lo contingente
Ética indemostrada
Sobre las memorias de Enrique Krauze
Ernesto Bottini 9/03/2023
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PROPOSICIÓN I
La autobiografía intelectual del historiador y editor mexicano Enrique Krauze, titulada ‘Spinoza en el Parque México’ (Tusquets, 2022), puede resumirse apelando al modelo retórico de las “vidas de santos”.
Demostración: El héroe piadoso de estas memorias tiene una revelación trascendente en el plano de las ideas, se convierte al liberalismo y lucha contra el espíritu del Mal con las herramientas de la Voluntad y la Investigación. En la aventura lo acompaña un ángel asesor, Gabriel Zaid, y para el relato autohagiográfico cuenta con la inestimable colaboración de un apóstol hispano, José María Lassalle. Su misión es extender la palabra sobre las bondades inequívocas del liberalismo, y para ello deberá sobreponerse a las fuerzas oscuras del marxismo y del “pensamiento de izquierdas”, que se manifiestan a cada paso y en cada rincón como una amenaza mortal. Se marca como objetivo impugnar todo el sustrato ideológico de la “izquierda” (el materialismo histórico y la ética de la revolución, pongamos, pero también la idea misma de colectividad que no sea religiosa) de Marx en adelante: Adorno, Marcuse (y el resto de la Escuela de Frankfurt), Benjamin, Lukács, Carlos Fuentes, García Márquez… mesiánicos, idealistas, utopistas, cómplices más o menos conscientes del totalitarismo comunista. Todos liberticidas, todos “izquierdistas”. Las armas intelectuales de nuestro héroe, por lo que se ve, no son muy sofisticadas, pero la fuerza de su voluntad encontrará los caminos adecuados. La glosa parvularia, el comentario redundante o la cita torcida serán buenos aliados en su cruzada liberalizadora y con ellos, si bien endeble, construirá una morada donde poder cobijarse para el canto.
Su ángel asesor, “socio en un despacho internacional de consultoría de negocios”, lo hará partícipe de propuestas disparatadas, como “el reparto en efectivo del 5% del PIB entre todos los mexicanos”, y será para él una recta guía de cuyos consejos no renegará ni se apartará ni por un momento. No dudará de la calidad de su asesoramiento por más averiada que esté la mercancía que le empuje a distribuir:
“La subversión social, política, moral tiene su inspiración rebelde en la espiritualidad católica; ya se ve que, en cierto modo, este dilema copia y reproduce, como analogía, el conflicto de Lutero y de toda la Reforma. Pero, a diferencia de la rebeldía luterana, los predicadores no fueron los campesinos, ni siquiera los obreros, sino los universitarios… En un ensayo que publicamos en 1978, a diez años del movimiento estudiantil, Zaid probó empíricamente que el radicalismo ideológico era directamente proporcional a los ingresos. A más ingresos, más radicalidad… Se radicalizan porque viven impregnados de cultura católica…”.
Entre los hechos que podríamos mencionar como milagrosos o cercanos a lo paranormal, y que deberían ser señalados en su travesía de conversión al liberalismo, destacan dos: uno acontecido en el plano familiar, con niños que son capaces de pronunciar discursos complejos sin estar poseídos, y otro en la esfera pública, donde los obreros de su fábrica… pero dejemos que sea la voz de nuestro héroe la que nos ilumine con toda su potencia reveladora:
“Un día decidí subir drásticamente el sueldo a los trabajadores. Eso provocó un elogio en el diario del Sindicato Nacional de Artes Gráficas: ‘Joven capitán de la industria aumenta 50% el sueldo de sus trabajadores’. Tres semanas después no podía pagar la raya. Fui al sindicato y su líder me jaló las orejas. Él no había pedido ese aumento ni estaba en el contrato ni lo exigían los obreros. Sabía que era imposible. Y me ayudó a ajustar un poco los salarios para que la empresa siguiera siendo viable.
“Eras un empresario de izquierda”.
