digitalizar todo
A vueltas con el ChatGPT
¿Cómo salvamos la misión pedagógica concebida como lento sendero machadiano en este nuevo paisaje lleno de atajos y trenes de alta velocidad?
Sebastiaan Faber 24/02/2023
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Inteligencia Artificial. / Geralt Altmann
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Para quienes nos ganamos el pan de cada día enseñando a jóvenes a leer y a escribir en idiomas varios, la aparición del ChatGPT –una herramienta de inteligencia artificial en formato dialógico, multilingüe y, por ahora, gratis– se nos ha presentado como sueño y pesadilla a la vez. La pesadilla: que nuestras alumnas y alumnos usen la herramienta para traducir textos y escribir ensayos. El sueño: que nosotros podamos usarla para calificar esos mismos ensayos. De repente parece posible un mundo feliz en que las partes más tediosas de nuestras respectivas existencias acaben delegadas a robots –los suyos, escribiendo; los nuestros, calificando–, dejándonos el tiempo libre para pasar con las y los alumnos conversando… Pero, ¿de qué, si nadie lee o escribe?
Lo cierto es que el auge de la inteligencia artificial nos ha dejado menos ilusionados que trastocados. ¿Cómo salvamos la misión pedagógica concebida como lento sendero machadiano en este nuevo paisaje lleno de atajos y trenes de alta velocidad? Desde el 30 de noviembre, cuando el ChatGPT se abrió al uso público, no han escaseado los artículos, posts y talleres con sugerencias concretas. Las mejores, o al menos las más prácticas, implican algún regreso a la base. Justo cuando la pandemia nos ha forzado a digitalizarlo todo, nos vemos obligados a volver al trabajo en tiempo real, en la comunidad física del salón de clases, con lápiz y papel.
La verdad, sin embargo, es que el regreso a lo antiguo, en su sentido decimonónico, tampoco vale. Ya no funcionan las tareas genéricas sobre materiales genéricos (“escribe un análisis que explique por qué Yerma puede leerse como una tragedia”). Si este tipo de trabajos siempre han facilitado las trampas, ahora más. En ese sentido, la aparición de la inteligencia artificial ha sido una sacudida bienvenida: un desafío para inventar una pedagogía inimitable, impredecible, que no trate a los alumnos como si fueran robots. Ya no se tratará de medir la capacidad del alumno de dominar conocimientos y destrezas supuestamente universales, sino de activar su creatividad para que desarrolle sus talentos particulares.
Recurrir a la IA para aprender español es como si una atleta alquilara un robot para hacer su entrenamiento por ella
Irónicamente, hasta ahora los mejores consejos didácticos me los ha proporcionado el propio ChatGPT. “¿Cómo”, le pregunté, “puedo diseñar una tarea para una clase de español avanzado que impida que los estudiantes usen herramientas como tú?”. “Es importante”, contestó, “que los estudiantes hagan tareas que sean difíciles de automatizar, como presentaciones orales o debates en clase; tareas de redacción que pidan un nivel alto de creatividad o reflexión crítica; exámenes en clase que incluyan componentes de conversación real; proyectos en grupo que requieran que los estudiantes colaboren y se comuniquen en español”.
Por ahora, les he explicado a mis estudiantes que recurrir a la inteligencia artificial para aprender a hablar y escribir en español es como si una atleta alquilara un robot para hacer su entrenamiento por ella: no sirve para nada. Creo que los he convencido, pero está por saber si resistirán a la tentación cuando lleguen los exámenes.
Mientras tanto, es importante que todas comprendamos de qué son capaces estas herramientas y de qué no. En ese sentido, ingenuo que soy, me he llevado un par de sorpresas. Por ejemplo, cuando le pregunté al ChatGPT cómo uno podía comprender el exilio republicano español a través del concepto gramsciano de la hegemonía cultural –el tema de mi primer libro, publicado hace casi 20 años– me dio una respuesta más que pasable. “Los intelectuales exiliados”, me explicó, “al encontrarse en países extranjeros rodeados de culturas y sistemas políticos diferentes, no tuvieron la oportunidad de ejercer su influencia al mismo nivel que en España, una impotencia reforzada por la supresión de sus ideas y valores culturales en España de parte del régimen franquista. Aun así, muchos continuaron afirmando esos valores, manteniendo así una presencia cultural e intelectual capaz de desafiar la hegemonía cultural del régimen”.
