Madrí, zona de obras
Plaza de Dalí
La plaza-pasillo de Madrid ha sido nominada por el botones consistorial como lugar de encuentro para las huestes de la derecha de extremo centro. Volverán a flamear las banderas victoriosas y se escucharán los aullidos de rigor
Ricardo Aguilera 23/09/2023
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El Rey Prudente y el Imprudente de Figueras. Agua y aceite, pensarán algunos. Y sin embargo, se mezclan, que diría Galileo. Ambos eran adictos al trabajo, se dejaban llevar por sus obsesiones y comparten un lugar en Madrid. Oficialmente se llama Avenida de Felipe II, pero Dalí se la ha robado con la boina y el pueblo rellano la ha renombrado como Plaza de Dalí. Pero centrémonos: no es una plaza, es un pasillo; enorme, pero un pasillo. De hecho, cuando el proyecto decimonónico del ensanche de Madrid llegó por esos lares, se decidió dejar una “ancha avenida” que llevase al personal hasta la Plaza de Toros de Goya. Cuando se inauguró la de Las Ventas, se derribó la de Goya, y allí quedó un solar donde décadas después se levantaría el Palacio de los Deportes, del que hay mucho que hablar, pero no nos adelantemos.
La Plaza de Dalí, tal como la conocemos, se empezó a pergeñar en 1985, habida cuenta del éxito de una exposición daliniana auspiciada por el alcalde de Madrid, a la sazón, el Viejo Profesor. El Ayuntamiento le solicitó al artista un proyecto para la plaza-pasillo y el genio del bastón se lo endosó a sus colaboradores, que le devolvieron un diseño que cobró naturaleza de “original” de Dalí en cuanto el señor de los bigotes de violín estampó su cotizada firma. El plato fuerte consistía en un grupo escultórico denominado “Homenaje a Isaac Newton”, que giraba en torno a la escultura bulbosa de un humanoide cuya única referencia “newtoniana” es que sostiene un péndulo de granito negro. Por cierto, que ya se ha convertido en un deporte matritense robar el péndulo. El Ayuntamiento lo restituye cada dos por tres, rebajando en cada ocasión la calidad del material, que ya era barato en origen. La escultura, la hiciese quien la hiciese, tiene todos los rasgos “dalinianos”: refinado mal gusto, grima estética y grandilocuencia vacua. Está enmarcada por un dolmen formado por tres columnas de granito –¡el dichoso granito!– que sostienen un pedrolo natural con forma de boina. La peana de la escultura, de ese material que usted y yo ya sabemos, luce una monumental G en referencia a la señora que tuvo a gala extraer sin anestesia toda la masa encefálica del artista.
La decoración urbanística de la plaza corrió a cargo de Francesc Torres, que alivió la orgía de granito del pavimentado festoneado aquí y allá unas losas de fundición con relieves de objetos varios: juguetes, útiles de costura y cosas así. Como la plaza es inhóspita en grado sumo, y no se pueden plantar árboles porque debajo yace el consabido parking, se le encargó a este buen señor que hiciese un olivo de bronce. Y ahí está, en medio del desierto y siempre lleno de niños colgados de sus ramas metálicas. La imposible tarea de llevar vegetación a dónde no se puede, hizo que se proyectaran unos extraños resaltes, como dados empotrados en el solado, en uno de cuyos planos inclinados habrían de plantarse unos árboles. Y se plantaron. Murieron todos. Volvieron a plantar, volvieron a morirse. La inclinación y la fuerza de gravedad no se compadecían con el riego por goteo y los que no se ahogaron se secaron. Siguen insistiendo.
Los atractivos arquitectónicos de esta plaza son escasos: edificios de viviendas típicos del barrio de Salamanca, años 20 y 30, en buena parte de ella; conglomerados de los años 60 y 70 según nos alejamos del cruce con Goya, y el templo del consumo, el Corte Inglés, dominándolo todo. La única edificación notable era el Palacio de los Deportes, pero… Aquí viene lo bueno. El Palacio se inauguró en 1960, obra de los arquitectos José Soteras y Lorenzo García Barbón, que ya habían levantado un palacio de deportes en Barcelona. Era un edificio bello, de un brutalismo futurista, con líneas puras, arcos parabólicos y elegantes voladizos. Demasiado bonito como para durar en esta ciudad caníbal. En 1985 se cambió la titularidad del Palacio, que pasó del Consejo Superior de Deportes a la Comunidad de Madrid, alias CAM. El edificio estaba sentenciado. En 2001 se produjo el providencial incendio que se lo llevó por delante, y sobre sus cenizas se construyó un alarde de vigorexia arquitectónica y verdosa que parece la casa de Hulk, un mazacote imposible donde meter mucha más gente y hacer mucha más pasta. Además, la CAM se apresuró a dejarlo en manos de la gestión privada y el que fuera Palacio de los Deportes pasó a llamarse Barclaycard Center y finalmente WiZink Center, dependiendo de la empresa que hace caja. Puro imperativo comercial. Desde ese punto de vista, eso sí, toda la Plaza de Dalí cobra sentido: una explanada granítica, totalmente despejada, donde se pueden instalar todo tipo de chiringuitos y mercadillos de quita y pon, previo pago de la correspondiente tasa municipal. ¿Para qué pasear por una plaza acogedora pudiendo dedicar el tiempo a comprar compulsivamente tonterías? Esa es la cuestión.
Desde hace años, el vecindario viene quejándose de que el Wizinkmonster mete una bulla excesiva. Los artistas recién salidos de ese operativo triunfal que venden por la tele tienen allí su sede oficiosa. Miles de adolescentes en pleno desorden hormonal acuden a consumir música precocinada y berrean que da gusto dentro y fuera del recinto. El solado pétreo del lugar hace de caja de resonancia. Un placer para los oídos. Pues que se vayan acostumbrando, porque en una última vuelta de tuerca, la plaza-pasillo ha sido nominada por el botones consistorial como lugar de encuentro para las huestes de la derecha de extremo centro. Se trata de un acto reivindicativo sin guión previo: se reúnen porque sí, por hacer algo, pura improvisación dadaísta. Incertidumbre: ¿qué va a pasar? Hay pistas. Está asegurado que en la sombra de la boina de Dalí volverán a flamear las banderas victoriosas y se escucharán los aullidos de rigor: ¡España una, grande y libre!, como en los duros de Franco que tanto dieron que hablar. También se da por descontado que harán gala del odio generado por la carencia de sobres a cargo del Estado y que se mencionará la ruptura de España una vez cada tres minutos exactamente. Reafirmación patriótica, que es lo mismo que mirarse al espejo y decir: ¡qué guapo soy, cojones! Surrealismo nacional y caspa rojigualda hasta completar el aforo. Dalí estaría encantado.
El Rey Prudente y el Imprudente de Figueras. Agua y aceite, pensarán algunos. Y sin embargo, se mezclan, que diría Galileo. Ambos eran adictos al trabajo, se dejaban llevar por sus obsesiones y comparten un lugar en Madrid. Oficialmente se llama Avenida de Felipe II, pero Dalí se la ha robado con la boina y el...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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