Pre-textos para pensar
Muertas en el olvido: los feminicidios en México
A los asesinatos machistas se añaden ahora los provocados por la ola de violencia que ha desatado el crimen organizado
Liliana David 26/03/2023
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El grito es desgarrador. Este país me duele. Me duele México por la muerte de tantas mujeres, por las desaparecidas y por las que siguen buscando a sus hijas, a sus hermanas. Créanme cuando les digo que me resulta verdaderamente difícil comenzar a escribir estas líneas para dimensionar la gravedad del asunto. Yo misma he derramado lágrimas por aquellas mujeres que ya no están vivas, por aquellas que fueron asesinadas. Son miles y miles. No es fácil comenzar a narrar este recorrido hacia las entrañas de la muerte para conocer el infierno que sufren las mujeres que son víctimas de un inconmensurable dolor, del miedo vivido, de la agonía, el acoso, la explotación, la violación, la tortura y, en resumen, de todo el horror y la violencia que encarna el feminicidio.
Según un informe de ONU Mujeres de noviembre del año pasado, “se calcula que 81.100 mujeres y niñas fueron asesinadas intencionalmente en 2021”. De este número, alrededor de 45.000 perdieron la vida a manos de sus parejas íntimas u otros miembros de la familia (incluidos padres, madres, tíos y hermanos). Esto supone que la mayoría de todos estos homicidios, aproximadamente el 56%, son cometidos en el ámbito privado, mientras que el 44% restante ocurren fuera de él. Asimismo, los datos desvelan que, en promedio, más de cinco mujeres o niñas son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia. Además, la organización de las Naciones Unidas dedicada a promover la igualdad de género reconoce que son las parejas íntimas las perpetradoras más probables de los feminicidios. Los datos disponibles muestran que en 2021, de cada 100.000 mujeres, 2,5 feminicidios los cometió una pareja íntima o un miembro de la familia en África; 1,4 en América; 1,2 en Oceanía; 0,8 en Asia; y 0,6 en Europa.
Las tasas más altas se registraron en Honduras, República Dominicana y El Salvador con 4,6 casos, 2,7 y 2,4, respectivamente
De acuerdo al Observatorio de Igualdad de Género para América Latina y el Caribe, once países de este continente (Argentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, República Dominicana República y Uruguay) registraron en 2021 una tasa igual o superior a una víctima de feminicidio por cada 100.000 mujeres. De estos países, las tasas más altas se registraron en Honduras, República Dominicana y El Salvador con 4,6 casos, 2,7 y 2,4, respectivamente. Para la periodista y escritora Lydiette Carrión, autora de La fosa de agua (Debate, 2018), un libro en el cual documenta y reúne historias de violencia de género, desapariciones y feminicidios en la frontera de los municipios de Tecámac y Ecatepec, en el Estado de México, una zona cercana a la capital del país, el problema del feminicidio en América Latina es muy diverso y complejo, como refiere en nuestra entrevista: “Al ser una región con muchos problemas de violencia vinculada a la desigualdad, hay un problema muy grave de violencia en contra de las mujeres, en unas zonas más que en otras, y con manifestaciones diferentes. Si se compara con otros países, México tiene un rango de feminicidios medio-alto. Pero lo más llamativo es que los feminicidios que se dan a conocer aquí son de una violencia inusual”.
En general, considera Lydiettte Carrión, el feminicidio en México tiene actualmente un foco importante de atención dentro de América Latina porque, a la serie de asesinatos de mujeres, un fenómeno que históricamente padecen las mujeres por el simple hecho de ser mujeres, se añaden los provocados por la ola de violencia que ha desatado el crimen organizado. Por ello, resulta tremendamente complicado hablar de cifras y confiar en ellas a pies juntillas: “En México, con respecto a Latinoamérica, hay un nivel de feminicidios que va de la tasa media hacia arriba, pero eso no quiere decir nada porque las tasas más altas son las de aquellos países que han pasado por procesos de guerra. Sin embargo, desde el punto de vista de la percepción, al menos desde el periodismo, es muy grave el tema por el tipo de violencia que se ejerce en México y no solo por la violencia organizada, sino también por los niveles de violencia que culturalmente hemos alcanzado”.
