CINE
La historia de las vidas de los nadie
Sobre ‘Domingo y la niebla’ (2022) y ‘Dos Estaciones’ (2022), dos películas sobre la Latinoamérica rural
Clara Nuño 2/01/2023
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Ha pasado muchas veces. Podría ser una población cualquiera en el país que fuese, un cuento, una historia real o una mezcla de ambas. Un pantano que debe inundar la tierra que ocupa un pueblo o una carretera en cuyo trayecto se encuentra tu casa. Su destino sólo puede ser el derribo. En este caso, una autopista para cuya construcción debe expropiarse la morada de Domingo, un hombre casi anciano que vive aferrado a su hogar en la montaña costarricense, la única conexión que le queda con su mujer muerta. Es la premisa de Domingo y la niebla (Ariel Escalante, 2022), una cinta onírica que explora las políticas globalizadoras en poblaciones deprimidas mientras recurre a elementos clásicos del cine latinoamericano surrealista.
“Yo quería hablar, sobre todo, del duelo y la soledad hasta que, durante la escritura de la película, asesinaron al activista Sergio Rojas. Entonces la historia tomó otros derroteros”, explica Escalante a esta revista, tras el estreno de la película en España en el Festival Rizoma, en noviembre, después de haber sido galardonada en Cannes, en la sección Un certain regard.
Cuenta el cineasta que Rojas (1959-2019) ha sido uno de los líderes indígenas más destacados de la historia reciente de Costa Rica y que estaba comprometido con la defensa de los pueblos indígenas del país frente a los llamados usurpadores de tierras. Amenazado de muerte durante años, fue balaceado en su casa la noche del 19 de marzo de 2019. “Lo interesante es que, un año después, también desaparecieron a Jerhy Rivera, que vino a trabajar en lugar de Rojas. De repente ahí había un conflicto político claro. Asesinatos políticos abiertos en un país que se supone que no los tiene. Y yo quise mostrarlo”, explica el costarricense. “Quería hablar de algo que ya sabíamos, pero de lo que no nos atrevemos a hablar, que es la inequidad, la injusticia. La violencia estructural, cuasi paramilitar. Decidí que quería mezclar eso, la cuestión sobrenatural y el duelo, con el conflicto político”, continúa.
La cinta, por tanto, oscila entre esos dos temas principales: el conflicto de la propiedad de las tierras y “un mundo de hombres acabados, tristes y deprimidos”, ya que un elemento significativo del filme son los pocos recursos de sus protagonistas. La historia está localizada en Cascajal de Coronado, una región montañosa que entra dentro de lo denominado como ‘conato urbano’ pues aún se considera parte de la capital, San José. “Yo me crié muy cerca de ahí, está a 20 minutos de mi casa, y de chaval subía los domingos a hacer picnics por la belleza del paisaje. Con los años, empecé a ver el lugar con ojos críticos”, comenta para señalar que su país depende en gran medida del ecoturismo y que el llamado progreso está medido al milímetro. “Llega hasta cierto punto, después se come todo lo que tiene alrededor”, afea el director de un filme que, por temática, podría estar hermanado con la española As bestas (2022), de Rodrigo Sorogoyen.
La cinta oscila entre dos temas principales: el conflicto de la propiedad de las tierras y “un mundo de hombres acabados, tristes y deprimidos”
El alcohol es casi también uno de los personajes de la cinta. Beben guaro, un aguardiente claro de caña de azúcar que se pasan unos a otros de contrabando. “Antes de rodar la película, me mudé seis meses a la zona porque yo soy universitario y hace mucho que vivo en la ciudad. Necesitaba acercarme para poner bien el foco”, prosigue Escalante.
Allí vio que no se consumía cerveza porque era demasiado cara o que el bar del pueblo no era la verdadera taberna sino un espacio para turistas. “La gente de allí se juntaba en las vaquerías a beber guaro”, comenta para subrayar que quería que su película tuviera tintes documentales, “además de la propia trama, quería que la realidad se colase dentro”, explica.
