tribuna
Podemos sumar y sumamos poder
Lo importante es que todas las partes entiendan la magnitud del cambio de ciclo y que cavar más hondo la trinchera puede permitir quizá sobrevivir, pero no avanzar
Ignacio Sánchez-Cuenca 26/03/2023
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En las elecciones de diciembre de 2015, Podemos, con sus diferentes marcas, obtuvo 5.176.711 votos; en las de noviembre de 2019, cuatro años después, los votos fueron 2.931.133*, lo que supone una pérdida del 43,4% de sus apoyos, es decir, algo más de cuatro de cada diez votantes de Podemos en 2015 había abandonado al partido morado en 2019. Si tenemos en cuenta que Podemos e Izquierda Unida formaron una coalición en 2016 y, por tanto, añadimos a los resultados de 2015 los 929.880 votantes de IU para hacer la comparación con los resultados de 2019 más rigurosa, los datos son peores: la pérdida con respecto a 2015 es del 52%, es decir, uno de cada dos votantes de Podemos e IU en 2015 había dejado de votarles en noviembre de 2019.
La caída de Unidas Podemos es muy sustancial. Para ponerla en perspectiva, no está de más recordar que es una pérdida idéntica a la que sufrió el PSOE entre 2008 y 2016, un 52%. En el PSOE se encendieron todas las alarmas y el partido pasó por una fase extremadamente turbulenta (recuérdese la traumática sesión del Comité Federal del 1 de octubre de 2016, en la que se forzó la dimisión de Pedro Sánchez de la secretaría general). El PSOE comienza a recuperarse con las siguientes primarias, cuando el defenestrado Sánchez consigue imponerse a la candidata apoyada por el aparato del partido y el establishment nacional, Susana Díaz. De ahí sale un PSOE renovado, que, entre otras cosas, ha aprendido de los errores cometidos durante los años de la crisis. En 2019 el PSOE consigue remontar, pasando del 22,6% del voto en 2016 al 28% tres años después.
Para entender mejor la tensión que domina ahora mismo las relaciones entre Unidas Podemos y Sumar, me gustaría sugerir que buena parte de los problemas que aquejan a UP proceden del hecho de que no se haya debatido en profundidad sobre las causas de su declive electoral ni se haya producido una renovación en estos años. Mientras que en el PSOE el desafío de Sánchez al aparato sirvió para dejar atrás algunos de los problemas de credibilidad que arrastraba el partido, en Podemos hubo una dimisión del líder fundador, Pablo Iglesias, que se resolvió de forma expeditiva, sin proceso deliberativo alguno: el propio Iglesias nombró a Yolanda Díaz sucesora de la marca electoral como un designio personal; aparte de ello, el resto de la organización se mantuvo como estaba. La sucesión se produjo sin que hubiera un debate interno sobre las razones del desgaste de UP.
En ausencia de dicho debate, se ha impuesto una explicación pobre e insuficiente, consistente en achacar todos los problemas a los ataques del exterior y a las traiciones sufridas en el interior. Nadie puede cuestionar que el acoso mediático a UP y a sus líderes ha sido inmisericorde, excesivo e injustificable, incluyendo operaciones de desprestigio organizadas desde los propios aparatos del Estado con la connivencia de algunos medios de comunicación. Ahora bien, limitarse a reconocer esto y no admitir que haya otras causas o factores igualmente relevantes es el origen de muchos de los problemas que ahora se están padeciendo.
Sería una simpleza reducir las tensiones que estamos observando a una lucha por los cargos y las poltronas
Al reducir la explicación de la pérdida de apoyo a los ataques mediáticos, lo que se ha hecho es generar un espíritu de resistencia numantina y rechazo de cualquier crítica, sea razonable o no, venga de dentro o de fuera. El partido cuenta para ello con un núcleo duro de votantes que, con razón, están indignados con lo que se ha hecho con Podemos y que, casi como una cuestión de dignidad política, van a apoyar al partido pase lo que pase. El resultado es que en Podemos se ha establecido una línea divisoria infranqueable entre el exterior y el interior. Quienes no han estado conformes con ese espíritu resistencialista, de cierre de filas, han ido abandonando, bajo acusaciones de deslealtad y oportunismo, hasta el punto de que el Podemos actual es un partido descapitalizado. Basta comparar la pluralidad de voces y figuras prometedoras de los primeros años con el equipo dirigente de hoy.
