Madrí, zona de obras
Bilbao
A mediados del XIX el ensanche de Madrid fue echando a las cabras hacia el monte. Así surgió la glorieta con forma de estrella de cinco puntas
Ricardo Aguilera 17/09/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
¿Dónde quedamos? En Bilbao. No hay más que decir. Bilbao es donde se queda porque tiene el meeting point por antonomasia: “Quedamos en la salida del metro”, “quedamos donde el kiosco”, “quedamos en la puerta del Comercial”. Da igual. Los tres sitios son el mismo, un punto geográfico plagado de gente esperando que su cita aparezca. Nos quedamos, pues, en Bilbao.
Como dicen los mayores, antes todo esto era campo, pero a mediados del XIX el ensanche de Madrid fue echando a las cabras hacia el monte. Así surgió la glorieta de Bilbao. El nombre le viene porque estaba fresco el recuerdo de la capital vizcaína como ciudad invicta en las Guerras Carlistas, ese lío que solo se entiende a fuerza de codos o zurracapote. Bilbao se convirtió en el centro comercial e intelectual de una zona que todavía se conoce como los Bulevares, aunque estos ya no existan. Se los llevó por delante en 1963 el alcalde de la Gestapo y Conde de Mayalde. ¿Qué era eso de que los madrileños caminasen entre arboledas, con bancos a su disposición y kioscos de horchata? De eso nada, monada: circulen, y circulen en su 850-N. El NODO, con la voz rimbombante de Joaquín Ramos, resumió magistralmente la orden del nostálgico del III Reich: “La circulación progresivamente creciente en la capital quedará descongestionada gracias a esta necesaria reforma”. No quedó ni un árbol. A día de hoy, el hobbit consistorial sigue su ejemplo: la forja de un mequetrefe.
Un detalle importante: la glorieta de Bilbao tiene forma de estrella de cinco puntas. Dos están marcadas por sendos tramos de la calle Fuencarral. Las otras tres corresponden a Carranza, Sagasta y Luchana. En este escenario estelar surgió una constelación de cafés con solera: El Europeo, La Campana, el Comercial. Allí abundaban las tertulias con intelectuales de los de antes: gente que sabía hablar, leer y escribir, seres tangibles que se relacionaban con sus pares a pelo, sin sostén informático. O sea, intelectuales. De todos esos emporios del buen entendimiento solo queda el Comercial. Y ni eso. En 2015 cerró sus puertas giratorias, que eran de las honradas, no de las otras. La familia dueña del inmueble dijo basta tras el fallecimiento de sus matriarcas. Todo parecía abocado a que allí se instalara una franquicia temible. Hubo suerte. El Ayuntamiento de la abuelita roja estaba comenzando su andadura y vio la oportunidad de tener un gesto para la galería de ilusionados. El Comercial volvió a abrir, pero ya no era lo mismo. Ahora todo son reservas, preavisos, citas por internet y una domadora de sala estabulando a la clientela. De esa segunda planta libérrima donde lo mismo se jugaba al ajedrez que se asistía a una reunión germinal de Podemos, nada ha quedado. Tempus fugit. Con decir que ahora, en la puerta del Comercial, se anuncia un brunch en vez de unos picatostes...
A mano izquierda del Comercial abundan los riders apoyados en sus bicis, consultando el móvil y esperando el próximo pedido. Se apostan frente a un local acertadamente llamado “Junk Burger”. Miro el diccionario. Traducción: hamburguesa de mierda. Así, sin complejos, como la ultraderecha de Ansar y Cia. Se comprende mejor el mundo en que vivimos si asumimos que jóvenes con estudios se juegan el tipo a pedales para alimentar al personal con boñigas de vaca. Es el mercado, amigo. Doblando la esquina, un remanso para los jugos gástricos: La Magnífica de Sagasta, vinos y cervezas desde 1880. Comercio y bebercio comprensible. ¡Ñam! Cruzando Sagasta entramos en territorio Luchana. A lo lejos se avista el espectro de la papelería-imprenta Salazar. Una pena. Su escaparate era un revoltijo de cromos, estampitas, postales, mapas pasados de fecha, estilográficas, recortables, tacos Mirga… Quincalla de escritorio añoso que llamaba la atención y a la nostalgia. Cerró por desgaste de materiales humanos. Todavía sigue vacío. Sigamos la ronda. Cruzamos Luchana camino de Fuencarral de arriba, lo que antes era la calle de los cines. Cayeron uno detrás de otro: el Bristol, los Mini Cines, el Roxy A y el Roxy B. Subsiste el Paz. Y, sobre todo, renació el Proyecciones, gloria del decó nacional, obra de los arquitectos López Mora y Sala Bazán. Se estrenó en 1932, pero sigue siendo el edificio más moderno de la calle Fuencarral: bello, limpio de líneas y respetado por la reforma que se hizo en 2004 bajo la mirada de Rafael de la Hoz. Menos mal.