“Así me sentía. Sobre eso tengo otra anécdota un poco posterior. Me reuní con los obreros y les dije que confiaran en mí porque conmigo no había ‘plusvalía’. Sí, usé el término canónico. Como no entendieron lo que significaba la palabra, añadí que en mi empresa ‘no había ganancias’. Entonces un obrero levantó la mano y me dijo: ‘Oiga, joven Enrique, pues ese es el problema, que no tiene usted ganancias. Porque si usted no gana nosotros no ganamos, se acaba la fábrica y todos perdemos. Así que mejor tenga ganancias’. Me desconcertó”.
Uno tiene la sensación de que Krauze se refiere al problema de la pobreza, la miseria y la marginación social como si se tratara de asuntos metafísicos
Desconcertante, sin duda. Uno podría pensar que José María Lassalle es un hombre de paja en este despliegue de prodigios, como daría a entender su intervención en la anterior cita, pero resulta que no es así. Campeón nacional de la fraseología chanante, encuentra siempre el resquicio adecuado para meter la cuchara de sus propias ocurrencias en este guiso liberal. El apóstol hispano ha sido representante parlamentario, alto cargo y militante durante dos décadas de un partido político liberal (o ultraliberal) en lo económico y conservador (o reaccionario) en lo social. Un partido que ha rechazado leyes tan básicamente liberales como la del divorcio, del matrimonio homosexual o del aborto. Pero nada de ello impedirá que la energía de su convicción prevalezca, haciendo de su espíritu liberal una sustancia elástica capaz de acomodarse a las situaciones más adversas y a las posiciones más inexplicables.
En el Reino de España, con la colaboración de su apóstol y de otros hombres libres y hechos a sí mismos, pondrá en pie una sucursal de su morada para el canto, un heraldo de libertad en el seno de un Estado del Bienestar corrompido por la corrección política y otras muchas ponzoñas del progresismo: la cultura de la cancelación, la inquisición woke y otros apocalipsis del integrismo posmoderno. Por esta noble tarea de hermanamiento de la vieja y la nueva España, nuestro protagonista recibirá el Premio FAES de la Libertad, de manos del gran cruzado José María Aznar. Pero estas circunstancias, seguramente debido a su modestia y humildad y no al ocultamiento intencionado, no se mencionan en esta autobiografía intelectual, cuyo emblema es: “Ni izquierda ni derecha. Ni ideología ni dogmatismo. La salida entonces y ahora es la liberal”.
Hacia el final de su vida parecerá que la batalla contra el Mal esté ganada, pero será apenas un espejismo, fruto de la necesidad de ver la misión cumplida:
“Al leer a Kafka, pensaba yo lo que tantos lectores: que el siglo XX había sido un escolio a su obra. Era cierto. Pero pensé también que el siglo XXI dejaría atrás la pesadilla. Obviamente, me equivoqué. Y ahora el tribunal es político y cibernético. Los jueces sin ley dan su veredicto, los guardianes cumplen órdenes, los flageladores se aplican, los sacerdotes se cruzan de brazos, una culpa indeterminada corroe a los inocentes que terminan por no creer en su inocencia. La justicia calla. La verdad se esfuma, pero solo nos queda creer en ella”.
Este agrio descubrimiento postrero no menguará las esperanzas de nuestro héroe del liberalismo panhispánico, quien comprenderá que la misión en esencia se ha cumplido, ya que gracias al entrenamiento de sus habilidades como empresario de la cultura ha construido una casa robusta para que sus herederos espirituales sigan cantando, como la cabeza de Orfeo tras ser despedazado por las Ménades. Quod erat demonstrandum (en lo sucesivo Q.E.D.).
Escolio: Hay santos que se han ganado los cielos de la benevolencia con una octava parte de los méritos que se atribuye a sí mismo Enrique Krauze en Spinoza en el Parque México. ¡Qué vida tan llena de virtudes ejemplares!
PROPOSICIÓN II
La primera regla del Club del Liberalismo es: nadie habla del liberalismo en términos de ideología.
