Cartas desde Meryton
¡Qué irse, qué apagarse!
Todos nos creemos imprescindibles, pero cuando nos jubilamos la oficina sigue en marcha, ni el instituto ni la Universidad se vienen abajo, el autobús tiene un nuevo conductor que se conoce al dedillo la ruta
Silvia Cosio 6/12/2022
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No soporto a los Rolling Stones. Gracias por seguir leyendo después de este exabrupto. No puedo evitarlo, hay algo en la voz y en la actitud de Mick Jagger que me resulta insoportable, es algo instintivo, irracional incluso. No soporto a los Rolling Stones y sin embargo, o precisamente por ello, reconozco su grandeza. Desconfiaría profundamente de cualquier lista, libro o estudio sobre la Historia del rock que no les mencionara entre los más grandes. Me da mucha pena y coraje ver además cómo se esfuerzan por seguir pareciendo relevantes, obligándose a sacar discos cada vez más mediocres y a desgastarse en continuas giras de despedida, performances de nostalgia multitudinarias, simulaciones millonarias en las que, tanto desde el escenario como desde el foso, todo el mundo pretende creer que está viendo a los mismos tipos que contrataban a los Ángeles del Infierno como seguratas y destrozaban villas en la costa francesa. Nadie está libre de sentir repentinos ataques de nostalgia, incluso de nostalgia por tiempos no vividos, mitológicos. Yo misma tengo mis días en los que fantaseo con Guns N'Roses y con un Axl apolíneo y en calzoncillos, encarándose con el público y abandonando el escenario en mitad de un concierto después de tener una pataleta. ¡Ah, los buenos y viejos tiempos que nunca vivimos!
Pertenezco a una generación extraña y complicada: criados ya en democracia, somos el resultado de ese experimento extraordinario que fue la Cultura de la Transición. Tuvimos que conformarnos con los restos reciclados a toda pastilla del franquismo, entre suspiros nostálgicos por la República y unas ganas locas de dejar el pasado muy atrás y muy deprisa. En un país en el que la mayoría de los profesores de Universidad, maestros y pensadores fueron fusilados o exiliados, se tuvo que tirar de entre los cachorros de las élites franquistas para la reconstrucción. Entre aquellos que, en vez de pasar sus ratos libres en monterías, aprovecharon sus viajes a París para comprar libros –y leerlos–. Tras cuarenta años de nacionalcatolicismo, censura y aislamiento arrasando la Academia, a esta no le quedó más remedio, si quería sobrevivir, que aceptar la incorporación de estas nuevas voces cargaditas de lecturas prohibidas y dispuestas a abrir las ventanas para airear un poco. No es que fuera mucho, pero era lo que se necesitaba en ese momento: cambiar unas élites caducas que apestaban a naftalina y a incienso por otras con aroma a perfume francés del bueno. Además, por los resquicios de las ventanas abiertas, de forma inesperada también se lograron colar unos pocos de origen menos noble y lecturas aún más clandestinas. Pero todo maestro sabe que ha de llegar el momento en el que sus discípulos le cuestionen y hasta le impugnen, ya saben, Kill Your Idols –ya ha vuelto a salir a relucir a Axl Rose, los días de lluvia me ponen tontorrona–. Puede ser injusto y hasta cruel, pero es higiene intelectual y la única manera de evitar que la obra (o incluso la persona) se convierta en un culto religioso en el que no caben ni la duda ni el cuestionamiento, solo la adoración acrítica. Es muy jodido bajarse del pódium, saber irse a tiempo es uno de los aprendizajes más complicados de la vida adulta. Todos nos creemos imprescindibles, pero cuando nos jubilamos la oficina sigue en marcha, ni el instituto ni la Universidad se vienen abajo, el autobús tiene un nuevo conductor que se conoce al dedillo la ruta y el periódico se sigue publicando todos los días. Como en las mejores fiestas siempre es mejor irse cuando esta está en su mejor momento, incluso aunque sepas que al final te estás perdiendo cosas, que quedarse y que te echen. Yo solo le veo ventajas a eso de irse a tiempo para estar en la cama calentita leyendo un buen libro, poniéndote al día con las series, escuchando un podcast sobre la Segunda Guerra Mundial, escribiendo tus memorias o simplemente durmiendo a pierna suelta, sabiendo que se te echa de menos, en vez de quedarse y pasar lo que queda de noche enfadada y acodada a la barra, gin-tonic en mano, protestando porque te duelen los pies, la música es horrible y todo el mundo parece más divertido e interesante. Hay algo muy triste en ver a alguien empeñado en quedarse para acabar contando batallitas mientras coquetea con el fascismo y delira sobre conspiraciones cuir y peligros bolivarianos. Y es que las pataletas son algo lamentable hasta en las estrellas del rock, y creo firmemente que en la vida y en el amor es mucho mejor que te echen de menos a que te echen de más.
No soporto a los Rolling Stones. Gracias por seguir leyendo después de este exabrupto. No puedo evitarlo, hay algo en la voz y en la actitud de Mick Jagger que me resulta insoportable, es algo instintivo, irracional incluso. No soporto a los Rolling Stones y sin embargo, o precisamente por ello,...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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