PRE-TEXTOS PARA PENSAR
Judith Butler y las minorías: ‘Al filo de la navaja’
A partir de la obra kafkiana, la filósofa estadounidense acudió al cosmos ficcional para plantear algunos dilemas políticos, lingüísticos y epistemológicos
Liliana David 31/10/2022
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La filósofa estadounidense Judith Butler en una imagen reciente.
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Esta vez, el pretexto para pensar lo ha suscitado Judith Butler durante su visita a Madrid. Cuando la vi entrar por la terraza de la cafetería universitaria, su arribo me sorprendió, pues yo estaba buscando un sitio en una de las mesas para beber un café mientras llegaba la hora de escuchar su conferencia magistral en el Paraninfo de la Facultad de Filosofía. Así que, al verla, me cautivó su paso tan sereno y meditativo, como si la envolviese una onda silenciosa en la que sería difícil penetrar. Ni siquiera lo habían conseguido el par de acompañantes que venían con ella sin cruzar palabra. Ninguno del séquito tenía aire de pertenecer a algún grupo de seguridad. No parecía una escolta de guardias. Y ese detalle me llamó aún más la atención: el hecho de no mostrar ningún gesto de intranquilidad, pese a que ese día por la mañana unos manifestantes se habían encargado de pintar en los muros y escaleras de la institución educativa varios mensajes que decían “Butler antifeminista”, “Butler non grata”, “Fuera teorías acientíficas de la universidad”.
La calma con la que atravesó el corredor me hizo comprender que, pese a todo, no tenía miedo, incluso a pesar de haber sido agredida físicamente en cuatro ocasiones a lo largo de su vida, o por el hecho de que su nombre hubiera sido señalado por sectores conservadores y no tan conservadores “como una suerte de icono de la irresponsabilidad y la corrupción de la juventud”, precisamente, del mismo modo que le ocurrió a Sócrates. Una manera de intentar desprestigiarla con un tipo de violencia que también padecen quienes la ven como una figura ejemplar. Sin embargo, esa imagen que se ha proyectado para calumniar la individualidad, así como la actividad filosófica y militante de Butler, sobre todo en el imaginario de ciertos grupos, está lejos de la congruencia y el rigor con los que disertó durante las dos conferencias que ofreció en la Universidad Complutense y en el Círculo de Bellas Artes, donde fue galardonada con la Medalla de Oro.
La calma con la que atravesó el corredor me hizo comprender que, pese a todo, no tenía miedo
En ambos discursos, la filósofa nos invita a pensar en la justicia como un concepto clave para estos tiempos en los que hay fuerzas políticas que quieren destruir el futuro de la democracia; y, con ella, en el reconocimiento de los derechos de los marginados, los excluidos y las minorías frente a las formas de la violencia institucionalizada. En ese sentido, la pensadora estadounidense nos motiva para soñar y desear un mundo nuevo, así como para crear otra forma de ley o nuevas formas de gobierno que reconozcan la interdependencia y los lazos en las relaciones sociales desde un vínculo ético. Pero ¿cómo crear esas formas, esas otras narrativas que, más allá de las que hasta ahora habían determinado la justicia y la legalidad, logren reconducirnos hacia una meditación sobre la justicia en la que podamos reconocernos?
A partir de la obra kafkiana, la filósofa estadounidense y profesora del Departamento de Literatura comparada en la UC Berkeley acudió al cosmos ficcional para plantear algunos dilemas políticos, lingüísticos y epistemológicos, por medio de una original interpretación sobre la fábula de la ley en Kafka y su relación con el concepto de poder en Nietzsche. La pregunta medular que Butler nos incita a responder es si podemos distinguir entre leyes justas e injustas, sobre todo cuando sabemos que sólo se puede mirar dentro del marco interno de la propia ley para intentar ofrecer una respuesta a ello. Tal situación nos obligaría a conocer la propia tradición en la que se enmarcan las leyes antes de responder a tal interrogante, o sea, que tendríamos que esperar una vida entera antes de hallar una respuesta. La fábula sobre la ley incluida en la novela El proceso de Kafka nos sitúa ante este irónico dilema. Pero ¿podemos vivir así, en la angustia y el dolor de sabernos bajo el yugo de leyes que nos dominan y ordenan nuestras vidas, pero que son inaccesibles o excluyentes, hasta el punto de que pueden suponer en sí mismas una violencia imperante? Pensemos en el caso de los migrantes que intentan ingresar en un Estado nación apelando a los derechos internacionales, pero que finalmente se topan con políticas estatales que impiden su entrada. Son acusados entonces de no acatar la ley, al tiempo que se asume que conocen las que son propias del territorio al que entran y son detenidos por su desobediencia. He aquí el claro ejemplo de un conflicto irresoluto entre la ley y la justicia que hace que, mientras tanto, los migrantes se vean obligados a padecer en una detención indefinida. Ese modo de estar o existir es lo que Butler nombra vivir “al filo de la navaja” (“on that knife’s edge”). Y es el mismo modo de vida que padecen ciertos grupos, cuyas existencias el Estado convierte en una trampa. Para Butler, este marco nos permite poner en tela de juicio la legitimidad de un régimen legal y, con él, su sistema particular de leyes, pues la cuestión que nos plantea es por qué tenemos que obedecer tales leyes y, consecuentemente, si determinamos que un régimen legal resulta pernicioso, racista, esclavista, totalitario o genocida, “tenemos motivos para llamar al desmantelamiento de ese régimen y actuar en nombre de principios morales no sólo para negarnos a obedecer una ley, sino para superar un régimen legal en su integridad”, expuso la pensadora.