La teoría liberal que maneja Krauze no tiene una explicación coherente para el fenómeno de la pobreza estructural
Demostración: Pariente desgraciado de “el monolingüismo del otro” y epígono contrahecho de “el infierno son los otros”, la cláusula por la cual ideología es aquello que atenaza las convicciones de los demás, donde siempre “los demás” están en el cajón de la siniestra (comunistas, socialistas, progresistas, posmodernos, feministas, ecologistas, indigenistas, antirracistas, queers, etc.), es ya una letanía gastadísima, un disco rayado que suena en la sala de espera del pensamiento, de Madrid al D.F., de Miami a Río de Janeiro, pasando por Roma, París y Londres. La aguja está bloqueada en el mismo surco y los asistentes empiezan a mirarse entre ellos, al principio inquietos, luego bastante irritados. Enrique Krauze es un destacado miembro del Club del Liberalismo, y así las cosas, Enrique Krauze niega con insistencia que el liberalismo sea una ideología. Si el liberalismo fuera una ideología, entraría en el campo de fuerzas y tensiones de las ideologías, en sus marcos de discusión y debate. Pero el liberalismo no es una ideología, y por tanto al liberalismo no se lo discute desde premisas ideológicas. Dirá: “Era muy difícil dialogar sobre la base de una terminología ‘holista’, sustantivos vagos como ‘sujetos sociales’, formas de lucha, fuerzas productivas, masas, y adjetivos gaseosos: ‘pluralista’, ‘democrática’, ‘popular’”. Cosas raras, cosas del otro; no como “libertad”, que es un sustantivo nunca vago, siempre preciso, macizo como un yunque. El liberalismo está en otra parte: por encima o por debajo o por fuera de las ideologías. Es otra cosa. En términos spinozistas, el liberalismo es para los liberales Dios o la Naturaleza, lo Uno, el cuerpo sin órganos del que todo deriva, lo incognoscible. A saber.
Escolio I: Susan Sontag: “La incesante propaganda actual en favor del ‘individuo’ me parece profundamente sospechosa, pues la ‘individualidad’ misma ha devenido cada vez más sinónimo de egoísmo. Una sociedad capitalista tiene un interés creado en elogiar la ‘individualidad’ y la ‘libertad’, lo que podría significar poco más que el derecho al engrandecimiento perpetuo del yo, y a la libertad de comprar, adquirir, gastar, consumir y convertir en obsoleto”.
Escolio II: En este proceso de naturalización, que redefiniendo la propuesta de Mark Fisher podríamos llamar “realismo liberal”, el tratamiento de la pobreza y la marginación en América Latina, que es un problema social medular e histórico del continente, aparece en estas memorias con ecos de Plácido o El chavo del ocho o Cantinflas, pero sin el sarcasmo, sin el mordiente, con tintes de paternalismo neoliberal. “En el fondo les reclamaba [a los autores de izquierda] el carácter ideológico de sus denuncias. Partían de un concepto holístico (clase, lucha, obreros) y desde ahí construían su denuncia. Había un mundo de diferencia entre esos textos moralistas y las propuestas concretas y originales de Zaid para mejorar la vida de los pobres”. La. Vida. De. Los. Pobres. Por momentos uno tiene la sensación de que Krauze se refiere al problema de la pobreza, la miseria y la marginación social como si se tratara de asuntos metafísicos, de plagas bíblicas, tormentas de arena o lluvias de langostas que descienden sobre las ciudades como un castigo divino. Sería algo así como el orden natural del mundo. Pero esto supone saltarse una de las definiciones básicas del pensamiento spinozista: “El conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa, y lo implica”. La teoría liberal que maneja Krauze no tiene una explicación coherente para el fenómeno de la pobreza estructural y los desequilibrios sociales. En realidad, no tiene ningún tipo de explicación más allá de un balbuceante determinismo ontológico. Una vez agotada, por falsa, la retórica del esfuerzo, el mérito, las capacidades individuales... el liberalismo económico se revela como una estafa piramidal, el timo de la estampita, la Gran Trola.
