imperios combatientes
Más sobre los secretos de Ustica
Por qué el deseo del expresidente italiano Giulio Amato pidiendo que la OTAN reconozca la verdad sobre el derribo del DC-9 de Itavia de junio de 1980 es una operación imposible
Rafael Poch 9/09/2023
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El 28 de agosto de 1988, 300.000 personas asistían al ‘Flugtag’ una jornada de puertas abiertas en la base americana de Ramstein, en Alemania. La jornada concluía con la exhibición aérea de la patrulla acrobática de las fuerzas aéreas italianas ‘Frecce tricolori’, las flechas tricolor. Era uno de esos actos de espectáculo festivo y relaciones públicas de la potencia ocupante de Europa Occidental. La Iglesia evangélica alemana había llamado a la población a no asistir a “este tipo de certámenes utilizados para idealizar y endiosar la maquinaria bélica de matar seres humanos”. Socialdemócratas y verdes también se habían mostrado críticos con el show. Eran, desde luego, otros tiempos aún dominados en Alemania por el antimilitarismo y el antibelicismo...
El caso es que, cuando la patrulla acrobática italiana ultimaba su maniobra, dibujar un corazón en el cielo que el líder de la patrulla, el teniente coronel Ivo Nutarelli, debía atravesar con su aparato cruzándose en vuelo con sus compañeros, los aviones colisionaron, con el resultado de 67 muertos y quinientos heridos, entre todos ellos muchos niños. Fue el peor accidente hasta la fecha en una exhibición aérea, solo superado años después, en julio de 2002, por una catástrofe similar en la ciudad ucraniana de Lviv.
Nutarelli y su compañero de patrulla acrobática Mario Naldini, también muerto en Ramstein, habían sido testigos, ocho años antes, el 27 de junio de 1980, de otra catástrofe aérea, el nunca reconocido derribo accidental por un misil de la OTAN, del DC-9 de la compañía Itavia que volaba desde Bolonia a Palermo, sobre la isla de Ustica, 50 kilómetros al norte de la costa siciliana. Aquel misil, que ha sido secreto de Estado de la OTAN durante cuarenta años, se cobró la vida de 81 pasajeros y tripulantes del avión. El pasado 2 de septiembre, el ex primer ministro italiano Giuliano Amato dijo, en una entrevista en La Repubblica que el misil lo había disparado un avión francés con el objetivo de derribar un avión militar libio en el que se creía viajaba Gadafi. Nutarelli y Naldini volaban aquel día a bordo de un TF-104G por aquella zona, en la que la OTAN realizaba unas “maniobras militares”, presumiblemente para encubrir la operación contra Gadafi. Francia se encontraba aquel año en guerra en Chad, enfrentada a las tropas del coronel libio. Según el juez Rosario Priore, los dos pilotos conocían muchos aspectos y circunstancias del derribo del DC-9, “pero a lo largo de los años transcurridos nunca salieron de su boca indicios más allá de algunos comentarios realizados en la intimidad”. Ya en 1999 el juez Priore estableció que aquel derribo del DC-9 había sido “por acción militar”; que se pretendió hacer creer que el accidente se había producido a consecuencia de una bomba a bordo, y se quejó en su sentencia del cúmulo de “obstáculos, reticencias y falsos testimonios” con los que se había encontrado en su investigación. Así que cuando, ocho años después del secreto de Ustica, dos de sus testigos murieron en el show de Ramstein, algunos periodistas que llevaban años porfiando en busca de la verdad del caso, añadieron a su trabajo el examen de lo sucedido en la base militar.
Raith sufrió un intenso acoso y marcaje por parte de los servicios secretos, que trató de esquivar mudándose tres veces de casa
Uno de esos periodistas fue Andrea Purgatori del Corriere della Sera, fallecido en julio y mencionado por Amato en su entrevista con La Reppublica, pero otro fue mi colega de Die Tageszeitung y corresponsal en Roma Werner Raith.
Hasta su muerte en 2001, Raith fue también un tenaz seguidor del caso Ustica, del que en 1999 publicó un libro (Absturz über Ustica), por cuyas páginas desfilan fuentes y testigos del caso misteriosamente suicidados o muertos en accidentes de tráfico. Raith decía que el teniente coronel Nutarelli tenía previsto dejar la profesión inmediatamente después del show acrobático de Ramstein, “despechado por un ascenso negado”. “Dado que en relación con Ustica una buena docena de posibles testigos importantes ya habían muerto en circunstancias extrañas, las alarmas debían haber sonado desde el mismo momento en el que murieron los dos pilotos”, escribió Raith en agosto del 2000.
