SER PERSONA
Saber parar
Si me dieran un euro por cada vez que me han preguntado si soy familia de José María Aznar, podría comprarme al contado la sede de FAES y convertirla en una sauna gay gigante, solo por el placer de hacerlo
Pere Aznar 21/09/2023
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Ver a Aznar lanzando arengas sobre la seriedad del momento mientras agarra fuerte un atril como si fuesen sus genitales me ha hecho recordar algo de mi niñez que había olvidado. Además, me ha hecho pensar sobre quién es Aznar y quién soy yo, otro Aznar.
Mi padre se llama José, mi madre se llama Ana. Son datos irrelevantes, pero guárdatelos para entender la conclusión del relato que viene a continuación. La primera vez que supe que mi apellido iba a abrir muchas conversaciones con desconocidos vivía en Gijón y tenía 8 años. Mi hermana tomaba la primera –y última– comunión en unas semanas. Mi padre organizaba con cierto estrés el banquete. Estaba delante de él cuando llamó a su restaurante favorito de la ciudad y pidió una reserva para cincuenta para celebrar que Jesús entraba en su hija. Vi en su rostro la clara decepción que supuso que le dijeran que estaba todo ocupado. Recuerdo que, igualmente, le pidieron el nombre por si acaso surgía alguna cancelación. “Sí, soy José Aznar”. Le hicieron esperar unos minutos y finalmente le dieron la mesa que esperaba. Recuerdo que unos días después mi madre llamó para preguntar si era posible incluir más comensales. “Hola. Soy Ana, mi marido José Aznar llamó hace unos días y quería saber si era posible…”. Por supuesto que era posible ¿cómo no lo iba a ser? Puedes imaginarte la terrible decepción que se llevó el dueño, el chef, el encargado, todos los camareros y clientes habituales que se concentraban en la puerta del lugar cuando apareció por allí mi familia al completo y ninguno era ese Aznar. Nosotros siempre fuimos el otro Aznar.
Si me dieran un euro por cada vez que me han preguntado si soy familia de José María, creo que, a día de hoy, podría comprarme al contado la sede de FAES y convertirla en una sauna gay gigante, solo por el placer de hacerlo. Cuando era más joven y me hacían la pregunta respondía con desdén: “Anda que si fuera familia de él iba a estar yo aquí contigo”. Respuesta, la mía, que sin duda tiene toda la mala baba y el clasismo de una respuesta del otro Aznar.
Tengo una edad en la que acepto la broma con deportividad y juego con ella. Así que, si te entra la duda y me quieres preguntar cuando me veas, la respuesta que te daré es “sí, soy familia, pero no nos hablamos”. Pero dentro de esa broma hay una pregunta con miga: ¿por qué no nos hablamos? Porque nos separan muchas cosas, pero nos unen, por desgracia, otras.
Te parecerá una tontería y una pérdida de tiempo, pero a veces pienso en él, en qué estará haciendo cuando no le apuntan los focos y le aplauden buitres mediáticos. Pienso en él lavándose los dientes mientras me lavo los dientes. Este verano estuve en Oropesa –playa donde lucía y luce torso– y te juro que pensé que le diría algo si me lo encontraba. Lo sé, necesito un hobby con urgencia.
No te asustes, hay un Aznar escribiendo en CTXT y parece que hay cierta admiración, pero somos muy distintos. Nunca se me hubiera ocurrido mentir a todo un país sin importarme que hubiera muerto mucha gente. Yo soy un mentiroso nivel usuario. Nunca se me ocurriría hundir a millones de personas para inflar adrede una burbuja económica que dejaría tantos cadáveres al explotar. Nunca se me hubiera ocurrido dejarme ese pelo que inició la era Cayetana en los códigos postales privilegiados. Pero sí que encuentro algunas similitudes, lamentablemente.
Hace cinco años decidí dejarme bigote, justo cuando él se lo quitó. Pero las coincidencias que más me preocupan son otras dos y me duele confesarlas. Los dos tenemos un ego que nos angustia y no nos permite descansar. Los dos tenemos esa sensación de que no se nos ha reconocido lo suficiente lo que hicimos, lo que hacemos. Ese dolor inútil del que no se siente valorado. Los dos Aznar, el otro y yo, tenemos o tuvimos una terquedad peligrosa en enfadarnos cuando alguien nos recriminaba que ya estaba bien de beber vino. Yo ya no lo hago, él no lo sé.
A pesar de lo que nos une, hay un abismo entre los dos que se resume en dos palabras: saber parar. Saber parar de darle el control al ego, saber parar de querer el foco, saber parar de destruirte. No sé, si me estás leyendo querido tito José Mari, creo que estaría bien que supieras parar. A mí me ha ido bien.
Ver a Aznar lanzando arengas sobre la seriedad del momento mientras agarra fuerte un atril como si fuesen sus genitales me ha hecho recordar algo de mi niñez que había olvidado. Además, me ha hecho pensar sobre quién es Aznar y quién soy yo, otro Aznar.
Mi padre se llama José, mi madre se llama Ana. Son...
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Pere Aznar
Soy Pere Aznar, cómico, padre y autónomo. Las 3 cosas me dan alegrías y disgustos. Hace años que escribo chistes y los digo en sitios: radio, televisión, teatros y bares de pueblo. Soy de esos que te suenan, pero no sabes quien es. A mí también me pasa. Conmigo.
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