Corolario: Nos consta, sin embargo, que la operación deslocalizadora pretende naturalizar el modelo económico liberal, esto es, hacer pasar por natural algo que es pura construcción ideológica e histórica con unas intenciones claras y al servicio de unos intereses bien definidos. No hay manera de ponerle pegas al liberalismo porque “libertad”. Y de esta forma, el liberalismo ha ido reclutando para su causa a las corrientes ideológicas más papanatas y peligrosas del arco político internacional: neofascistas, criptoemprendedores, reaccionarios, nostálgicos del antiguo régimen, negacionistas del cambio climático, etc.
Escolio I: Referirse a la ideología “de izquierdas” y remontarse a los gulags y los juicios de Moscú no es menos inoperante que referirse a la ideología “de derechas” y remontarse a los campos de exterminio, el saqueo nacionalcatólico y la esclavitud. El anticomunismo que articula el núcleo de las posiciones públicas del liberalismo es violentamente extemporáneo e incongruente si atendemos al lugar marginal que ocupa el comunismo en la configuración ideológica del electorado actual que se autoidentifica como “de izquierdas”. El comunismo es más bien un espantajo que se agita con el único propósito de salvaguardar una ética pública del laissez faire que contradice toda la evidencia empírica sobre el nivel de “bienestar” en sociedades con un Estado exiguo o ausente. En el fondo, no hay mayor utopía, no hay proyecto social más alejado de la realidad, que el liberalismo tal y como lo definen sus principales voces autorizadas. La autorregulación de los mercados, las teorías de la distribución en cascada de la riqueza, la primacía del mérito… una fábrica de humo cuya ruina no pueden disfrazar los gurús del “mundo de la empresa” ni tampoco los gurús del “mundo de la empresa cultural”. El anarquismo, al que sutil pero constantemente quiere arrimar su sardina liberal Enrique Krauze en estas memorias, es igual de utópico que el liberalismo, pero ni va dando la lata ni mucho menos le sigue el juego a las agrupaciones más reaccionarias de la sociedad que pretende transformar. Sus horizontes utópicos no pueden estar más alejados.
Solidaridad se ha convertido en un proyecto político altamente tóxico, en una amenaza para los principios y valores de la UE
Escolio II: Un ejemplo bastante notorio del efecto antiliberal frecuentemente derivado del anticomunismo es el caso del Sindicato Solidaridad, que Krauze menciona en estas memorias como uno de los principales movimientos políticos contrarrevolucionarios que abrazó la revista Vuelta: “Cuando apareció Solidaridad, le dimos una bienvenida inmediata… El marxismo seguía siendo vigente como pensamiento, como proyecto y, con todas sus distorsiones, como realidad política. Enfrentarlo era una misión esencial de Vuelta”. Esta circunstancia resulta elocuente del proceso y resultado del tipo de liberalismo que acabó surgiendo de las entrañas del anticomunismo. Polonia es desde hace ya mucho tiempo uno de los países más intolerantes de la UE, una sociedad ultracatólica y ultranacionalista con severos problemas para el respeto a los más básicos derechos individuales. Solidaridad se ha convertido en un proyecto político altamente tóxico, en una amenaza para los principios y valores fundacionales de la UE. En palabras del actual presidente de Solidaridad: “LGBT es una ideología neomarxista y una plaga”, y las declaraciones sobre la inmigración o el colectivo LGTBI+ del histórico Lech Walesa se las ahorraré al lector sensible [¡qué va!: es para no alargarme]. Si a esto sumamos que Vox ha puesto en marcha su propio Sindicato Solidaridad, ya podemos hacernos la imagen completa de la evolución de este hermanamiento (quizá no tan) monstruoso entre liberalismo y neofascismo. Esta deriva ni se menciona ni se valora en las memorias de Krauze.
Escolio III: Entre las zonas de sombra que genera la fijación anticomunista, quizá la más notable es la que proyecta sobre la propia tradición liberal. Al filósofo Raymond Aron, por ejemplo, apenas se lo cita en estas memorias, y cuando aparece mencionado siempre es en ristra. Pilar de la conciencia crítica del pensamiento liberal ‘desde dentro’, ya había advertido en Del buen uso de las ideologías sobre los peligros epistemológicos de considerar “ideología” a todo aquello que no fueran las propias convicciones.
