cazador americano
La guerra de los mundos
El proceso de desmaterialización de las relaciones sociales desplazó el eje del conflicto: el tecnoliberalismo le ha ganado la batalla a las luchas de clases
Emiliano Gullo 5/06/2023
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Es un día fatal. Acabo de perder mi teléfono móvil. Un descuido. Un movimiento en falso. Ese segundo en que la certeza se transforma en caos. En el bolsillo del pantalón, en el bolso. Nada. Lo perdí o me lo robaron. Da igual. La billetera virtual, los datos bancarios, Instagram, Twitter. Mi vida se sostiene en el frágil equilibrio del bloqueo de pantalla. Estoy desnudo y a los gritos. Llamo al banco para anular el vínculo del teléfono con mi cuenta bancaria.
– Desde acá no podemos. La única forma es que descargues la aplicación del banco en otro teléfono.
Busco urgente el local de mi compañía de telefonía móvil más cercano. Google dice que a 10 cuadras de mi casa, dentro del Shopping Abasto, hay uno donde puedo comprar un aparato nuevo. Una vez que esté adentro, voy a encontrar no sólo el de mi compañía sino de las cuatro empresas que operan en Argentina. También locales propios de las marcas de teléfonos, y otros locales de electrodomésticos que ofrecen –fundamentalmente– teléfonos y televisores inteligentes.
En los mismos locales donde antes de la pandemia se vendía ropa, indumentaria deportiva o accesorios, ahora se vende tecnología; o, más bien, plataformas para integrarse a la vida virtual. Dispositivos para abandonar –un rato al menos– la vida física, la carne.
En el primer episodio de la serie británica Years and Years, una chica de 18 años cita a sus padres para un anuncio importante. Cuenta que es trans. Los padres se acercan, la abrazan. No te preocupes, dicen, siempre te vamos a apoyar, siempre te querremos.
Hasta que ella aclara:
–No soy transexual. Soy transhumana. No estoy cómoda con mi cuerpo. Me quiero deshacer de esta cosa. Yo no quiero ser carne. Quiero volverme digital.
Los padres no terminan de entender. La hija explica su plan.
–Muy pronto abrirán clínicas en Suiza donde te descargarán el cerebro y lo subirán a la nube.
–¿Y tu cuerpo?
–Reciclado en la tierra.
–¿O sea que te quieres suicidar?
–Quiero vivir para siempre, como información. No hombre o mujer, mejor, como data.
Todavía parece un poco lejano que una empresa médica ofrezca un proceso de desmaterialización. Un poco. Un estudio realizado en medio de la pandemia por Digital Hootsuite indicó que el 80 por ciento de los españoles usa alguna red social y el número de usuarios de teléfonos móviles supera al número de la población: 54,34 millones de móviles conectados, el 116,2 por ciento de la población.
En España el número de usuarios de teléfonos móviles supera al número de la población: 54,34 millones de móviles conectados
En 2021 un trabajo de la consultora Statista estimó que alrededor de 34,8 millones de argentinos eran usuarios de algún tipo de teléfono móvil inteligente, un incremento de casi tres millones respecto a la prepandemia, en 2019. Todo sobre una población total de 46 millones de personas.
El teléfono dejó de ser un medio para socializar para convertirse en la plataforma hacia un nuevo ecosistema de socialización. La pantallización no solo avanza cada vez más rápido sino que compite mano a mano con la realidad física en la disputa simbólica de la realidad.
Una chica conoce a un chico en un bar. Se acercan al mismo tiempo a la barra; ella pide una cerveza; él también. Se miran. Ella sostiene la mirada. Él la desvía rápido, hacia las botellas del fondo, un punto neutro, un escondite. Ella le hace un chiste con la campera “de futbolista”, dice. Él se ríe, y arriesga. “¿No te gusta?, es linda, no seas mala”. Los dos ríen. Tienen una edad parecida. Pueden ser unos 25 años. Hablan un poco más hasta que llegan las cervezas. Intercambian sus usuarios de Instagram y vuelven a sus mesas con el placer de la mutua atracción, la promesa implícita de un nuevo encuentro, la tranquilidad de un enigma resuelto.
–Siguiendo.
–Siguiendo.
Miran sus perfiles, scrollean la pantalla. Sus vacaciones. Sus familias. Sus trabajos. Sus dispersiones. Sus mascotas. Sus hogares. Los dos repiten los mismos movimientos. Las mesas están cerca aunque ya no se buscan con la mirada. Lo que buscan es alguna falla en las fotos, algún detalle que no hayan detectado en el encuentro físico; rastrean los filtros, los retoques digitales. Se detienen en las fotos de sus caras, de sus cuerpos. Deslizan los dedos para agrandar la imagen; quieren asegurarse de que sus propios ojos no los hayan estafado recién, hace un rato, cuando ambos se conocieron en la barra. Necesitan confirmar en la vida virtual lo que acaban de experimentar en la vida física.
