RÉGIMEN PATRIARCAL
“La violencia contra las mujeres en Irak es alta: se las mata fácilmente. El suicidio también es preocupante”
Las mujeres tratan de abrirse camino en un país que ocupa el puesto 146 de 162 en el ranking de desigualdad de género de la ONU. En 1987, el 75% de las iraquíes estaban alfabetizadas; en el 2000, ya eran menos del 25%
Núria Vilà Bagdad (Irak) , 21/06/2023
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Saja Alobaidi conduce por las calles de Bagdad, siempre abarrotadas de gente, y no siente que esté haciendo nada extraordinario. Con sus gafas de sol puestas y dos teléfonos a su lado, explica que hoy en día es normal ver a mujeres conduciendo por la capital iraquí, aunque a simple vista no pueda demostrarlo. El espacio público está dominado por la presencia masculina, pero Alobaidi, que apenas llega a la treintena, se ha criado en un entorno que le ha permitido aislarse de los conflictos que se vivían alrededor para centrarse en cumplir sus sueños.
“Somos una familia grande, tengo siete hermanas y un hermano. Mi padre era comerciante, y en los ochenta y noventa esto en Irak significaba que eras rico. Recuerdo que durante mi infancia mi padre nos construyó una piscina, me enseñó a nadar, pero le daba miedo que jugásemos en la calle y entrásemos en contacto con otra gente”, cuenta Saja. Lo peor todavía tenía que llegar, porque tras la invasión estadounidense, su barrio, en el distrito Al Karkh, en el oeste de Bagdad, pasó a estar controlado por Al Qaeda en 2006. Huyó con su familia a Siria, y luego a Jordania, pero cuando la seguridad mejoró regresó enseguida a Irak para proseguir sus estudios en Derecho.
Saja es abogada y combina dos trabajos: es asesora legal de un banco y, en la otra mitad del día, trabaja en su propio bufete de abogados, “donde brindamos servicios legales a empresas, startups... Todo lo relacionado con negocios, el sector comercial y la banca de inversión. Desde el registro hasta la liquidación, de la A a la Z”, explica, ya sentada en la cafetería de The Station, un moderno espacio de coworking para emprendedores que frecuenta en Bagdad.
Saja Alobaidi, en la puerta del coworking desde el que trabaja. / N. V.
“No ves a muchas abogadas mujeres trabajando en el sector comercial, el 99% son hombres. Este es el primer reto. En mi primer año trabajando para el sector corporativo tuve que ir al Ministerio del Interior a sacar algunos permisos de trabajo y visados para trabajadores extranjeros. Allí hay mucha gente armada. Algunos me dieron su número de teléfono para contactarlos, y no por trabajo. Así que tienes que ir con cuidado. Eso fue en mi primer año y nunca volví, siempre envío a mi colega porque no me gustó el ambiente. No es fácil para las mujeres trabajar en estas entidades. Al principio eres naif y no sabes cómo responder”, prosigue Saja que, viviendo ya como adulta, reprocha a su familia que la hayan criado tan aislada de esta realidad que se encontraría después.
Una brecha de género gigante
Pese a la lucha de las mujeres que tratan de abrirse camino, los datos muestran que, sobre el papel, persisten aún enormes desigualdades. Irak se encuentra en la posición 146 de 162 en el ranking del índice de desigualdad de género del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en cifras de 2019. El número de mujeres que han cursado la educación secundaria es del 39,5%, comparado con el 49,3% del resto de países árabes, según la ONU. La participación de las mujeres en el mercado laboral es de solo el 11,6%, y durante las elecciones de 2021 solo 95 mujeres fueron elegidas para formar parte del Consejo de Representantes iraquí, de un total de 329 miembros, según datos recogidos también por las Naciones Unidas. Asimismo, la violencia de género persiste. El Departamento de Relaciones Públicas del Consejo Judicial Supremo registró 17.438 casos de violencia contra las mujeres en 2022.
Pero no siempre fue así. Históricamente, “la Constitución provisional iraquí –redactada en 1970– garantizaba formalmente la igualdad de derechos de las mujeres, y otras leyes aseguraban específicamente su derecho a votar, asistir a la escuela, postularse para cargos políticos y poseer propiedades. Sin embargo, desde la Guerra del Golfo de 1991, la posición de la mujer dentro de la sociedad iraquí se deterioró rápidamente. Las mujeres y las niñas se vieron afectadas de manera desproporcionada por las consecuencias económicas de las sanciones de la ONU y carecían de acceso a alimentos, atención médica y educación”, según un informe de Human Rights Watch.
