GASTROLOGÍA
Masticar un río
No hay comida sin ríos limpios y libres, incluso a veces furiosos. Tenemos alimento abundante en el plato gracias quizá al Gran Ebro, al padre Tajo, al mítico Guadalquivir o a cualquiera de los 35.000 ríos de España
Ramón J. Soria 1/03/2023
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El agua que evaporó el sol a miles de kilómetros, que transportaron las brisas y detuvieron las cimas de las montañas más altas, caerá luego por un sofisticado mecanismo físico de saturación y partículas de polvo que hacen que las moléculas de agua se conviertan en gotas con la suficiente masa para precipitarse al suelo. Un metro cúbico de nube apenas contiene tres gramos de agua. Si hoy han caído por ahí más de veinte litros por metro cuadrado ¿Cuál es el inmenso volumen de una nube? Con este agua el campo se llenará de verde, flores, insectos, vida. Se salva así la tierra de los malos augurios. ¿Por cuánto tiempo? Los hombres, en otra edad remota, o no tanto, inventaban danzas y sortilegios para atraer las nubes. Un trozo de mar evaporado, un enorme pedazo de océano sobre nuestras cabezas. Esta agua que cayó más arriba y ahora pasa por el puente en el que estoy ha sido respirada por merlines, atunes, corales y sargazos. Y ahora yo respiro también esa humedad invisible. Nada existe sin agua, nada tendría nombre sin las nubes. Por eso no hay poeta que no las haya nombrado siquiera una vez. Y nunca con avaricia. Ni el poeta más rácano mira el agua con avaricia. ¿Salvo en España? Exacto. Solo Benet tenía avaricia de agua. Juan Benet, en 1984, en el programa de TVE Si yo fuera presidente, afirmará con su típica seriedad y arrogancia:
“Si yo fuera presidente […] ni una gota caída en territorio español se desaprovecharía, excepto aquellas que manda la naturaleza con intención catastrófica. El agua dejaría de tener propietario y apellido local, regional o autonómico. Varios acueductos atravesarían nuestro país de norte a sur y de este a oeste, llevando aquí y allá riqueza y prosperidad al arrullo de la corriente. En el entretanto, no tendré ningún inconveniente en permitir ciertos abusos y alguna iniquidad, como el abandono de la cultura y el ecologismo a su suerte. No me preocuparía descuidar muchos problemas de gobierno, como dejar caer en el olvido a Europa y al deporte. Hasta el punto de poner mi presidencia en peligro, y a la cual no vacilaría en renunciar si con eso lograse alcanzar el supremo objetivo de la política hidráulica”.
Muchos piensan que la cosa pantanera o planbadajocera fue un asunto franquista, que los cientos de embalses que generan electricidad y dan riego y riqueza a regiones que una vez fueron pobres se lo sacaron los tecnócratas de Francisco Franco de sus mangas mangantes. Pero la cosa viene de más atrás. De aquella “escuela y despensa” de Joaquín Costa y luego Rodríguez Cepea, Saturnino Bellido, Rafael Gasset, Lorenzo Pardo. Todos los que querían cambiar el esclavismo del azar de la lluvia, la injusticia geológica y climática de España, expulsar el hambre de sus tierras, comenzar una revolución sensata y tranquila, poner la ingeniería al servicio del “bien común” ya que el agua era un bien público.
