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Munir Hachemi / Escritor

“Tenemos una incapacidad para pensar tecnologías desde lo comunitario”

Esther Peñas 7/07/2023

<p>Munir Hachemi, escritor hispano-argelino posando en las calles de Lavapiés. / <strong>KIKE PARA</strong></p>

Munir Hachemi, escritor hispano-argelino posando en las calles de Lavapiés. / KIKE PARA

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Más que un libro en sentido clásico, podría hablarse de artefacto. Blandiendo la ficción especulativa, Munir Hachemi (Madrid, 1989) propone una narración que encuentre puntos de fuga al capitalismo, capaz de retomar postulados anarquistas, estimulando la imaginación, sopesando hasta qué punto reapropiarse de la lengua podría incidir en un cambio (radical) de vida. Todo ello sin pasar por alto la emergencia climática y un sistema que nos pone en entredicho una y otra vez. El resultado, El árbol viene (Periférica, 2023), un acercamiento a la comunidad de los mulai, que habitan el centro de una cúpula, “la zona habitable”, que comen alimentos deshidratados, carecen de código binario sexo/género, van desnudos, son inseminados y usan una lengua cuyo fin es la propia lengua, no la comunicación.

El árbol viene, ¿se aproxima más a la Utopía de Moro o a la Heterotopía de Foucault?

A la heterotopía de Foucault. Me interesa mucho la idea de utopía, pero la escritura de El árbol viene me hizo pensar que lo que para nosotros hoy es una utopía podría no serlo para el sujeto utópico. No es tan simple como componer un sistema e imaginarnos a nosotros mismos en él; el propio sistema utópico cambiaría nuestras formas de subjetivación en modos imprevisibles.

En cierto modo, los mulai recuerdan vagamente al hombre ludens, de Johan Huizinga. ¿Qué importancia tiene (o debería tener) lo lúdico en la vida y en la escritura?

No soy quién para prescribir qué importancia debería tener el juego en la vida de nadie, pero para los mulai sí es imprescindible. El juego entendido como forma de relacionarse con el mundo, no como un sistema de reglas. En la escritura, al menos de El árbol viene, ha sido fundamental, pero me gustaría que lo fuera más aún en la lectura, que el lector jugara con el texto, que lo pervirtiera, que encontrara referencias, ecos y genealogías en las que yo no haya pensado.

¿Es posible, más allá de la literatura, otra organización social, tal y como resisten los mulai? ¿Son posibles otras maneras de organización social ajenas al sistema capitalista?

Esto es central en la escritura de El árbol viene y tiene mucho que ver con el impacto que me produjo la lectura de Los desposeídos

Son posibles porque el capitalismo no ha existido siempre (de hecho, es bastante joven). La pregunta que me interesa es en qué medida la literatura es una práctica que puede ayudar a desentrañar o al menos a vislumbrar qué maneras serían esas. Esto es central en la escritura de El árbol viene y tiene mucho que ver con el impacto que me produjo la lectura de Los desposeídos, de Ursula K. Leguin. Esa novela me enseñó que la literatura tiene algo que aportar a la hora de imaginar otros mundos, que tal vez la literatura sea el lugar desde el que podamos encontrarle el quiebre a aquella máxima: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

La disposición vital de los mulai (trabaja a placer, carecen de propiedad, no hay jerarquías sociales…) se aproxima mucho a cierto anarquismo político, cercana también a la novela que usted acaba de mencionar, Los desposeídos. ¿Qué referencias ha tenido para estructurar este modo de vida?

Los desposeídos ha sido esencial para arrancar a escribir El árbol viene, pero la propia escritura ha bebido más de otros textos como Plop o El árbol de Saussure. Una pregunta muy fuerte que está en la novela y que Ursula no aborda tanto en esa obra es: para hablar de un mundo otro, ¿hace falta una lengua otra? Si la respuesta es sí, no basta con que los personajes hablen su propia lengua, el propio texto tiene que abrirse a que la lengua en que está escrito se deforme, se magnetice, cambie.

Una de sus propuestas es la resignificación del lenguaje, para desproveerlo de connotaciones que lastran las palabras, algo que intentó el Grupo del 47 (Heinrich Böll, Ingeborg Bachmann, Günter Grass…) para reapropiarse del lenguaje que utilizaron los nazis. ¿Hasta qué punto esto es posible?

Lo que propone El árbol viene es que no sólo es posible, sino que es consustancial al propio lenguaje. En la novela trabajo mucho con la idea de malentendido (el propio título es un malentendido). La comunicación mulai se fundamenta en constantes malentendidos; eso le enseña al Arqueólogo que también la nuestra, aunque nosotros lo vivimos con pánico y los mulai con un goce lúdico.

En un momento determinado, el Arqueólogo, observando cómo emplean la lengua los mulais, reflexiona y anota que eso es posible “a base de experimentación y locura”. ¿Ambas son los únicos caminos posibles para procurar la desviación de la norma?

Bueno, lo que dice el Arqueólogo es que algunos han atribuido las desviaciones lingüísticas de los primeros mulai a la experimentación y a la locura, y añade que la segunda explicación le parece perezosa o, quizá, idéntica a la primera. Me interesaba pensar cómo un proyecto utópico necesariamente pasa por un momento clave de pérdida de control. Esto es algo que me fascina, se ve en los primeros años de la URSS, en el Chile de Allende, en la Reforma Agraria del 32… Entre los mulai, lo que sucede es que los creadores del proyecto ven cómo se les va rápidamente de las manos y la experimentación inicial se convierte pronto en un devenir fuera de control.

