El mejor editorial sobre el inesperado adelanto electoral lo hizo Malacara: a los cinco minutos de gritar que este tío estaba loco todos empezamos a verle sentido a la jugada, para acabar, otros cinco minutos más tarde, asegurando que Pedro Sánchez era un genio. Un día después, con la montaña rusa de los cinco minutos ya detenida y la foto con nuestra cara en el momento de la caída libre colgada de un imán en la nevera, toca pensar qué ha pasado tras aquella comparecencia sin preguntas en La Moncloa de aquel otro mala cara. Lo primero que ha pasado es que Sánchez no es un genio, sino un tipo que en mitad de un fuego no llamaría a los bomberos, sino que se quitaría la camiseta y se dirigiría al foco del incendio. La decisión tomada el lunes 29 de mayo por el presidente del Gobierno no tiene que ver con una enorme visión política ni, como lo han leído en diarios extranjeros, una asunción de responsabilidades –qué poco nos conocen, como dice mi compañero Pereiro– sino con un instinto de supervivencia demostrable en currículum. Sánchez adelantó las elecciones porque no tenía más remedio. Ojo. Actuar cuando no te queda otra no es poca cosa en política. Pregúntenle a la izquierda.

Y hablemos de la izquierda. La jugada de Sánchez, además de cortar en seco la celebración de la derecha que ya vuelve a ponerse el casco de obra –después de unas horas de tregua, Feijóo ha vuelto a decir Bildu–, obliga a la izquierda a actuar. En un tiempo récord además. Suponiendo que el presidente no da puntada sin hilo –y no suele darla–, es fácil imaginar que en la madrugada del domingo en la que tomó la decisión tuvo peso proyectar cómo afectaría el adelanto al espacio de la izquierda al que Sánchez necesita para mantener el poder. No hay que ser muy retorcido para llegar a la misma conclusión a la que probablemente llegó el presidente: con esta jugada muere la exigencia de Podemos de celebrar unas primarias. Con esta jugada se impone la urgencia de cerrar un acuerdo de despachos en el que no se podrá discutir que la unidad entre Podemos y Sumar, si es que llega, la liderará Yolanda Díaz. Jaque a Podemos.

Desde que el 90% de los medios se abrieron la gabardina en horario infantil para mostrar su militancia de derechas, la gestión pesa mucho menos en urna que la batalla ideológica

En esa madrugada amarga en la que el PSOE perdía bastones de mando de Norte a Sur y de Este a Oeste, se contemplaron todos los escenarios. También el de que esta explosión controlada por la que se ha optado se llevase por delante esa unidad de la izquierda y, con ella, a la izquierda misma. Hay quien asegura que la jugada de Sánchez no busca otra cosa que capitalizar para el PSOE todo el voto de ese espacio con un mensaje claro: si no quieren ustedes a la derecha en el poder, aquí me tienen a mí. Sin camiseta. La tesis de los analistas, no sabemos si compartida por el propio Sánchez, no se sostiene. En la nueva política, si el PP gana carreras es porque lleva motor Vox. En la izquierda, el funcionamiento es idéntico. Son las apuestas de Unidas Podemos –reforma laboral, salario mínimo, vivienda, igualdad, etc.– las que funcionan como gasolina del bloque de izquierdas que debe derrotar a las derechas. Si Sumar y Podemos no van de la mano, es decir, si no hay motor de izquierdas en coche PSOE, Sánchez sacará en julio un buen resultado haciéndose con parte del voto del espacio destruido, de eso no hay duda. Pero tampoco la hay de que Sánchez lo celebraría preparando la maleta para asumir algún alto cargo en Europa mientras le explica a Feijóo cómo funciona el termo de la ducha del Palacio de La Moncloa.

La campaña que nunca acaba ha empezado de nuevo. Mientras la izquierda se aclara –corran, que quedan nueve días–, el PSOE que convocó a la nueva y definitiva batalla se ha lanzado esta misma mañana a la yugular del PP. De un modo inesperado. Con un spot agresivo que señala algunas de las históricas mentiras del PP –Irak, 11M, Yak 42, Prestige, rescate a la banca, etc.– con formas que recuerdan demasiado a aquel vídeo del dóberman con el que un desesperado Felipe González quería evitar una abultada derrota en 1996 frente al Aznar de las mentiras. Además de anunciar un 23J a cara de dóberman, el vídeo en el que se ignora la existencia de Vox podría anunciar la intención de Sánchez de plantear las generales como un plebiscito entre su gestión durante estos cuatro años y la irresponsable política del PP. Sería un error. Desde que el 90% de los grandes medios decidieron abrirse la gabardina en horario infantil para mostrar su militancia de derechas, la gestión pesa mucho menos en urna que la batalla ideológica, como quedó demostrado el pasado domingo. Sin un motor de izquierdas, sin propuestas valientes que cabreen a la derecha político mediática mucho más de lo que lo hace un vídeo provocador, no habrá servido de mucho esta jugada maestra obligada por las circunstancias. De momento hay batalla. Los números del arrollador triunfo de la derecha del pasado domingo no le valdrían para llegar al Gobierno de España. Si dentro de nueve días –fecha tope para que Sumar y Podemos alcancen un acuerdo– sigue habiendo batalla, la habrá el 23 de julio.