Escolio III: Con respecto a Isaiah Berlin, sobre el que sí se extiende Krauze, básicamente para identificarse echando un poco de azúcar glas sobre la “libertad negativa”, hace apreciaciones que no pasan sin embargo de una simplificación. Y eso sin tener en cuenta la aplanadora que ha supuesto el estructuralismo, el postestructuralismo e incluso la deconstrucción para las tesis formuladas en su famoso ensayo Dos conceptos de libertad. La travesía de la libertad que nos narra Krauze está estratégicamente anclada en un estadio de la discusión filosófica que se ha superado hace ya más de medio siglo. ¡Medio siglo! El determinismo teleológico implícito en las tesis de Berlin ya tenía una exposición contrafáctica en las tesis surgidas del entorno de la Escuela de Frankfurt, pero ni siquiera a eso ha querido atender nuestro intelectual.
Escolio IV: No deja de ser paradójico que Marx y Engels presentaran al comunismo como un fantasma (o un espectro) que recorría Europa a mediados del siglo XIX, y que a principios del XXI, el liberalismo afronte su batalla final contra el Mal performando una sesión chiflada de espiritismo.
Escolio V: Spinoza: “Estos son los prejuicios que aquí he pretendido señalar. Si todavía quedan algunos de la misma estofa, cada cual podrá corregirlos a poco que medite”.
PROPOSICIÓN III
El reclutamiento de Spinoza para el frente de combate del liberalismo económico, del anticomunismo y del antimarxismo, es una falsificación de su legado filosófico.
Krauze nos presenta un mundo en el que la ausencia de dios siembra el caos y es la culpable de la hecatombe ética de la Humanidad
Demostración: Tanto en el articulado de proposiciones y axiomas de Ética demostrada según el orden geométrico como en la exposición argumental del Tratado teológico-político, Spinoza es riguroso e insistente con la idea de la importancia de contar con un Estado regido por la razón que permita que “los hombres… vivan pacífica y concordemente”. Alude en repetidas ocasiones al “interés común” y a la comunidad. En la última proposición del Libro IV de la Ética leemos: “El hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad, donde solo se obedece a sí mismo”. El foco de sus preocupaciones en torno a la libertad está puesto en el plano de la conciencia, el pensamiento y la expresión de las ideas. Hay una base evidente para que el liberalismo clásico beba de esta fuente y convierta la obra de Spinoza en una parte fundamental de su tradición intelectual, estando bien prevenido de las psicopatías que podrían derivarse de desarticular la trinidad revolucionaria: libertad, igualdad, fraternidad. Llevar esta filosofía de la libertad individual frente al dogmatismo religioso, al terreno del liberalismo económico, es una manera de falsificarla. Esto es así porque ese desplazamiento pretende reducir un principio universal a una lógica de privilegios heredados, una lógica en la que queda desprotegida una parte sustancial de los individuos que componen la sociedad. Dice Spinoza: “El bien que todo aquel que sigue la virtud apetece para sí, lo deseará también para los demás hombres […] el que no es movido ni por la razón ni por la conmiseración a ayudar a los otros, merece el nombre de inhumano que se le aplica”. Q.E.D.
Escolio: La apropiación por parte del liberalismo contemporáneo de la figura de Baruch Spinoza, en tanto que representa el espíritu de la heterodoxia y la disidencia y las libertades individuales, es una estrategia calculada y llevada a cabo de forma sistemática para imbuir de prestigio y tradición humanista a una corriente ideológica dogmática que protege intereses de clase cuya conservación y expansión dependen del cuestionamiento permanente de los lazos comunitarios y colectivos que son necesarios para la cohesión y el bienestar de las clases sociales estructuralmente desfavorecidas. Este culto al sálvese quien pueda (pero nos salvaremos nosotros que somos quienes hemos heredado la riqueza), que pretenden barnizar con ética spinozista, camufla detrás de falacias como la del mérito o la “cultura del esfuerzo” un esquema de desigualdades intrínsecas y un sistema de endogamia y nepotismo que es éticamente indefendible e intelectualmente frágil, para lo que necesita apuntalarse en referentes históricos válidos que resulten funcionales a sus propósitos.
