Madrí, zona de obras
Berlineses
Arias Navarro, afamado asesino en serie, inaugura un parque. A su lado debería haber estado Willy Brandt, ministro de Exteriores de la RFA. Estaba invitado desde un año antes, cuando aún era alcalde de Berlín. Pero no fue
Ricardo Aguilera 3/09/2023
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“Ich bin ein berliner”. Corría el año 1963 cuando John Fitzgerald Kennedy, a la sazón presidente de ese “mundo libre” que incluía a España como a un hijo tonto, soltaba esta fresca desde el balcón del Rathaus Schöneberg, en Berlín. A su lado, pero a su izquierda, estaba Willy Brandt, alcalde de la ciudad. La leyenda cuenta que los más escrupulosos con la lengua de Goethe se preguntaron por qué aquel muchacho había confundido a los berlineses con las berlinesas, esos pasteles rellenos de crema que tanto colesterol esparcen. En fin, cosas de la realpolitik. Tras colocar su frase, el guapo del tupé partió dejando a los berlineses de verdad rodeados por un muro, a un paso de los tanques soviéticos y en el objetivo de mira de un buen puñado de misiles. Como todos los actores de carácter, Kennedy sabía cuándo había que hacer mutis por el foro.
Vayamos a otro foro: el Foro. Madrid. Cuatro años después. Exterior día. Arias Navarro, afamado asesino en serie, inaugura un parque. A su lado, y radicalmente a su izquierda, debería haber estado Willy Brandt, ministro de Exteriores de la RFA, o sea, la Alemania buena. Estaba invitado desde hacía un año, cuando aún era alcalde de Berlín. Pero no fue. Brandt no ignoraba que la mano que tendría que estrechar chorreaba sangre. Se libró del mal trago mandando al embajador alemán en Madrid, Helmut Allard. Arias Navarro debió supurar alivio. Para él, Brandt, en su condición de socialdemócrata, no debía ser más que un rojo de mierda, como todos aquellos que mandó fusilar en Málaga, su tierra chica. Al final hubo inauguración, discurso y placa conmemorativa. Cosas de la realpolitik, otra vez.
El parque habría de llamarse de Berlín, de ahí la invitación al exalcalde de la capital alemana. Casi cinco hectáreas de árboles, césped y pendientes. Hoy sigue ahí, como respiradero del barrio de Prosperidad. Entre sus vericuetos hay una estatua (fea) de un oso, símbolo de Berlín. En otro recodo encontramos un monumento dedicado a Beethoven: su cabeza en bronce sobre un piano de granito blanco. Siniestro, como mínimo. Un poco más allá, un busto que recuerda a Álvaro Iglesias Sánchez, un muchacho que arriesgó su vida para salvar a los vecinos de un incendio en la calle Carranza. Murió en la gesta. En la parte alta del parque hay chirimbolos para la chiquillería, un polideportivo y un auditorio que da juego en las fiestas del barrio. En la parte de abajo reposa un estanque modestito donde antaño hubo peces, antes de que el personal diera cuenta de ellos. Desde 1990, dentro del estanque están en remojo tres trozos del muro de Berlín, cual lomos de bacalao para desalar. Los trajeron tras la desamortización del orden soviético. El Ayuntamiento de Agustín Rodríguez Sahagún aflojó nueve millones de pesetas para traerse esos mazacotes de un hormigón ya desarmado. Venían con grafitis de origen: “El mundo es demasiado pequeño para tener muros” y cosas así. Corre la leyenda de que justo antes de que los plantasen en el lago, un empleado municipal se puso a frotar el hormigón teutón para quitar todas esas simplezas. Alguien le avisó de que parase porque corría peligro su puesto: el Pelopincho consistorial quería los meños así, con firma. Se non è vero, è ben trovato. Visto lo visto, y en previsión de que fueran tapados por otras obras de arte urbano a la madrileña, fueron revestidos de una imprimación que dicen que repele las pinturillas. No sé yo.
