TIRANDO DEL HILO, XII
Fragmentos de la hijidad
Sobre ‘Los astronautas’ de Laura Ferrero
Carmen G. de la Cueva 14/05/2023
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“Yo tenía una familia, pero nadie me lo contó”. Me siento atrapada por la historia de Laura Ferrero desde esa línea en la página 17. La parte de los astronautas no me interesa, la leo con cierta premura, la leo porque no acostumbro a saltarme ninguna página de los libros que me gustan, pero siento que son una máscara. Toda la historia de la luna y de las misiones espaciales y de los astronautas me sobra, me distrae. Lo que me interesa y me remueve es la historia de la hija. La historia de una hija que reconstruye a los treinta y cinco años la vida de su familia antes de que se desintegrara.
La protagonista de esta historia tiene dos familias: la de su padre y la de su madre. Su padre y su madre eran de Barcelona, Jaume y Clara, se casaron jóvenes, se quedaron embarazados y el padre comenzó una relación paralela con otra mujer que también se llamaba Clara. Esa Clara y su padre, que fuera de Cataluña no es Jaume sino Jaime, se casaron y tuvieron otra hija, Inés. Su madre se casó con otro hombre y tuvieron un hijo, Marc. Ella vivió toda su infancia y parte de su adolescencia hasta que se fue a estudiar al extranjero con su madre, el marido de esta y su hermano. Pero esa familia primera, la que se formó en 1981 nunca existió para la niña. Nadie le habló de la vida de sus padres antes de que formaran esas otras familias en las que ella siempre se sintió fuera de lugar.
“Crecí furiosa. Temía que hubiese algo en mí, un defecto de nacimiento que me hiciese repulsiva e indigna de ser amada”
A medida que avanzaba en la historia de Ferrero, me acordaba de A.M. Homes y de su novela La hija de la amante. Homes fue adoptada antes de nacer, su madre tenía veintidós años cuando se quedó embarazada y su padre era un hombre mayor casado y con hijos. Durante treinta y un años, vivió y creció con la familia que la adoptó. Pero un día llegó a casa y se enteró de que sus padres biológicos la estaban buscando. Homes fue adoptada poco después de que perdieran a un hijo y durante toda su infancia sintió que la mantenían a distancia, su madre no podía encariñarse del todo con ella por si la perdía, por si volvía a ser una madre sin hijo. “Crecí furiosa. Temía que hubiese algo en mí, un defecto de nacimiento que me hiciese repulsiva e indigna de ser amada”. Esa furia, esa rabia por no ser amada o aceptada tal y como se es está también en la historia de Laura Ferrero. “Su hija, la narradora de esta historia, ni siquiera existe”, dice al principio. Su prosa desprende rabia, sobre todo en la primera parte del libro. A partir de una foto descubierta en un álbum en una comida familiar navideña –una madre y un padre con una hija pequeñísima, una familia, es decir, su familia, una foto que tiene más de treinta años y que ella nunca ha visto porque nunca ha visto una foto de su madre y su padre juntos con ella– la hija, un poco enfadada, un poco furiosa, se pone a escribir como si quisiera ajustar cuentas. El padre hace como que no sabe, que no entiende sus preguntas, se fija en un reloj que ya no existe, desatiende a la hija.
¿Y qué sucede si desde el principio esa instauración de uno mismo se percibe como rota porque los padres no son tierra firme a la que arraigarse?
Es muy interesante el acercamiento que hace hacia su propia familia como si fuera objeto de estudio: la intenta diseccionar, situarla bajo el microscopio, entenderla al fin y al cabo para quizá entenderse un poco mejor a sí misma. Reconozco que el tema de la hijidad me interesa, la hijidad, la maternidad, la familia, creo que es el gran tema de la literatura porque habla de nosotros y de cómo nos hacemos, cómo se conforma nuestra identidad. Por eso Los astronautas (Alfaguara) me sacude y me hace recordar tantas otras lecturas que han intentado como ella reconstruir la historia de unos padres. Pienso en Richard Ford y las hermosas páginas que les dedicó a sus progenitores en Entre ellos. El tono es completamente distinto al de Ferrero, pero hay algo en su búsqueda que se parece. Dice Ford que la suya ha sido una vida de percatarse de las cosas, de hacer de testigo, como la vida de la mayoría de los escritores. La infancia de Ford fue feliz, “maravillosa”, y sus padres estuvieron juntos toda la vida, tan juntos que él siempre sintió que su lugar estaba en medio, “entre ellos”. “El futuro” –escribe Ford– “es impredecible y azaroso, pero las vidas de nuestros padres a un tiempo nos instauran y nos ayudan a diferenciarnos”. ¿Y qué sucede si desde el principio esa instauración de uno mismo se percibe como rota porque los padres no son tierra firme a la que arraigarse?
La protagonista nunca les hace a sus padres la pregunta que Homes hace a los suyos: ¿de dónde vengo? O quizá sí que se la hace, se la hace de mil maneras distintas, escribe un libro de trescientas páginas en torno a esa pregunta, todas esas páginas escritas, cada una de sus líneas y párrafos orbitan como satélites en torno a esa gran pregunta. Y ella vive en un terremoto constante de su identidad: se vuelve extraña y tímida, deja de cantar, comienza a comer pelo, imagina que su padre es astronauta y lleva su fantasía hasta la vida real, está perdida, completamente desorientada en ese universo donde siente que debe vivir una vida doble que contente a todos.
Es desolador asistir como lectora a ese viaje. Quería desprenderme de mis propios miedos, pero me sentía incapaz. Como madre, como madre separada, leía y leía y me aterraba la posibilidad de que mi propio hijo pudiera sentirse tan desconcertado como la narradora de Los astronautas, tan perdido. Como cuando A. M. Homes se pregunta cuánto le ocultaron y cuánto había olvidado o había borrado la leve, la natural revisión del tiempo. Tampoco yo tengo respuestas a todas las preguntas de mi hijo. Algún día mirará las fotos y querrá saber lo que no recordará. Y quiero pensar que le contaré todo lo que yo misma recuerde y que acompañaré su búsqueda desde la comprensión y la curiosidad.
Al final del libro, la protagonista ha dejado de colocar la idea de familia, el deseo de tener una familia, en el centro de la historia y se ha colocado a ella misma con su padre y su madre al lado, dos personas independientes, completamente distintas, pero que están ahí. Acabé el libro sintiendo que esa mujer había crecido unas cuantas décadas, que miraba a sus padres como iguales, que entendía sus pérdidas y sus silencios. Al fin y al cabo, “aquella familia que aparece en la foto en la que mi padre luce un reloj fantástico simplemente nunca existió, eran un hombre y una mujer solos, astronautas aislados dentro de su propia historia, y aquella pista, la imagen, fue el detonante de un deseo, el de contar una historia, pero era la mía y no la de mi familia”.
“Yo tenía una familia, pero nadie me lo contó”. Me siento atrapada por la historia de Laura Ferrero desde esa línea en la página 17. La parte de los astronautas no me interesa, la leo con cierta premura, la leo porque no acostumbro a saltarme ninguna página de los libros que me gustan, pero siento que son una...
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Carmen G. de la Cueva
Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.
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