¿Hoy empieza todo?
Sumar poder popular ante el nuevo ciclo ecosocial
Limitarnos una vez más a escoger en el supermercado de las élites a aquellas que intentarán hacer la mejor gestión posible por nosotros nos deja una política aún más debilitada
Víctor Alonso Rocafort 6/04/2023
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Los nombres son fundamentales en política y el verbo sumar resulta casi tan ambiguo como el sustantivo pueblo, o el deseo colectivo de podemos. ¿A quién sumamos? ¿A todos o a una parte? ¿Y para qué políticas sumamos? Matemáticamente es imposible sumar hasta el infinito, así que primera duda resuelta, siempre habrá un límite. Pero entonces, ¿a quién excluir? ¿Y cómo realizar la suma? ¿Iremos hacia la izquierda o a la derecha?, ¿solo entre los de arriba o empezamos a sumar, de verdad, a los y las de abajo? ¿Dejaremos de aceptar una desalmada política migratoria que muy pronto, además, se nos va a poner en contra? ¿Nos atreveremos a incluir políticamente a las comunidades de más que humanos en este viaje? ¿Quién hablará por nuestros bosques?, ¿y por las hijas de nuestros hijos?
Dos semanas antes de la presentación oficial de Sumar, el IPCC cerraba su último informe con una advertencia demoledora: o reducimos a la mitad la emisión de combustibles fósiles de aquí a 2030 o nos podemos despedir de un planeta habitable. Y claro que lo veremos y sufriremos nosotros, aunque quienes sin duda se van a calcinar de seguir así serán nuestros inmediatos descendientes. La pandemia y Filomena, las olas de calor y los incendios primaverales, son algunas de las consecuencias más comentadas de la nueva normalidad en nuestro país. Se cierra por tanto un ciclo de política convencional para la izquierda, es hora de abrir un nuevo ciclo con desafíos inéditos y monumentales. Este no puede ser el enésimo baile convencional y timorato entre las élites. Ha de ser un ciclo disruptivo y transformador, valiente como nunca. Desde ahí, con esas exigencias tan altas y excepcionales, sí, habremos de juzgar lo que será Sumar.
Algunos seguimos pensando que la política solo será de verdad útil a la ciudadanía cuando todos seamos protagonistas a la hora de decidirla. Entidades como los cielos o los ríos y océanos de este mundo, afectadas por el cambio antropogénico y ensambladas de lleno con nuestro devenir social, como cada escarabajo, arbusto o ave de ciudad, precisan también ser pensadas como nuevos actores de lo político. Carecen del uso de la palabra, pero no de agencia, y sus intereses, control o cuidados pueden ser articulados y representados. También narrados, como apuntaba recientemente Yayo Herrero. Una transición ecosocial radicalmente democrática parece lejana en una época donde la ordoliberal Unión Europea, las grandes empresas o las inercias burocráticas suplantan a menudo a los y las decisoras de lo político. Con tantos y tan grandes obstáculos a la transformación, limitarnos una vez más a escoger en el supermercado de las élites a aquellas que intentarán hacer la mejor política posible por nosotros, resignándonos a ser en el mejor de los casos beneficiarios pasivos de sus decisiones, nos deja una política aún más debilitada. Y es en esta década trascendental cuando necesitamos una política de tal altura que acierte a salvarnos prácticamente como especie; casi nada.
Respecto a Sumar, una pregunta sobrevuela el inconsciente colectivo de mi generación: ¿estamos ante una nueva suma de partidos?, ¿así funciona el eterno retorno del cruel juego de las sillas? Cada vez que el partido alfa se debilita, presenciamos la misma saña, lo que ética y estéticamente resulta muy incómodo. ¿Qué nos diferencia exactamente de los juegos de tronos de la derecha? ¿No nos están sirviendo de nada nuestros principios para evitarlos?
Si estamos ante esa nueva sopa de letras partidistas, ¿se está renunciando explícitamente a la incorporación frenteamplista de los movimientos (eco)sociales en pie de igualdad con los partidos? ¿Es el hiperliderazgo de Yolanda Díaz una primera fase de arranque, como se decía en 2014?, ¿o viene para quedarse en medio de una nueva constelación de reinos de taifas que ya conocimos bajo el nombre de confluencias? Si desde Sumar se nos respondiera que no estamos ante un nuevo elitismo partidista, entonces la pregunta central es la siguiente: ¿cómo sumará la base popular en este proyecto?, ¿será nuevamente reducida a abnegada militancia, votante plebiscitaria y carne de bot en las redes?