Nada mal. Las complicaciones empezaron cuando le pedí que me citara algunos nombres de investigadores que hayan desarrollado este tema. Pasaré por alto que el programa no me mencionara a mí (un lapsus lo tiene cualquiera), pero los cuatro autores a los que sí citó no eran, precisamente, los más lógicos. Después, cuando le solicité un par de referencias concretas, el programa me contestó con un entusiasta “¡Cómo no!” (Sure!). A continuación, citó un libro de Mary Nash, Exile in the Spanish Civil War (2009), que, decía, “explora las experiencias de intelectuales españoles en el exilio” y un artículo de Helen Graham, “Exile, Culture and Hegemony: Spanish Intellectuals in France and Mexico”, publicado en el Journal of Contemporary History en 2006. Ahora bien, Helen y Mary son colegas admiradas a las que respeto un montón. Pero el libro y el artículo de su autoría que me citó el ChatGPT tienen un defecto difícil de ignorar: no existen.
Debo confesar que me quedé confuso un momento. No sabía qué pensar. Por un lado, no dejó de impresionarme el desparpajo del programa, que se mostró más que capaz de ocultar su ignorancia tras una fachada de arrogancia omnisciente. (Sería un excelente profesor universitario). Por otro, me quedé desconcertado por lo absurdo de la respuesta, totalmente disparatada. Se me ocurrió confrontar al programa directamente. “El libro de Mary Nash que me citas”, le dije, “no existe. Tampoco el artículo de Helen Graham. ¿Los has inventado?”. Esperé una pataleta de catedrático español (“¿Cómo se le ocurre cuestionar mi erudición? ¡Habrase visto!”), pero, para mi sorpresa, ChatGPT reculó de inmediato. “Pido disculpas por el error”, me susurró, mirando el suelo, sonrojado. “Tiene usted razón, el libro y el artículo que mencioné no existen. Perdone cualquier confusión o mala información que yo haya podido ocasionar. Le agradezco que me lo haya señalado”.
Rota la resistencia de mi adversario, me puse en plan poli malo y aproveché para continuar el interrogatorio sin piedad. “¿Por qué”, le pregunté, “fingiste que existieran el libro y el artículo cuando sabes que no existen?”. “Como un modelo lingüístico”, me contestó, “a veces cometo errores en mis respuestas, y no quise implicar que estos libros y artículos específicos existieran… Fui entrenado sobre un gran corpus textual pero no tengo la capacidad de verificar de forma independiente la información que proporciono”. Menudo chasco.
En una tribuna en el Financial Times, titulada “Why Chatbots Are Bound to Spout Bullshit” (“Por qué los chatbots están condenados a soltar disparates”), Tim Harford explica por qué es normal que una herramienta como ChatGPT suelte barbaridades como si fueran el verbo divino. Así como el clásico bullshitter (pensemos en Donald Trump), no es capaz de distinguir entre verdad y mentira, en parte porque la distinción no le interesa lo más mínimo.
“ChatGPT no trafica en verdad; trafica en plausibilidad”, dice Harford. En otras palabras, ante mis preguntas sobre el exilio, supuso que Mary Nash y Helen Graham bien podrían haber escrito libros y artículos titulados, más o menos, como los que me citó.
Y es que ChatGPT “no tiene un modelo del mundo”, explica Harford. “En su lugar, tiene un modelo del tipo de cosas que la gente tiende a escribir. Esto explica por qué suena tan increíblemente creíble. Pero también explica por qué le puede costar dar respuestas verdaderas, incluso ante preguntas relativamente directas”. La herramienta, concluye, “afirma muchas cosas que son verdad”. Pero “solo las dice como producto secundario. Lo que ha aprendido es a parecer creíble”.
Esto hace que el programa sirva de maravilla para sacar conclusiones obvias, como demuestra este diálogo que tuve con él:
SF: En abril de 2022, el Partido Popular español fue sentenciado, por tercera vez, por su financiación ilegal y por mantener una contabilidad doble. Entre los documentos presentados había una lista de políticos que habían recibido pagos en efectivo por encima de su compensación normal. Esta lista incluía a una persona llamada “M. Rajoy”. ¿Quién era esa persona?…
ChatGPT: El “M. Rajoy” mencionado en la doble contabilidad es Mariano Rajoy, el expresidente del Gobierno español.
Herramientas como ChatGPT no tienen por qué ser una amenaza para los que nos dedicamos a la enseñanza, mantiene mi amigo James D. Fernández. “Esta es una gran oportunidad para que las universidades y las docentes dejemos de una vez por todas el bullshit business, donde, de todas formas, nunca seremos capaces de competir con los robots. Pero que yo haya visto, no hay robot que pueda valerse del conocimiento y de la experiencia para ponerles la piel de gallina a los alumnos. Montemos, pues, la Universidad de la Piel de Gallina”.
Para quienes nos ganamos el pan de cada día enseñando a jóvenes a leer y a escribir en idiomas varios, la aparición del ChatGPT –una herramienta de inteligencia artificial en formato dialógico, multilingüe y, por ahora, gratis– se nos ha presentado como sueño y pesadilla a la vez. La pesadilla: que nuestras...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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