Cartas desde Meryton
Sentada en el muelle de la bahía
Es innegable que el mundo resulta abrumador, que el capitalismo no da más de sí, que las tensiones geopolíticas cada vez son más impredecibles, nuestras condiciones de vida más miserables y el cambio climático aterrador
Silvia Cosio 17/06/2022
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Vivo en una ciudad que ya no se parece a la ciudad en la que me crie. Al igual que las personas y las sociedades, las ciudades mutan y evolucionan y apenas reconozco la mía. He tenido que reaprender a moverme por ella. Mi relación con ella ha cambiado y no voy a negar que me sentía más cómoda con el Xixón de cuando era más joven, que me era más sencillo reconocerme en aquella ciudad industrial y fea que en esta ciudad que aspira a ser un paraíso del turismo. Incluso hay días en los que creo que he perdido la paciencia y la esperanza de poder entenderla y apreciarla, como con ese mal amigo al que has dado demasiadas oportunidades. Pero aquí sigo. En esta ciudad está mi familia, mis amigas, mi profesora favorita de yoga. Y lo que es más importante, esta ciudad es, por el momento, el ancla de mi hija adolescente, y la relación que ella tiene con esta ciudad es totalmente distinta a la mía, a través de sus ojos veo otra ciudad con la que me resulta más sencillo reconciliarme. Tampoco soy la única que parece moverse a tientas por la ciudad o que la siente ajena a sus recuerdos y experiencias de joven. Esto no implica que me dé por vencida, pero sí que para poder cambiar esta ciudad primero hay que ser consciente de que ya no es la misma que muchos recordamos. Esto a veces es complicado y exige también mirarse desde la autocrítica, aceptar el paso del tiempo y sobre todo aceptar nuestras limitaciones y fracasos colectivos e individuales, al fin y al cabo una ciudad es el fruto de las decisiones y las renuncias de todos los que en ella vivimos y también de nuestra incapacidad para hacer llegar nuestro discurso a la mayoría.
El otro día caminaba a paso marcial junto a mi padre por este Xixón que a veces siento tan extraño y hablábamos de los tiempos presentes, mi padre tenía la sensación de que nunca había vivido momentos más tristes y confusos. Sin embargo nos pusimos a hacer un listado de las cosas que le han tocado vivir, desde una dictadura a un intento de golpe de Estado, varias recesiones, un par de cracks bursátiles, bastantes guerras –también en territorio europeo–, la caída del bloque del Este, otra pandemia (la del VIH), otra crisis del petróleo, dos mayorías absolutas del PP y el desmantelamiento del estado de bienestar. Las épocas de bonanza, como las familias felices, se parecen entre ellas y suelen ser efímeras, sin embargo, cada crisis es distinta y no todas nos afectan por igual, ni económica ni psicológicamente. Para aquellos que hayan podido superar los últimos veinte años alejados de la precariedad y las burbujas inmobiliarias, una pandemia puede ser el punto de no retorno de sus miedos y angustias vitales. Ante los cambios solemos reaccionar con angustia, estupor y miedo. Buscamos seguridad y la buscamos en lo que creemos recordar cuando nos creíamos seguros: lo que hacíamos y lo que existía cuando éramos jóvenes o cuando éramos relevantes, cuando solo se escuchaba nuestra voz y se tenían en cuenta nuestras experiencias. Pura nostalgia, pero la nostalgia es una trampa que siempre es reaccionaria.
Es innegable que el mundo a nuestro alrededor resulta abrumador, que el capitalismo de demolición no da más de sí, que las tensiones geopolíticas cada vez son más impredecibles, nuestras condiciones de vida más miserables y que el cambio climático es aterrador. Y además el mundo se ha llenado de voces, voces distintas, diversas, muchas veces extrañas porque hasta ahora nunca nos habíamos parado a escucharlas, voces que nos ponen frente al espejo de nuestras contradicciones, privilegios y pequeñas miserias, de clase, de raza, de género, de identidad... Agobiados por los cambios y por las voces que nos cuestionan, no es extraño caer en la reacción porque esta nos proporciona una fantasía de seguridad. Una burbuja que creemos nos puede proteger de todo lo que cambia a nuestro alrededor y nos resulta perturbador, extraño, distinto, desafiante. Nos enfrentamos a un tsunami reaccionario, es una evidencia difícil de negar, y muchos y muchas están contribuyendo a ese tsumani porque están más asustados de su pérdida de privilegios y relevancia que de las consecuencias del odio al que están contribuyendo. Puede que el mundo esté pasando ante nuestros ojos a toda hostia pero los límites de la ética correcta siguen estando bastante claros, aunque alguna catedrática de ética prefiere haberlo olvidado.
Vivo en una ciudad que ya no se parece a la ciudad en la que me crie. Al igual que las personas y las sociedades, las ciudades mutan y evolucionan y apenas reconozco la mía. He tenido que reaprender a moverme por ella. Mi relación con ella ha cambiado y no voy a negar que me sentía más cómoda con el Xixón de...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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