El salón eléctrico
Mark, Jeff, Elon y otros chicos del montón
Los guionistas de medio mundo se han aliado para desprestigiar a estos mesías tecnológicos a través del cine y la televisión
Pilar Ruiz 19/01/2023
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“Que dios nos ayude, hemos caído en manos de ingenieros”.
Jurassic Park (Spielberg, 1993).
Los gurús del nuevo capitalismo tecnológico, estrellas mediáticas y millonarios a temprana edad, están mucho más allá de los clásicos hombres de negocios. Mientras prometen futuros salidos de una película de ciencia ficción, estas mentes privilegiadas exhiben un poder global. Hasta ahora. De pronto, han dejado de ser los niños mimados de los mercados, y por culpa de sus malas prácticas hasta se ven obligados a pagar multas de cifras estratosféricas e incluso declarar ante juzgados y comisiones de investigación.
A pesar de todo esto, siguen siendo venerados por legiones de admiradores, especialmente los que desconfían de las democracias, los negacionistas de toda índole, los ultraliberales o ultras a secas. Los mismos ciudadanos de la clase aspiracional que en los 90 tenían la biografía de Mario Conde en la escueta estantería, ahora leen con arrobo las citas tuiteras de estos Paulos Coelhos de la pasta gansa. Tienen en común que son hombres, blancos y heterosexuales. Ahí se acaba el parecido: el perfil del CEO súper dotado es un combinado siniestro entre el villano de James Bond que pretende dominar el mundo y megamillonarios reales como Howard Hughes y W.R. Hearst. Ciudadano Kane (Welles, 1941), ese sí verdaderamente inmortal, ha servido de modelo a todo un cliché cinematográfico: el genio de fortuna incalculable, malvado y locoide.
Twitter era Rosebud.
¿Súper Villanos? ¿Spectra? ¿Creen que exageramos? Pues vean el documental Elon Musk contra Jeff Bezos: la nueva guerra de las galaxias (Agnés Hubschmann, 2022) y recordarán de inmediato las aventuras del Bond de Roger Moore en Moonraker (Gilbert, 1979).
Por alguna extraña razón, los guionistas de medio mundo –quejicas, pesimistas y asalariados precarios– muestran mucha inquina hacia estos mesías tecnológicos y se han aliado para desprestigiarlos a través de la peor propaganda: el cine y la televisión. Los afectados deberían lanzar contra ellos sus ejércitos de abogados, porque las pruebas del delito están ahí: los creadores de No mires arriba (McKay, 2021) reconocieron públicamente que se habían inspirado en Elon Musk para reírse del personaje del millonario que (no) salvará al mundo del apocalipsis, pero también en Zuckerberg, Bezos y Steve Jobs… Todo el panteón de CEOs guays.
El del medio era el listo: ¡qué tranquilidad!
Marvel también lo tiene claro, vean si no el malo de Venom (Fleischer, 2018). A pesar de la belleza racial del actor Riz Ahmed, lo cierto es que el personaje es un calco psicopatológico del CEO de Tesla, a quien vemos muy capaz de poblar el mundo de aliens voraces si se levanta con ganas de liarla. Y en el universo DC, tres cuartos de lo mismo: no parece casual que Jesse Eisenberg, siempre con la cara de Mark Zuckerberg en el biopic La red social (Fincher, 2010), fuera fichado para interpretar a Lex Luthor en las nuevas remesas DC. Aunque siempre resulta difícil sustituir a un gigante como Gene Hackman –bendito sea–, Eisenberg está bien elegido: en estos tiempos, los castings de villanos hay que hacerlos en la facultad de ingeniería de Harvard. O sin estudios pero con garaje al estilo de Steve Jobs, como reconoció Tom Hanks para su papel de diablo contemporáneo en El círculo (Ponsoldt, 2017): jefazo de la empresa de internet más importante del mundo, dueño de un monopolio tecnológico que domina vidas, mentes y bolsillos. Vamos, lo habitual.
Tom Jobs y casi una manzanita en la taza.
Aunque no lo crean, hay una Lista Forbes para los personajes de ficción más ricos. Aquí también la mayoría son varones blancos y solo aparecen dos mujeres: Lara Croft y Cruella de Vil –rica buena, rica mala–. Los demás rozan o directamente caen en la vesania: el gran Gatsby y su fortuna ligada a la delincuencia organizada; Bruce Wayne, como millonetis tarado paramilitar; Willy Wonka, psicopáticamente goloso e incluso el ricachón maltratador de calentón, obra, palabra y omisión salido de las 50 sombras de Grey. También el dueño de Jurassic Park; sus frases de pirado parecen copiadas por émulos como Elon Musk, sobre todo aquella de: “No hemos reparado en gastos” antes del desastre total.