Al norte del parque, cruzando Concha Espina, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, conocida popularmente como el sombrero mexicano. Motivos hay. Fue diseñada por los arquitectos Enrique de la Mora (mex) y José Ramón Azpiazu (esp). Tiene planta octogonal y un perfil imposible, de ahí su mote. Se trata de una obra maestra del expresionismo estructural mexicano, con su paraboloide hiperbólico de la cubierta, tal como rezan las enciclopedias de arquitectura. El ingeniero Félix Candela (esp-mex) se ganó unos cuantos galones por su labor en el encofrado. Cada vez que paso por ahí me resuena en la cabeza el Charro Avitia pidiendo a voces una pura y dos con sal. ¡Híjole!
Tirando hacia el este se encuentra la Colonia Prosperidad. Un remanso. Ese pequeño pueblecito empotrado en la gran ciudad data de finales de los años veinte del pasado siglo. Por entonces se desarrollaron en Madrid varios núcleos de casitas que querían remedar el ideal de la ciudad jardín inglesa, pero adaptándolo al presupuesto nacional, o sea, en pobre. Son casitas modestas, de escasa planta, dos alturas y un patio delantero. Los nuevos propietarios hacen lo que pueden para ganar metros y a veces las estropean. Otras, las engalanan. Hay gente pa tó. Al lado de la colonia, la calle Marcenado y el Registro Civil, donde casan al personal a destajo en la salud y en la enfermedad. Y tras el Registro, un barrio que está mutando. Donde hubo fábricas, ahora hay viviendas. Donde hubo patios de manzana, ahora hay cocinas fantasma protegidas por el Ayuntamiento del Pulgarcito perverso. Donde hubo vecinos haciendo su vida, ahora solo hay malos humos. Un logro.
Al sur del Parque de Berlín encontramos la plaza del Morasol, donde el sol no mora porque tiene orientación norte. Allí estaba el cine Morasol, que fue reconvertido en sala de conciertos en tiempos de la Movida con gran éxito: Tina Turner, Siniestro Total, Culture Club… Hoy vuelve a ser cine, pero con nombre rimbombante: Cines Conde Duque Auditorio Morasol. Y ya que hemos mencionado la Movida, no queda más remedio que hablar del Ateneo de la Prospe, que está justo al lado oeste de la plaza. Atentos, que esto sí que es historia.
A principios de los años setenta, el rancio edificio que hoy alberga el Centro Cultural Nicolás Salmerón era la Escuela de Mandos José Antonio, un centro de incapacitación profesional. Allí enseñaban a jovenzuelos sin escrúpulos ni sesera a ser profesores de educación física y, aún peor, profesores de FEN, o sea, Formación del Espíritu Nacional. Hoy, que tanto se habla de adoctrinamiento en los colegios, conviene recordar que muchos nos tuvimos que tragar esa “María” que loaba el fascismo. Una vez que se murió la momia genocida, no pareció pertinente seguir enseñando a los niños a ser buenos franquistas, así que se cerró la escuela. En esos años de bendito desconcierto político, el edificio fue okupado por la juventud airada de la Prospe. Desde el Ayuntamiento del apocado José Luis Álvarez no se dijo ni mu; bastante tenían con buscar una salida para sus culos apoltronados. Se creó un centro autogestionado con guardería, biblioteca, taller de fotografía, cinefórum y locales de ensayo. La organización de todo el tinglado era asamblearia y el bar era testigo de una constante tormenta de ideas. Allí maceraron las músicas de grupos como La Romántica Banda Local, Paracelso, Caballo, La Teta Atómica, Alaska y los Pegamoides, Los Zombies y muchos más, todos ellos con nombres disparatados. Como la autogestión libertaria no está bien vista por nadie que no la practique, en cuanto volvió el orden llegó el comandante y mandó parar. El comandante, en este caso, resultó ser Tierno Galván, un profesor a la vieja usanza que no veía con buenos ojos a esos alumnos tan díscolos. Luego, mucho alardear de movidas, colocones y loros, pero lo primero fue cerrar el grifo a la creatividad por cuenta propia. Mejor encauzarla en los vericuetos municipales y espesos. Así salió la dichosa Movida: convertida en foto fija.
“Ich bin ein berliner”. Corría el año 1963 cuando John Fitzgerald Kennedy, a la sazón presidente de ese “mundo libre” que incluía a España como a un hijo tonto, soltaba esta fresca desde el balcón del Rathaus Schöneberg, en Berlín. A su lado, pero a su izquierda, estaba Willy Brandt, alcalde...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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