Necesitan confirmar en la vida virtual lo que acaban de experimentar en la vida física
El filósofo francés Eric Sadin dijo en una entrevista al diario Página 12 que “estamos en un proceso de multiplicación de las pantallas, la pantallización de la existencia, y de la sacralización de las redes sociales que no hará más que incrementar el estado de aislamiento colectivo. La meta del Metaverso apunta a que, cada vez más, las acciones de la vida humana operen a distancia a través de las pantallas”.
La pantallización que marca Sadin encontró en la pandemia –y sobre todo en su brazo armado, la cuarentena– el terreno fértil para potenciar la atomización social. El aislamiento colectivo montó su estructura de legitimidad sobre cuestiones evidentes como la mortalidad del virus y su velocidad de contagio pero, también, en las condiciones de posibilidad.
Encerrados con un teléfono trabajamos, hacemos gimnasia, yoga, disfrutamos de comidas exóticas, tomamos clases, jugamos, damos clases, festejamos cumpleaños, nos vamos de fiesta, tenemos sexo; es decir, vivimos. La falsa conciencia ya no es sólo ideológica sino –también– sensorial.
La pantallización que marca Sadin encontró en la pandemia el terreno fértil para potenciar la atomización social
Con la inteligencia de un virus que muta para esquivar las vacunas que lo persiguen, el tecno liberalismo asimila el concepto marxista clave y corta por el troquelado. Si las condiciones materiales determinan la conciencia, entonces se atacarán no las condiciones; la materia.
Caídas las utopías colectivas, el tecnoliberalismo actúa sobre un individuo aislado, frágil, con un mecanismo híbrido, entre el pensamiento mágico y la materialidad distorsionada. Un individuo que no es consciente de su fragilidad; mejor, no es consciente de su aislamiento. La tranquilidad que siente el chico en el bar porque perdió de vista a la chica que le gusta. Por qué no estaría tranquilo. Tiene su Instagram.
El trabajador de Rappi, Glovo o Uber cumple su jornada laboral sin discutir con su jefe, sin reírse con su compañero. No lo hace porque está solo. Serán sus propias condiciones materiales las que determinen su jornada laboral. En su soledad, el individuo se embriaga con la ilusión de la libre elección. No hay fábrica a la que regresar, ni horarios que cumplir. No hay gritos de un dueño maltratador ni vacaciones limitadas. Tampoco almuerzo para conversar, ni momentos para hacer amigos o espacio para conocer amores. Ni espacio físico para ocupar durante una huelga. Las empresas de aplicaciones ejecutan –casi– a la perfección la condición originaria del nuevo modo de explotación que alimenta al tecnoliberalismo: invisibilizar las relaciones de producción.
Las empresas de aplicaciones invisibilizan las relaciones de producción
La pospandemia, la crisis mundial del capitalismo, la catástrofe ambiental, el auge del neofascismo, entre otras, empuja un nuevo malestar. Como la Nada que oscurecía el mundo en la Historia sin fin, la incertidumbre se ciñe sobre esta era. Sin utopías ni grandes ideologías capaces de clavar la certeza de un sueño en un horizonte utópico, la astrología emerge como una respuesta para llenar ese vacío. Y lo hace, a tono con la era, desde el individuo. Desdeñada por los intelectuales del Siglo XX, actualmente circula entre los sectores ilustrados de la izquierda y el progresismo cientificista.
El universo tiene reservada una lectura específica para cada uno, determinada, particular; según el día, la hora y el año en que nacimos. Es decir, su origen. Pero no es un origen como motor de la propia historia. La individualización de las condiciones de nacimiento marcan la conciencia astrológica y su posibilidad de transformación. El individuo astrológico, entonces, no tiene intermediarios con el universo.
Acá también la centralidad –y el futuro– parte desde la individualidad hacia el cosmos. Dice la astróloga Marissa Malik: “La astrología nos ayuda a reconstruir patrones históricos para explicar los acontecimientos mundiales que nos rodean. También puede dar una visión hiperindividualizada de nuestra vida personal que ayuda a reafirmar los caminos que seguimos”. La unicidad subjetiva como explicación de los comportamientos en un todo.
En las películas sobre cualquier guerra moderna suele verse un artilugio habitual para diezmar al enemigo. Un soldado dispara contra las piernas de otro para –en principio– apenas herirlo. Así podrá matar también a los compañeros cuando se acerquen a rescatarlo. El tecnoliberalismo –como la guerra– apunta y dispara contra la solidaridad, contra la cercanía de un cuerpo con el otro.
Hoy, el proceso de desmaterialización de las relaciones sociales desplazó el eje de conflicto. El tecnoliberalismo le ha corrido el arco a las luchas de clases.
Es un día fatal. Acabo de perder mi teléfono móvil. Un descuido. Un movimiento en falso. Ese segundo en que la certeza se transforma en caos. En el bolsillo del pantalón, en el bolso. Nada. Lo perdí o me lo robaron. Da igual. La billetera virtual, los datos bancarios, Instagram, Twitter. Mi vida se sostiene en el...
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