Al igual que Purgatori, Raith sufrió un intenso acoso y marcaje por parte de los servicios secretos, que trató de esquivar mudándose tres veces de casa. Los teléfonos y faxes de los periodistas eran intervenidos (entonces aún se notaba), documentos y casetes desaparecían de las mesas de sus despachos en toda una serie de robos “demostrativos” en los que los ladrones no mostraban interés alguno por el dinero. En la redacción de Die Tageszeitung en Berlín, que en los años ochenta aún era un diario de izquierdas, y bien interesante, no faltaba quien considerara a Raith un tipo raro u obsesivo, un conspiranoico. Ese era, precisamente, uno de los objetivos y vectores de la acción de acoso e intoxicación de los servicios: agobiar y alimentar al investigador, magistrado o periodista, con noticias y pistas falsas para enredar su camino y desacreditarle. Por ejemplo, una mañana de junio de 1991, llegó a manos de Raith un documento del Ministerio de Defensa italiano con el sello “Riservatíssimo” (“alto secreto”) en el que, con fecha de 25 de mayo de 1988, se ordenaba la eliminación en el show de Ramstein del aviador con número de matrícula 32053. Era el número de Nutarelli. Pero el documento era falso, explicó Raith en un artículo publicado por Der Tagesspiegel. ¿Qué sacar en claro de todo esta maraña?
El ex primer ministro Amato ha dicho que Gadafi se libró de aquel atentado porque Bettino Craxi le advirtió de lo que se preparaba
Ancianos políticos italianos sin nada que perder ya sueltan esa lengua que han tenido largos años atenazada por el nudo de su corbata. En 2008 el expresidente Francesco Cossiga ya dijo, dos años antes de morir, que el responsable de la catástrofe de Ustica era un misil francés dirigido contra un avión militar libio. El ex primer ministro Amato ha dicho ahora que Gadafi se libró de aquel atentado porque Bettino Craxi, secretario de los socialistas italianos y también primer ministro, le advirtió de lo que se preparaba. Por eso, el coronel no llegó a embarcar en el Mig libio (según Raith procedente de Varsovia) que aquel día fue igualmente derribado por la OTAN, quizás pese a haber intentado parapetarse junto al DC-9 de Itavia, lo que explicaría el desastre...
El viejo ex primer ministro pide ahora al joven Macron (“o a la OTAN”, dice, como sugiriendo con esa mención secundaria una posibilidad mucho menos probable) que reconozcan su responsabilidad en el crimen de Ustica. En el ocaso de su vida quiere, dice Amato, “provocar, si es posible, un acercamiento a la verdad”. Pero la experiencia demuestra que ese es un ejercicio sumamente complicado para la OTAN y su mundo, sin duda el principal agente de terrorismo de la historia europea de posguerra y principal responsable histórico de la actual guerra de Ucrania que quizás sea su traca final, dado el enorme revés militar que se está incubando en ella para Occidente.
En materia de secretos y crímenes de Estado, hay siempre que aplicar la norma que todo es siempre peor
Si confesaran Ustica, ¿qué pasaría con la bomba de la Oktoberfest de Munich, el mayor atentado terrorista de la historia alemana, o con el dossier Bommeleeër, o con el expediente Gladio, el ejército secreto de la OTAN, responsable de tantos atentados, conocidos y desconocidos, sobre los que hasta una resolución del Senado Italiano se refirió directamente en el año 2000, sin la menor consecuencia? 1980, el año de Ustica fue también el año del atentado de la estación de Bolonia. Y de la Oktoberfest. Dos años antes habían eliminado al que fuera dos veces presidente del gobierno italiano Aldo Moro.
¿Cómo tirar de la manta de Ustica, ahora, cuando la OTAN está defendiendo “la libertad y la democracia” contra el mal en Ucrania? ¿Cómo hacerlo sin desestabilizar aún más todo el precario edificio de esa trampa geopolítica americana tejida desde el fin de la Guerra Fría y que conocemos como “seguridad europea”?
En materia de aviones caídos, casi todo se ha dicho ya en estas páginas. En materia de secretos y crímenes de Estado, hay siempre que aplicar la norma que se desprende de la experiencia: todo es siempre peor, y mucho más grave, de lo que sospechamos y denunciamos, entre acusaciones de “conspiracionismo” por parte de los habituales chiens de garde del establishment mediático.
El 28 de agosto de 1988, 300.000 personas asistían al ‘Flugtag’ una jornada de puertas abiertas en la base americana de Ramstein, en Alemania. La jornada concluía con la exhibición aérea de la patrulla acrobática de las fuerzas aéreas italianas ‘Frecce tricolori’, las flechas tricolor. Era uno de esos...
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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