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fútbol

En la cara oculta del deporte

Un breve repaso de las ideas tras el cine de Jon Bois, tal vez el mejor cronista deportivo contemporáneo.

Guillermo Martínez Valdunquillo 3/04/2023

<p><em>Campeones: Oliver y Benji.</em> (Takahashi, 1981-1988). </p>

Campeones: Oliver y Benji. (Takahashi, 1981-1988). 

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Casi desde que empecé a interesarme por el cine me sorprendió que no exista prácticamente cine sobre deportes. No me refiero a deportes cinematográficos como son el boxeo o las artes marciales, pues estos han sido cultivados desde los años 60 en múltiples cinematografías. El boxeo, supongo que por su solitaria épica y su tensión cinética, es un hijo favorito de la narrativa y el montaje. Las artes marciales, en especial en el cine de Hong Kong y Taiwán, encontraban en su espíritu festivo cierta reivindicación de la flexibilidad del cuerpo y de la imagen, un mundo fantástico de posibilidades y gestos infinitos. Pero, ¿qué pasa con el deporte de equipo?, ¿existe alguna película que haya adaptado al lenguaje del cine los ritmos del baloncesto, del fútbol, del rugby con el mismo acierto que con las artes marciales?

Cuesta encontrar buenos ejemplos de ello. Naturalmente hay cine sobre fútbol, pero es más difícil encontrar cine que adapte el fútbol como sí ha adaptado deportes de lucha. Uno de estos ejemplos, la serie Oliver y Benji, encontró su espacio precisamente renunciando a la mesura y pausa de ese deporte, convirtiéndolo en un juego inconcebible de carreras, saltos y golpeos, más cercano al kung fu que a su espíritu real. También existen relatos sobre deportes de equipo –pienso en The Damned United o Invictus–, que se centran más en los personajes y sus circunstancias que en el propio juego, pero no han gozado de gran popularidad o reconocimiento.

Naturalmente hay cine sobre fútbol, pero es más difícil encontrar cine que adapte el fútbol como sí ha adaptado deportes de lucha

Entonces, ¿cómo resolver la cuestión de filmar el fútbol, o en general, casi cualquier deporte de equipo? Existen, a mi parecer, dos problemas difícilmente salvables para el cine: uno geométrico, de escala y otro más pasional, de emoción. El primero de ellos surge de la imposibilidad del cine de aunar en un mismo instante lo grande y lo pequeño. Parece absurdo –hasta que se demuestre lo contrario, como afortunadamente suele ocurrir– representar un partido de fútbol en una película de ficción imitando una retransmisión deportiva. La percepción del espectador en el cine y en las retransmisiones son diferentes, pues esta última es principalmente informativa, y por eso ofrece una imagen amplia, colectiva, de los acontecimientos del partido, y pequeños fragmentos, primeros planos de los acontecimientos más destacados: los gestos de los jugadores, las protestas o las miradas. Este cambio de escala entre el primer plano y el plano general es completamente circunstancial y científico, en el sentido de que su propósito es el de recabar la máxima información posible para el espectador. Por eso los primeros planos del fútbol, o las imágenes más próximas a los jugadores se usan para ilustrar repeticiones y jugadas a balón parado; en el juego colectivo y las transiciones el plano general es el protagonista. Esta rígida estructura, casi inerte en sus posibilidades, acabaría con cualquier película dramática que la implementara como forma de representación y, sin embargo, parece perfecta para una retransmisión deportiva –que no deja de ser un documento audiovisual–. Aquí es donde entra el segundo problema: a la estadística, a la información, al dato ofrecido por las imágenes se une la emoción que genera la filiación a tal o cual equipo por un lado y entendimiento de las normas del deporte por el otro. Cuando se dice de un partido de fútbol que es perfecto para el espectador neutral, lo que se quiere decir es que se trata de un encuentro disputado entre los dos equipos y es, por ello, tenso para sus aficionados desde un punto de vista pasional, y muy emocionante para los amantes del fútbol desde el punto de vista del propio deporte. Pero este espíritu inherente al deporte, tan complejo y contradictorio, está casi siempre ausente en las adaptaciones cinematográficas.

