EMILIO PASCUAL / EDITOR Y ESCRITOR
“No es mejor leer cualquier cosa a no leer nada; hay libros deleznables”
Esther Peñas 25/04/2023
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Emilio Pascual en una imagen reciente.
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Emilio Pascual (Tejares, Segovia, 1948) comenzó a trabajar en Ediciones Paulinas. De ahí pasó a Anaya, donde acabó dirigiendo las publicaciones infantiles y juveniles para, finalmente, hacerse cargo de las ediciones Cátedra. En el entretanto, fue escribiendo y publicando sus propios textos (Días de Reyes Magos, por ejemplo, Premio Lazarillo). Ahora acaba de presentar Gabinete mágico (Siruela), un monumental paseo por las bibliotecas que pueblan las ficciones, que es tanto como trazar un mapa literario propio. Desde la biblioteca de don Quijote a la de la abadía sin nombre, de Umberto Eco, pasando por la de Babel, de Borges, la de don Avelino, de Baroja o la del coronel Bantry, de Agatha Christie.
¿Por qué “la biblioteca es uno de los nombres del universo”?
Esa es una frase casi recurrente en Borges, uno de los grandes entusiastas de las bibliotecas, junto a Umberto Eco. Es una metáfora muy bella.
¿Qué conviene tener en una biblioteca que se precie de serlo?
El famoso canon es una cosa que, aunque con frecuencia tiende a ser relativamente estable, es variable. Si te respondiera que El Quijote, podrías replicarme que para ese viaje no hacían falta tantas alforjas. Hay autores que podrían pasar por imprescindibles fuera de toda duda, pero que no siempre lo fueron; por ejemplo, Calderón, ahora tan en boga por la edición que acaba de hacer de algunas de sus obras Ignacio Amestoy. El gran clasicista del XVIII, Fernández de Moratín, lo detestaba. Tolstoi no respetaba a Shakespeare... Por responderte, te diría que no deberían de faltar ni Cervantes (El Quijote, pero también sus Novelas ejemplares) ni Borges, pero es un riesgo decir cualquier nombre. Recorrer una biblioteca tiene algo de aventura, no sabes qué vas a encontrarte, ni qué no sabías que podrías necesitar.
En el origen, el libro no entendía de literatura alguna, fue prosaico en sus primeros usos. Para que un texto pase de contenido funcional a carácter mágico, ¿qué se requiere?
La escritura era funcional en su origen, y más adelante se puso por escrito la imaginación
Uno piensa que las primeras manifestaciones escritas serían historias fascinantes pero, como dices, y como nos recuerda el historiador Harari, los primeros escritos son anotaciones sobre unas cargas de cebada. Algo parecido a lo que ocurre cuando Quijote es armado caballero en la Venta, escena en la que el ventero utiliza un cuaderno en que anotaba, precisamente, las cargas de cebadas, para leerlo como si estuviera pronunciando un ritual. La escritura era funcional en su origen, y más adelante se puso por escrito la imaginación. La especie humana ha llegado a donde ha llegado por su capacidad para contar historias y siendo, en ocasiones muy concreta, capaz de universalizarlas, de tal modo que alguien en el otro lado del mundo no solo las entienda, sino que las incorpore y las adapte para sí.
La biblioteca del erudito Sereno Samónico contaba con unos 72.000 ejemplares. Borges es el hombre, del que tenemos constancia, que más ha leído, unos cinco mil. ¿Conviene ajustar nuestra capacidad de lectura al número de ejemplares de una biblioteca?
