Elecciones
Democracia o retroceso
El próximo julio se decide mucho más que la alternancia en el gobierno de dos partidos. Están en juego los principios democráticos
Jesús López-Medel 9/06/2023
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Si alguien les transmitió que democracia es solo votar, les engañó. Es eso, pero también una cuestión mucho más profunda. En modo alguno debe admitirse aquella reducción. No es así. Desde mis años universitarios y mis posteriores decenios de vida en el servicio público en diversos cometidos, he consolidado una idea superadora de esa falsedad por reduccionista.
En primer lugar, en mi posición de observador internacional en 52 misiones electorales por varios lugares del mundo, sobre todo el exsoviético, he podido asistir a “elecciones” en las que formalmente los ciudadanos emitían unos votos, pero las condiciones democráticas brillaban por su ausencia, sobre todo por la monopolización de las informaciones en un sentido determinado (en España es intenso el pseudoperiodismo de trinchera e intereses).
Pero no es solo ese enfoque el que me interesa resaltar en este artículo, sino otros de mucho más calado y que se refieren no solo a los aspectos puramente formales en la emisión de un voto, sino a lo que supone por esencia la democracia. Y reitero, como idea básica, esta es mucho más que emitir un voto.
Estas reflexiones vienen motivadas por lo que está en juego en las próximas elecciones generales, pues no se trata simplemente de que ganen unos u otros. Lo que se dilucida es democracia o retroceso.
El concepto de democracia está esencial e indisolublemente unido a una idea universal: los Derechos Humanos. Y en nuestro país, también a la Constitución de 1978 (mayoritariamente no aceptada por Alianza Popular, el partido madre del PP), que dispone que “España se constituye en Estado Social y Democrático de Derecho” (artículo 1.1). Estos conceptos son vértices esenciales de nuestro sistema político, como lo son, según el mismo precepto, los valores éticos y políticos de “libertad, justicia, igualdad (hoy marginada) y pluralismo político”.
La mayoría absolutísima del 2000 quitó la careta centrista de quien dirigía los designios del país
En las próximas elecciones generales todo esto se encuentra en cuestión. No se trata de que gane una derecha conservadora o una izquierda de progreso, sino que está en juego la democracia. Sí, así como suena, porque está en cuestión si España va a retroceder en materia de Derechos Humanos y si las esencias de nuestro Estado, resumidas en el preámbulo de la Constitución como una “sociedad democrática avanzada”, van a tener virtualidad.
Para entender la derechización actual, hay que remontarse a esa mayoría absolutísima del 2000, que quitó la careta centrista de quien dirigía los designios del país e hizo que algunos que fuimos ingenuos o engañados nos alejáramos.
Al anterior presidente socialista lo fumigaron sin duelo y la crisis financiera se lo llevó por delante. La derecha hegemónica se enfrentó a la crisis con grandes recortes sociales y de derechos. En este sentido, me resulta inolvidable un horroroso Consejo de Ministros en julio de 2012 que fue presidido nada menos que por un rey corrupto y vividor al que tanto siguen defendiendo las derechas.
Entonces se nos pidieron sacrificios ingentes. Muy poco antes se había producido la juerga de Botswana y el comienzo de un salvamento financiero a una banca y unas cajas culpables de mala gestión. Ese gobierno nunca tuvo la intención de recuperar los 60.000 millones empleados para rescatar al sector financiero. Exprimir a los ciudadanos para sanear a esos banqueros desalmados. Siempre tuve la convicción de que la crisis no solo sirvió para hacer recortes, sino que también fue la cobertura para que el PP de hace una década pusiera en práctica sus ideas neoconservadoras.
Nunca deben olvidarse las monstruosas sentencias del Tribunal Constitucional sobre la situación jurídica causada por la pandemia
El partido avanzó en la ruta de la derechización siguiendo la estela mundial, pero ello no impidió que surgiera un partido neofascista que engarzó con los sentimientos remozados de lo que fue una etapa muy larga y negra de nuestro país. Desde la muerte del dictador, estaban en retroceso. Pero los vientos que soplaban y siguen azotando el mapamundi fueron caldo de cultivo para que, frente a un solo escaño obtenido en 1979, esa fuerza fuese extendiéndose hasta tener hoy una presencia muy notable.
En ello ayudó mucho el PP. Dirigentes políticos, periodistas afanados y jueces que empezarían a actuar ya abiertamente muy condicionados por su ideología derechista protagonizaron el blanqueamiento de esa formación. Desde sus peones peperos colocados en las instituciones, se fortalecería a Vox. Nunca deben olvidarse las monstruosas sentencias del Tribunal Constitucional sobre la situación jurídica causada por la pandemia.
Es abominable querer imponer un estado de excepción ante esa grave crisis sanitaria. En ningún país de Europa se utilizó esa fórmula. No obstante, una de las facciones de la Brigada Aranzadi, como les llama un catedrático penalista, impuso su criterio, no tanto porque jurídicamente fuese lo correcto sino porque emitió unas sentencias de contenido y finalidad netamente político. Al admitir los recursos de Vox, se procedía a blanquear a este convirtiéndole, nada menos, que en el defensor de la Constitución. Algo tremendo. De paso, le sacudían así unas collejas al Gobierno.
En estos casi cuatro años de Gobierno de coalición, han existido luces y sombras, pero lo cierto es que la gestión ha sido buena y también el avance de derechos. En este tiempo, los partidos progresistas han mejorado muchas cosas pero, sobre todo las cifras de empleo, un 47% de incremento del salario mínimo, así como los derechos de los trabajadores con la aprobación de la reforma laboral. También se han implementado medidas para paliar la situación de los más desfavorecidos, los pensionistas no han perdido poder adquisitivo y se han incrementado notablemente las becas.