La interesante experiencia de los pequeños grupos deliberativos a la hora de configurar el programa de Sumar, en la línea de las clásicas áreas de elaboración colectiva de IU o los círculos temáticos de Podemos, apuntan a algo más. ¿Se mantendrá y ampliará esta experiencia? Y si es así, ¿de qué manera? La mejor teoría democrática participativa, y pienso en la formulada por Carole Pateman tras aprender de las dinámicas asamblearias de los grupos feministas de los años sesenta, ya nos ha dicho que los miniforos de deliberación no nos sirven para la transformación por su carácter ultraminoritario. Lo que se precisa es un plan para multiplicar sus prácticas por todas las instituciones y el tejido social.
Una vez más, añadiría que en este nuevo ciclo habremos de adjetivar cualquier proceso deliberativo como ecosocial. Y esto trae nuevas preguntas: ¿cómo aprender a escuchar lo que nos traen los aires contaminados de nuestros campos y ciudades?, ¿y los gritos secos que el otro día nos decían desde Nature que emiten las plantas al secarse?, ¿de qué manera responderemos a todos los mensajes de auxilio de tantas entidades más que humanas sobre la destrucción antropogénica de la biodiversidad que nos empuja de lleno a la sexta gran extinción? En su libro póstumo, Bruno Latour confesaba que tan solo podía ya contemplar la luna sin sentirse mal. El resto le lleva a pensar en los destrozos causados. ¿Cómo proseguir esta deliberación ecosocial de una manera reconstructiva?
Vamos a necesitar organizarnos socialmente para aunar reparto, decrecimiento y felicidad pública
El otro día, en el Magariños, Yolanda Díaz se mostró dispuesta a impulsar iniciativas concretas de democracia económica. Si así fuera, estaríamos ante la primera vez que los partidos de la izquierda antineoliberal española se atreven con un asunto fundamental que engloba desde la participación de los y las trabajadoras en las decisiones de las empresas como su participación en los beneficios. ¿Implicará también estrategias colectivas de boicot y desinversión de las empresas fósiles? La democracia industrial en el ciclo ecosocial, en medio de la cuarta revolución industrial, no es la misma que vivió Pateman cuando todavía Yugoslavia era un país unido y socialista. Tampoco, sobra decirlo, es la del viejo laborismo del 45. Hoy implica nuevos y mayores horizontes. ¿Está en la agenda de Sumar el pensarlos colectivamente para actuar con la urgencia y profundidad a la que nos impele Naciones Unidas? ¿Se retomará la renta básica al tiempo que se limita la riqueza oligárquica? ¿Sabemos lo que implica realmente derrotar al neoliberalismo en el plano fiscal y productivo? ¿Se ha pensado de verdad en la presencia de la razón neoliberal también entre las élites de la izquierda? Porque todo este conflicto en torno a las listas y las siglas encaja perfectamente ahí.
Me parece que cualquiera que se haya acercado a la política institucional en el ciclo anterior, siquiera como simpatizante, ha aprendido ya que no es lo mismo decidir con un clic sobre las cuestiones previamente marcadas por las diversas dirigencias que tomar, de verdad, las riendas del movimiento desde abajo. La identificación de problemas públicos, la creación propia de los puntos prioritarios de la agenda política, deliberando y decidiendo sobre tus lugares de vida, trabajo o estudio, sobre los bosques, ríos y mares, así como sobre las generaciones por venir, supone la auténtica política con mayúsculas. Vamos a necesitar organizarnos socialmente para aunar reparto, decrecimiento y felicidad pública. Difícil será que salga bien si dejamos que se nos marque únicamente desde arriba.
Bien es cierto que las experiencias históricas de democracia radical en los últimos cien años se cuentan con los dedos de una mano. Con razón Sheldon Wolin hablaba de democracia fugitiva. Pero hoy no es cualquier tiempo. Efectivamente, hoy empieza todo. Dipesh Chakrabarty definía de manera reveladora nuestra época como aquella en la que la historia humana y el tiempo geológico se dan la mano. El tsunami que viene de esta conjunción no será pequeño. Así que qué menos que aspirar a una democrática transformación ecosocial en nuestros días.
