Cantar patrás
Ganar la desgana de los imaginarios
El Estado tendría que atravesar las elecciones con una propaganda masiva a la altura de los graves problemas con los que se enfrenta la especie humana
Aurora Fernández Polanco 7/04/2023
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Me quedé horrorizada con la peligrosa Yadira Maestre, “ganada para la causa del PP”. La evangelista, que niega la ciencia y quiere curar la homosexualidad, trae los peores fantasmas del bolsonarismo. Que el evento desapareciera tan pronto de las redes sociales demuestra la catadura moral de este personaje, pero los fantasmas permanecen y suman votos. Ganas me quedan de un Vade retro satanás en nombre de la purísima reivindicación del alma atea, pero casi prefiero hacer la contra invocando a ciertos aliados; por ejemplo, el arzobispo de El Salvador, monseñor Romero, asesinado por la ultraderecha a puros tiros en 1980 mientras decía misa. Lo consideraron comunista y lo mandaron matar. Frente a las Yadiras Maestres es necesario rescatar imágenes con probada catadura moral, como las de la teología de la liberación, los curas obreros del franquismo, las mujeres que salieron también de los hábitos y se implicaron hasta los dientes en asociaciones vecinales. De la cruz al martillo y, en el caso de las compañeras, pañales y cucharas a mayores. Hay espiritualidades a pie de cuerpo y de pueblo que podemos compartir cuantos estemos en contra de la soberbia laicidad occidental. Suelo bromear entre mis parientes: a pesar de mi ateísmo generacional, tengo afición a “los santitos”. Especial y últimamente, san Antonio, el de los pajaritos; y san Francisco, al que llaman el primer ecologista. Por algo será.
Si he comenzado con esta anécdota es porque, en el fragor de las elecciones generales, me pregunto qué podemos hacer las gentes de los mundos de la cultura para no dejar las formas subalternas en manos parafascistas. Soy, como muchas y muchos de ustedes, consumidora de productos elitistas bienpensantes. En los primeros debates en torno a la industria cultural, los eruditos apocalípticos defendían el buen gusto desde la teoría del reflejo: los productos altoculturales eran portadores de un brillo que iría palideciendo a medida que sus efectos fueran aterrizando en los productos de la cultura de las masas ignorantes. Había quien pensaba en tantas culturas como clases sociales, cada una con sus propias pautas. Durante el estado de bienestar todavía existía la falacia de un tiempo de trabajo y otro de ocio. Y nos hicieron creer que todo ese capital cultural que disfrutaban unos pocos tendría que derramarse en las criaturas inferiores, como la belleza en el Neoplatonismo. Hoy veo más que nunca criterios de distinción y violencia simbólica. Especialmente donde no han penetrado ni los feminismos ni el pensamiento decolonial. No digo que no exagere.
Como profesora de gente joven, también consumo otros productos y soy más de ondas en el río que de reflejos. En clase, tiro mis piedras. Las estudiantes deciden cada vez más. Atienden cuando quieren. Si lo que les cuentas del pasado les interpela: ¡mola! Y lo incluyen inmediatamente en su mochila revolucionaria. Son tremendamente contagiosas. Hay unas formas culturales que maneja la gente joven que pueden darle la vuelta a cualquier cosa. Esas son sus revueltas. Aspectos performativos a tener muy en cuenta. El otro día me contaban que con apps como Fanfiction reescriben relatos chungos de manera subvertida. Sin avergonzarse de haber disfrutado con ellos. Marcan el ritmo, desde luego, y según los tiempos, unas veces nos convencen de que “Dormíamos (y) despertamos”, tanto como otras nos ponen a soñar. Estas nuevas generaciones (al menos las que frecuento) han dejado de creer que la cultura es una concejalía que organiza las fiestas del pueblo, como alguien me dijo recientemente en las penosas elecciones a rector de la UCM. Más que repartir entradas gratuitas para los tres tenores, lo que piden es que se financien proyectos para conectar ciudadanía y poder imaginar otras maneras de estar en el mundo.
Todo esto es importante, pero no suficiente.
El Estado tendría que atravesar las elecciones con una propaganda masiva a la altura de los graves problemas con los que se enfrenta la especie humana. En su artículo, Jaime Vindel apuesta por que se rehabilite el concepto de propaganda y “que el Ministerio para la Transición Ecológica cree una sección de producción cultural”. Lo hemos comentado varias veces y quizá pocos lectores recuerden aquello de “Mantenga limpia España (es ¡tan bonita!)” o “Si el bosque se quema algo tuyo se quema”. Propagandas de lectura a ras de tierra que, vistas desde el hoy, me parece que retoman esa idea de lo estético como materialismo primitivo y, a partir de ello, nos tocan de cerca: “Predique con el ejemplo, la ciudad es el reflejo de sus habitantes”, dice una voz en off por encima de los rasgueos de una guitarra (1964).
Estas campañas, que por sí solas merecen un análisis jugoso, influyeron notablemente en los cambios de hábitos de los españoles. Aunque fueran objeto de burlas y chanzas, no solamente de progres de época, sino de los chistes “oficiales” de Perich. (“Si un bosque se quema, algo suyo se quema, Sr. Conde”). Si el Estado español se empleó a fondo en los sesenta para recibir al turismo y durante la denominada “Crisis del petróleo” (echen por favor un vistazo a esta propaganda de ahorro energético), ¿no deberíamos hacer campañas masivas en todos los medios a favor, por ejemplo, de la agricultura de cercanía, en contra de la invasión de plásticos o la ganadería industrial? ¿No podríamos contar con brillantes propuestas creativas que explicaran cómo ya no hay conde que valga, sino que corre peligro la hermana biodiversidad y los hermanos domingos a la fresca? ¿No revisarían, como solicita Vindel, que “reconsideren su estatuto creativo en tiempos de urgencia ecosocial”? Seguro que lo harían. Siempre y cuando en ese futuro Gobierno que nos aguarda, el Ministerio para la Transición Ecológica se empleara a fondo con sus fondos y el tal Ministerio de Cultura se subsumiera en él de forma festivamente orgánica. Si siguen empeñados en mantener separado a este Ministerio, bien podría pasar a denominarse “Cultura de la tierra”, pero, por favor, que no sea una Dirección General.
Me quedé horrorizada con la peligrosa Yadira Maestre, “ganada para la causa del PP”. La evangelista, que niega la ciencia y quiere curar la homosexualidad, trae los peores fantasmas del bolsonarismo. Que el evento desapareciera tan pronto de las redes sociales demuestra la catadura moral de este personaje, pero...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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