La participación de las mujeres en el mercado laboral en Irak es de solo el 11,6%
Tras la Guerra del Golfo de 1991, “muchos de los pasos positivos que se habían dado para mejorar el estatus de las mujeres y las niñas en la sociedad iraquí se revirtieron debido a una combinación de factores legales, económicos y políticos. El factor político más importante fue la decisión de Saddam Hussein de abrazar las tradiciones islámicas y tribales como herramienta política para consolidar el poder”, prosigue HRW. Posteriormente, según la UNESCO, “como resultado de la campaña nacional de alfabetización, en 1987 aproximadamente el 75% de las mujeres iraquíes estaban alfabetizadas; sin embargo, a fines del año 2000, Irak tenía los niveles regionales más bajos de alfabetización de adultos, con un porcentaje de mujeres alfabetizadas de menos del 25%”.
Mujeres que abren el camino
Pascal Isho Warda podría haber sido una de ese 25% de mujeres relegadas al margen de la educación. Pero criarse en un contexto extremadamente politizado la llevó a implicarse en promover los avances en su país. Pascal nació en Duhok, en el Kurdistán iraquí, en 1961. Habían estallado los enfrentamientos entre el ejército kurdo y el iraquí y a los cuatro meses de vida ya se había convertido en desplazada. Siendo cristiana, vio cómo su padre se unía para luchar junto a las fuerzas kurdas. Ella, en cuanto tuvo edad para estudiar fuera, se desplazó a Francia y, posteriormente, ya convertida en activista política contra el gobierno baazista, se instaló en Damasco. “¡En Bagdad me hubiesen matado!”, exclama.
“Al principio del gobierno de Saddam Hussein pensábamos que viviríamos mejor, pero vimos que con el gobierno baazista no había desarrollo para las mujeres”, explica, sentada en su oficina de la Organización de Derechos Humanos Hammurabi, que preside. Pascal rememora aquellos peligrosos años en la oposición, desde fuera del país. “Cuando estaba en Damasco escribí un artículo que decía: ‘Las mujeres iraquíes, tanto si somos mujeres puras o impuras, nos matan igual: ¿qué debemos hacer?’. En el año 2000 di una charla en Ginebra representando a las mujeres iraquíes en la oposición. Había mujeres iraquíes del régimen presentes. Me dijeron: ‘¿No te avergüenza hablar en contra de tu país?’”. El ambiente se caldeó hasta el punto que Pascal temió por su seguridad. “Aquel día me salvaron los ángeles”, recuerda ahora.
Con el gobierno baazista no había desarrollo para las mujeres
Con la caída del régimen de Saddam Hussein tras la invasión estadounidense, de la que ahora se conmemoran 20 años, Pascal regresó a Irak y participó de aquella nueva era, hasta el punto que se convirtió en ministra de Inmigración y Refugiados en el gobierno interno. “Querían hacer el primer consejo sin mujeres. Dijimos que no lo aceptaríamos, y que debíamos imponer una cuota. Dijeron que el 40 o 50% de mujeres era demasiado, y al final quedó en que no podía haber menos del 25%. Era muy difícil para las mujeres lidiar con los hombres; la competición entre hombres y mujeres es realmente un problema en Irak, ya que los hombres se sienten amenazados”, cuenta. Pascal fue una de las solo 6 mujeres que integraron ese gobierno provisional, formado por 32 miembros. “Cuando era ministra, en 2004, mataron a cuatro de mis guardaespaldas. No sabemos quién lo hizo, y todavía hoy tengo protección”.
Pascal, que es miembro de la junta de la Red de Mujeres Iraquíes, sigue trabajando activamente para los derechos feministas, sobre todo de las minorías, desde su ONG. “La violencia contra las mujeres es alta: se las mata fácilmente. El suicidio también es un tema preocupante… Trabajamos duro, el cambio no se acepta fácilmente en Irak, y desde la pandemia la situación de violencia contra las mujeres ha empeorado”, lamenta.
“El primer paso para cambiar la situación es trabajar en la seguridad. Porque si tienes un país en conflicto, es muy peligroso para ti hablar sobre estos temas sensibles”, añade Saja Alobaidi. “Desde mi perspectiva, yo trabajo desde mi posición, no puedo hablar en nombre de la sociedad porque no hay nada detrás que me mantenga segura si me pasa algo. Intento construir un ambiente de trabajo saludable; cada uno debe trabajar desde su sitio para el cambio. No solo para las mujeres, porque aquí todos luchamos cada día con todo el mundo, pero para las mujeres es doble. Entonces creo que si tenemos estas pequeñas conversaciones con nuestras familias, hermanas, hermanos… Esto añade más contactos en la cadena y el cambio vendrá de la sociedad cuando todos trabajemos desde este punto”, concluye.
Saja Alobaidi conduce por las calles de Bagdad, siempre abarrotadas de gente, y no siente que esté haciendo nada extraordinario. Con sus gafas de sol puestas y dos teléfonos a su lado, explica que hoy en día es normal ver a mujeres conduciendo por la capital iraquí, aunque a simple vista no pueda demostrarlo. El...
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Núria Vilà
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