Benet contempla la desigualdad natural y piensa que el regadío traerá por fin la prosperidad
Luego Juan Benet inventa Región, un territorio de tres mil kilómetros cuadrados con tres cordilleras, pueblos ásperos, pequeños y medianos, y dos ríos. Define una cartografía dura y minuciosa de ingeniero experto que consigue la complicidad de cualquier lector campero, pero que desconcierta a todos los lectores urbanitas. En ese territorio construye lo mejor de sus fábulas mientras construye como ingeniero el canal de Quereño y Cornatel en el río Sil, la presa del Porma y el túnel del trasvase del río Curueño al río Porma, la presa de El Vellón en el río Guadalix, la presa de El Atazar en el río Lozoya, los túneles de Altomira al embalse de Alarcón del trasvase Tajo-Segura, la presa de La Bujeda del trasvase Tajo-Segura, la presa de Llauset y los túneles de Moralets del río Llauset, la presa de Santa Eugenia en el río Xallas. Siempre a pie de obra, tocando roca y agua, escuchando la dinamita y el toc de las piquetas, el runrún de las excavadoras y el cante entre dientes de los obreros. Es responsable de cuatrocientas personas o quinientas o mil mineros, hormigoneros, maestros de obra, peones, conductores de máquinas, delineantes. Conoce muy bien eso que otros llaman, sin salir de su barrio de ciudad, “el pueblo llano”. Es un ingeniero ilustrado que se ha escapado del siglo XIX o de otro país. Hubiera sido amigo de Joaquín Costa y todos los regeneracionistas que soñaron con una España mejor y más justa, más moderna y más rica. La España de finales de los años 50 en la que él comienza a trabajar era un NO-DO gris color ala de mosca, un territorio áspero que expulsa, duro y seco, un país que arrastra una pobreza de siglos, una miseria de posguerra que espanta. Benet contempla la desigualdad natural, la injusticia geográfica en la distribución del agua y piensa que si se distribuye con equidad ese recurso, el país cambiará; que el regadío traerá por fin la prosperidad, la riqueza, la electricidad, el futuro, la modernidad europea que ha conocido. Él es nuevo eslabón del activismo hidráulico español que tuvo su sentido en el XIX y gran parte del XX aún lo regeneracionistas nunca pensaron que había que oligopolizar el uso hidroeléctrico del agua ni imaginaron que la agricultura funcionaría como una industria intensiva condicionada por una gran distribución mundial también oligopólica.
Hoy las tesis de Benet siguen gozando de buena salud. Sobre el Ebro, Guadalquivir y Duero ya hay trazados 17 nuevos planos de muros de hormigón para los próximos diez años. Las constructoras privadas de estos nuevos embalses se frotan las manos. Las razones para seguir la política de presas son las de siempre, aunque han sido enriquecidas y matizadas por el asunto del cambio climático: sequías pertinaces y danas más extremas, inundaciones más dañinas y una demanda creciente de agua para regar y producir alimentos en una Europa que desea ser más autosuficiente, tras asumir en la pandemia de covid 19 su dependencia y sus debilidades en materia de suministro de cosas básicas como mascarillas, las lechugas o los filetes de solomillo. Así que cada bocado que das, cada guiso que haces, cada alimento que comes es un pedazo de río. Toda la ciencia del mundo: semillas genéticamente modificadas, fertilizantes exquisitos, pesticidas precisos, herbicidas inteligentes, tractores con aire acondicionado, cosechadoras robóticas, la piel de plástico que cubre los cultivos más delicados y los sistemas de riego informatizados que controlan los aspersores o tubos de goteo que riegan las cebollas, lechugas, puerros, tomates y todas esas las plantas: maíz, soja, colza, cebada, trigo que usamos para hacer el pienso con el que engordamos el ganado no son nada sin ríos. Los ríos. Nuestros ríos.
Cada bocado que das, cada guiso que haces, cada alimento que comes es un pedazo de río
Porque no regamos todo con agua, lo regamos con ríos (o con las aguas subterráneas que luego afloraría en un arroyo, una laguna o un río). Todo ese agua medida en metros o hectómetros cúbicos que va por las acequias y canales o que se acumula en embalses y pasa por trasvases corrió antes montaña abajo saliendo del nevero, pura y salvaje, convirtiendo la tierra en habitable, alejando el desierto y con él la sequía y con ella la muerte de todo lo que bebe. No hay comida sin ríos limpios y libres, incluso a veces furiosos. Pensar que lo mejor es embalsar y canalizar sus aguas y considerar ese “bien público” un “recurso económico” inagotable que año tras año vuelve con las lluvias es un error grave que nos costará muy caro. Piénsalo. Tienes toda esa abundante comida en tu plato gracias a un río. Quizá el Gran Ebro, el padre Tajo, el mítico Guadalquivir o cualquiera de los 35.000 ríos que tiene tu país. Hoy utilizamos sus aguas sin prudencia ni tino, como si fuera solo nuestra. Muchas veces no dejamos ni un litro para el río, la náyade, la trucha, el tritón, la nutria, la anguila, la libélula o nuestra memoria de ribereños o los ribereños portugueses de más abajo. Malgastamos o dejamos que malgasten ese agua que enriquece solo a algunos. No nos importa mucho que ensucien o sequen el río, que lo paren, que no llegue ni gota al mar aunque este hecho no sea la añoranza de un ecólatra sino una triste infamia egoísta, ecológicamente suicida y también un objetivo delito.