Sin embargo hay un ejemplo que contradice lo que digo: Moneyball de Bennett Miller, tal vez la película que mejor ha representado la fascinación por el funcionamiento de los mecanismos internos de un deporte simplemente a través de su propio lenguaje: estadísticas y datos de jugadores. El gran hallazgo de Moneyball fue hacer inteligible al espectador la aritmética oculta tras la estrategia deportiva, y así convertir algo en apariencia aburrido, como es la ciencia de datos, en un enigma fascinante, un catalizador de la emoción. No hay deporte sin estadística y si no, pregunten a cualquier aficionado del Real Madrid por qué considera su equipo el más importante. Probablemente empezará a enumerar el número de Copas de Europa ganadas antes que cualquier otra cosa. El triunfo y el fracaso deportivos lo construyen los datos, no hay más que datos en la pasión del aficionado, en el vértigo del espectador: goles, sets, asistencias, triple–dobles, penaltis, paradas. Resulta casi irónico que la emoción tan visceral que puede llegar a provocar un deporte surja de algo tan aparentemente aséptico como los números. Esta paradoja, como hemos visto desigualmente explorada en la ficción cinematográfica, está siendo sido explotada en el terreno documental de forma casi vanguardista por Jon Bois, cuya obra está publicada en abierto en un espacio tan poco prestigioso para la cinefilia como es Youtube.  

Perteneciente a una agrupación de periodistas deportivos americanos llamada Secret Base (@SecretBaseSBN) que se dedica a publicar artículos y vídeos de análisis y opinión deportiva. Desde esta plataforma ha producido, junto con algunos de sus compañeros –Alex Rubenstein o Seth Rosenthal, entre muchos otros– estos documentales. Tienen la particularidad de estar creados íntegramente en un espacio 3D: apenas hay imágenes de archivo, y no aparecen entrevistas o filmaciones de campo. Se componen exclusivamente de un paisaje digital sobre el que se dibujan tablas, se escriben estadísticas y se pegan recortes de periódicos y fotografías. La narración en off dirige a una cámara ficticia por ese espacio, generando una narrativa que se apoya en cada gráfica y cada imagen. Este particular enfoque documental, donde la imagen no es tanto un archivo ya existente sino una construcción basada en datos –y por lo tanto, imagen nueva, pero imagen que remite a una realidad– tiene un carácter casi científico a la manera de una retransmisión o un programa deportivo. Es una variación inesperada del documental de archivo con la diferencia que aquí el archivo es a la vez una construcción nueva –en forma de representación de hallazgos estadísticos– y una ya existente, mediante el uso de recortes de prensa y ocasionales vídeos y fotografías. A partir de este océano estadístico monta sus particulares narrativas sobre el deporte. En The Bob Emergency (2019), por ejemplo, analiza una anomalía estadística: el descenso de deportistas de élite llamados Bob a partir de los años 70. Desde esta premisa construye una divertida historia alternativa del deporte en la que en un momento de la historia Bob fue sinónimo de éxito y habla de lo que pudo ocurrir desde entonces, contando las hazañas más relevantes de algunos de esos deportistas. También ha narrado la historia de algunos de los equipos más relevantes para bien y para mal, de Estados Unidos. Lo hace en The History of the Seattle Mariners y The History of the Atlanta Falcons y, sobre la peor temporada de un equipo en la historia de la NBA, dirigió en 2022 The People You’re Paying to be in Shorts, sobre los Charlotte Hornets de Michael Jordan