Si les parecen pocas las referencias, tenemos al mamonazo integral de Glass Onion (Johnson, 2022), comedia paródica de las novelas de detectives con un tal Benoit Blanc que reconvierte a Bond en Poirot –gay–. Una película que le debe mucho a la cumbre del género, es decir, Un cadáver a los postres (Moore, 1976) y en la que Edward Norton –más comedido de lo habitual, menos mal– encarna al CEO megamillonario o lo que es lo mismo: un manipulador, estafador, insoportable y misógino. Respecto a eso, Norton hace una referencia directa al personaje de Tom Cruise en Magnolia (Anderson, 1999); un pre tiktoker anti-Greta embutido en cuero, de personalidad desquiciada. Parece que estos telepredicadores antifeministas ya apuntaban maneras a finales de los 90: ¿algo que ver con el ascenso del trumpismo veinte años después? Chi lo sá?.
Disfraz de Halloween “machito herido”.
Pero mucho antes de la aparición de Elon y los demás chicos alfa del montón, el personaje del ricachón, genio tecnológico y misógino aparece en las distintas versiones de Las mujeres perfectas (The Stepford wives). Novela de Ira Levin (1929-2007), dramaturgo, guionista de cine y televisión y novelista de best-sellerazos de terror, distopías e intrigas variadas. Su mejor adaptación a la pantalla es, sin duda, Rosemary´s baby (1968) –en España La semilla del Diablo, título con spoiler dentro– un hito del cine de terror firmado por un gran director de oscuridades: Roman Polansky. El polaco lleva jugando al gato y al ratón con el diablo desde que era un niño y escapó del gueto de Varsovia; lo demás… Ya lo saben. En esta película, el inolvidable actor y director John Cassavetes interpretaba magistralmente una de las tipologías masculinas más repetidas en la obra de Levin: el marido que vende o asesina a su mujer para conseguir poder y éxito. En Las mujeres perfectas, exitazo en ventas, adaptaciones y secuelas, todos los hombres del pueblo de Stepford, desde el abogado casado con la protagonista al ingeniero visionario alzado como líder de la urbanización pija, odian a sus mujeres y desean convertirlas en amas de casa robóticas y buenorras que le den a la fregona como posesas y, también como posesas, gustirrinín al dueño de sus destinos. La primera adaptación al cine de Las mujeres perfectas (Forbes, 1975) la firma William Goldman, pero el maestro de guionistas no está fino esta vez y la película se ha quedado más rancia que el mueble castellano. Para buena, muy buena versión, la de Frank Oz. El director, actor y titiritero británico –y tan judío como Levin– que hizo felices a millones de niños en los ochenta junto a Jim Henson y sus muppets, e incluso prestó su voz al Yoda de Star Wars, tiene en su haber la más divertida parodia del subgénero “cine dentro del cine”: Bowfinger (1999). Además, quién mejor que un especialista en marionetas para entender la intención última de Las mujeres perfectas y convertirla en comedia descacharrante, con chistes judíos contra los republicanos montaraces mucho antes de Trump –impagable la pareja gay–. Por si fuera poco, al ingeniero maníaco y líder de la banda hombruna lo interpreta un especialista en tipos nada entrañables: Su Tenebrosidad Cristopher Walken. Pero en una vuelta de tuerca genial, se revela que el verdadero genio locatis es la esposa, Glenn Close –otra enormidad–, brillante ingeniera biomecánica, quien, cornuda y despechá a lo Shakira –ellos sí tienen derecho a cantar “Hey, no vayas presumiendo por ahí”– se ha cobrado venganza inventando una especie de Sección Femenina tecnológica y transformando a su machirulo marido en robot, después de darle matarile. La expresión “esposa Stepford” se hizo popular tras el exitazo de Levin para definir a la esposa-criada-esclava sexual contenta de serlo. Es decir, el sueño húmedo del movimiento Incel, Pilar Primo de Rivera y toda ultraderecha que se precie.
Primos de Rivera.
Las mujeres ideales según los cánones de los años 50 también aparecen en la fallida y torpona como película de ciencia ficción o distopía feminista No te preocupes, querida (Olivia Wilde, 2022). Todo se parece demasiado al original y, sin embargo, no encontramos ni una sola mención al padre de la criatura: Ira Levin. En épocas pasadas se mostraba un título de crédito “basado libremente en…” Vamos, que parece un plagio descaradísimo. Esta nueva no-versión cuenta los avatares de una médica explotada –en todas partes cuecen habas sanitarias– con marido en el paro, que se ve secuestrada en una especie de app que la pone a planchar y a follar a triscapellejo para solaz de su maromo. De nuevo la ciencia en su versión desquiciada al servicio de la alienación, aunque sin robots mujerizados de por medio. Y ni falta que hace, que para eso estamos en el siglo XXI y todo lo que ocurre es por obra y gracia de otro CEO ingeniero, listísimo y chulopiscinas, más falso que el feminismo de Macarena Olona y Giorgia Meloni tutte insieme.
Visto lo visto, tantos guionistas indignados tengan algo de razón y ciertos iluminados sean capaces de destruir el mundo, ya sea manipulando elecciones, azuzando contra los derechos democráticos o clonando dinosaurios. No es por ser alarmista, pero quizá el meteorito esté de camino.
“Que dios nos ayude, hemos caído en manos de ingenieros”.
Jurassic Park (Spielberg, 1993).
Los gurús del nuevo capitalismo tecnológico, estrellas mediáticas y millonarios a temprana edad, están mucho más allá de los clásicos hombres de negocios. Mientras...
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Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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