Todo aquel que sea más o menos bibliófilo tendrá muchos más libros de los que puede leer y lo sabe; Elias Canetti escribió que sabía que en su biblioteca había muchos libros que ya no podría leer pero, como no sabía cuáles eran, no podía desprenderse de ninguno. La biblioteca de don Quijote alberga trescientos ejemplares, que serían suficientes para el común de los mortales. También podemos recordar el adagio atribuido a Tomas de Aquino, Homo unius libri, temo al hombre de un solo libro, pero hay casos en los que la lectura se ciñe a un único libro y da buenos resultados. La cantidad de libros en una biblioteca puede ser ingente, pero nuestra capacidad es limitada. Si se escoge bien, un buen libro sirve de percha para colgar los demás; en mi caso, a los veinte años me sabía el Quijote de memoria, no me refiero a que lo pudiera recitar sin mirarlo, sino a que conocía perfectamente qué había en cada lugar, y eso me ayudó muchísimo a situar muchas otras referencias, sobre todo del barroco. Un solo libro bien leído no sirve para dar solución a todas las cosas, como creía el mayordomo de La piedra lunar, que solo leía Robinson Crusoe y afirmaba que, cada vez que lo abría, le ayudaba a solventar todos los problemas, incluso los familiares. Pero un libro bien leído da mucho de sí.
¿Mejor leer cualquier cosa antes que no leer?
Hubo una época que se pensaba así, que con tal de que la gente leyera, daba igual lo que leyese, pero creo que no debemos hacer mitología de nada, ni siquiera del libro. Hasta entrados los setenta, lo que aparecía en los libros iba a misa, pero también los libros pueden equivocarse y dar opiniones nada respetables. Ahora la idolatría se ha trasladado a la Red, uno encuentra en ella información de todo tipo que casi nunca verifica, y está llena de citas falsas y mal reproducidas. Que el libro es mágico en ese sentido, como solución inevitable, no es verdad, y tampoco lo es, a mi juicio, que sea mejor leer cualquier libro que no leer. Hay libros deleznables.
La biblioteca dice muchísimo de tus aficiones, de tus gustos, por tanto, de cómo eres, al margen del número de volúmenes que la compongan
¿Qué nos dice una biblioteca de su dueño?
Si es biblioteca de la que uno ha ido haciendo libro a libro, no heredada, dice muchísimo de tus aficiones, de tus gustos, por tanto, de cómo eres, al margen del número de volúmenes que la compongan. En mi caso, tengo más de 60 ediciones del Quijote. Se puede pensar que el texto, al fin y al cabo, es el mismo, pero cada una de ellas cuenta con particularidad que la hace distinta. ¿Es necesario tener 60 ediciones de un libro? Evidentemente no, pero dice algo de su dueño.
En una biblioteca, ¿siempre hay libros forasteros, inexplicables, ajenos?
Puede ocurrir, claro, sobre todo porque hay libros que ni siquiera has adquirido tú, que han venido por caminos secundarios, que no pertenecen a tus gustos; también sucede que algunos de esos extraños de pronto te sorprenden. El azar del descubrimiento. Y libros que, habiéndolos querido leer desde que los adquiriste, se apartan misteriosamente. En mi caso, Doctor Fausto, de Thomas Mann. Tardé más de veinte años en leerlo. No sé cómo pude estar todo ese tiempo sin hacerlo, pero en ocasiones, otros libros van adelantándose de manera azarosa.
El adinerado Máximo Bru cebada su biblioteca con trampantojos de libros. ¿Siguen dando, a día de hoy, tanto prestigio como para imaginar que hay bibliotecas que se elaboran por una mera cuestión de estilismo?
Ha decaído un poco ese tipo de fetichismo, pero aún existe, lo puedo verificar. Una vez entré en casa de una vecina y, al ver en una estantería las obras completas de Balzac, no pude por menos que acercarme a sacar uno de los tomos y comprobé que el lomo de todos ellos era de cartón.
Hay quien da el pego con lomos de cartón, y otros que adquieren ejemplares auténticos, pero no los leen, ni siquiera los hojean
¿De qué sirve, como Porthos, barón Du Vallon y señor de Bracieux de Pierrefonds, del que habla en su ensayo, tener seis mil volúmenes y no abrir siquiera uno de ellos?
Ha habido gente para la que el libro era un mero objeto de prestigio, no solo “esa cosa entre las cosas”, había que tenerlo. Hay quien da el pego con lomos de cartón, y otros que adquieren ejemplares auténticos, pero no los leen, ni siquiera los hojean. Cuando estudiaba lexicografía, un profesor nos contó que hubo un noble en Madrid que, para que los libros tuvieran la misma altura, mandó guillotinarlos y encuadernarlos de nuevo.