Sus documentales abordan fútbol americano, baloncesto, béisbol, deportes completamente ajenos a mi entendimiento. En 2022 estrenó tres películas: la de Michael Jordan; Section 1, un documental sobre un partido de fútbol americano estructurado como un thriller, y Captain Ahab: The Story of Dave Stieb, que trata sobre un mítico jugador de béisbol. Este último, probablemente su mejor película –o la mejor de las del año pasado, desde luego– narra la historia de ese tal Dave Stieb, un tipo que se hizo pitcher a los 20 años sin haberlo sido nunca y poco después ya era el mejor en su posición de toda la liga. Cuando empecé las cuatro horas que dura la película sabía lo que era un pitcher de milagro porque en un campamento de verano hicimos un amago de jugar al béisbol, pero esa era la totalidad de mi conocimiento previo del deporte, y con él me embarqué en la historia de este jugador, construida a través de las estadísticas de su juego y de noticias sobre él. El reto es apasionante, uno entra a estos documentales a contrapelo, intentando ubicarse en la jerga de cada deporte –en inglés, claro, aunque están todos subtitulados en Youtube– e intentando comprender el contexto. Resulta que en el béisbol existe un artefacto llamado no–hitter que ocurre cuando un pitcher consigue que ningún bateador alcance ningún hit en ninguna de las fases del partido. ¿Se entiende? Yo no estoy seguro de comprenderlo, pero no pasa nada. Lo importante es que hacer un partido sin hits es un logro excepcional que muy pocos pitchers (el pitcher es el que lanza la pelota al bateador) han conseguido a lo largo de la historia. Dave Stieb, que no era muy reconocido en su época, mantenía sin embargo un rendimiento estratosférico en un equipo no precisamente de los más punteros de la liga. Estuvo a punto de conseguir cinco o seis no-hitters, en toda su carrera, y casi todas estas oportunidades fueron frustradas de las formas más inexplicables. La historia de Dave Stieb es una historia de fracaso más que de éxito, de rendimientos mediocres, burocracia absurda y finales anticlimáticos. Los narradores describen temporada tras temporada la historia de este jugador; hablan de su personalidad, sus conflictos y analizan las estadísticas, mostrando cómo debió tener un reconocimiento mucho mayor del que tuvo, y que la historia del deporte le negó. Creo que es un verdadero logro atrapar a un espectador neófito de una forma tan absoluta con un tema completamente ajeno a él. Diría que incluso es más interesante descubrir su cine sin ser experto en deporte: es fascinante empezar a sentirse atraído poco a poco por un mundo extraterrestre, del que no entiendes mucho y con el que no tienes ninguna relación y terminar la película siendo el mayor fan de Dave Stieb, llorando porque al final consiguió el puñetero no-hitter o deseando que los Charlotte Hornets puedan por fin ganar algún partido, aunque no tengas ni idea de a qué estado pertenecen. Hay mucha belleza en eso, en la construcción de una mitología a través de la representación de datos, una especie de unión extraña entre la información y la emoción del deporte. Una emoción completamente desapegada del éxito: lo bonito de estas películas no es conocer a los grandes ganadores, sino cómo las estadísticas muestran historias ocultas tras la Historia del deporte, otros pasados posibles. Narraciones sobre lo excepcional de lo mediocre, lo intrascendente o lo aburrido, como un equipo de media tabla, o un jugador del montón. 

No hay deporte sin estadística y si no, pregunten a cualquier aficionado del Real Madrid por qué considera su equipo el más importante

Obras excepcionales cuya publicación en Youtube oculta en cierta manera. Habrá quien piense que su vocación divulgativa y su ausencia de imágenes reales –o mejor, su insistencia en el uso de imágenes generadas por ordenador– hace imposible considerar cine a estas películas. Allá cada cuál con sus límites, pero resulta esperanzador ver cómo tras las dinámicas industriales, estancadas desde hace décadas, incapaces –o temerosas– de la imagen digital, de las posibilidades de internet, se mueven cosas, se proponen nuevas rutas para la transformación del cine, en este caso a través de la narrativa documental. Tanto se ha hablado de la democratización de la imagen con la llegada del cine digital e internet hace quince o veinte años, y ya va siendo hora de que se note: no sólo en la producción independiente de estas películas, sino en su propia accesibilidad. Poder verlas libremente parece casi un milagro de tan mal acostumbrados que estamos. Hay vida más allá de cines y plataformas, de premios y festivales, del éxito y el glamour. Conformémonos con la belleza de los perdedores.

Casi desde que empecé a interesarme por el cine me sorprendió que no exista prácticamente cine sobre deportes. No me refiero a deportes cinematográficos como son el boxeo o las artes marciales, pues estos han sido cultivados desde los años 60 en múltiples cinematografías. El boxeo, supongo que por su...

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Autor >

Guillermo Martínez Valdunquillo

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