Corolario: Aquello que en Spinoza puede entenderse como las bases para generar una distancia racional con respecto a la idea de dios en los términos restrictivos del monoteísmo, una cierta fuerza centrífuga por medio del panteísmo (pero sobre todo, digamos, del despliegue de una forma radical de acudir a la razón como vía de libertad), en Krauze es una machacona fuerza centrípeta: todo lo lleva al terreno teológico, no deja que nada escape a sus redes. Todo parece poder explicarse a través de claves de intelección teológicas, y la teología se presenta como el combustible único de la Historia.
Demostración: Las ideologías son aquí caricaturas de las religiones (salvo el liberalismo, que no es una ideología, of course) y el ateísmo es una negación de dios y por tanto una máquina movida por la idea de dios. Las motivaciones de cualquier revolución están en el mesianismo, todo revolucionario es un alienado, todo proyecto colectivo de justicia es un paraíso de otra manera y toda idea de cambio es un acto de fe. Y así todo. Todo lo que no sea el statu quo liberal, que vendría a ser algo así como el fin de la Historia por otros medios, es Mal. Spinoza: “Lo cual es tan absurdo que apenas merece comentario”. Q.E.D.
De otra manera: A través de las múltiples voces que pueblan estas memorias, Krauze nos presenta un mundo en el que la ausencia de dios siembra el caos y es la culpable de la hecatombe ética de la Humanidad. Para pintar ese cuadro de profunda angustia teocéntrica se vale de tergiversaciones evidentes, entre las que destacan las ya habituales vulgarizaciones de los conceptos nietzscheanos de “superhombre” y “voluntad de poder”, un clásico, a estas alturas, del pensamiento que no quiere pensar. Como si, una vez soltadas las amarras imaginarias de los imperativos categóricos para establecer la moral, fuese imposible la construcción de una ética razonable: “En el mundo cristiano, la muerte de Dios conduce al nihilismo. Si Dios –que ya se ha revelado en la Tierra, que ya ha venido a salvarla– no existe, todo está permitido: el dominio del superhombre o la voluntad asesina y suicida de los endemoniados”.
Escolio: Resulta imprescindible mantener viva la memoria de las injusticias y los crímenes de los procesos revolucionarios, sin que ello tenga necesariamente que implicar una impugnación general de las revoluciones pasadas ni de las revoluciones futuras. Desde luego que hay una historia oscura de las revoluciones, plagada de horrores, y que en esa historia una parte sustancial de la revolución soviética ocupa un lugar importante. Una historia que tiene que ser contada sin ningún tipo de hipoteca, en toda su verdad y crudeza. Lo cual no invalida que tras los procesos revolucionarios se hayan establecido en la historia grandes proyectos humanistas, compasivos, justos y equitativos, directamente derivados de esos procesos revolucionarios. Abundan los ejemplos. Y abundan también los ejemplos de sistemas infames y altísimamente injustos que se han establecido sin procesos revolucionarios. Una mirada desprejuiciada de la historia de las revoluciones no permite argumentar de forma incontestable su impugnación ética absoluta. Pero sí, en cambio, podría ser éticamente discutible el proselitismo de una visión pecaminosa y contra-natura de la propia idea y posibilidad de la revolución.
PROPOSICIÓN IV
Una parte medular de estas memorias se sostiene sobre la falacia de que, una vez derrotado el nazifascismo en Europa, “ya solo un totalitarismo quedaba vivo”.