Ya sabemos cómo actuó el PP en la única crisis con la que tuvo que lidiar: recortes a los ciudadanos y máximas ayudas a los bancos y cajas
Pero, además, todo ello se ha producido en un tiempo azotado por dos crisis globales: la pandemia por el covid y la producida por la invasión y guerra en Ucrania, con efectos muy negativos en la economía mundial. Ya sabemos cómo actuó el PP en la única crisis con la que tuvo que lidiar: recortes a los ciudadanos y máximas ayudas a los bancos y cajas. Y, de paso, como señalaba, con la implantación de medidas ultraliberales en lo económico, ahondando en las desigualdades y el retroceso de las clases medias y bajas. También sabemos cómo actuó la asociación más ultraconservadora y politizada de jueces: promovieron una huelga contra el gobierno doce días antes de las últimas elecciones autonómicas y municipales.
Los ciudadanos españoles tendremos que decidir en un par de meses entre la desprotección social ayusista/trumpista pero con “alegría macarena” y desparpajo de estilo chulapo o políticas sociales basadas en principios de justicia y equidad.
Ciertamente, han existido errores como la gestión de la Ley del ‘solo sí es sí’, las muy desafortunadas reformas de la malversación y de la prevaricación que ni se entendieron ni el Gobierno explicó, y otros desaciertos como la promoción de personas de perfil partidista en el Tribunal Constitucional o el Consejo de Estado, en la misma línea de lo que ya hace el PP. Pero el conjunto de la gobernanza ha sido bueno, aunque con un hiperliderazgo muy personalista. Esto se ha manifestado en el error de que el presidente del Gobierno monopolizase unas elecciones locales y regionales con fuegos de artificio. Pero incluso con todo lo expuesto, los resultados de la gestión de este Ejecutivo son bastante buenos.
También quiero señalar una equivocación que se está produciendo. El empeño en algo que está cristalizando: hablar de “la izquierda de la izquierda” para referirse a los socios de Gobierno, pues ellos, en buena parte, han contribuido al avance de derechos en esta legislatura. Y es un gran error por dos razones: la primera es empujar a que se considere que ese sector sea interiorizado como extrema izquierda. Y eso, no solo es falso, sino que contribuye –en buena medida lo hace el PSOE– a arrinconar a ese espacio, lo que tendrá consecuencias negativas en la suma global futura. La segunda razón es el error que supone afirmar que el PSOE “es la izquierda”, cuando verdaderamente lo que siempre ha sido es un partido de centro-izquierda. En ese sentido, aciertan quienes desde la derecha afirman que “el PSOE se ha podemizado”. Y eso refleja algo innegable porque lo evidencian los resultados recientes y lo estaban mostrando las encuestas: el PSOE tiene una hemorragia por su derecha, pues un número nada despreciable de votantes se le ha ido al PP y no capta votos del fenecido Ciudadanos. Y ahora, con las nuevas elecciones, parece que en Moncloa y en Ferraz no se enteran.
El PSOE debe corregir el rumbo y moderarse, sobre todo el presidente, y dejar que sea Sumar quien, con un liderazgo claro y una buena gestión, represente derechos y políticas sociales más avanzadas. Esto no supone que el PSOE renuncie a postulados progresistas pero sí que no desatienda una posición más moderada e institucional y, desde luego, no monopolizar la propaganda de que ellos son la izquierda.
Es curioso que frente a la normalización de los pactos en todo desde 1979 entre el PSOE y lo que antes era el PCE, hoy la agitación desde la derecha y sus altavoces mediáticos ha demonizado a quienes representan ahora ese mismo espacio evolucionado, no hacia la radicalidad, sino al pragmatismo y la crítica contra los más poderosos social y económicamente. Y eso, no tiene perdón.
Pero hoy ya no se encuentra al frente de ese grupo el Lobo Feroz, sino una Caperucita Roja que ha demostrado una gran capacidad de diálogo y de llegar a acuerdos con quienes no piensan como ella. Además, aporta sosiego y ausencia de crispación, y eso tiene un gran valor en este país donde el ruido es ensordecedor.
Nos encontramos ante un momento clave para el futuro a corto plazo de la democracia en España. La derecha ha sabido inocular miedo a que gobiernen quienes no son ellos. Pero otros, en posiciones diferentes (que no trincheras) también lo tenemos hace tiempo. Llevo muchos años advirtiendo sobre la regresión democrática. Dejo a un lado muchos artículos más antiguos y recojo aquí uno de 2016 de El Periódico de Cataluña, un artículo que titulé “Tengo miedo”. Ahí reflexionaba sobre cómo el retroceso de derechos y libertades es asumido con preocupante insensibilidad ciudadana.
Por todo ello, nos encontramos en un momento clave: no se va a decidir sobre la simple alternancia normal entre partidos, sino que está en cuestión una concepción más genuina y profunda sobre la democracia y sus principios.
A las barricadas no, a la movilización por la democracia, sí.
Si alguien les transmitió que democracia es solo votar, les engañó. Es eso, pero también una cuestión mucho más profunda. En modo alguno debe admitirse aquella reducción. No es así. Desde mis años universitarios y mis posteriores decenios de vida en el servicio público en diversos cometidos, he consolidado una...
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Jesús López-Medel
Es abogado del Estado. Autor del Libro “Calidad democrática. Partidos políticos, instituciones contaminadas. 1978-2024” (Ed. Mayo 2024). Ha sido observador de la Organización de Estados Americanos (OEA) y presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la OSCE.
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