Un lenguaje, como el de los mulai, que sólo informe, pierde toda la capacidad de sugerencias, simbólica, estética. ¿Merecería la pena? ¿Qué cree que diría Chomski a esta propuesta?

¡El lenguaje de los mulai no sólo informa! Lo que pasa es que en las pocas ocasiones en que lo usan para comunicarse, lo usan así, pero la lengua mulai casi nunca está supeditada a la comunicación, su fin último es ella misma, lo que la habilita, o incluso, la obliga a la poesía.

Qué no haya una palabra para decir “adiós”, ¿cómo nos enfrenta a la pérdida?

Cuando un mulai muere, toda la comunidad dedica un día entero a remedar lo que hizo el día que murió

Los mulai no tienen una palabra para decir adiós porque su dimensión comunitaria es tan fuerte que la pérdida de un individuo no se entiende como la entendemos nosotros. Alguien se va, pero permanece en los gestos de los otros, en sus palabras, en su memoria, pero sobre todo en su cuerpo. Cuando un mulai muere, toda la comunidad dedica un día entero a remedar lo que hizo el día que murió; su cuerpo va a las composteras, es decir, se lo acaban comiendo, lo incorporan. Pero nosotros no somos mulai, así que podemos seguir diciendo adiós.

¿Qué se consigue transgrediendo la norma? ¿Cómo saber si una norma es válida o no (al fin y al cabo, los mulai tienen sus parámetros)?

No pretendo hacer una propuesta ética sólida en El árbol viene, más bien pensar en qué pasaría con la norma en otra comunidad, en una heterotopía.

“En el mundo de Dog suceden cosas maravillosas”. En un momento de descreimiento generalizado de la trascendencia, ¿conviene reivindicar la espiritualidad?

A la pregunta diría que no. Pero ni El árbol viene ni los mulai la reivindicarían. Dog es un dios sin dios, pero a la vez tiene una dimensión espiritual. En la novela, el Arqueólogo se pregunta de dónde les viene esa pulsión trascendental. Una de las teorías que se proponen es que dicha pulsión es la consecuencia inevitable de una prohibición, la de visitar el templo (la nave en la que llegaron los primeros mulai).

“En el templo tenía todo lo que podía desear salvo una cosa, lo más importante para un mulai: la compañía”. ¿Cree que las nuevas tecnologías están socavando los vínculos?

Personalmente, no lo creo; como mucho, dan cuenta de nuestros propios límites, de nuestra incapacidad para pensar en las tecnologías desde lo comunitario.

El Arqueólogo convive con los mulai, siendo tan distinto a ellos los observa, trata de comprenderlos. ¿Por qué nos cuesta tanto, en la vida real, aceptar lo diferente, lo otro?

No universalizaría esa incapacidad, que creo propia del sujeto occidental, que trata de adaptar el mundo a su logos en lugar de adaptar su logos al mundo. Cuando llega al domo, el Arqueólogo trata a los mulai como un objeto de estudio, intenta entenderlos desde su subjetividad, pero con el tiempo se abre a la diferencia y termina por hacer más una autoetnografía que un informe antropológico en el sentido clásico.

Una cuestión que aparece en la novela es la emergencia ecológica. ¿Hemos de dar por perdido el planeta toda vez que ya hay hipótesis de trabajo sobre colonización de otros planetas?

¡No! En la novela, la emergencia ecológica aparece como un axioma; los mulai no imaginan un crecimiento ilimitado porque en su mundo los recursos son escasos. Pero aparte de eso, me querría extender un poco en esta respuesta.

En rigor, la idea de El árbol viene surge de la lectura de un artículo de divulgación en el que se explicaba que el viaje a Marte ya es posible desde un punto de vista técnico. Sin embargo, en los experimentos que se han hecho, al aislar a una serie de sujetos durante unos meses, surgen multitud de problemas psicológicos o conflictos entre los tripulantes. Me interesó muchísimo esa idea: el sujeto occidental es capaz de colonizar el cosmos, pero no de colonizarse a sí mismo (sin que esto sea algo deseable). El conocimiento de lo otro, entendido como dominación, parece entrar en contradicción con el conocimiento de sí. Yo suelo leer divulgación científica; ante las sequías de este año y la desertificación de la Península he visto, atónito, cómo algunos científicos proponen “sembrar lluvia” lanzando ciertos elementos químicos a la atmósfera. De nuevo, nos creemos capaces de conquistar el cielo, pero no de parar nuestras propias máquinas, de dejar de emitir los gases que producen el calentamiento que queremos evitar. Esa constatación al mismo tiempo me entristece y me fascina.

¿Sólo un colapso será capaz de quebrar las dinámicas de consumo que nos consumen (disculpe el juego de palabras)?

Ojalá que no. No, porque en algunos lugares, en algunas comunidades, ya se ensayan y desde siempre se han practicado otras formas de vida que no ven el mundo como un montón de recursos a agotar. Sin embargo, el crecimiento infinito es el germen del capitalismo, su propia lógica, como ya sentenció Marx en el siglo XIX. Negar eso es el verdadero negacionismo. Hoy padecemos la extenuación de esa lógica. La respuesta, entonces, es que no sé si hay una alternativa al colapso, pero si la hay debe ser necesariamente anticapitalista.

Más que un libro en sentido clásico, podría hablarse de artefacto. Blandiendo la ficción especulativa, Munir Hachemi (Madrid, 1989) propone una narración que encuentre puntos de fuga al capitalismo, capaz de retomar postulados anarquistas, estimulando la imaginación, sopesando hasta qué punto reapropiarse de la...

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