Comencemos por una derivada importante. Los resultados de Vox. Hay que ponerlos en perspectiva. La ultraderecha ha incrementado sustancialmente su número de diputados y concejales respecto a 2019, y con ello su poder regional. Sin embargo, aunque suene extraño, no está en su mejor momento. El punto demoscópico más alto de Vox podemos situarlo entre enero y junio de 2022. Obtuvo éxitos muy destacados en las elecciones autonómicas de Castilla y León (17,6%) y Andalucía (13,5%). El domingo 28 de mayo no se celebraron autonómicas en estas regiones; sin embargo, haciendo una comparación impropia, comprobamos que su voto municipal supuso un 7,5% en Castilla y León y un 6,8% en Andalucía. Estos datos, sumados a su tendencia general en las encuestas, apuntan a que estaría en una fase de estancamiento. No es descabellado pensar que termine retrocediendo de manera importante ante la euforia desatada por el PP entre el electorado conservador. Es algo que nos dirán (o no) las encuestas de las próximas semanas.

Un hipotético declive de Vox sería una buena noticia para la estrategia de la izquierda. Si la ultraderecha cayera por debajo del 10%, eso supondría votos perdidos para el bloque de la derecha debido al sistema electoral. Si Sumar y Podemos se unen y superan el 15% (qué difícil parece ahora), no generarían votos perdidos en el lado de la izquierda. Un escenario ideal, aparentemente. 

Retrocedamos hasta 1979. Elecciones generales. La UCD de Adolfo Suárez gana las elecciones con el 34,8% de los votos. Una mayoría bastante precaria en principio. Sin embargo, obtiene el 48% de los escaños (168), a solo ocho de la mayoría absoluta. Suárez resultó enormemente “premiado” por un sistema electoral que se diseñó con el propósito expreso de forjarle mayorías parlamentarias. Quiero recordar este dato porque, cuando pensamos en mayorías absolutas, solemos tener en mente ejemplos de la era dorada del bipartidismo, como los porcentajes alcanzados por el PSOE de la década de 1980 (40-48%) o por el PP en 2000 y 2011 (44%). En este sentido, el ejemplo contrario más extremo lo tenemos en las elecciones de 2008 cuando, con el 43,8% de los votos, Zapatero sacó 169 escaños, apenas uno más que Suárez. Fue el pico mayor de concentración de voto en el bipartidismo. 

Por tanto, el problema es que, aunque Vox caiga (imaginemos que retrocediera hasta los 15 escaños), una eventual victoria de Feijóo podría venir acompañada de un “premio” similar al de Suárez. El PP, con apenas un treinta y pico por ciento de los votos, podría quedarse muy próximo a la mayoría absoluta. Puede suceder. Ya ha pasado antes. Con un voto más fragmentado, el ganador que asoma la cabeza, aunque sea por un margen pequeño, puede catapultarse a Moncloa. Especialmente si se trata del PP, ya que es el principal beneficiario de un sistema diseñado a la medida de la UCD. Para evitarlo es muy importante que el proyecto de Sumar y Podemos confluyan. Pero tan importante como eso, es que el PSOE no se desfonde y le aguante el pulso a Feijóo. Muchas variables que en los próximos días se irán clarificando.

Si leen esto dentro de unas semanas y no ven en las encuestas este triple milagro (la izquierda sobre el 15%, el PSOE aguantando y Vox por debajo del 10%), les aconsejo que se vayan preparando psicológicamente para lo peor.