Diario itinerante
Richarlison contra el bolsonarismo
La ultraderecha se ha apropiado de los colores de la selección brasileña. Los goles del delantero del Tottenham, uno de los pocos jugadores que han rechazado públicamente a Bolsonaro, pueden ayudar a combatir la polarización
Andy Robinson 25/11/2022
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Con dos goles en el partido contra Serbia –uno de ellos una espectacular chilena–, el delantero centro Richarlison no solo ha ayudado a Brasil a avanzar hacia la segunda ronda del Mundial de Qatar. Puede haber facilitado también la labor de Lula de recuperar la venerada camiseta verdeamarilla de la selección, secuestrada desde hace años por la ultraderecha. Esto, a su vez, será importante para combatir las tácticas de desestabilización bolsonarista durante la transición democrática abierta tras la victoria de Lula en las elecciones del pasado 30 de octubre.
Tal y como propone este artículo publicado en La Vanguardia, publicado antes del debut de Brasil, todo lo que haga la selección brasileña en Qatar incidirá de alguna manera en el proceso democrático.
El fútbol no tiene la importancia psicológica que tuvo en 1950 cuando se produjo el “maracanazo” –la inesperada derrota contra Uruguay en la final del Mundial ante más de 170.000 hinchas en el estadio Maracaná de Río de Janeiro– que traumatizó al país en tiempos de creciente golpismo. Como reflexionó el escritor Nelson Rodrigues entonces: “Brasil es la patria de las chuteiras (botas de fútbol)”. Ahora ya no tanto.
Pero en un momento de fuertes divisiones políticas y sociales, la selección brasileña bien puede agudizar la polarización o ayudar a cerrar las heridas y así frustrar los intentos de Bolsonaro de deslegitimar la toma de posesión de Lula, en enero, con falsas denuncias de fraude.
Pese a la derrota de Bolsonaro en las urnas, los bolsonaristas siguen lanzándose a las calles cada dos o tres días para pedir una intervención militar. La mayoría viste camisetas amarillas estampadas con el eslogan “Brasil ante todo y Dios ante todos” –el lema del fascismo brasileño adoptado por Bolsonaro–. Y detrás, el nombre del fichaje más valioso del movimiento golpista: Neymar. “Los bolsonaristas han secuestrado el uniforme de la selección”, dijo Ronaldo Helal, sociólogo especializado en el fútbol de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Para los hinchas de la selección que no sean simpatizantes del presidente ultra, el dilema es obvio. A fin de cuentas, la camiseta amarilla es un objeto sagrado que evoca los triunfos de Garrincha y Pelé en los años sesenta y setenta; Sócrates y Zico, en los ochenta; Romario y Rivaldo, en los noventa; Ronaldo y Ronaldinho, en los 2000.
Lula ha intentado recuperar la simbología: “Pónganse la camiseta con orgullo” dijo antes del primer partido. “La gente (no bolsonarista) no debe avergonzarse de vestir la camisetas verde y amarilla (…) ustedes van a verme con la camiseta solo con el número 13 (de la candidatura de la izquierda)”, tuiteó hace dos semanas.
En cuanto a Neymar, el presidente electo achacó el apoyo incondicional del crack brasileño al presidente de ultraderecha a un acuerdo secreto con Hacienda. “Cada uno tiene derecho a votar a quien quiera, pero creo que él (Neymar) tiene miedo a que, si yo gano las elecciones, haga público que Bolsonaro le perdonó su deuda con Hacienda”.
Hace dos años, el fisco brasileño sancionó con una multa de 189 millones de reales (35 millones de euros) a Neymar por no declarar sus ingresos entre 2011 y 2013. En 2019, el padre del exfutbolista del Barça se reunió con Bolsonaro y con el ministro de Hacienda Paulo Guedes. Resultado: Neymar, que compareció en repetidas ocasiones durante la campaña electoral en favor de Bolsonaro, no ha pagado la multa.
De ahí la importancia del excelente juego de Richarlison en el partido contra Serbia frente a una actuación mediocre, y una posible lesión, de Neymar. Tras ser ignorado por parte de la hinchada brasileña, Richarlison rápidamente se ha convertido en un héroe nacional.
