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No lo sé, no lo recuerdo, pero creo que todo empezaba con su mirada. Sus ojos negros dejaban de ser suyos y pasaban a ser los ojos temerosos de un roedor. Esa mirada nos turbaba. Era entonces cuando se humillaba ante nuestra mirada. Él bajaba la suya, como aceptando y, a la vez, ofreciéndose al sufrimiento. Era entonces cuando, ya sin freno posible, se producía la brutalidad. Un determinado tono, que desconocíamos, nos surgía y nos copaba, y a través de él le insultábamos o, sencillamente, le brindábamos algo peor que los insultos: la invisibilidad, la desconsideración. Aquello, que era imparable, en efecto no se paró, y duró años. Creo que acabó no porque viéramos algo malo en ello, sino por algo dolorosamente más lento: vimos la posibilidad de algo bueno en él y, luego, inmediatamente, en cuestión de segundos, en nosotros. Si fue así, ese día invalidamos todo aquello que aprendimos en aquella escuela de gritos y de golpes. Pero las cosas no suelen ser así de diáfanas, ni encajan con esa facilidad. En todo caso, aún hoy, pienso en él a menudo. Es una manera de pedirle disculpas. O, lo que es peor y carece de consuelo, una manera de reconocer y palpar la culpa. Se trata de una culpa inaudita, angulosa, que pesa y araña mi pecho, y que, de pronto, hace que me cambie la mirada. Mis ojos dejan de ser míos, y adquieren la luz negra de los ojos de los roedores, siempre temerosos. Sé que esa mirada, que se humilla ante la mirada de quien la observa, turba y lo hace todo imparable. Pero, aun así, bajo la mirada aceptando y ofreciéndome, resignado, al sufrimiento. Y es entonces cuando, ya sin freno posible, se produce la brutalidad. Un determinado tono, que conozco muy bien, copa a quien me mira, me insulta o, sencillamente, me brinda el peor de los insultos: la invisibilidad, la desconsideración. Dura años. No lo sé, no lo recuerdo, pero creo que todo empieza, en todo caso, con mi mirada.
No lo sé, no lo recuerdo, pero creo que todo empezaba con su mirada. Sus ojos negros dejaban de ser suyos y pasaban a ser los ojos temerosos de un roedor. Esa mirada nos turbaba. Era entonces cuando se humillaba ante nuestra mirada. Él bajaba la suya, como aceptando y, a la vez, ofreciéndose al...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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