En este estado de insobornable soledad, Podemos ha dejado de transmitir ilusión y novedad. Su discurso está dominado por la reivindicación de su propia existencia frente a la hostilidad del exterior. Así, a la vez que hacia dentro se ha constituido una comunidad compacta, hacia el exterior se ha perdido la capacidad de ganar apoyos. Se ha renunciado a establecer cualquier forma de complicidad con quien no pertenece al núcleo duro; la actuación de Podemos parece motivada en la mayor parte de los casos por un deseo de pureza ideológica y defensa de un territorio propio.
Todo esto cuadra mal con el proyecto que quiere encarnar Yolanda Díaz y Sumar. Creo que sería una simpleza reducir las tensiones que estamos observando a una lucha por los cargos y las poltronas. Resulta muy tentador pensar que, en última instancia, los conflictos organizativos son un puro juego de intereses personales, pero creo que esto es una completa simplificación. Como creo también que es igualmente simplista considerar que nos encontremos ante un conflicto ideológico entre una izquierda pura e intransigente y una izquierda diluida y posibilista. El problema de fondo, a mi juicio, es otro, más profundo y difícil de resolver. No quiero decir que las ambiciones personales y las diferencias ideológicas sean irrelevantes, pero pienso que hay algo más esencial.
Podemos presenta sus exigencias como un asunto de reconocimiento. Al proceder así, se comporta como la Izquierda Unida de Cayo Lara en 2015
Lo que tensa en mayor medida la relación entre Podemos y Sumar son los planteamientos de partida. Podemos presenta sus exigencias como un asunto de reconocimiento: no se puede ignorar lo que ha sido y es Podemos, los militantes de Podemos merecen un respeto, etcétera. Al proceder así, se comporta como la Izquierda Unida de Cayo Lara en 2015. Muchos dirigentes de IU vieron como una afrenta personal y una humillación el trato que recibían de un Podemos que en su momento parecía imparable y arrasador. Fue entonces cuando Iglesias se refirió a IU como el “pitufo gruñón” y cuando desde Podemos se reprochaba a IU que no quisiera ganar, que no tuviera voluntad de gobierno, que se limitara a representar a los de siempre. Sumar, sin embargo, se presenta como una plataforma que quiere recuperar la transversalidad, que quiere dirigirse a amplias capas de la población y que, más que seguir el ánimo impugnatorio en el que se ha instalado Podemos, desea centrarse en una ‘política útil’ y, por tanto, menos ideológica, que suponga una mejora clara en la vida de los ciudadanos. Esa ‘política útil’ pasa por reeditar la coalición de gobierno, pero sobre la base de una relación más equilibrada entre los socios.
La cuestión, según lo veo, no estriba en cómo se elaboren las listas, con primarias celebradas de esta o de aquella manera, sino en cómo pueden integrarse dos proyectos políticos que en estos momentos dan la impresión de ser difícilmente compatibles a causa de los objetivos que se marcan en cada caso. La reivindicación identitaria de Podemos parece incompatible con el intento de enganchar o reenganchar, gracias a un nuevo mensaje, a personas que se fueron, así como a personas que nunca estuvieron. La división más difícil de superar es si se va a un proyecto de conservación y consolidación de los restos de Podemos o se apuesta por un cambio de ciclo y un nuevo intento de constituir un verdadero frente amplio que pueda despertar ilusión y entusiasmo entre votantes progresistas que han ido sintiéndose crecientemente desengañados o ajenos a las batallas abiertas en los últimos tiempos.
No soy capaz de anticipar cómo se resolverán las diferencias organizativas, ni si se resolverán en absoluto. Espero, de cualquier modo, que las negociaciones se lleven a cabo con inteligencia, apertura de miras, un mínimo de lealtad mutua y cierta discreción, no creo que haya nada más desmovilizador ni cansino que asistir a una prolongada campaña sobre primarias, censos, cuotas y procedimientos. Lo importante es que todas las partes entiendan la magnitud del cambio de ciclo y que cavar más hondo la trinchera puede permitir quizá sobrevivir, pero no avanzar.
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Fe de errores: En la primera versión del artículo se daba la cifra de 2.245.578 votos. La correcta es 2.931.133.
Nota de la Redacción: Ignacio Sánchez-Cuenca, fundador de CTXT y consejero editorial de la revista, ha sido el coordinador de uno de los 35 Grupos de Trabajo convocados por Yolanda Díaz para elaborar el futuro programa electoral de Sumar.
En las elecciones de diciembre de 2015, Podemos, con sus diferentes marcas, obtuvo 5.176.711 votos; en las de noviembre de 2019, cuatro años después, los votos fueron 2.931.133*, lo que supone una pérdida del 43,4% de sus apoyos, es decir, algo más de cuatro de cada diez votantes de Podemos en 2015 había...
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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