CONTRA LA ACUMULACIÓN
Una vía de tren y dos mujeres
Abi y Valentina decidieron tomar un trozo de tierra para vivir mientras exigían un hogar digno, pero la fuerza de su comunidad quedó rota por los de siempre: los que acaparan
María González Reyes 24/12/2022
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Aunque hable de dos mujeres, esta historia tiene dentro a muchas más. Estas dos mujeres vivían en casas de suelo de tierra y techo de chapa al borde de una vía de tren. Una a un lado y otra al otro. Esta ubicación, que en otra historia hubiera sido un detalle secundario, es central en este caso. El horno fabricado con barro que servía para hacer pan estaba del lado de la vía donde vivía Abi. Fue de casualidad que se pusiera ahí. Es cierto que a ese lado había un poco más de hueco entre las casas apelotonadas, pero del otro lado la sombra en verano ocupaba un trozo más de día. Ambas opciones habrían podido ser. La mujer que vive del lado de la vía en el que no está el horno se llama Valentina.
Se conocieron antes de construir el horno. Mucho antes. Fue el día en el que varias familias decidieron asentarse en ese lugar y tomar, sin pedir permiso, un pedazo de tierra para vivir. Decidieron que cantar era la mejor estrategia para mantenerse despiertas por si llegaba la policía. Toda la gente que fue a apoyarlas sumó su voz en algún trozo de noche, pero solo ellas dos continuaron entonando letra tras letra hasta que los rayos de sol comenzaron a caldear los cuerpos.
Decidieron que cantar era la mejor estrategia para mantenerse despiertas por si llegaba la policía
Pocos meses después ya estaban organizándose para dar de comer a las niñas y niños del barrio y para caminar, con otra mucha gente del asentamiento, al centro de la ciudad para exigir pan y trabajo y dignidad. También pedían el derecho a tener una vivienda digna. El horno de barro para hacer pan y pedir una vivienda digna son dos cosas importantes en esta historia.
Ambas tenían un montón de hijas e hijos. Las dos intentaban que fueran al colegio todos los días. A veces lo conseguían. A veces no. Dependía de si la lluvia llenaba la vía de un barro pegajoso y triste.
El tiempo cuando la vida es precaria hay que dedicarlo a muchas cosas que no se pueden dar por sentadas. La mayoría las resolvían mejor estando juntas. Por eso crearon una organización en la que casi todas eran mujeres. Montaron una escuela popular, proyectos de autoempleo, un huerto comunitario y un merendero. Para hacer pan para el merendero hacía falta un horno. Ese que quedó del lado de la vía donde vivía Abi.
El tiempo cuando la vida es precaria hay que dedicarlo a muchas cosas que no se pueden dar por sentadas
Lo construyeron una tarde que acabó en fiesta. A ambos lados de la vía tenían claro que celebrar es algo imprescindible para que el aire siga entrando a los pulmones. Fue un día de nubes abultadas sin lluvia. La leña la recogieron las niñas y niños de los alrededores. El horno de barro hizo dentro su primer pan. Un pan que cuando entraba en la boca era como echarse una siesta en un prado con el sol del invierno arriba.
Ya he contado varias cosas importantes de esta historia. Hay una vía con viviendas precarias a ambos lados. Hay una organización en la que casi todas son mujeres que reclaman, entre otras cosas, una vivienda digna. Hay un horno de barro y leña. Hay niñas y niños del barrio que llegan cada tarde al horno para comer el pan que casi siempre es su cena.
Del tiempo del que disponen las personas que no dan por supuesto cada día que tendrán comida, ellas utilizaban una gran parte para hacer presión al gobierno exigiendo una vivienda digna. Una presión que era cada vez mayor. Más manifestaciones. Más cortes de carreteras. Más humo de ruedas quemadas en medio de la calzada. Más policías. Más gente que se ponía frente a la policía.
A veces conseguían reunirse con las autoridades que, casi siempre, trataban de calmarlas con promesas y buenas palabras. Abi y Valentina habían sido nombradas interlocutoras por su comunidad. El movimiento cada vez crecía más. Se unieron con gente que vivía en las mismas condiciones en otros barrios. Muchas organizaciones juntas hacen más presión.
El día en el que todo estalló amaneció frío y azul. Después de una de las marchas que acababan en la casa de gobierno, les dijeron que solo iban a recibir a una de ellas. Querían hablar únicamente con Abi.
Tenemos una propuesta, le dijeron, os vamos a dar casas, pero no tenemos para todas, así que solo os las daremos a las que vivís en tu lado de la vía. Las otras irán después, confía en nuestra palabra. Abi contestó que lo tenía que consultar con sus compañeras.
Cuando la vida aprieta, comprime, estruja, es más difícil rechazar algo que mejora tus condiciones de vida
Solo una cosa más, le dijeron antes de salir, tenéis que quitar el horno. Si no quitáis el horno no habrá casas para nadie.
Cuando la vida exprime no es fácil hablar, no es fácil decidir, no es fácil entenderse. Cuando la vida aprieta, comprime, estruja, es más difícil rechazar algo que mejora tus condiciones de vida. Y, a pesar de todo, decidieron no aceptar. Preferían que la lluvia se siguiera colando por los tejados de todas. Seguiremos presionando hasta que consigamos viviendas dignas para los dos lados de la vía, acordaron.
Pero el marido de Abi no lo veía así, no lo comprendía, no entendía por qué seguir perdiendo todas las familias cuando la mitad podía estar mejor. Abi le intentó convencer. Pero él dijo que no. Cogió una herramienta del huerto. Destrozó el horno. Y al romper el horno partió la organización. Abi se fue a vivir a un lugar donde los pies no se llenaban de un barro pegajoso y triste cuando llovía.
Vinieron con máquinas y se llevaron todas las chapas y las maderas de las casas. También se llevaron los restos del horno roto. Nunca realojaron a las personas que vivían del lado de la vía donde no estaba el horno. Valentina y las demás siguen viviendo ahí.
Pero las personas de vidas estrujadas que tienen que dedicar su tiempo a cosas que no pueden darse por sentadas, como comer, decidieron volver a construir un horno de barro. Fue un día de sol voluminoso que acabó en fiesta. Nunca nadie más se ha atrevido a destruirlo.
La ventaja de contar esta historia cuando ha pasado un tiempo es que ahora sé que Abi y Valentina se volvieron a encontrar. Que hablaron. Hablaron mucho. Y llegaron a la conclusión de que ninguna fue culpable de nada. Que los culpables eran otros. Los mismos que acaparan. Los mismos que deciden, desde sus despachos calientes, quién sí y quién no tiene derecho a una vivienda digna.
Y porque las dos comprendieron esto es por lo que consiguieron ganar algo que parecía imposible.
Aunque hable de dos mujeres, esta historia tiene dentro a muchas más. Estas dos mujeres vivían en casas de suelo de tierra y techo de chapa al borde de una vía de tren. Una a un lado y otra al otro. Esta ubicación, que en otra historia hubiera sido un detalle secundario, es central en este caso. El horno...
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María González Reyes
Es escritora, activista de Ecologistas en Acción y profesora de Educación Secundaria.
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