“Richarlison es buen tipo; Neymar es un Peter Pan que no crece debido al poder de su padre y ya merece la antipatía de la mitad de los brasileños”, dijo en una conversación telefónica Juca Kfouri, el biógrafo de Sócrates (el icónico mediocampista de Corinthians, que luchó por la democracia en los años ochenta tanto en el fútbol como en la sociedad en general) y columnista de Folha de São Paulo.
Richarlison, nacido en Espíritu Santo en 1997, es uno de los pocos jugadores de la selección –el otro es Everton Ribeiro– que rechaza públicamente el bolsonarismo. El delantero centro del Tottenham dio donde más duele al nacionalismo bolsonarista al acusar a Bolsonaro de traicionar a la patria por usar el uniforme de la selección: “Si se usa la camiseta para un bando político, perdemos nuestra identidad”, tuiteó hace un mes.
Es más, sin posicionarse explícitamente en favor de Lula, Richarlison se ha mostrado públicamente en contra de las políticas de Bolsonaro en la Amazonia. Tras el asesinato de Bruno Pereira y Dom Phillips en la selva brasileña en verano, el delantero centro criticó la impunidad de quienes cometen delitos contra indígenas y otros defensores del medio ambiente.
En general, Richarlison destaca como un jugador íntegro frente a los personajes del mundo del fútbol que apoyan a Bolsonaro, desde el político oportunista Romario, ahora senador por Río de Janeiro, hasta Felipe Melo (Fluminense) o Lucas Moura.
“Para mí, Richarlison es el jugador del pueblo en esta selección”, dijo Walter Casagrande, comentarista de fútbol y política y excompañero de equipo de Sócrates. “Neymar ha hecho mucho daño al país”.
Al menos Neymar solo ha cometido el delito de evadir impuestos. Otros futbolistas públicamente bolsonaristas son el portero Bruno, encarcelado por asesinato, y Robinho, que fue condenado en Italia a nueve años de cárcel por violación.
Puede que todo esto parezca una excesiva politización del fútbol. Pero este Mundial no puede escapar de la profunda polarización en Brasil, con fuertes tensiones de identidad, clase e ideología. La victoria de Lula, lejos de unir al país, parece haberlo dividido aún más. Al apoderarse de la bandera y del uniforme de la selección, Bolsonaro ha profundizado la división. “Es una contaminación colectiva”, dijo Kfouri.
“La dictadura intentó secuestrar la camiseta en 1970 pero no lo consiguieron”, dijo Ronaldo Helar, sociólogo especializado en fútbol de la Universidad Federal de Río de Janeiro. En aquel Mundial histórico en México, el primero de la Historia retransmitido en color, la ya secuestrada camiseta amarilla quedaría identificada para siempre con la belleza del fútbol brasileño. Se convirtió también en el símbolo de una potencia emergente y una sociedad aparentemente unida, con genios negros como Jairzinho y Pelé jugando en perfecta armonía con blancos como Tostao y Rivelino. El sincretismo racial, en realidad, fue una quimera y la camiseta canarinha tapaba la realidad de una cruel dictadura militar instalada tras el golpe de estado de 1964, que los bolsonaristas elogian en sus delirantes protestas. “Los presos políticos intentaron rechazar la selección en 1970 porque sabían que Medici se beneficiaría”, dice Ronaldo Helal, en referencia al entonces presidente, el general Emilio Garrastazu Médici). “Pero cuando vieron los partidos, no pudieron”.
“Bolsonaro ha logrado el secuestro en parte porque la izquierda lo ha permitido”, añade. “Pero creo que Lula puede recuperar esto para todos”. Richarlison tal vez ha echado una mano al presidente electo.
Con dos goles en el partido contra Serbia –uno de ellos una espectacular chilena–, el delantero centro Richarlison no solo ha ayudado a Brasil a avanzar hacia la segunda ronda del Mundial de Qatar. Puede haber facilitado también la labor de Lula de recuperar la venerada camiseta verdeamarilla de la selección,...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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