Cuando se reclaman las banderas blancas ante los retos mayúsculos que hay por delante, todos los sectores en liza dentro de la actual polémica en torno a Sumar se encogen de hombros y esgrimen que la política va del poder. Aceptémoslo, pero pidamos al menos que se nos defina de qué poder se nos habla: ¿se trata de una concepción oligopólica basada en la dominación sobre otros, o del poder colectivo de mejora y transformación de lo común? Se nos amplía entonces la definición para añadir que la política es “lucha por el poder”. Preguntemos entonces, enlazando con la cuestión anterior: ¿se da este combate solamente entre las élites, por acapararlo y dominar sobre el resto desde una vanguardia ilustrada y decisoria?, ¿o resulta todavía concebible en la izquierda una pugna democrática por repartir el poder efectivo entre la ciudadanía, ese escándalo del gobierno de los cualquiera? Y otra vez habremos de hacer hueco a las nuevas preguntas: ¿cómo pensar el poder más allá del antropocentrismo?
Frente a una concepción mínima y jerárquica de la política, dominada por los líderes y sus capataces en la organización, que podría describir de manera realista cómo funciona aún prácticamente todo partido a la izquierda del PSOE, es bueno recordar una corriente no solo más rica y profunda, sino sobre todo (más) democrática, conformada por las obras de autores/as como Hannah Arendt, Cornelius Castoriadis o Jacques Rancière. También Rosa Luxemburg. Estos referentes, significativamente olvidados por nuestras élites tradicionales, nos han legado una democracia radical alejada también de la concepción schmittiana defendida por el tándem Laclau-Mouffe. Y hoy nuevamente es imprescindible enlazar estas lecturas con las de Bruno Latour, Donna Haraway, Murray Bookchin o Andreas Malm.
Cuando se expulsa a la amistad política, lo sabemos, reina la adulación y el miedo, todo ello en medio del desplome de la empatía
Escucha y diálogo como bases de otra forma de hacer política, explicaba Yolanda Díaz el pasado 2 de abril. Igualdad a la par que libertad, también defendió. Me parecen avances importantes. Pero desde la noción clásica de isegoría, tan estudiada por la corriente teórica apuntada, se entiende que ese diálogo y esa escucha ha de ser entre iguales para resultar democrático, respetándonos las irreductibles diferencias de cada cual, para así luego decidir en libertad colectivamente sobre los asuntos públicos. Entre iguales, es preciso recalcar, no entre élites dirigentes que acaparan los aparatos mientras escuchan benévolamente lo que dice la plebe… y que luego ya verán qué hacen. Ahí Sumar tiene su reto.
La ternura, también mentada por Díaz, implica la llegada del afecto a la política. Siempre será bienvenida; y sin embargo, no basta. Es decir, a los nombres hay que dotarlos de significados profundos y a menudo enriquecerlos con prácticas y conceptos cercanos que les faciliten un recorrido adecuado. Así, de nuevo para Arendt, y esto procede directamente de la cosecha de sugerencias ofrecidas en 2014, era la philía, la amistad política, lo que permitía recibir las críticas desde el afecto sin crear distancia con el interlocutor, al contrario, fortaleciendo una confianza imprescindible para poder decirse las cosas. Cuando se expulsa a la amistad política, lo sabemos, reina la adulación y el miedo, todo ello en medio del desplome de la empatía. Esta no basta ya circunscrita solo a lo humano. María Puig de la Bellacasa nos anima en esa línea a trasladar todo lo aprendido sobre los cuidados desde el feminismo para extenderlo a los ensamblajes ecosociales. Cómo cuidar el mundo, se había preguntado Arendt, y hoy la continuamos.