Desde 1990 se ha puesto mayor atención en el tema de la violencia feminicida, sobre todo a partir de los asesinatos ocurridos en Ciudad Juárez
De acuerdo con un informe publicado en agosto de 2021 por Data Cívica, una organización feminista en defensa de los Derechos Humanos, hay una falta de rigor en la captura y generación de datos públicos, lo que lleva a pisar un suelo resbaladizo a la hora de abordar los feminicidios en México. Aun así, debemos destacar los esfuerzos que se han hecho en las últimas décadas para entender el efecto diferenciado sobre la violencia de género. Desde 1990 se ha puesto mayor atención en el tema de la violencia feminicida, sobre todo a partir de los asesinatos contra las mujeres ocurridos en Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, una zona fronteriza con los Estados Unidos.
En este sentido, para Mariana Berlanga Gayón, profesora-investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y autora del libro Una mirada al feminicidio (Ítaca, 2018), con quien conversé sobre este problema, no ha habido solución de continuidad en el problema de violencia hacia las mujeres. Es, de hecho, una escabrosa y criminal lista de asesinatos que se han sostenido, prolongado y exacerbado hasta hoy: “El asesinato de mujeres, en realidad, no es que aparezca por primera vez con el caso de las muertas de Juárez, pero sí es verdad que en ese momento se comenzaron a mirar; volteamos a ver el problema. La violencia contra las mujeres, antes de los asesinatos del norte de México, era totalmente silenciada, normalizada. Esto es algo que viene desde hace mucho tiempo, de siglos. La muerte de mujeres ha sido normal para nuestras sociedades, pero son los crímenes de Ciudad Juárez los que se hicieron visibles y nos hicieron ver los otros”.
En el estudio denominado “El feminicidio en América Latina: ¿vacío legal o déficit del Estado de derecho?”, la investigadora Celeste Saccomano destaca que la escalada de homicidios violentos de mujeres cometidos por hombres en las dos últimas décadas en América Latina ha obligado a muchos países de la región a tipificar el crimen de homicidio de género como feminicidio. Su objetivo era concienciar y disminuir, así, el número de feminicidios cometidos cada año; sin embargo, aunque la tasa se redujo en muchos países, volvió a aumentar en los años siguientes. Igualmente, para el caso de América Latina, Celeste Saccomano documentó en 2017 cuatro subcategorías principales asociadas al feminicidio. Son subcategorías que fueron identificadas y consensuadas por la mayoría de los autores que analizan el problema, quienes se refirieron a feminicidios íntimos, no íntimos, por conexión y sexuales. A estos tipos habría que añadir los que utiliza Data Cívica, que entiende como feminicidios todos aquellos homicidios de mujeres en los que la víctima falleció en el hogar, sin importar la causa específica de muerte; la causa de muerte fue la agresión sexual; hubo registro de violencia familiar relacionada al homicidio; se reportó algún tipo de parentesco entre la víctima y el presunto agresor, o la causa de defunción fue el maltrato o el abandono. Cabe resaltar que el tema se ha vuelto más complejo ante la presencia del narcotráfico, que, como apuntaba antes, ha intensificado la violencia contra las mujeres.
Ni con la tipificación de los feminicidios, ni con las alertas para concientizar sobre la violencia de género se ha logrado erradicar el problema
Al respecto, Rosa María Álvarez González, investigadora y coordinadora del “Núcleo Multidisciplinario sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia” de la UNAM, subraya, durante la conversación que sostuvimos, la distinción jurídica que existe entre feminicidio y homicidio doloso contra la mujer, algo que, como me indica, ha permitido que el poder judicial pueda escabullirse para dejar que los asesinatos contra las mujeres queden impunes, puesto que no aplican eficientemente el marco legal, ante la incapacidad tanto de los equipos de investigación como de los jueces. Es una discusión que se ha desarrollado entre distintos movimientos y perspectivas feministas a partir de la iniciativa jurídica para tipificar el feminicidio en México. Sobre este debate, la periodista Lydiette Carrión asegura que, en efecto, esta vía ha mostrado las “dos caras de la moneda”. Es decir, para algunas feministas, al proponerse la tipificación legal del término “feminicidio” y la puesta en marcha de “alertas de género” para combatir la violencia, se ha conseguido crear campañas para visibilizar el problema, así como la obtención de recursos para realizar estudios, mapeos y diagnósticos en distintas zonas del interior del país. Pero, por otro lado, el alegato subraya el hecho de que ni con la tipificación de los feminicidios (que tiene una pena máxima de 60 años, la más alta en México) ni con las alertas para concientizar sobre la violencia de género se ha logrado erradicar el problema. No obstante, la periodista cree que ya supone un avance importante haber podido mostrar un problema que hace 25 años se ocultaba, a través del esfuerzo de los grupos feministas que hoy alzan la voz.