Parece que los demás vivimos desde fuera esta polémica, la tensión social entre la región castellano manchega del Alto Tajo de donde sale el agua y la región de Murcia y Valencia a donde llega por un travase. Pero esto no es cosa de “ellos”. Los ríos, su naturaleza, su fluir milenario, rompen absolutamente las fronteras administrativas que nos inventamos con las Comunidades Autónomas y en algunos casos los límites políticos de la propia nación española. Que un río pase por una Comunidad no hace que ese río nos pertenezca. Por eso en la gestión de ese lío, de esta complicación, están las Confederaciones Hidrográficas y el Ministerio del que dependen porque el agua de todos los ríos del país es un bien público. El río Tajo que se travasa de la Alcarria a la Huerta no es de alcarreños ni de levantinos sino también tuyo, aunque vivas en Cádiz, Barcelona o Ferrol. Ahora el gobierno valenciano pide la suspensión de los caudales ecológicos del Tajo-Segura aprobados hace poco. Al río ni gota. Ni gota a los que viven río abajo. Se había aprobado subir progresivamente de 6 a 7 metros cúbicos por segundo, medido este caudal a la altura de Aranjuez. Luego a 8 metros a partir del 2026 y que se elevase a 8,65 en 2027. Avaricia de agua, ignorancia del río. Este caudal es el mínimo para que el río Tajo corra siquiera un poco. Y viva. Aunque luego siga siendo contaminado y parado más abajo por los embalses de Castrejón, Azután, Valdecañas, Torrejón, Alcántara… El precio del metro cúbico de agua del Trasvase Tajo-Segura es de 0,18 céntimos de euros mientras que el agua que producen las desaladoras sale a 0,33 céntimos, tras la rebaja de 0,10 céntimos que paga la Generalitat con los impuestos de sus ciudadanos. No es un tema de escasez o abundancia de agua sino de precio, pero también es una obligación legal y cívica de mantener el río vivo, con agua, porque en los últimos años el caudal del Tajo ha reducido un 12% y el Cambio Climático va a producir que esa disminución comience a ser exponencial. Por otra parte, por saltar del Tajo y del Júcar a otro río, los tomateros del Guadiana no están muy contentos porque les van a pagar el tomate pera a 0,15 € céntimos el kilo, los que luego se venden en el mercado a 2 €. Una plusvalía del 1.300% por llevar el tomate de un sitio a otro y ponerlo en una estantería. Así todo. La inflación se cerró el 2022 en el 5,7%, pero la inflación de los alimentos fue de 15,7% a pesar de las rebajas de impuestos, “algo huele a podrido en Dinamarca”. El beneficio agrícola y ganadero es una paradoja. ¿Quién se enriquece con el agua de nuestros ríos? ¿Con su destrucción? ¿A quién le interesa que hayamos olvidado que los ríos son nuestros, públicos, de todos y todas?
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Ramón J. Soria Breña presentará su libro España no es país para ríos el próximo viernes, 3 de marzo, a las 19:00h. en la Librería Desnivel (Madrid).
El agua que evaporó el sol a miles de kilómetros, que transportaron las brisas y detuvieron las cimas de las montañas más altas, caerá luego por un sofisticado mecanismo físico de saturación y partículas de polvo que hacen que las moléculas de agua se conviertan en gotas con la suficiente masa para precipitarse...
Autor >
Ramón J. Soria
Sociólogo y antropólogo experto en alimentación; sobre todo, curioso, nómada y escritor de novelas. Busquen “los dientes del corazón” y muerdan.
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