Cuando no hay afecto profundo, cuando cedemos al rencor o la venganza, por justos que nos parezcan, es fácil que emerjan reacciones como la del chivo expiatorio. Y este es uno de los peligros más acuciantes en el actual Sumar. Porque claro que en Podemos siguen cometiendo errores, arremetiendo impulsiva e injustamente contra unos y otras, negociando desde la fuerza cuando pueden o negándose a reconocer errores de una manera desesperante. Pero es algo que ha estado, y todavía está, muy extendido por todo un espacio que no fue pensado para el control popular de sus dirigentes. No digo que todo el mundo tenga la misma responsabilidad en lo sucedido, pero sí que la proyección de las propias culpas en un núcleo muy concreto de gente me recuerda a aquella otra estrategia populista y en buena parte gnóstica del Podemos de los inicios, la casta. Somos completamente santos y estos son los malos. Pues lo mismo ahora.
Muchos podríamos decir en este sentido que hemos visto cosas que no creeríais, de unos y otros, maravillosas y terribles, shakesperianas como la vida misma, más allá de la puerta de los Leones. Hacerse cargo de la complejidad del ser humano en la política implica, cuando te toca, repensarse antes de nada a uno mismo. Y un juicio verdaderamente democrático implica saber escuchar la acusación, atender a las pruebas, deliberar internamente sobre lo sucedido, pero también renunciar a la sola figura del fiscal implacable dictando sentencias draconianas. Y vale tanto para uno como para el resto.
Me falta por tanto clamorosamente Podemos en esta suma inicial de partidos, más aún con su actual voz antibelicista, transfeminista y antioligárquica
En todo aquello que no haya superado cualquier límite legal o razonable necesitamos, por tanto, cierta reconciliación entre las élites de la izquierda. Al menos mientras se articula y surge por abajo la alternativa movimentista radical de la democracia ecosocial que tanto necesitamos. De no lograrse este mínimo nuevo acercamiento entre dirigentes, muy probablemente lo que vendrá será la bota neofascista en descarada alianza negacionista con el codicioso fin de fiesta del capitalismo fósil. Y ahí toda articulación democrática disruptiva con el actual orden hacia la extinción posiblemente pase a considerarse subversiva o ilegal. Me falta por tanto clamorosamente Podemos en esta suma inicial de partidos, más aún con su actual voz antibelicista, transfeminista y antioligárquica. Y por pedir, me gustaría ver también en algún momento a Anticapitalistas. Los tiempos, insisto, merecen una unión así.
Hemos tenido la primera coalición de gobierno con presencia de una izquierda comunista, alternativa y antineoliberal. Se hizo frente, de una manera que diría heroica, a la pandemia, incluida una legislación laboral impensable hace unos años y cuyos resultados, de momento, son bastante mejores de lo esperado. Aunque se ha fallado de manera dolorosa con la ley mordaza, se han realizado ciertos avances legislativos sustanciales, con nuevos derechos feministas o sobre el final de la vida. Se ha aprendido también a montar ministerios de la nada, como en Consumo, en un aprendizaje fundamental para quienes hayan de venir. Pero hoy todo ello nos sabe a poco ante los desafíos que afrontamos, las políticas que necesitamos y las amenazas que nos acechan.
Resulta indudable a cualquiera que la escuche con atención que Yolanda Díaz tiene la altura y el carisma suficiente como ministra y oradora para superar a Sánchez en el propio terreno del progresismo. En Sumar deben ser los primeros en saberlo. Pero las plumas que se dejarían en ese viaje si no es capaz de incorporar a Podemos, no compensarán un posible sorpasso. Me recuerda demasiado al error cometido a finales de 2015. Me atrevería a decir, para terminar, que esta generación de políticos/as merece un cierre reconciliatorio tras todo lo vivido. Pero si de verdad nos creemos que hoy empieza todo, si somos conscientes del ciclo ecosocial que comienza bajo tantas y tan tremendas amenazas, incluida la del neofascismo a las puertas de tener Interior, animaría principalmente a pensar en las vidas de millones de personas, una tras otra, actuales y futuras, que dependen de que esto salga medianamente bien.
Los nombres son fundamentales en política y el verbo sumar resulta casi tan ambiguo como el sustantivo pueblo, o el deseo colectivo de podemos. ¿A quién sumamos? ¿A todos o a una parte? ¿Y para qué políticas sumamos? Matemáticamente es imposible sumar hasta el infinito, así que primera...
Autor >
Víctor Alonso Rocafort
Profesor de Teoría Política en la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus publicaciones destaca el libro Retórica, democracia y crisis. Un estudio de teoría política (CEPC, Madrid, 2010).
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