Por su parte, desde su experiencia como periodista y, posteriormente, como académica, para Mariana Berlanga ha sido desgarrador ver cómo los asesinatos perpetrados en los 90 en la zona norte de México comenzaron a reproducirse en el resto del territorio: “Fue como si todo el país de pronto se fuera “juarizando”, valga la expresión –dice Berlanga en alusión a las muertas de Ciudad Juárez–, porque las condiciones del país comenzaron a cambiar. El crimen organizado adquirió más poder, las instituciones ahora tienen menos credibilidad y las condiciones de trabajo cada vez son más precarias. Además, a ello hay que añadir la guerra contra el narcotráfico que declaró el expresidente Felipe Calderón. Todo eso ha contribuido a que la violencia contra las mujeres siga exacerbándose”.
En 1993 la Conferencia Mundial de Derechos Humanos reconoció los derechos de las mujeres y las niñas como parte inalienable de los derechos humanos universales; además, el tema de la mujer se consolidó en la agenda internacional con el reconocimiento de la necesidad de abatir la violencia contra las mujeres, iniciativa que dio como resultado la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Pese a ello, hay Estados que continúan sin acatar estas obligaciones: “Desde mi lectura en México –explica Mariana–, se ha desplomado el Estado de derecho porque el acceso a la justicia es básicamente imposible para todo mundo, no sólo para las mujeres. La ley es una letra muerta, es decir, ahí está, pero no se aplica. Incluso, en términos de violencia contra las mujeres, en México tenemos de las leyes más vanguardistas, porque el feminicidio se tipificó desde el 2011, y desde el 2007 tenemos una ley para una vida libre de violencia, que propuso Marcela Largarde, pero hasta ahora da la sensación de que nada de esto ha servido”.
En 1994, Marcela Lagarde, antropóloga mexicana, fue la primera en acuñar el término en español “feminicidio” y en atribuirle una dimensión política. Según Lagarde, el feminicidio es un crimen de Estado, ya que implica el incumplimiento de sus obligaciones de garantía, así como la evasión para abrir carpetas de investigación y sancionar. Es decir, en tanto que protege el statu quo patriarcal y permite la impunidad, el Estado es cómplice de los feminicidios. Por tal motivo, Lagarde estableció que “para que se dé el feminicidio concurren, de manera criminal, el silencio, la omisión, la negligencia y la colusión parcial o total de autoridades encargadas de prevenir y erradicar estos crímenes”. Es por ello que Berlanga Gayón coincide en que no sólo la ley en México no se respeta, sino que “tenemos instituciones en las que nadie cree, autoridades de las que tenemos que cuidarnos, una policía a la que le tenemos terror y el crimen organizado que ya no sé ni cómo llamarlo. La corrupción está operando entonces como el código mayor del funcionamiento del país. Todas estas dinámicas tienden a romper los pocos lazos sociales que quedan y las posibilidades de organización son cada vez más difíciles”.
Por otro lado, para el sociólogo Nelson Arteaga Botello y la especialista en estudios de género Jimena Valdés Figueroa, citados en el diagnóstico de Data Cívica ya referido, “si a mediados del siglo pasado el feminicidio tenía como fin reproducir las relaciones de género dominantes, en la actualidad parece expresar la necesidad de eliminar la capacidad de mujeres de convertirse en sujetos. […] Lo anterior podría estar sucediendo como una reacción del sistema patriarcal ante los cambios sociales, económicos y políticos que buscan empoderar a la mujer, una idea que se explica en parte con lo establecido por la Relatora Especial de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra la Mujer, que sostiene que la situación socioeconómica de los países donde se manifiestan con mayor intensidad los feminicidios muestra la persistente penetración de una cultura machista por la cual la desigualdad institucionalizada de género sirve de base a la discriminación de género y ayuda a legitimar la subordinación de las mujeres y el trato diferencial en el acceso a la justicia”.