En síntesis, de lo que se trata justamente es de cómo debatir esta condición si no somos capaces de discernir las leyes, qué son o de dónde surge su legitimidad. De manera que, al cuestionar los fundamentos de la ley, nos enfrentamos con distintos dilemas que nos sitúan en un paisaje que apenas podemos intuir, aunque repleto de paradojas que permiten entrever una dimensión crucial de la injusticia. Según Butler, el punto de partida reside en el reconocimiento del dolor que sufren aquellos que no conocen las leyes a las que están sujetos, en su imposibilidad para hacer las leyes a las que están sometidos, y en esa coacción jurídica que los obliga a vivir esta disputa legal como un problema de vida o muerte. Esto es lo que le ocurre a Josep K., el personaje kafkiano, a quien vemos padecer un tipo de violencia institucionalizada que impide que la ley y sus procedimientos garanticen justicia para él. Dicho lo cual, podemos empezar a mirar con otros ojos, o cuestionar al menos, todo aquello que juzgamos como justo e injusto. Pensar en ese sentido implicaría que nuestros juicios se muevan dentro de marcos morales más amplios. A esto se refirió Judith Butler al acudir al pensamiento de la gran filósofa Hannah Arendt, a quien dedicó su disertación en el Círculo de Bellas Artes, con el propósito de insinuar la necesidad que tenemos de alcanzar una nueva política que sea mucho más participativa y se comprometa con la actuación (performance) colectiva en nuestro mundo y la transformación inducida por nuestros actos (performative).
Según Butler, el punto de partida reside en el reconocimiento del dolor que sufren aquellos que no conocen las leyes a las que están sujetos
El camino que es necesario transitar ha de comenzar asumiendo la responsabilidad, tanto de las instituciones como de las personas, que necesitan salir del individualismo y de un narcisismo negativo que obstaculiza el combate contra un mundo que ha vuelto a hacer reconocible el auge del fascismo, la violencia policial, el feminicidio o el cambio climático. Es necesario, pues, emprender la acción colectiva, pero no bajo formas de identidad que nieguen la singularidad. Se trata, más bien, de interrogar el tipo de poderes que invaden nuestras vidas y de analizar su estructura criminal en contra de las mujeres y las minorías tout court. Nos vemos obligados, así, a juzgar la situación existente de otra manera, desde una pluralidad diferenciada, pero vinculada en pos de la libertad y de una vida que sea habitable para todas sus criaturas, lejos de la moral esclava a la que se refería Nietzsche, e igualmente lejos del individualismo narcisista. En todo caso, es desde el anonimato que un grupo de personas intentan hacer de este mundo un lugar mejor para vivir sin miedo y lejos del filo de la navaja. Un miedo que no mostró en su rostro Judith Butler pese a las pintadas, los juicios en su contra, los cuestionamientos o confrontaciones de las que no están exentos algunos postulados de sus estudios de género, pero que para nada debilitan el espíritu filosófico de la pensadora, más allá del género en disputa. De hecho, sobre las manifestaciones en su contra, ocurridas en los pasillos universitarios, Butler con un gesto socrático expresó: “El derecho a la protesta es algo que hay que salvaguardar, aunque no estemos de acuerdo con aquellos que están protestando. Está bien que tengan el derecho de protestar y también es bueno que tengamos el derecho a reunirnos y debatir”.
Esta vez, el pretexto para pensar lo ha suscitado Judith Butler durante su visita a Madrid. Cuando la vi entrar por la terraza de la cafetería universitaria, su arribo me sorprendió, pues yo estaba buscando un sitio en una de las mesas para beber un café mientras llegaba la hora de escuchar su conferencia...
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Liliana David
Periodista Cultural y Doctora en Filosofía por la Universidad Michoacana (UMSNH), en México. Su interés actual se centra en el estudio de las relaciones entre la literatura y la filosofía, así como la divulgación del pensamiento a través del periodismo.
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