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Esto de convalecer –primero de una fractura de vértebras dorsales, luego de la meningitis que me puso a un tris de la muerte– me ha brindado la rara ocasión de leer cosas que, en el tráfago y la brega cotidiana, muy raramente puedo permitirme.
Tenía una añeja deuda de lectura con aquel gran clásico de la antropología y/o mitografía comparada que es The Golden Bough o La rama dorada de James Frazer. En su tercera edición, la rama se despliega a través de ¡doce volúmenes! –aunque Frazer mismo, consciente de la desmesura, hizo hacia 1922 la versión abreviada: son tan solo 900 páginas–. Su influencia sobre los modernos –Pound, Eliot, Lawrence, Graves– resultó capital: les reveló que (por decirlo de la manera más sintética) instintos e instituciones salvajes, atávicas, primitivas subyacían tras las civilizadas maneras europeas.
The Golden Bough es un hueso duro de roer. No lo acometí de cabo a rabo, sino que estuve picoteando aquí y allá, en ese estilo de “lectura oracular” que suelo reservar para cierto tipo de obras tan intensas como inasibles.
Mi tropismo natural hacia lo prehispánico me llevó, de entrada, al capítulo LIX. “Killing the God in Mexico” (Matando al dios en México).
Es, sí, absolutamente fascinante. Apoyándose en Acosta, en Sahagún, Frazer refiere con minucia el fastuoso año de vida del prisionero divinizado al que, en la flor de la edad, se adula, halaga, agasaja y venera. Cumplido el ciclo, el representante humano del dios es sacrificado, perpetuándose así la energía divina.
Ya picado, proseguí con el capítulo LX. “Between Heaven and Earth”. Su primer subtítulo rezaba: 1. “Not to Touch the Earth”, frase que al instante resonó en mi cráneo con el inimitable fraseo y voz de Jim Morrison.
“Not to touch the earth
Not to see the sun
Nothing left to do but run, run, run…”
Se trata del arranque potentísimo de Celebration of The Lizard: Not To Touch the Earth, la tercera canción de Waiting For The Sun, tercer LP de The Doors. (Dicha canción es el retazo que quedó de un poema de Morrison al que los Doors no supieron encontrarle la forma –pero que el álbum presentaba escrito en una solapa desplegable que recuerdo haber leído y releído con azoro adolescente, juvenil incomprensión y una sensación de misterio que pasaba por el nítido sentimiento una revelación inminente–).
Volviendo a Frazer, el citado capítulo menciona que el personaje divino, o divinizado, no debe hollar el suelo con sus plantas so riesgo de profanar su propia santidad. Tal prohibición ritual era observada por el sumo pontífice Zapoteco –y también por Moctezuma, el Mikado japonés, los reyes y reinas de Tahití, Persia y alguna tribu de Uganda–. Todo el capítulo va, pues, de altísimas figuras sobre las que perpetuamente pesan arduos tabúes cuya transgresión comporta fatales consecuencias tanto personales como sociales. [Uno de los primeros trabajos de Frazer, no está de más mencionarlo, fue la entrada “tabú” en la novena edición de la Enciclopedia Británica (1888).] Varias eruditas páginas más tarde, el segundo inciso del mentado capítulo reza (ya se imaginarán): “2. Not to See the Sun”.
Bueno, bueno, bueno...
¡Así que más allá de toda su faramalla erótica, anti-autoritaria y provocadora, Jim Morison, el Rey Lagarto, rompedor profesional de tabúes, se habría leído sus cosillas!
A propósito del Morrison poeta se cita invariablemente a Rimbaud, a Blake, a Huxley, pero acaso –aventuré la tarde misma de mi hallazgo durante un almuerzo con Galo Ghigliotto y Ernesto Hernandez Busto– su lectura de Sir James Frazer todavía no habría sido señalada por la crítica…
Probablemente no –asintieron ambos–, ya dando por su lado al convaleciente, ya genuinamente divertidos por mis peregrinos hallazgos.
Volví a casa cansado, habiéndome excedido un poco en el paseo y la socialización. Aunque todavía tuve energía para ir a buscar la escalera, pues sabía que en el último anaquel debería estar el lomo rojo de No One Here Gets Out Alive, la biografía canónica de Morrison por Hopkins & Sugerman.
¡Años tenía de no mirarla!, pero no tardé mucho en comprender cómo estaba organizada: en un plis-plas hallé la sección en la que se detallan las peripecias y problemas para completar la grabación, con un Morrison cada vez más intoxicado, pendenciero, impredecible, del Waiting For the Sun. Y ahí estaba, al paso, la referencia: la eterna e informe Celebration of The Lizard, de ¡24 minutos!, fue, tras muchas horas en el estudio, definitivamente descartada, dejando medio álbum vacío. Sólo se salvó un fragmento de 4 minutos, cuyas primeras líneas, Not to touch the earth / Not to see the sun, Jim se habría birlado, afirman los autores, del índice de The Golden Bough.
Cada quien arranca de tan frondosa rama lo que le queda a mano, lo que lo interpela, lo que lo retrata, lo que le impele a pensar o crear; se sirve de las áureas hojas, los frutos, las bellotas de oro para abonar obsesiones íntimas. Morrison lo canaliza en una canción. El arduo Ludwig Wittgenstein se trepó a la rama para rebatir a Frazer y filosofar desde una vertiginosa altura (sus exigentes y estimulantes Observaciones a La Rama Dorada de Frazer, puñado de notas encontradas de manera casi fortuita, fueron publicadas de manera póstuma). ¿Y uno? Uno, conocedor de sus limitaciones, se queda acaso en lo puramente anecdótico, pero reconociéndose –siempre con azoro– en la experiencia humana, por bárbara, brutal y ajena que parezca. Lectura oracular.
Esto de convalecer –primero de una fractura de vértebras dorsales, luego de la meningitis que me puso a un tris de la muerte– me ha brindado la rara ocasión de leer cosas que, en el tráfago y la brega cotidiana, muy raramente puedo permitirme.
Tenía una añeja deuda de lectura con aquel gran clásico de la...
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Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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