El doble filo del llamado progreso
El aguardiente, la falta de recursos y la presencia de corporaciones extranjeras también están presentes en Dos Estaciones (2022), la cinta del mexicano Juan Pablo González que narra una problemática muy concreta de su país natal: los ahogos de las pequeñas fábricas de tequila artesanales frente al desembarco y potencia de los gigantes internacionales. La suya es la semblanza de María, una mujer de mediana edad, heredera de la fábrica Dos Estaciones en los Altos de Jalisco, que intenta mantener a flote su negocio mientras se enfrenta a una crisis de recursos debido a una plaga que afecta al agave, la planta del tequila.
González, que ha sido galardonado con el premio especial del jurado en la última edición de Sundance, y que también ha presentado su obra en el Rizoma en Madrid, es conocido por sus documentales. Esta es su primera obra de ficción y el deseo de dejar testimonio recorre todo el filme de planos largos y detallados sobre la fabricación cuasi manual del tequila. Sin embargo, el foco principal está en la narración y el dibujo de los personajes. María es una mujer desprovista de la feminidad arquetípica que se le presupone a la región. Con el pelo corto, sin maquillaje y un aspecto “masculinizado”, la protagonista retrata la pose habitual de un empresario mediano. Asimismo, también destacan personajes secundarios que, a ojos de González, no suelen representarse en el rural mexicano, como una mujer trans. “Queríamos alejarnos de las nociones estereotípicas de la feminidad de esta región. Se habla de ella como muy conservadora, la idea de lo femenino es muy específica y la realidad es otra. Hay muchos méxicos rurales”, comenta el cineasta.
Asimismo, González recuerda que su familia, como muchas otras en su país, ha estado involucrada en la fabricación de bebidas como el tequila durante muchos años. En su caso personal, algo más de un siglo. “Es un tema que tengo muy presente. Además, me interesa especialmente la generación de María, toda la gente que heredó fábricas de tequila en los años ochenta y noventa, nacidos entre 1950 y 1965”, cuenta para señalar que ellos son el vínculo entre la generación que entendió la producción de tequila de manera tradicional y su industrialización. “Ellos no sólo fueron la generación que industrializó el tequila, también la que lo globalizó y yo quería mostrar eso: lo artesanal frente a la industria que se lo está llevando todo”.
González recuerda que su familia, como muchas otras en su país, ha estado involucrada en la fabricación de bebidas como el tequila
La obra del mexicano, por ende, muestra una paradoja porque, en esta ocasión, no es una zona deprimida sino con mucho éxito económico. Un éxito económico que favorece a un sector muy pequeño de la población. “La mayoría de los productores actuales de tequila están en el rural. Son pueblos que salieron al mundo y se convirtieron en fábricas globales. Pero una vez que entraron en ese mercado, comenzaron a comprarlos corporaciones extranjeras”, se lamenta. Al final, lo que queda es un paisaje de regiones rurales y “medio conservadoras” en las que se encuentran oficinas y fábricas gigantes de empresas localizadas en Londres, Nueva York o París.
Para González, como para Escalante, lo que le mueve es su proximidad personal con la región, con sus raíces. “Ha cambiado mucho con el tiempo y claro que el hecho de que corporaciones internacionales se asienten en tu pueblo da trabajo a la gente, pero hay mucho más detrás, como la destrucción de los negocios autóctonos, que no pueden aguantarles el pulso, o el precio a pagar en el ecosistema, que todos sabemos que es enorme”, critica.
En definitiva, ambos filmes siguen la tendencia de un cine social en auge y hablan de la violencia cotidiana de aquellos que viven en los márgenes de un mundo globalizado. Los que no lo buscaron, pero se encuentran el conflicto en la puerta de su casa. Escalante lo tiene claro: “Todo paisaje natural esconde una dinámica socioeconómica, ante todo, muy cabrona”, y ellos quieren mostrarlo.
Ha pasado muchas veces. Podría ser una población cualquiera en el país que fuese, un cuento, una historia real o una mezcla de ambas. Un pantano que debe inundar la tierra que ocupa un pueblo o una carretera en cuyo trayecto se encuentra tu casa. Su destino sólo puede ser el derribo. En este caso, una autopista...
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Clara Nuño
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