Si se asumía que el comunismo era una ideología criminal, estaba justificado extirpar a quienes defendían sus ideales
Demostración: La alianza entre liberalismo y Ejército en las dictaduras latinoamericanas de los años setenta es una evidencia histórica (“historia propiamente dicha, es decir, científicamente comprobada”), un hecho contrastado y estudiado hasta sus mínimos detalles, un hecho documentado, testimoniado y en muchos casos incluso juzgado. Como había pasado en Europa 40 o 50 años antes, la crisis del capitalismo liberal revivió el Moloch del fascismo con la pinza anticomunista formada por oligarquías y burguesía liberal, Iglesia y Ejército. Abundar en la idea del comunismo como una ideología criminal, hermanar las ideologías en un mismo sustrato de horror, y con ello justificar la persecución de comunistas, socialistas, ateos, libertarios y anarquistas resultaba en un apoyo implícito de la reacción militar. Si se asumía que el comunismo era una ideología criminal, estaba justificado extirpar a quienes defendían posiciones comunistas o socialistas del cuerpo social. Esa es la consecuencia de la retórica engañosa de la equidistancia y esa es la maquinaria que ayudó a poner en funcionamiento el liberalismo estadounidense (anglosajón) en América Latina, justamente empleando métodos y tecnologías nazifascistas. La intención de las oligarquías y burguesías liberales fue poner al Ejército a hacer el trabajo sucio y después desentenderse. Por tanto, esta red de complicidades entre liberalismo económico y dictaduras militares es parte de la historia, conocida y contrastada, que en un extraño movimiento revisionista, Enrique Krauze nos trae al presente entremezclada con Kafka (“el profeta del totalitarismo soviético”), la heterodoxia del judaísmo, Orwell y el músculo de las herramientas marxistas de análisis en la Academia. Spinoza dirá: “La falsedad consiste en una privación de conocimiento, implícita en las ideas inadecuadas, o sea, mutiladas y confusas”. Q.E.D.
Escolio I: Krauze confiesa que le han “obsesionado los males radicales del siglo XX”, pero como tomaba por cierta la afirmación de que tras la derrota del nazifascismo “ya solo quedaba un totalitarismo en el mundo”, focalizó sus energías en la crítica del socialismo. Seguramente haya sido esta obsesión anticomunista la que impidió que Enrique Krauze pudiera ver, en un viaje que emprendió por América Latina en1979, que los gobiernos militares filonazis estaban luchando una guerra total contra el pensamiento de izquierdas; no contra grupúsculos revolucionarios o terroristas (esa fue la coartada), sino contra todo tipo de “pensamiento de izquierdas” (el asociacionismo, el cooperativismo, el sindicalismo, la política, la filosofía, la literatura, el arte, la academia, la música, la prensa, la edición…), llevando la situación a cotas de paranoia y destrucción completamente delirantes. Y esa guerra total la estaban luchando en nombre del liberalismo, del liberalismo económico (en Argentina, en Chile, en Uruguay, en Brasil…), con el sustento de los componentes más poderosos de la sociedad civil (oligarquías basadas en la propiedad de la tierra, sobre todo, pero también en la industria y las finanzas) y de la Iglesia Católica. Todo esto, nuestro autor lo tenía frente a sus narices pero, por lo que sea, se hacía incompatible asumir ese vínculo palmario con el esfuerzo por denunciar los excesos del socialismo cubano.
