están siendo atacados en todas las latitudes, la llamada (de manera peyorativa) “generación de cristal” ha demostrado más interés y compromiso democrático que los baby boomers.
La segunda es que lo de la democracia en permanente construcción que reza en la mitología estadounidense es cierto: el martes 8 de noviembre, 159 años después de la abolición de la esclavitud en EE.UU., los ciudadanos de Tennessee votaron en referéndum prohibir definitivamente usarla como castigo penal eliminándola de su Constitución estatal –ojo, un 20,5% del electorado votó en contra de esta medida. Hay que decir que iniciativas semejantes se votaron en Vermont, Alabama (sí, esa Alabama) y Oregón. Como contrapartida, los votantes de Kentucky votaron en contra (52,4%) de introducir una enmienda en su Constitución estatal prohibiendo el derecho al aborto, así como ningún requisito para financiarlo. Sin embargo, el fiscal general de Kentucky se apresuró a dejar claro en un comunicado que pretendían hacerlo de todos modos pese a lo que hubieran dicho los votantes. Una vez más, la democracia en construcción, pero solo un poquito.
Mientras están leyendo esto, en EE.UU. seguimos contando papeletas, no tanto por celo democrático en la autoproclamada democracia más perfecta del mundo, como por la permanente construcción (Obama, dixit) de la misma. Todos los ojos continúan puestos en tres estados: Arizona, Nevada y Georgia –este irá a una...
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Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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