¿Qué noble?
No lo sé, se lo calló, y no he vuelto a encontrar referencia a ello.
¿Qué orden, o desorden, guardan las bibliotecas?
Esa es una discusión permanente, el orden ideal en una biblioteca; si agrupar por épocas, por géneros, por autores… el problema es que las bibliotecas están delimitadas por el espacio, y como los libros son de distintos tamaños, no siempre los que deberían de ir juntos pueden estarlo. Donde cabe uno de bolsillo, no siempre lo hacen otros formatos. Me gustaba mucho la agudeza de la editorial Castalia, que mantenía el tamaño de sus ediciones y las distinguía por colores: dorado para el Siglo de Oro, azul para los títulos del XVIII, semigranate o rosado para los del XIX… de este modo, uno los localizaba rápidamente. Ordenar una biblioteca es sumamente difícil, salvo que sea una pública, con signaturas.
El capitán Nemo atesoraba una biblioteca bajo el mar. Los libros, ¿temen más al fuego o al agua?
A ambos elementos. Los fuegos han sido más voraces con los libros, pero cuántas veces, al tratar de proteger del fuego una biblioteca, se han arruinado con agua los ejemplares que había en ella. Cuenta el uruguayo Carlos Bauer la historia de un bibliófilo sin amor, que resolvió construir su biblioteca a la orilla del mar, haciéndose la propia casa con libros, porque se le incendió parte de su biblioteca. Así que, con los que salieron indemnes, como si fuera adobe o ladrillos, levantó su casa que, finalmente, es destruida por el agua.
La mejor compañía para los libros, ¿son bibelots, cuadros, postales…?
Como siempre, hay de todos. Pienso en la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca, repleta de antiguos carteles de cine de tamaño postal, figuritas, soldados de plomo… Conozco a un bibliófilo que vive en Valladolid, cuya biblioteca tiene más de ciento veinte mil volúmenes, repartidos en tres casas, que la compañía que le ha dado a sus libros son plumines, tinteros y enseres de cerrajería, a la que es aficionado. Hay algunos casos que recojo en el libro de bibliotecas más famosas por los cuadros que albergaban que por los libros que contenían.
¿Debemos tener siempre un libro a mano?
Conviene, desde luego. No uno cualquiera, uno que acompañe. Cervantes viaja, incluso cuando era soldado, con un Garcilaso en la mochila, y Quevedo disponía de una biblioteca reducida que siempre le acompañaba.
Borges decía que un libro no lo es hasta que alguien lo abre y lo lee
El libro, como objeto físico, ¿está abocado a desaparecer?
Creo que no. El libro es, en primera instancia, una palabra que ha evolucionado desde su original griego; con “libro” se designaba lo mismo a un pergamino que a un libro, tal y como lo conocemos ahora. Libro es un concepto, un soporte. Borges decía que un libro no lo es hasta que alguien lo abre y lo lee; quiero decir que algo no es un libro por ser una cosa, sino porque transmite algo y alguien lo recibe. Puede desaparecer el soporte en papel. Somos hijos de la imprenta, pero los libros que permitió imprimir no siempre fueron recibidos con fervor. Saavedra Fajardo, en el XVII, es decir, ciento cincuenta años después del invento, seguía desconfiando de los libros impresos y prefería los escritos a caligrafía porque, a su juicio, exigen mayor atención en su lectura. Pocas cosas han sido recibidas desde su origen con veneración. Así que sí, creo que el soporte llamado libro, sufrirá cambio, pero su esencial permanecerá.
Emilio Pascual (Tejares, Segovia, 1948) comenzó a trabajar en Ediciones Paulinas. De ahí pasó a Anaya, donde acabó dirigiendo las publicaciones infantiles y juveniles para, finalmente, hacerse cargo de las ediciones Cátedra. En el entretanto, fue escribiendo y publicando sus propios textos (Días de Reyes...
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