Escolio II: Se llega al punto, en esta autobiografía intelectual, de defender la tesis conocida como “Teoría de los dos demonios”, firmada por Ernesto Sabato y que supone la equiparación del terrorismo de Estado con la militancia de izquierdas y la legítima resistencia al totalitarismo, una tesis ya por completo desahuciada que significó el desprestigio definitivo del papel de Sabato como intelectual público. Krauze llega a decir: “Los extremos se tocan, y en el fondo son lo mismo… los tupamaros y montoneros, de haber resultado vencedores, también habrían sido inclementes”. Para situar la magnitud del dislate: José Mujica, el expresidente del Uruguay que logró aunar de forma virtuosa como ningún otro en la historia reciente de la política latinoamericana las cualidades de concordia, raciocinio y disidencia, había sido un destacado tupamaro. También las decenas de miles de víctimas de torturas, desaparecidos y exiliados de las dictaduras militares que no tuvieron ninguna relación ni con guerrillas ni con terrorismos de ninguna clase sirven para testimoniar la improcedencia radical de la equiparación. En ese no querer ver lo que allí estaba pasando, en ese negarse a comprender la naturaleza de los hechos, en ese taparse los ojos ante la evidencia entonces y ahora (pero sobre todo ahora), en la equidistancia y en la equiparación, se cifra la miseria de su posicionamiento ético. Es significativo que esta ceguera funcione en espejo con la ceguera de la que Krauze acusa a Walter Benjamin: “preso de su idea fija, no veía lo que tenía frente a sus ojos” (por su opúsculo sobre el viaje a Moscú de 1926). Aquí es el único momento en el que José María Lasalle se aparta del rol de acompañante modoso en la diatriba liberal. “Pero seamos justos”– le dice–, “este fue solo un libro de Benjamin, un capítulo breve en su obra… En la década siguiente y hasta el final escribió textos extraordinarios de filosofía de la historia que en mi opinión trascienden por completo ese dogmatismo pasajero… Enrique, también la credulidad de los treinta me parece comprensible, más cuando eres judío y tienes enfrente al mal personificado”. Estas prevenciones, estos ruegos desesperados, apenas hacen mella en el dogmatismo de Krauze, que probablemente llevado por la pequeñez de su propia filosofía de la historia pronuncia una de las frases más terribles de este autorretrato cubista de cuerpo entero: “Tal vez Benjamin murió de decepción mesiánica”.
Escolio III: Spinoza: “Y no es preciso tratar de este tema con mayor claridad ni extensión”.
PROPOSICIÓN V
Los atributos de insolvencia comprometen la constitución de los libros como cosas singulares necesarias y los convierten en cosas contingentes.
Demostración: Cuando un libro se presenta a la manera de un recorrido intelectual, pero este recorrido está atravesado por la repetición de ideas de segunda, tercera y cuarta mano, por afirmaciones parciales, insidiosas o directamente falaces, toda su estructura de razón cede ante la fuerza de estas negligencias. Si el argumento de la obra está determinado a operar según los atributos falaces de otra causa (en este caso, las premisas más chuscas del liberalismo económico), entonces estamos ante un libro al que debemos llamar cosa contingente. Las cosas contingentes pueden por su naturaleza contener atributos positivos o auténticos, pero sería inútil intentar identificarlos, ya que estos atributos se encuentran en abundancia en las cosas necesarias, que contienen la sustancia de las cosas singulares sin la corrupción y las negligencias de las cosas contingentes. Aun existiendo la posibilidad de que el libro afectado de negligencias y refritos contenga algún atributo positivo del que extraer conocimiento, por aquello de que todo libro, por malo que resulte, siempre tiene algún atributo rescatable, esto no es probable porque no podríamos distinguir con un mínimo de fiabilidad qué atributos entre todos los que conforman la cosa contingente no están afectados de parcialidad o falacia o insidia. Siendo posible detectar los atributos positivos en la cosa contingente, su identificación ya supondría un conocimiento anterior por nuestra parte, lo cual convertiría en inútil el acceso a los atributos positivos que ésta pueda contener. Necesitaríamos haberlos conocido de antemano para separar, como se dice vulgarmente, el trigo de la paja, lo cual redundaría en una imperdonable pérdida de tiempo, que a diferencia del de la naturaleza naturante, es finito, condicionado y apremiante. Q.E.D.
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Ernesto Bottini (Buenos Aires, 1977) formó parte de la última etapa de la Escuela De Letras De Madrid (2005-2010), ejerciendo como profesor de Relato breve y Literatura de viajes, y como editor. Es miembro fundador del centro de estudios Función Lenguaje. Publicó las novelas Bajo el mismo mar (2015) y Baptiste Laurent y el otro (2018).
PROPOSICIÓN I
La autobiografía intelectual del historiador y editor mexicano Enrique Krauze, titulada ‘Spinoza en el Parque México’ (Tusquets, 2022), puede resumirse apelando al modelo retórico de las “vidas de santos”.
Demostración: El héroe piadoso de estas...
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Ernesto Bottini
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