Cada una de las especialistas con quienes he conversado para intentar dimensionar este enorme problema, que afecta a México, pero del que tampoco están exentos otros lugares del mundo, coincide en que es necesaria una apuesta fuerte por la educación, la búsqueda de la igualdad y los cambios sustanciales a nivel social y cultural. “Pensar que el aparato jurídico es el único que va a acabar con el problema –asegura Rosa María González- es darle demasiado peso a la ley, y, entre que la ley no se cumple y que no se atienden los objetivos educativos, pues seguimos en lo mismo”. Lydiette Carrión añade que para combatir el feminicidio en México es necesario abatir la impunidad, aunque no necesariamente incrementar las penas. De cualquier manera, los factores educativos y económicos también están presentes en su diagnóstico: “El problema tiene que ver con cosas que nadie quiere atender, aspectos que van desde la inversión en la educación hasta la erradicación de la desigualdad y la marginación. Todo esto sin contar que tenemos una fuerte presencia de violencia intrafamiliar, que es real, y entiendo que la mayoría de los feminicidios sigue siendo por violencia familiar, es decir, el ‘feminicidio íntimo’. Ahí hay otras dinámicas que tienen que cambiarse”. Finalmente, Mariana Berlanga afirma que estamos ante un escenario mundial en el que es visible la violencia sistemática desatada por el neoliberalismo, y eso sin contar con el capitalismo que opera en esta zona concreta de interés geopolítico y explotación estratégica. El feminicidio está, pues, atravesado no solamente por la violencia sexual, sino por otros aspectos, que van de la desigualdad económica a la violenta imposición de valores patriarcales típicos. En el caso de México, la existencia de una doble moral, presente en una sociedad tradicional fundada en valores antiguos, que conviven, a su vez, con otros renovados, recrudece todavía más la violencia.
Así pues, nadie tiene la última palabra sobre las razones que se esconden detrás de la escalofriante realidad de los feminicidios. Los argumentos presentados por las personas con las que hablé, los autores que leí, los informes que consulté y los propios casos que he conocido en mi vida como mujer mexicana y periodista, confirman que nos movemos en un terreno donde las dudas no deben interpretarse como excusas para la inoperancia gubernamental o la corrupción jurídica, sino, al contrario, como sustento para una lucha que ha de ser ciudadana, o no será, pero que tampoco debe ceder a la simplificación, sin caer con ello en otra clase de injusticia con las diversas situaciones que sufren las mujeres en este mundo, según el lugar donde han nacido, viven, o a causa de los pormenores vinculados a su clase social, ya que los casos dependen de los contextos múltiples pero concretos. De la misma forma, y precisamente por la importancia fundamental que tiene el patriarcado en todo ello, no cabe tampoco excluir a los hombres de esta comprensión. Comprender no es nunca perdonar, y mucho menos justificar, pero, dada la magnitud de los crímenes de los que estamos hablando, no podemos permitirnos desatender ningún matiz. De hecho, la reconocida periodista Lydia Cacho a quien entrevisté hace algunos meses para CTXT Tv tiene publicado un interesante libro titulado #Ellos hablan. Testimonios de hombres, la relación con sus padres, el machismo y la violencia (Grijalbo, 2018).
Necesitamos, de manera urgente, articular una comprensión lo más completa posible de los feminicidios y sus causas, para lo cual precisamos situarlos en sus dimensiones locales y globales, e incluir también en el diagnóstico todos los factores posibles: políticos, jurídicos, económicos, culturales y psicológicos. El desafío que tenemos por delante es enorme, pero debería darnos la fuerza suficiente para apoyarnos en el conocimiento, mucho más que en el dogmatismo. Sólo debería impulsarnos la lucha para vivir como mujeres y seres humanos en un mundo mejor, para lo cual una condición imprescindible es no olvidar que una estadística es sólo un número mudo si no escuchamos detrás de cada cifra la historia que nos interpela, una historia particular, irrepetible y, en este caso, referida a un dolor casi inenarrable.
El grito es desgarrador. Este país me duele. Me duele México por la muerte de tantas mujeres, por las desaparecidas y por las que siguen buscando a sus hijas, a sus hermanas. Créanme cuando les digo que me resulta verdaderamente difícil comenzar a escribir estas líneas para dimensionar la gravedad del asunto. Yo...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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