Volvamos a Bilbao, glorieta. Recogiendo el guante de los antiguos cafés con tertulia, reinó durante un par de décadas la cafetería Yucatán: mezcla imposible de amas de casa, vecindario pureta, personal ambulante y modernos de los 80 echando humo por la cabeza. En la puerta, un limpiabotas huido de una novela de Galdós. Ya no están ni el Yucatán, ni el limpiabotas, ni las amas de casa, ni los puretas, ni los modernos. En su lugar hay una cafetería sin personalidad y un público sin atributos: solo turistas y viandantes. Nada permanece, ni el vecindario. Lo llaman gentrificación. Al otro lado, cruzando Carranza, el único edificio de fuste de la glorieta: el pastelón de Seguros Ocaso. Teodoro de Anasagasti proyectó este neobarroco afrancesado en 1917. Contrasta el merengue de la fachada con la ominosa presencia del emblema de la empresa: un sol poniente sobre el horizonte del mar. La verdad es que hay que tener cuajo para contratar un seguro de vida en una empresa que se llama El Ocaso. Hay gente pa tó, que decía Rafael El Gallo. Estamos ya encaminados al Fuencarral de abajo, arroyo bullicioso que conduce a los jaleos de Malasaña y Chueca. Arrancando ese cauce, allá por los 70, abrió puertas al blanco y negro reinante un local de vanguardia: el Drugstore, emporio de la noche donde se vendía de todo a deshora, y no solo material aprobado por las ordenanzas. Mucha vida y mucha muerte. Luego fue un VIPS y hoy ha devenido en un supermercado. El pasado pasteurizado.
El centro de la glorieta viene dominado por un tráfico tremendo, con semáforos que ordenan y desordenan giros imposibles. Justo en medio hay una rotonda oblonga de la que manan nueve chorros de agua como nueve plagas de Egipto, cortesía del faraón Gallardón en 2007. (Las plagas eran diez: él mismo era la última). Antes, el núcleo de la glorieta estuvo habitado por la estatua de Juan Bravo Murillo, ministro de casi todo en tiempos de Isabel II. A principios de los 60, se mudó a su propia calle, donde los jardines del Canal, que para eso fue uno de sus promotores. La escultura, obra de Miguel Ángel Trilles, presenta a un patricio rimbombante, más esbelto que el original, y con una moza en la peana enseñando teta y recogiendo agua de un cántaro. Muchas alegorías. Sin embargo, lo más simpático del mobiliario municipal de la glorieta no han sido ni fuentes ni estatuas, sino una señal de tráfico. A principios de los 80, colocaron en la isleta que hay delante del Comercial un letrero bien grande que avisaba a los conductores que la calle Fuencarral estaba prohibida al tráfico particular de las 08:00 a las 20:00 horas. Nadie hizo caso nunca. La calle fue un atasco permanente hasta su semipeatonalización. El letrero solo servía para encadenar las motos que aparcaban en la isleta. La mía era una de ellas. Cuando lo quitaron, tras más de dos décadas de caso omiso por parte del pueblo de Madrid, lo eché de menos. Uno es un sentimental y siempre apuesta por los fracasados.
¿Dónde quedamos? En Bilbao. No hay más que decir. Bilbao es donde se queda porque tiene el meeting point por antonomasia: “Quedamos en la salida del metro”, “quedamos donde el kiosco”, “quedamos en la puerta del Comercial”. Da igual. Los tres sitios son el mismo, un punto geográfico plagado de...
Autor >
Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí